Estudios de ADN fósil cuestionan la versión clásica de nuestros orígenes

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Después de Atapuerca
Como uno de los descubrimientos más importantes del siglo XX ha sido calificado el yacimiento fosilífero de la sierra de Atapuerca (Burgos, España), donde se han encontrado los fósiles humanos presumiblemente más viejos de Europa (unos 800.000 años de antigüedad). Los hallazgos ponen en cuestión la teoría de que toda la humanidad procede de una sola rama de predecesores que salieron de África hace unos 100.000 años. Pero estudios posteriores sugieren que el asunto es más complicado y que caben otras interpretaciones.

Hasta hace poco se venía afirmando que el primer poblamiento humano de Europa se produjo hace medio millón de años, durante el Pleistoceno medio. Los protagonistas de esa primera colonización fueron, según la mayoría de los expertos, los «hombres de Heidelberg» (Homo heidelbergensis), que muchos autores proponen como los ancestros de las dos variedades humanas más recientes: los neandertales (H. neanderthalensis) y los cromañones (H. sapiens). El debate sobre esta cuestión cambió de rumbo en 1994, tras el descubrimiento de los fósiles procedentes de la Gran Dolina, uno de los yacimientos de la sierra de Atapuerca.

Un nuevo antecesor

En 1997, tras el estudio minucioso de los fósiles de la Gran Dolina, el equipo de Atapuerca revolucionó la sociedad científica con la presentación de una nueva especie de homínido, que llamó H. antecessor. Se trata, según sus «padrinos», de una forma intermedia entre homínidos africanos muy primitivos (H. ergaster, de más de 1,5 millones de años de antigüedad) y las poblaciones que vivieron en la sierra de Atapuerca hace poco más de 200.000 años, que son consideradas como formas primitivas de neandertales. De este último tipo son los fósiles de la Sima de los Huesos, otro de los enclaves importantes del yacimiento burgalés. Desde entonces, H. antecessor es considerado por muchos como la especie antepasada tanto de los neandertales como del hombre moderno o de Cromañón (ver cuadro).

La llamada Sima de los Huesos es un rico depósito de restos humanos. En concreto, parece que toda una tribu (un grupo de al menos 33 individuos) encontró allí la muerte hace más de 200.000 años. Gracias a estos fósiles, por primera vez se ha podido hacer un estudio bastante completo de un grupo humano del Pleistoceno medio.

El equipo que dirige las excavaciones de Atapuerca piensa que la acumulación de esos cadáveres humanos, lejos de ser casual, obedece a una práctica funeraria. Si esto llegase a confirmarse, se habría de aceptar como la más antigua evidencia conocida de enterramiento. Lo que parece claro es que los fósiles de la Sima de los Huesos ocupan un lugar intermedio entre los H. antecessor, que algunos investigadores proponen como los primeros pobladores de Europa, y los neandertales, posteriores, que supuestamente desaparecieron de la faz de la Tierra hace unos 30.000 años.

Expansión del cerebro

La mayoría de los estudiosos de la evolución humana piensa que la expansión del cerebro tuvo un papel decisivo en la conquista del mundo por parte de nuestros antecesores, es decir, el género Homo. Juan Luis Arsuaga, codirector del equipo de Atapuerca, y sus colaboradores piensan que tal expansión experimentó dos momentos de aceleración. El primero se habría dado en África, cuando ese continente fue poblado por los primeros individuos del género Homo, hace entre uno y dos millones de años. La segunda aceleración se produciría, en Europa y África independientemente, durante el tiempo de los neandertales más primitivos y de los primeros hombres modernos, hace unos 300.000 años. El inicio del segundo acelerón cerebral se encontraría reflejado en los restos hallados en la Sima de los Huesos. El antepasado común (H. antecessor), tanto de los neandertales como de los hombres modernos, hay que situarlo, según el equipo de Arsuaga, entre esos dos momentos de expansión.

En realidad, no se sabe a ciencia cierta si las capacidades mentales que supuestamente compartimos con los neandertales son herencia de un antepasado común; ni tampoco hay certeza de qué antepasado en concreto nos las habría transmitido (¿H. antecessor?, ¿H. heidelbergensis?…).

¿Dos especies humanas?

Ciertos autores, como Arsuaga, sostienen que hubo una evolución independiente y paralela de los neandertales por un lado, y los hombres modernos por otro, como dos especies diferentes. Los primeros serían el resultado de una evolución local -rama europea- a partir de H. heidelbergensis, mientras que H. sapiens sería producto de una evolución, también local, de origen africano. Ambas ramas convergerían solamente en la nueva especie, H. antecessor. «Si es verdad -dice Arsuaga- que los neandertales evolucionaron hacia un cerebro cada vez más grande al mismo tiempo que lo hicieron nuestros antepasados, pero de forma independiente, podríamos encontrarnos ante la más fascinante de las historias: la de dos especies humanas que alcanzaron la inteligencia por separado, para después entrar en contacto» (1).

Sin duda, la historia sería de lo más fascinante… si fuera verdad. De momento, no pasa de ser más que una conjetura. Si las diferencias entre los neandertales y los cromañones fueron sólo subespecíficas -con posibilidad, por tanto, de cruces-, o si, por el contrario, se trataba de dos especies distintas, es también una cuestión no resuelta. De hecho, algunos científicos manejan la hipótesis de que los neandertales en realidad no se extinguieron y, por consiguiente, nosotros seríamos los herederos de sus genes.

En cualquier caso, según los investigadores de Atapuerca, los H. antecessor fueron los primeros europeos (descendientes de antepasados africanos), llegados al viejo continente hace poco más de 800.000 años, hacia finales del Pleistoceno inferior. Si así fuera, habría que aceptar un poblamiento de Europa mucho más antiguo de lo que se había pensado hasta ahora. Pero una vez más se impone la prudencia, pues nuevos descubrimientos parecen abrir horizontes antes insospechados en el cada día más versátil y sorprendente escenario de nuestros orígenes.

Insuficiencia del registro fósil

El año pasado, la revista Science (2) informaba de ciertos fósiles humanos encontrados a orillas del mar Negro, bajo el suelo de la antigua ciudad medieval de Dmanisi (Georgia), al sur del Cáucaso. No pocos científicos los consideran ahora como los fósiles humanos más viejos de Europa, con lo que privarían de tal condición a los hallados en Atapuerca. Se trata principalmente de dos cráneos, de entre 1,6 y 1,7 millones de años de antigüedad. Clasificados provisionalmente como H. ergaster (o sea, formas muy primitivas de H. erectus), podrían obligar a reescribir uno de los capítulos clave de la evolución humana: el de la expansión de la humanidad por el mundo. En efecto, si se confirmara la datación de esos fósiles, se habría también de adelantar la fecha de salida de África del género humano en más de medio millón de años respecto a la fecha fijada a partir de los fósiles de Atapuerca.

La historia de la paleoantropología muestra una y otra vez lo cambiantes que pueden llegar a ser las explicaciones que tratan de aclarar el intrincado camino que recorrieron nuestros antepasados. Los paleontólogos no disponen más que de un puñado de fósiles, por lo general fragmentarios, y muchas veces aislados y dispersos en el espacio y en el tiempo. Tiene razón Arsuaga cuando afirma que «son más vastas las lagunas del registro [fósil] que los aspectos conocidos» (3). Esa es la razón por la que los paleontólogos -sin despreciar los fósiles- fijan cada vez más su atención en otros bancos de pruebas, y muy particularmente en los estudios genéticos comparados.

El material genético de las especies vivas contiene las claves de su propia historia evolutiva. Buena parte del problema consiste en aprender a trabajar con muestras fósiles de ese material. Eso ha intentado un equipo de investigadores australianos, bajo la dirección de Alan Thorne, con muestras de ADN fósil de varios especímenes de antiguos H. sapiens. Tales estudios parecen poner en aprietos la versión clásica de la evolución humana, o sea, la suposición de que toda la humanidad reciente proviene de África.

Memorias de África

Desde hace bastante tiempo, casi todos los entendidos en el origen de H. sapiens aceptan la teoría conocida como Out of Africa. Según ella, nuestra especie apareció en África hace unos 200.000 años y después, hace unos 100.000, salió de allí y se extendió por los demás continentes, desplazando a neandertales y a H. erectus. Sin embargo, las recientes investigaciones llevadas a cabo con ADN procedente de fósiles de nuestra especie cuestionan que toda la humanidad venga de África.

Según la teoría multirregional, H. sapiens apareció en África, sí, pero hace más de un millón de años, para evolucionar después simultáneamente en África, Asia y Europa. Desde entonces, prosigue la hipótesis, ha habido un flujo genético incesante entre grupos humanos. Además, los defensores de la teoría del múltiple origen afirman también que neandertales y H. erectus no se extinguieron, sino que se aparearon con los H. sapiens llegados de África: en tal caso, serían «nuestros abuelos», y millones de europeos llevaríamos sus genes.

Milford Wolpoff, de la Universidad de Michigan, y Alan Thorne, de la Universidad Nacional Australiana, son los representantes más destacados de la teoría multirregional. El estudio dirigido por este último (4) parece demostrar que «la situación es mucho más compleja de lo que cualquiera de los defensores de la teoría Out of Africa hubiera imaginado», según declaraba el propio Thorne a Associated Press el pasado 9 de enero.

El ADN da una sorpresa

Los científicos australianos han analizado un fragmento de ADN del hombre de Mungo, que vivió en Australia hace 60.000 años, y de otros nueve especímenes, también australianos, que vivieron hace más de 8.000 años, todos ellos clasificados como H. sapiens.

Hasta ahora, las únicas muestras de ADN antiguo (de entre 28.000 y 45.000 años) que se habían analizado pertenecían a neandertales. Los resultados muestran que ese ADN es «lo suficientemente parecido a nosotros como para admitir que procede de un ser humano, pero tan distinto como para rechazar que pertenezca a un ser humano actual» (5). Esos resultados hicieron pensar enseguida que los neandertales y los humanos modernos son especies distintas. Pero faltaba comparar el ADN de los H. sapiens actuales con el de H. sapiens antiguos.

Eso es precisamente lo que acaban de hacer los científicos australianos. Y lo que de momento han visto es que el ADN del hombre de Mungo (H. sapiens antiguo) es distinto del ADN de los modernos H. sapiens. Con ello, podría estar desmoronándose la hipótesis de que los neandertales eran una especie distinta porque tenían un ADN distinto, y Wolpoff podría estar en lo cierto.

Existen, desde luego, otras posibilidades. Una de ellas es que las dos teorías, aunque aparentemente contradictorias, en realidad correspondan a diferentes momentos de la evolución humana: «Se podría decir que los cambios corporales acaecidos en la etapa de humanización [desde H. habilis hasta los H. sapiens arcaicos] habrían tenido lugar inicialmente según el modelo multirregional, y después, hace 150.000 años, se habría acelerado el ritmo del cambio, y una población única africana se expandiría por el mundo, desplazaría a las antiguas, y daría lugar a los diversos tipos humanos actuales» (6). Esta formulación podría ser una posible vía para conciliar las aparentes contradicciones entre el registro fósil y los genes.

Más incógnitas que respuestas

En cualquier caso, hay que dar la razón a Arsuaga cuando afirma que «cuanto mejor conocemos la evolución humana, más nos damos cuenta de lo extraordinariamente compleja, en número de ramas, que fue» (7). No se entiende, en cambio, que en un campo tan sembrado de incógnitas, a veces se hagan declaraciones como esta del propio Arsuaga: «La ciencia ya ha resuelto las cuestiones fundamentales: sabemos que procedemos de un primate, es decir, que no hemos sido creados por ningún ser superior, que somos producto de la evolución biológica» (El País, Madrid, 13-VIII-99). Y añadía: «Lo que hay que tener claro es que la evolución no se propone nada, no es nadie, no responde a ningún plan, a ningún propósito, no se dirige a ninguna parte».

Tales presupuestos nada tienen que ver con la ciencia. Con esa clase de dogmatismos se incurre en la manía cientifista de pretender reducir todos los argumentos a los propios y específicos de las ciencias experimentales.

Octavio Rico_________________________

(1) J.L. Arsuaga, El collar del neandertal (1999), Temas de Hoy, p. 87.

(2) D. Lordkipanidze, «Earliest Pleistocene Hominid Cranial Remains from Dmanisi, Republic of Georgia: Taxonomy, Geological Setting, and Age», Science, 12-V-2000; 288: 1019-1025.

(3) J.L. Arsuaga e I. Martínez, La especie elegida (1998), Temas de Hoy, p. 298.

(4) Cfr. M.H. Wolpoff et al., «Modern Human Ancestry at the Peripheries: A Test of the Replacement Theory», Science, 12-I-2001; 291: 293-297.

(5) J.L. Arsuaga e I. Martínez, o.c., p. 308.

(6) N. López Moratalla, «Origen monogenista y unidad del género humano: reconocimiento mutuo y aislamiento procreador», Scripta Theologica 32 (2000/1), p. 236.

(7) J.L. Arsuaga, El collar del neandertal , pp. 85-86.

Libros sobre Atapuerca

Los investigadores de Atapuerca han publicado diversos libros en torno a sus descubrimientos y a la evolución humana en general. Se puede destacar los siguientes:

Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez. La especie elegida. Temas de Hoy. Madrid (1998). 342 págs.

Los autores hacen un repaso de la evolución humana desde los primeros homínidos. La exposición es rigurosa, y a la vez didáctica y amena. Los datos se interpretan en clave antifinalista, y así, la conclusión es contraria a lo que afirma el título: el hombre no es una especie elegida; su diferencia con los demás animales es sólo de grado.

Juan Luis Arsuaga. El collar del neandertal. En busca de los primeros pensadores. Temas de Hoy. Madrid (1999). 311 págs.

Aquí Arsuaga se muestra más prudente. Resalta el misterio que envuelve a la posición del hombre en la naturaleza y, aunque propone una discutible hipótesis sobre el surgimiento de la inteligencia, deja la cuestión abierta. (Ver servicio 165/99.)

Eudald Carbonell y Robert Sala. Planeta humano. Península. Barcelona (2000). 263 págs.

El libro se propone responder a la cuestión: ¿qué nos ha hecho humanos? Los autores señalan varias adquisiciones decisivas en el proceso de humanización, desde el bipedismo a la actividad artística. Sostienen que la humanidad se fue haciendo de modo gradual y que la inteligencia no es una diferencia esencial: «La mente humana ha de ser concebida como un estado de la materia».

Josep Corbella, Eudald Carbonell, Salvador Moyà y Robert Sala. Sapiens. El largo camino hacia la inteligencia. Edicions 62. Barcelona (2000). 162 págs.

Esta obra, más breve y de inferior nivel técnico, es también la más asequible al gran público y la más ideológica de las cuatro. Corbella -periodista- coordina el volumen, en el que los otros coautores -científicos- se reparten el trabajo de describir las fases de la evolución hasta el H. sapiens. El libro refleja la concepción materialista de los autores, pero esta vez a base de afirmaciones mucho menos argumentadas.

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