Una vieja táctica para descalificar al contrario en los debates conflictivos es dar por sentado que a mí me asisten la razón y la ciencia, mientras que los demás se mueven por creencias irracionales o dogmas de fe. Dos libros publicados recientemente en Estados Unidos denuncian que este esquema de pensamiento, muy socorrido en tiempos de polarización, se está difundiendo sobre todo entre las elites progresistas del país.
Estados Unidos vive unos momentos de aguda rivalidad política. Los datos del Pew Research Center muestran que la diferencia entre las posturas de los dos grandes partidos se ha multiplicado casi por dos en los últimos 25 años. En este contexto, no es fácil que un libro sobre política haya sido elogiado por diarios conservadores y progresistas. Sobre todo, si se tiene en cuenta que The Righteous Mind (1) pretende ayudar a los demócratas a conquistar más votantes.
El autor, el estadounidense Jonathan Haidt, es un psicólogo social que se ha movido siempre en ambientes progresistas. Dice haber votado solo una vez al Partido Republicano. Fue en las primarias de Virginia en 2000 para apoyar a John McCain, con quien sintonizaba. Pero sus credenciales están fuera de duda: “Los liberales son mis amigos, mis colegas, mi ambiente social”, declara al Wall Street Journal.
Al igual que hizo George Lakoff en su libro No pienses en un elefante, Haidt se pregunta por qué los demócratas no entienden a los republicanos. Y también al igual que Lakoff, sostiene que muchos demócratas ven el enfrentamiento político a través de un marco simplista. Según ese marco, los republicanos ofrecen una visión cerrada del bien y del mal que activa los temores latentes del electorado. Para eso recurren a expresiones e imágenes fuertes –las famosas metáforas del terror– como “la guerra contra el terrorismo” o “el precipicio fiscal”. Los demócratas, en cambio, consideran que ellos apelan a la razón y ofrecen políticas sociales para un mundo complejo.
Las creencias liberales de los secularistas están tan extendidas que se toman por incuestionables
Una falsa tranquilidad moral
Para Haidt, el principal problema de esta visión es que instala a los demócratas en una falsa tranquilidad: están tan convencidos de que sus preferencias morales son superiores, que no hacen el esfuerzo de comprender a sus rivales. Por eso les cuesta admitir que la mitad del país vote a los republicanos porque prefiere sinceramente su visión del orden moral, y no por miedo.
Una prueba de que los demócratas se desentienden de las opiniones republicanas es su dificultad para reconocerlas. A partir de una encuesta a 2.000 estadounidenses, Haidt descubrió que los que se declaran progresistas se equivocan más que los conservadores al predecir cuáles son los juicios morales de sus adversarios. Por ejemplo, los conservadores saben que los progresistas rechazan la crueldad hacia los animales. Pero los demócratas no piensan que los conservadores también la rechazan.
Después de analizar debates éticos presentes en distintas culturas y contando con las respuestas proporcionadas por 130.000 internautas a un cuestionario en su web YourMorals.org, Haidt y sus colaboradores concluyen que hay seis ideas intuitivas que todas las culturas utilizan para sus normas morales: el cuidado, la imparcialidad, la libertad, la lealtad, la autoridad y la santidad. Sus investigaciones ponen de relieve que los progresistas y los conservadores norteamericanos coinciden en defender las tres primeras, aunque no les den el mismo significado ni la misma importancia. Pero solo los conservadores apoyan con una firmeza parecida las otras tres.
Con eso Haidt no quiere decir que los conservadores hayan encontrado el equilibrio perfecto entre las seis ideas. Pero sí cree que hasta que los demócratas no sean capaces de ampliar su registro moral, no podrán reconquistar a esa masa de votantes que les abandonaron en los años ochenta y que hoy pueden votar lo mismo a un partido que a otro.
Cuando uno se instala en la falsa tranquilidad de que sus preferencias morales son superiores, no hace el esfuerzo de entender a los otros
Los polémicos son los demás
En el prólogo de su libro Conscience and Its Enemies (2), Robert P. George, jurista de la Universidad de Princeton e incisivo pensador moral, denuncia la aparente neutralidad con que se disfrazan algunos progresistas para imponer sus ideas. Frente a su empeño por presentarse como relativistas, les pide que tengan la honradez de reconocer que también ellos tienen convicciones fuertes con las que aspiran a reformar la vida política y social.
“Cualquiera que adopta una postura en un debate conflictivo como el aborto, la eutanasia o el significado y la definición del matrimonio, está basándose en unos supuestos filosóficos (por ejemplo, metafísicos y morales). Son supuestos que los rivales en el debate han de discutir. Y aquí aparece la tentación de pensar que ‘no soy yo el que se basa en supuestos polémicos, sino los demás’”.
Para George, la existencia de discrepancias no es un problema para la convivencia democrática. Al revés, la confrontación de ideas –por muy distintas que sean– siempre es constructiva si se presentan con cortesía y respeto. Tras muchos años en la esfera pública, ha comprobado que “quienes asumen que sus afirmaciones pueden ser refutadas por los demás están más inclinados a reconocer que las personas de buena voluntad pueden, de hecho, discrepar. Incluso sobre cuestiones de profundo calado humano y moral”.
Exponerse al debate
El problema, por tanto, no es el desacuerdo sino la renuncia a la discusión racional hasta las últimas consecuencias. George ilustra esta idea con un ejemplo: cuando escogió el título de su nuevo libro (“La conciencia y sus enemigos”) supuso que a muchos de sus colegas progresistas les resultaría demasiado rotundo. Pero entonces pensó en la “guerra contra las mujeres”, expresión utilizada por los demócratas en las elecciones de 2012 para descalificar la oposición que muchos republicanos estaban llevando a cabo frente a la ampliación por parte del gobierno de Obama de los llamados derechos reproductivos (cfr. Aceprensa, 4-09-2012 y 29-06-2012).
A George le parece bien que quienes crean en ese lema tan crudo lo utilicen. Pero les pide que reflexionen sobre lo que están defendiendo, entre otras cosas: “que proteger al no nacido de la muerte violenta por aborto (…) es una violación de la libertad y de la igualdad de las mujeres. Y que oponerse a que se obligue a los empleadores, incluidos aquellos con sinceras objeciones morales y religiosas, a que cubran la financiación de la píldora del día siguiente, la esterilización y los anticonceptivos en los seguros médicos, es una negación del derecho de las empleadas a la ‘atención sanitaria’”.
“Vamos a debatir sobre esas cuestiones”, propone George. “Saquemos a la superficie esos supuestos y también los de la posición contraria. Examinémoslos con atención para ver si resisten un escrutinio racional y crítico”.
A juicio de George, ese examen implacable sobre el rigor de las propias convicciones es lo que hoy les falta a muchos progresistas: “Tanto en los debates organizados como en otros informales con mis amigos y colegas de la Universidad de Princeton, con otros profesores, intelectuales públicos, autoridades políticas, he descubierto que las creencias liberales de los secularistas están tan extendidas que se toman por incuestionables. En consecuencia, muchos de los que trabajan en estos ambientes elitistas caen en la tentación de pensar que cualquiera que discrepa de ellos se mueve por odio o por fundamentalismo religioso. La ciencia y la razón, piensan muy seguros, les asisten”.
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Notas.
(1) Jonathan Haidt, The Righteous Mind. Why Good People Are Divided by Politics and Religion. Pantheon Books (2012). 419 págs.
(2) Robert P. George, Conscience and Its Enemies: Confronting the Dogmas of Liberal Secularism. American. Ideals & Institutions (2013). 384 págs.