Marx a la vista

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El 5 de mayo se cumple el 200 aniversario del nacimiento de Karl Marx, cuya obra resulta difícil de catalogar, pues parece un economista para los filósofos, un filósofo para los periodistas, un periodista para los sociólogos, un sociólogo para los economistas; demasiado intelectual para los socialistas y demasiado socialista para los intelectuales. Una encuesta de la BBC de 1999 le dio el título del “mayor pensador del milenio”, y ha sido uno de los hombres que más ha influido en la historia reciente.

El marxismo ha conseguido perdurar como una ideología zombi, bajo la forma grotesca de un posmarxismo relativista

La primera dificultad para analizar la importancia del legado de Marx en nuestro mundo es atravesar la maraña de prejuicios sobre lo que Marx dijo o quiso decir. Para empezar, es necesario intentar separar lo marxiano de lo marxista: lo que realmente escribió Marx es una cosa y otra muy diferente es lo que sus epígonos le hicieron decir, habitualmente llevados por motivaciones espurias. Interpretaciones llovidas de todas las esquinas del universo ideológico han convertido a Marx en un espectro, en un icono terrible que ha servido para justificar las ideas o las políticas más peregrinas.

Para ser académicamente correctos, el primer acto de justicia con un autor es leerlo; el segundo es interpretarlo en su contexto; el tercero es no convertirlo en un demonio o en un mito con derecho a estatua; el último es reconocer sus hallazgos y criticar sus errores, como haríamos con cualquier otro autor. Todo esto es difícil con Marx. Hemos oído ya tantas cosas de él, ha sido tantas veces usado como bandera, le hemos atribuido tantos crímenes, que resulta difícil acercarse a su obra sin prejuicios.

La segunda dificultad es que Marx nunca tuvo un sistema rígido y unificado de pensamiento. A pesar de que Lenin comparó la doctrina de Marx con un bloque de acero, lo cierto es que Marx nunca quiso construir un sistema filosófico. Se veía a sí mismo como un científico social, y estaba preocupado sobre todo por el estudio de los fenómenos económicos y políticos de su época. Además, como recuerda el politólogo francés Raymond Aron, “los únicos que no se contradicen son los que escriben poco”, así que rebuscando un poco en su prolífica obra es fácil refutar a Marx usando al propio Marx. Esa ambigüedad de Marx ha provocado interpretaciones de sus ideas tan variadas como incompatibles entre sí.

La tercera dificultad, y tal vez la clave de todo, reside en el activismo político de Marx. Al involucrarse en la creación de la Primera Internacional, su obra quedó firmemente soldada al socialismo, al comunismo y a sus futuras derivaciones totalitarias. No es fácil librarse de la condena intelectualmente eterna cuando te ha salpicado la sangre vertida en tu nombre. Es precisamente ahora, con el comunismo en el basurero de la historia, cuando puede empezar a estudiarse a Marx con la cabeza en vez de con las vísceras.

Qué es el marxismo

Intentar resumir en estas líneas la doctrina de Marx es una labor imposible, así que lo reduciremos a algunos rasgos importantes.

El gran hallazgo de Marx es eso que se ha venido a llamar la visión materialista de la historia y que el propio Marx resume así, en el prólogo a su obra Contribución a la crítica de la economía política: “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia”.

Esto quiere decir que, para Marx, primero están las condiciones de vida reales, materiales (quién controla los recursos y los medios productivos, la tecnología, la tierra, las materias primas, etc.), y es esa base económica, esas relaciones de producción entre los hombres, la que da lugar a las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, es decir, a lo que Marx denomina “formas ideológicas”. Por lo tanto, según Marx, la verdadera batalla no se da en el mundo de las ideas, sino en el mundo real. Para cambiar una sociedad hay que cambiar las condiciones materiales de vida y sólo entonces cambiarán las ideas, que son consecuencia de esas condiciones.

A partir de este punto, según el texto de Marx que se tome como referencia, se puede inferir, o bien que el mundo material determina el pensamiento y la acción de los hombres, y entonces habitamos un mundo mecánico, en el que la libertad humana es irrelevante; o bien que el mundo material condiciona las ideas de los hombres y sus actos, pero sin determinarlos completamente. Entre estas dos interpretaciones oscila el pensamiento marxista y esa distinción es, a grandes rasgos, la que ha venido inspirando el comunismo de Lenin frente a la socialdemocracia de Eduard Bernstein.

Según la línea socialdemócrata, el socialismo puede pactar con la democracia, usarla en su propio beneficio y hacer la revolución de modo no necesariamente violento. Aunque las condiciones materiales siguen siendo en última instancia definitivas, la política, la filosofía, el debate, el voto, etc., pueden tener cierto papel en el cambio social. La socialdemocracia, peleando a la vez en la calle y en el parlamento según convenga, prefiere ser posibilista y centrarse en lograr objetivos concretos, como la jornada de ocho horas. Para el marxista ortodoxo, el socialdemócrata es un traidor, que se levanta revolucionario y se acuesta conservador.

Método o sistema

En la misma línea, el materialismo histórico de Marx puede ser considerado, o bien como un simple método de análisis de la historia humana, útil para contextualizar los acontecimientos históricos; o bien puede considerarse como un sistema, es decir, como la piedra filosofal, una fórmula mágica, el esquema básico de todo, que va a permitir revolucionar el mundo científicamente.

Es obvio que la consideración del marxismo como sistema, que conecta con el marxismo determinista mencionado antes, es vehículo de un brutal totalitarismo. En efecto, si las ideas o sentimientos de una persona son un mero reflejo mecánico de las condiciones materiales y sociales, entonces el pensamiento es irrelevante, la libertad humana es secundaria y las personas son accesorias. La sociedad en la nueva era del socialismo “científico” se parece más bien a un hormiguero, donde los obreros construyen una gran comunidad en la que todos valen lo mismo y cada uno no vale nada en sí mismo. El llamado “materialismo dialéctico”, que defiende este marxismo como un dogma ateo, como un sistema, no está propia ni explícitamente en la obra de Marx: es una creación teórica de Plejánov, práctica de Lenin y criminal de Stalin, Mao, etc.

Un ilustrado

Dice el historiador Gareth Stedman que “a Marx no le hubiera gustado la URSS”. En efecto, para entender a Marx hay que situarlo en la línea del pensamiento ilustrado: su intención intelectual no era precisamente esclavizar al hombre, sino emanciparlo, liberarlo de las cadenas de la ideología para que pudiera llevar una existencia científica, sin sentir la opresión de los dogmas inventados. Aunque el radicalismo y lo incisivo de su verbo escrito no invitan a hacer una lectura moderada de su obra, parece claro que Marx no trataba de sustituir el viejo dogma liberal y capitalista por un nuevo dogma socialista.

Una lectura atenta de la obra de Marx y el mismo hecho de que nunca intentara construir un sistema filosófico que justificase la opresión, inclinan a pensar que Marx solo pretendió haber hallado un método para poder estudiar la historia social científicamente, es decir, sin el lastre de los prejuicios ideológicos. Esto resulta coherente con la génesis intelectual del autor alemán, ya que el pensamiento materialista de Marx se construye como una oposición al idealismo hegeliano, y tanto Marx como Engels denostaron en muchas ocasiones la pretensión de Hegel de construir un sistema.

Precisamente en oposición al idealismo, a la tradición de la filosofía teórica alemana totalmente alejada de la realidad, Marx quiere que la filosofía se haga mundo y propugna la fusión entre teoría y praxis, entre filosofía y proletariado. Al igual que sucede con las ciencias naturales, las teorías filosóficas tienen que ser probadas o refutadas en la realidad social, en la historia. La filosofía materialista de Marx es, sobre todo, una filosofía de la praxis.

Perduraciones del marxismo

La ambigüedad de Marx ha provocado interpretaciones de sus ideas tan variadas como incompatibles entre sí

El método materialista de Marx es un método crítico por su propia naturaleza. La sociedad no es tal como se nos aparece, sino que esconde una serie de condicionantes materiales que no somos capaces de ver a simple vista. Para Marx, la religión cristiana, la civilización occidental, la doctrina de los derechos humanos, la democracia liberal, el libre mercado, etc. son formas ideológicas que ocultan la verdadera estructura de la sociedad, en la que unos pocos (la burguesía) se apropian del trabajo ajeno y esclavizan a los hombres, que viven adormecidos por grandes ideas falsas, incapaces de caer en la cuenta de que el mundo no es tal como se lo han contado. Por eso Paul Ricoeur lo considera, junto a Freud y Nietzsche, como uno de los “maestros de la sospecha”.

Considerando que el marxismo pone a la realidad como juez de las teorías filosóficas, políticas y económicas, la fallida historia del “socialismo real” debería ser la tumba del marxismo que lo inspiró, aunque no fuera el marxismo de Marx, sino el de Lenin. Por una parte, la ruina económica de la URSS ha dejado al capitalismo sin alternativa; por otra, el terrible autoritarismo del sistema soviético ha neutralizado para siempre la democracia popular. Tal vez el libre mercado o la democracia liberal no sean el mejor sistema posible en el orden moral, pero han demostrado ser infinitamente más justos y eficientes que su alternativa socialista. Hasta los comunistas y socialistas han terminado por reconocerlo, aunque sea a regañadientes. Un socialista en el siglo XXI, de los antiguos o de los nuevos, no es nada más que un consumista melancólico.

Marxismo cultural

En el ámbito de lo cultural la neutralización del marxismo es más complicada. Primero, porque resulta más difícil demostrar las falsedades en el mundo de las ideas: si una idea resulta errónea, no se derrumba un Estado o entra en crisis una economía; segundo, porque el materialismo socialista encuentra un fiel aliado en el materialismo liberal, más antiguo y más visceral aún que el marxista; tercero, porque el marxismo ha sido el primer movimiento político liderado por intelectuales (resulta ininteligible para las masas) y los intelectuales son los que crean la cultura; cuarto, porque la permanente crítica a la cultura occidental es un refugio cómodo para quienes no tienen ninguna alternativa que proponer; y quinto, porque los diversos giros subjetivistas que se fueron produciendo en las filas del marxismo durante el siglo XX (Gramsci, la Escuela de Frankfurt, etc.) han convertido al marxismo en una religión política, con sus anatemas, dogmas, profetas y su falsa conciencia del mundo.

El marxismo, que iba a liberarnos de todo prejuicio y a despertarnos a una existencia científica, se ha vuelto ahora el paladín del irracionalismo. En el ámbito de la cultura, el marxismo ha conseguido perdurar como una ideología zombi, bajo la forma grotesca de un posmarxismo relativista. Se pueden reconocer viejos esquemas marxistas adulterados en el antiamericanismo, en la fobia a Occidente, en la ideología de género, con su conversión burguesa de la lucha de clases en lucha de sexos; o en los discursos políticos de victimización, donde los oprimidos en vez de hacer la revolución, se ofenden.

Este pseudomarxismo ideológico que perdura en el ámbito de la cultura no es marxismo en realidad, sino todo lo contrario. Marx quería que se descubriera la verdad y se viviera conforme a ella, sueño ilustrado que hunde sus raíces en la civilización occidental. Su afán científico y racional por derribar los viejos prejuicios que “justificaban la opresión” ha sido retorcido y reconvertido en unos nuevos prejuicios que prohíben todo discurso racional sobre la realidad, no sea que resulte ofensivo para la nueva clase social de los que quieren vivir en una confortable ensoñación.

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