La pintura de Fernando Delapuente, que contiene una aparente inocencia, encierra una gran originalidad. Combina un hábil manejo de la línea con planos de colores vibrantes. Genera intensos contrastes cromáticos que los convierte en su seña de identidad. Su concepto de paisaje urbano integra la libertad de concepción y de imaginación, más propios de los paisajes rurales románticos. Llega así a un estado de fantasía que evoca la ilustración infantil, pero sin abandonar la referencia a los cánones clásicos de la pintura.
Si ahora una exposición celebra el cincuenta aniversario del fallecimiento del pintor cántabro Fernando Delapuente, no podríamos decir que estas líneas son un obituario al uso, aunque, de alguna manera, vamos a glosar, a modo de homenaje, su vida y sus logros.
Cuarto de los seis hijos de José Manuel De la Puente Quijano y de Victorina Rodríguez Irún, nuestro artista nace en Santander el 25 de abril de 1909, en un chalé del paseo de la Concepción, hoy paseo de Menéndez Pelayo.
Ya a los siete años despuntaba en sus dibujos: tan es así, que a los catorce pintó su primer óleo, que aún se conserva. Es una tablita que representa a unos gitanos acampados en Nestares, al lado de Fontibre, donde nace el Ebro.
Pero Delapuente no es solo un pintor. Antes de comenzar sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, comienza Ingeniería Industrial, siguiendo los pasos de su hermano Ignacio.

Concluida la carrera de Ingeniería, se coloca en la fábrica azucarera de La Poveda. Dos años después se produce el levantamiento militar contra el Gobierno de la República. En los primeros compases de la guerra es detenido y llevado a la checa de Bellas Artes. Tras pasar un período preso, es puesto en libertad y se refugia en la Embajada de Cuba donde estará dos años. Finalmente sale gracias a un canje de prisioneros, y al llegar al territorio dominado por el otro bando se presenta a los cursos de teniente provisional en la Academia Militar de Burgos. Los últimos meses de la contienda es destinado a tierras de Gerona, donde conocerá a Álvaro del Portillo, ingeniero como él y movilizado en la misma zona. Esta amistad definirá su vida personal, pues será lo moverá a incorporarse al Opus Dei como miembro numerario en 1940.
Ocho etapas
Al término de la Guerra Civil se reincorpora a su antiguo trabajo y consigue finalizar los estudios en San Fernando. A partir de este momento comienza a realizar un buen número de obras, principalmente retratos. Esta es su primera etapa, la que él denomina clásica.
Nos da pie la mención de esta etapa artística para enumerar todas las que componen su trayectoria pictórica. A la clásica le seguiría una etapa fauve; una tercera dedicada a Castilla; otra, la cuarta, de retorno a lo fauve, dedicada a las ciudades de Italia; un quinto período, el de Madrid, iniciado en París, que es la etapa de los amores, los recuerdos y las emociones acrecentados por la distancia; un sexto período, en torno a 1964, en el que fecha cuadros abstractos; otro, el del Madrid entrañable. Por último, el octavo es el de los bodegones pintados en 1956, que constituyen una fase en sí misma. En este conjunto de etapas por las que pasa su pintura están comprendidas las casi mil trescientas obras que realizó.
El color en Italia
Tras unos años trabajando en la azucarera, deja el puesto para presentarse a catedrático de Dibujo en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid. Obtenida la plaza, da clase allí hasta que en 1949 se traslada a Roma y comienza una nueva etapa en su vida, tanto profesional como artística.
Durante este período tiene la oportunidad de ver al natural la obra de pintores como Giorgio de Chirico, Carlo Carrà o Amedeo Modigliani, que aún no había tenido la satisfacción de contemplar directamente. El impacto que producen estos artistas en el arte de Delapuente se materializa en su gran sencillez y su espíritu creador. Además, siente que Italia le enseña fundamentalmente dos cosas: la poesía entendida como lo que hay de poético en el ambiente, calando en los pintores que allí viven, y el conocimiento del color.

A su vuelta a España, en 1953, se instala en Madrid y comienza su tercera etapa pictórica, centrada en Castilla. Pinta con una paleta de amarillos, inspirados en Vincent van Gogh, y colores cenizos. Al mismo tiempo, comenzará en estos años la serie dedicada a la Ría de Bilbao, que estará dividida en dos momentos, este de 1955 y otro en torno a 1966.
El género de la naturaleza muerta está también presente en estos años, aunque es uno de los que desarrollará durante toda su carrera artística, y que evidencia la evolución que experimenta su pintura. Los primeros bodegones los realiza en los años cuarenta con un marcado sello academicista. Será a mediados de los cincuenta cuando imprima un estilo más personal. Estas obras manifiestan un lenguaje sintético definido por el planismo de las composiciones, que se refuerza con el uso de grandes superficies monocromáticas, y la simplificación en el empleo del dibujo y la representación de los objetos.
París y Londres
El salto a París lo da gracias a las buenas opiniones que recibió por parte de artistas y críticos de la muestra que hizo en las Galerías Layetanas de Barcelona. Esto fue muy importante, ya que era su primera exposición individual. Siempre deseó establecerse en la capital francesa para estar en contacto con las tendencias pictóricas, pero los primeros años fueron duros, al no contar con una cartera de exposiciones y, por tanto, ser considerado como un principiante. Finalmente consiguió exponer en 1957 en la Galería Bénézit.

Al igual que la naturaleza muerta, el retrato, como género, también estuvo siempre presente en la obra de Delapuente. Lo consideraba una expresión íntima que sale del fondo del corazón del artista y, como tal, debe quedar reflejada en el lienzo. Busca en todo momento descubrir la espiritualidad de su modelo. El artista encuentra un nexo de unión entre el modelo y él mismo. Para él, dominar el retrato es fundamental, porque “la figura humana es lo más importante, por ser el hombre la mayor obra de Dios. Retratar al hombre es, pues, retratar a una criatura hecha a imagen y semejanza del Altísimo” (José Luis Vázquez-Dodero, “Delapuente”, en Artistas Españoles Contemporáneos, n.º 57, Madrid, 1973, p. 21).

En 1958 la muerte de su padre provoca su vuelta a Madrid. Aprovechando este segundo regreso a España, acomete otra de sus series, la dedicada a la tauromaquia. Sin eludir el dramatismo de las escenas, el artista no sobrecarga la tensión y prescinde de los elementos cruentos. Así, además de los protagonistas, a los que considera amigos y no enemigos que se recelan, incorpora al público.

Unos años después viaja a Londres. En la capital británica pasa una larga temporada, donde principalmente toma apuntes de la ciudad. Es una urbe, que al igual que París, le captó y a la que hará viajes regularmente a partir de este primero.
Breve paso por la abstracción
Tras su retorno de Londres da comienzo una nueva etapa pictórica, en la que se asoma a la abstracción. Es un campo en el que no termina de sentirse cómodo, aunque le permite descubrir aspectos nuevos de la pintura. La abstracción en la pintura de Delapuente está circunscrita a un período concreto, entre 1964 y 1966.
El hecho de que Fernando Carrasco, un cosechero de Jerez de la Frontera, le invitara a visitar Andalucía, motivó que descubriera una nueva tierra que fue recogiendo en dibujos y bocetos. A su regreso a Madrid, trasladó a los lienzos todos esos apuntes, lo que dio como resultado la serie Andalucía.
Durante los años 1966 a 1968 se embarca en un proyecto para el hotel Meliá Don Pepe, de Marbella. Realizará veintidós lienzos en los que retrata a figuras femeninas. Principalmente acomete estos retratos, con fondos neutros, aproximándose al estilo fauvista en el uso de un dibujo sintético y composiciones sencillas.
Será en la década de los años setenta cuando regrese a sus orígenes, Santander, en el verano de 1971. Allí pinta y hace apuntes tanto de la ciudad como de las tierras cántabras. Aun así, continúa viajando: en 1973 visita Nueva York y Marruecos. Esta incursión motivará la serie Marruecos, compuesta por doce telas.

En 1974 viaja a América Central, que le inspirará la serie Caribe, donde descubre la luz de esas tierras, que le fascinó de tal modo, que elevó sus exigencias de color. La vegetación exuberante de esas latitudes en combinación con el sol ardiente que se proyecta y penetra sobre ella de una forma incisiva genera una combinación de espacios en la que conviven la claridad vivísima en contraste con la oscura sombra que envuelve todo el espectro tropical. Toda esta serie la expondrá al año siguiente, en 1975, en la galería Columela de Madrid. El día 1 de noviembre, cuando aún estaba abierta esta exposición, falleció en su domicilio de Madrid.
Curator de la Universidad de Navarra
Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Navarra