Más de cien conversos escriben al Sínodo

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En la discusión previa al Sínodo de los Obispos, han surgido propuestas para relajar las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia a fin de ofrecer remedios que se tienen por compasivos. Pero sus propuestas, lejos de aliviar el sufrimiento, alejarían a los fieles de la doctrina que mejor puede ayudarles a prevenirlo. Así lo advierten más de cien conversos –en su mayoría estadounidenses– en una carta abierta dirigida a los padres sinodales.

Entre los firmantes de la carta se encuentran profesionales de las más variadas disciplinas, así como profesores de destacadas universidades norteamericanas como la Universidad Católica de América, Notre Dame, la Universidad de Texas en Austin, la Universidad de Baylor, la Universidad de Georgetown, Princeton o Yale.

Las respuestas pastorales que no respetan la verdad de las cosas solo pueden agravar el sufrimiento que pretenden aliviar

El atractivo de la claridad

Antes de convertirse a la Iglesia católica, algunos habían sido bautizados de niños en otras confesiones cristianas; otros pertenecían a confesiones no cristianas; y otros eran agnósticos o ateos. Pero todos tienen en común el haber entrado a la Iglesia católica siendo adultos, “en buena medida por la visión del ser humano que proponía y por sus enseñanzas sobre la diferencia sexual, la sexualidad, el matrimonio y la familia”, dice la carta.

“Hace tiempo, la mayoría de nosotros nos habríamos opuesto a algunas de las enseñanzas de la Iglesia en esos asuntos. Pero a medida que fuimos descubriendo los nocivos efectos de las visiones de moda sobre la sexualidad humana, y a medida que algunas de nuestras confesiones empezaron a plegarse a la cultura dominante (…), empezamos a sospechar que la Iglesia podía estar en lo cierto”.

“Pese a lo impopulares que a menudo resultaban, sus enseñanzas comenzaron a atraernos”, añaden. “Y a su debido tiempo, nos persuadimos de que expresaban la verdad más profunda sobre nosotros mismos; una verdad que al mismo tiempo es buena y bella, aunque resulte exigente. Es más: la seguridad que la Iglesia tenía en su doctrina y la convicción con que la defendía en medio de una oposición hostil fue para nosotros la prueba de que podíamos encontrar en ella la vida de Jesucristo como es en verdad”.

Prevenir el sufrimiento, no agravarlo

Los firmantes de la carta explican cómo la fidelidad de la Iglesia a la visión de la naturaleza humana tal y como fue hecha “en el principio”, y su resistencia a la mentalidad dominante en cada época, han hecho de sus enseñanzas un mensaje atractivo que no necesita de componendas para ganar adeptos.

“No es casualidad que los primeros cristianos se sintieran atraídos a la Iglesia a través de la radiante humanidad de los seguidores de Cristo, manifestada por ejemplo en sus singulares actitudes hacia las mujeres, los niños, la sexualidad y el matrimonio. Y no es casualidad que, por las mismas razones, nosotros también nos sintiéramos atraídos a la Iglesia muchos siglos después”.

Nos persuadimos de que las enseñanzas de la Iglesia expresaban la verdad más profunda sobre nosotros mismos; una verdad buena y bella

Pero la claridad de esa doctrina se ha visto empañada por ciertas propuestas que pretenden cambiar la disciplina de la Iglesia, como ha ocurrido con la polémica sobre la comunión –en algunas situaciones particulares y después de una etapa penitencial– de los divorciados vueltos a casar. “No entendemos cómo se pueden defender estas propuestas sin contradecir la doctrina cristiana sobre el matrimonio. Y tampoco comprendemos qué hay de pastoral y de compasivo en ellas. Por muy bienintencionadas que sean, las respuestas pastorales que no respetan la verdad de las cosas solo pueden agravar el sufrimiento que pretenden aliviar”.

Laxitud de otras confesiones

Para los firmantes de la carta, ninguna de esas propuestas sirve para resolver “la verdadera crisis de la familia que está detrás de problemas como el divorcio, la contracepción, la cohabitación o la atracción entre personas del mismo sexo. Esa crisis nace, como señaló Benedicto XVI, de ‘un malentendido de la esencia de la libertad humana’. Y se agrava, continuó, cuando se pone ‘en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser humano’”.

Los firmantes no hablan de oídas: “Algunos de nosotros hemos experimentado el dolor del divorcio en nuestras vidas, y prácticamente todos tenemos amigos o familiares cercanos que lo han sufrido”. Esta experiencia es la que les lleva a denunciar tanto la cultura que favorece el divorcio como la complicidad de algunas confesiones cristianas con esa cultura: “Hemos sido testigos de cómo nuestras confesiones abandonaban el radical testimonio cristiano original acerca de la verdad sobre el hombre y la mujer, así como el cuidado pastoral que les podría haber ayudado a vivirlo”.

Por eso, la carta concluye pidiendo a los padres sinodales que “reafirmen las enseñanzas de Cristo sobre la indisolubilidad del matrimonio con la misma fidelidad, la misma alegría y el mismo coraje con que la Iglesia católica lo ha hecho a lo largo de las historia (…). Confiamos en que nuestro testimonio fortalezca el vuestro para que la Iglesia siga siendo la respuesta a lo que el corazón humano más profundamente desea”.

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