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La «Humanae vitae», una encíclica profética

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En el XXV aniversario de su promulgación
Próximos a cumplirse 25 años de la promulgación de la Humanae vitae (25-VII-1968), la doctrina de esta encíclica de Pablo VI aún está lejos de ser plenamente acogida entre los fieles. Así lo hace notar la Conferencia Episcopal Española en un reciente documento (1) dedicado a resaltar la vigencia de la encíclica y la necesidad de explicar y difundir sus enseñanzas. Ofrecemos un resumen.

El documento episcopal comienza situando la promulgación de la encíclica en el contexto histórico de 1968. A continuación recuerda los puntos clave de la Humanae vitae (HV) y repasa conceptos de moral fundamental, puestos en discusión por las críticas vertidas contra la encíclica en algunos ambientes teológicos. Después de responder a tales objeciones, se hacen diversas indicaciones para que en la tarea pastoral de la Iglesia se forme las conciencias de los fieles en las enseñanzas de HV.

Banalización de la sexualidad

La HV fue promulgada en plena revolución sexual, que hoy ha acabado por culminar en un ambiente permisivista y una mentalidad antinatalista ampliamente extendidos. Estos fenómenos han generado una desconexión entre el amor, la responsabilidad y el placer sexual. «Esta desconexión ha modificado criterios, actitudes y comportamientos que han arrastrado a una banalización deplorable de la sexualidad».

La raíz de todo esto se encuentra en una «concepción del hombre que considera a éste dueño sin condiciones de su propio cuerpo y de la realidad que le rodea». De este modo, el individuo reclama un derecho al placer y se erige en criterio último de juicio. No es extraño, por tanto, que se rechace toda norma objetiva del comportamiento sexual.

Todo eso estaba al menos en ciernes en 1968, cuando tal vez parecía discutirse sólo el empleo de unas nuevas técnicas para la planificación familiar. Ahora bien, afirma el documento, «HV no fue sólo la respuesta concreta a una cuestión particular de ética sexual sino que significó en su momento, y sigue significando, una negativa de la Iglesia, clara y explícita, a plegarse a las propuestas y reclamaciones de la revolución sexual».

Pablo VI mostró gran libertad de juicio y perspicacia al oponerse a esas demandas, pues supo ir contra la corriente y prever las consecuencias que se seguirían del empleo masivo de la contracepción. Yendo al fondo del asunto, HV advirtió que justificar la separación entre el uso de la sexualidad y la procreación llevaría a dar por bueno que «cualquier tipo de actividad sexual nada tiene que ver con la moral».

El verdadero Vaticano II

A la vez, HV fue una toma de postura clara sobre ciertas interpretaciones de la nueva actitud de la Iglesia ante el mundo definida por el Concilio Vaticano II. Algunos, que adoptaron una visión exageradamente optimista del progreso histórico, sostenían que, si no admitía la contracepción, la Iglesia se arriesgaba a repetir el «caso Galileo». Y creyeron que «incluso la nueva mentalidad hedonista podía ser ‘comprendida’ y encontrar justificación. Fue también HV la que interpretó autorizadamente el sentido de la apertura conciliar al mundo»: mostró que eso no significaba aceptar acríticamente la evolución de la historia humana.

Más adelante, el documento muestra la continuidad entre HV y el Vaticano II, frente a quienes la acusan de «haber asumido una visión biologista de la sexualidad apartándose de la visión personalista adoptada por el Concilio». La distinción entre actos naturales y antinaturales que emplea la encíclica no se coloca en un nivel biológico. HV llama natural al acto que respeta la estructura propia del objeto. Y lo que resalta la encíclica es que la índole esencial de la sexualidad reclama su apertura a la vida. «La norma natural a la que se refiere HV es, pues, una norma de la persona y, consiguientemente, una norma personalista».

Por lo demás, la correspondencia entre HV y la enseñanza del Concilio -declarada, por lo que toca a estos temas, en la constitución Gaudium et spes- es patente en lo que atañe al tema central de la paternidad responsable. En suma, Gaudium et spes y HV «no sólo no se contradicen sino que se aclaran recíprocamente».

Clima de confusión

El hecho de que, con HV, la Iglesia reafirmara su condición de maestra autorizada de moral se encuentra en el centro del debate en torno a la encíclica, de modo que el rechazo de HV ha generado un disenso teológico que va más allá de las cuestiones de ética sexual. «En el campo de la teología moral, la contestación a HV ha removido los principios básicos de la moral fundamental». Precisamente después de HV se ha difundido un consecuencialismo que niega que haya acciones malas en sí mismas. Se ha extendido también una actitud de recelo y aun rechazo al Magisterio.

El resultado de todo eso ha sido el actual clima de confusión. «Los sacerdotes se cohíben ante el deber de transmitir con integridad las enseñanzas de la Iglesia sobre la moral conyugal y se encuentran perplejos e indecisos al tener que formar rectamente la conciencia de los casados». Lo que explica, en buena parte, «el silenciamiento que, acerca de estas cuestiones, se ha extendido ampliamente en nuestras comunidades cristianas».

Ante tal situación, es preciso, señalan los obispos, que todos los pastores compartan los mismos criterios morales y pastorales, y que hablen con un lenguaje común.

Una enseñanza reiteradamente confirmada

Frente a quienes niegan al Magisterio de la Iglesia su competencia para pronunciarse sobre los aspectos morales de la contracepción, el documento recuerda con palabras de la reciente Instrucción vaticana sobre la misión del teólogo (1990), que «lo concerniente a lo moral puede ser objeto de Magisterio auténtico». Por tanto, HV, como todo pronunciamiento magisterial, exige la adhesión de los fieles.

Además, la autoridad de HV viene sólidamente reforzada por la insistencia con que el Magisterio posterior ha confirmado las mismas normas. Como hace notar el documento episcopal, son «casi innumerables los pronunciamientos del actual Papa Juan Pablo II donde se reitera y reafirma la doctrina propuesta en su encíclica por Pablo VI», lo que «confiere un peculiar grado de certeza a esa enseñanza moral». El propio Juan Pablo II lo ha señalado así explícitamente, al advertir que «cuanto enseña la Iglesia acerca de la contracepción -dicen los obispos españoles, parafraseando unas palabras del Papa- no puede ser materia de libre discusión pública entre los teólogos: enseñar lo contrario equivale a inducir a error a la conciencia moral de los esposos».

Buscando excepciones

Al examinar las objeciones teológicas presentadas contra HV, el documento episcopal se detiene en algunas que tocan el fondo de la cuestión y afectan a puntos decisivos de moral fundamental. Entre ellas se encuentran «las que se oponen a la inmoralidad que la encíclica atribuye a todos y cada uno de los actos contraceptivos sin admitir excepción alguna».

Esas críticas suelen estar motivadas por razones pastorales. Pretenden, en efecto, hallar justificaciones morales para los casos en que la aplicación de HV supone para los esposos graves dificultades de orden práctico. Para ello se acude al llamado principio de totalidad, según el cual las diversas partes de un todo complejo (por ejemplo, los órganos del cuerpo humano) están subordinadas a la unidad (el organismo entero, en ese ejemplo). Así, sería lícito sacrificar una parte en bien del todo.

Si se traslada este principio a la ética conyugal, la función procreadora y los actos singulares son partes, y el conjunto de la vida matrimonial, el todo, que integra inseparablemente bienes como el amor entre los esposos y el equilibrio y armonía de la existencia familiar. Entonces, según algunos teólogos, la apertura a la vida de los actos conyugales puede ser sacrificada, sin que sufra la totalidad moral de una vida matrimonial razonablemente fecunda, en su conjunto.

Sin embargo, la propia HV rechaza explícitamente esta interpretación: «Es un error pensar que un acto conyugal hecho voluntariamente infecundo y, por tanto, intrínsecamente no honesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda» (n. 14). Los que, contra HV, invocan el principio de totalidad, olvidan que -como establece la moral fundamental- cada uno de los actos humanos singulares tiene por sí mismo su propia moralidad. «Es claro que, si la ilicitud de la contracepción brota de su estructura interna, no es lógico decir que recibe la cualificación moral desde fuera, o sea, desde la serie de actos conyugales entre los que se encuentra», señalan los obispos.

¿Conflicto de deberes?

Otro intento de justificar excepciones a la norma declarada por HV es el que sostiene que los cónyuges se enfrentan, en los casos difíciles, a un conflicto de deberes, en el que no cabe sino elegir el mal menor. Según esta opinión, el conflicto se plantea entre las exigencias del amor unitivo entre los esposos y las de la paternidad responsable. Entonces, sería lícito tolerar, como mal menor, la contracepción, en función del bien mayor del amor conyugal.

Los moralistas que así piensan no hablan de un conflicto de deberes subjetivo, es decir, que se da sólo en la conciencia perpleja de unos esposos en un determinado caso. Por el contrario, sostienen una incompatibilidad objetiva entre dos obligaciones morales.

Los obispos recuerdan que «la tradición moral católica ha mantenido de modo constante esta afirmación: un conflicto de deberes no existe ni puede existir en el plano objetivo». Sostener lo contrario supone admitir que el pecado puede ser inevitable. Dios, autor del orden moral, no puede demandar deberes contradictorios. Es imposible que en algún caso la contracepción se imponga a los esposos como un deber moral.

En cambio, es posible un conflicto de deberes en el plano subjetivo. Sería un caso de conciencia perpleja: «la de una persona o matrimonio, que cree erróneamente encontrarse entre deberes opuestos y, por tanto, en la necesidad de tomar una opción». Entonces, habría que examinar las causas de tal conflicto subjetivo y ayudar a los interesados a superar su perplejidad.

La continencia periódica no es contracepción

Por último, el documento se refiere a las críticas que achacan a HV haber legitimado los métodos naturales; cuando estos métodos son utilizados también como medios anticonceptivos. El documento episcopal reconoce que a veces se emplean los métodos naturales con una finalidad casi exclusivamente antinatalista y egoísta; en tales casos, es difícil distinguirlos, en cuanto a su valor moral, de los anticonceptivos.

Pero la mencionada objeción no tiene en cuenta que el recto recurso a la continencia periódica se diferencia radicalmente de las prácticas anticonceptivas. Éstas se dirigen siempre a quitar su virtualidad procreadora a los actos conyugales, falsificándolos de raíz. Aquélla, si se realiza por motivos justos, respeta la naturaleza propia de la sexualidad. No se trata, pues, de una diversidad de métodos, sino de una diferencia ética de comportamiento.

El documento termina señalando que la formación de la conciencia de los fieles, «a través de una catequesis exigente y vibrante», en la doctrina de HV forma parte de la re-evangelización que ha de llevar a cabo la Iglesia. «El anuncio de la moral de la Iglesia relativa a la transmisión de la vida humana, ejercerá un indudable influjo positivo: la apuesta decidida de la Iglesia por la vida es de una trascendencia incalculable para el futuro del hombre y de la sociedad».

Un itinerario progresivoEn la parte final del documento ofrece unas pautas pastorales para orientar a los fieles en este aspecto de la vida matrimonial.

En la formación de las conciencias, se deberá cimentar y mantener el conjunto de condiciones psicológicas, morales y espirituales que es indispensable para que el hombre alcance el equilibrio interior preciso a fin de captar y vivir el sentido profundo de la normativa ética. Entre esas condiciones deben incluirse la aceptación humilde de los propios límites, la fortaleza de ánimo y la constancia, la educación del dominio de sí y de la castidad para observar, en su caso, la continencia periódica, la estima del sacrificio y de la autodisciplina y, de modo especial, el serio propósito de formarse una conciencia recta así como el recurso a los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación.

Sin dejar de dar la debida importancia a los comportamientos conyugales desordenados, los sacerdotes han de ayudar a las personas casadas a detectar las causas más profundas de sus desviaciones morales como son, muchas veces, el abandono de la práctica religiosa, el egoísmo y, más frecuentemente de lo que parece, unas concepciones de la vida impregnadas del materialismo ambiente. A partir de ahí, los sacerdotes intentarán que los fieles inicien un itinerario, paulatino y decidido, de mayor conversión y cultivo de la vida interior; y les alentarán positivamente a ir viviendo los valores cristianos en las áreas más significativas de la oración, la educación esmerada de sus hijos, la convivencia familiar pacífica y estimulante, el trabajo realizado con honradez y visión cristiana, el servicio generoso al prójimo, el cumplimiento de las obligaciones de justicia social, cívicas, etc. De esta manera, proponiendo a los fieles cristianos la posibilidad de practicar, con la gracia de Dios, un serio y comprometido combate espiritual, los sacerdotes les ayudarán a superar situaciones de «bloqueo interior» pues les hacen ver que la existencia cristiana no se reduce exclusivamente a cumplir las obligaciones morales referentes a la sexualidad.

(…) Los sacerdotes han de esforzarse para que los esposos cristianos no se desanimen ante la realidad de sus fracasos. «La Iglesia, cuya tarea es la de proclamar el bien total y perfecto, no ignora que existen leyes de crecimiento en el bien, y que a veces se procede con grados todavía imperfectos pero siempre con el fin de superarlos lealmente en una tensión constante». No se puede olvidar, en efecto, «la temporalidad y lo lento y fatigoso del aprendizaje de lo humano» (2). El Papa Juan Pablo II ha hablado de una «ley de gradualidad» en el itinerario continuo de los casados y en su «deseo sincero y activo por conocer cada vez mejor los valores que la ley divina tutela y promueve, y por su voluntad recta y generosa de encarnarlos en sus opciones concretas» (Familiaris consortio, n. 34). Los sacerdotes han de entender correctamente esta «ley de gradualidad», no en el sentido de que la ley objetiva moral es sólo como «un ideal», siempre vigente y nunca alcanzable: no hay ciertamente varios grados o una «graduación de la ley» en la normativa moral (cfr. ibidem).

_________________________(1) Conferencia Episcopal Española. Comisón para la Doctrina de la Fe. Una encíclica profética: la «Humanae vitae». Reflexiones doctrinales y pastorales. Palabra Madrid (1993). 112 pçags. 425 ptas. Esta edición incluye además el texto de la encíclica y un artículo de L’Osservatore Romano (16-II-1989) sobre La norma moral de la «Humanae vitae».(2) Comisión Episcopal paraa la Doctrina de la Fe. Sobre algunos aspectos referentes a la sexualidad y su valoración moral, n. 13.

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