Resurgir religioso: tres hipótesis

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La religión se abre lugar en el espacio público

Este verano fui a ver a unos vecinos de la infancia cuyo hijo está escolarizado en un colegio de inspiración católica. No siendo una familia muy practicante, me pregunté y les pregunté: ¿Por qué habéis elegido esta escuela, habiendo otras en la ciudad? La respuesta que dieron fue, resumidamente, esta: por los valores. Y precisaron: ante el panorama social, en ese colegio encontramos “normalidad”.

Una pregunta similar me hago cuando leo noticias sobre el creciente número de bautizos en lugares donde no se los esperaba, en países donde el proceso de descristianización es acentuado: por ejemplo, Francia, Reino Unido, Bélgica e incluso Suecia. Lo llamativo es que el perfil mayoritario es el de a) jóvenes, b) hijos de nuestra época, c) personas que no han tomado esa decisión por sugerencia de sus padres. La pregunta que me viene es: ¿por qué vuelven?, ¿qué tiene el cristianismo que atrae a esas personas? Sugiero a continuación tres respuestas.

Una reacción contra las falsas libertades

La primera consiste en atribuir ese fenómeno a una cuestión de moda. Es decir, ¿se estará percibiendo la fe como algo revolucionario en una sociedad que ya no cree en nada? Si es así, ser conservador y apreciar la religión católica sería algo punk por ser distinto. Eso podría explicar la aparición de influencers y la producción de películas que muestran un interés por la fe católica como fondo narrativo y simbólico. Dos ejemplos recientes, ya muy comentados, son estos: por un lado, Rosalía, cuyo último disco contiene numerosas referencias religiosas; por otro, el film Los domingos, que muestra la decisión de una chica que quiere ser monja.

Si se mira más allá de España y se observa, por ejemplo, Francia, un estudio realizado por Famille Chrétienne y Aleteia revela que, con una muestra de casi 900 catecúmenos, el 78 % de ellos ha sido influido en su acercamiento a la fe católica por las redes sociales y que el 84 % sigue a creadores de contenido cristiano. Del total, el 73 % tiene entre 17 y 35 años, y el 44 % es menor de 25. Además, el 65 % proviene de un entorno familiar no creyente y aproximadamente la mitad afirma haber descubierto la fe por iniciativa propia. Las conclusiones señalan que los jóvenes catecúmenos, especialmente aquellos entre 15 y 18 años, practican su fe por elección personal y asisten a misa por convicción, incluso en algunos casos sin contar con el respaldo de su familia.

Además de por la influencia de algunas celebrities, el despertar religioso puede deberse a que muchos jóvenes occidentales están redescubriendo el valor del legado cultural cristiano

Si se amplía aún más el foco y se mira al mundo occidental a gran escala, y en concreto al amplio sector denominado comúnmente como conservador, entonces podrían incluirse personalidades como Jordan Peterson, Charlie Kirk y quienes se manifiestan contra la cultura woke; así como cantantes que han dado un giro hacia la espiritualidad como Farruko o Daddy Yankee.

Si esta corriente es una moda, entonces es una moda que puede estar canalizando algo más profundo, pues percibo diálogo y reflexión en lo que se está produciendo. Al constatar el mundo líquido en el que vivimos (en especial en cuestiones de sexualidad, género, formas de convivencia, inicio y fin de la vida, etc.), me pregunto: ¿No estará naciendo una tendencia a considerar que esas “libertades”, más que liberar, provocan una sensación de vacío en las generaciones que llegan?

Occidente redescubre un tesoro

Una segunda posibilidad, que no excluye la anterior, es atribuir el motivo de esa reacción cultural a una razón pragmática. El mundo de la comunicación y el marketing enseña que es más fácil incentivar la compra de quien ya compró una vez que llegar a consumidores nuevos. Aplicado a la religión, me cuestiono si el mundo occidental no estará sintiendo un nuevo interés por algo que reconoce como propio. Quizá se esté empezando a valorar que puede haber algo de bueno y de sensato en aquello que apreciaron nuestros abuelos. El libro Feria, de Ana Iris (2020), quizá pueda situarse en este marco.

Una tercera explicación, que también puede incluir las anteriores, está inspirada en la lectura del libro Desafíos entre fe y cultura. Dos hermanos de sangre en la dinámica de la modernidad, de Paul O’Callaghan (2023), y es esta: hoy parece renacer la intuición de que existe una “fuerte razonabilidad” en las propuestas antropológicas, sociales y políticas inspiradas por la fe católica.

Si es así, en realidad estaría sucediendo algo que ya vivió el cristianismo en los primeros siglos, cuando trató de explicar que la fe –Jesucristo– tenía que ver con la inteligibilidad que los griegos percibían en toda la realidad. Es decir, siendo Cristo el logos divino, Él era quien infundía sentido, orden y armonía a la existencia material.

Algo parecido podría estar ocurriendo hoy, en parte porque ese enfoque quedó parcialmente aparcado en la historia. El motivo de esa pérdida está relacionado con la postura de un hombre del siglo III llamado Arrio, que afirmó que Cristo, pudiendo ser mediador entre Dios y el mundo –para dar sentido a la realidad–, no podía ser en verdad mediador y “Dios” al mismo tiempo; a lo sumo, podía ser una degradación de la divinidad.

El cristianismo posterior, entonces, para defender la divinidad de Cristo dejó un poco de lado la reflexión sobre la mediación cósmica del mismo Cristo, centrándose en transmitir que la comprensión de todo –de Dios y del mundo– había que buscarla en la fe, no a través de la realidad misma. En pocas palabras, dejó en segundo plano la metafísica. Acercarse a la inteligibilidad de la realidad podía ser de nuevo un terreno peligroso.

Esa actitud originó un movimiento de péndulo en sentido contrario. Empezó a crecer la idea de que la fe era presuntuosa –por tener la pretensión de explicarlo todo– y, entre los siglos XV y XVIII, algunos pensadores establecieron que el hombre debía razonar únicamente en base a su experiencia. Es lo que se considera el inicio de la modernidad, que dejó grabada la célebre frase sapere aude, “atrévete a pensar”. Tan grabada la dejó que ahí seguimos. Hoy en día es la persona humana la que siente el peso de conferir logos a la realidad. Cada uno debe dar sentido ontológico a… todo: la propia vida, la historia y cualquier otro aspecto de la realidad. Esto es parte del ADN heredado de la modernidad.

Un nuevo movimiento de péndulo puede estar surgiendo hoy. Si es así, quizá exprese que jugar a ser dioses parece entusiasmante, pero también puede ser agotador para un ser humano. Junto con las bondades de la modernidad, muchos perciben de modo desconcertante cómo la arbitrariedad está en la base de algunas políticas sociales, familiares, culturales y económicas. Y surge la duda de si no habrá alternativas mejores.

La hipótesis, por tanto, es esta: quizá se empieza a intuir que puede haber una verdad buena y razonable en las propuestas de la fe católica. Quizá atraiga el no tener que jugar en serio a ser dioses. Y quizá resulte aún más atractivo descubrir que puede haber alguien —un logos divino— que quiera cuidar a las personas a través de la realidad.

En conclusión, si algo de verdad hay en esas hipótesis, este fenómeno parece indicar que se está ampliando un camino de evangelización: el de mostrar con naturalidad la propia fe y el fruto existencial de una vida alimentada por la fe. Y es que todos estamos en permanente búsqueda de razonabilidad, bondad, vida divina y humanidad.

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