De cómo un neurocirujano llega a afirmar la existencia del alma

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De cómo un neurocirujano llega a afirmar la existencia del alma
“El pensador”, de Auguste Rodin (CC Nicolás Pérez)

El Dr. Michael Egnor, de 69 años, es un neurocientífico estadounidense, neurocirujano pediátrico y profesor del Departamento de Cirugía Neurológica de la Universidad de Stony Brook desde 1991. En su nuevo libro, The Immortal Mind, coescrito con la periodista canadiense Denise O’Leary, Egnor se basa en sus más de 7.000 cirugías cerebrales y las de otros muchos especialistas para rebatir la visión materialista de la persona humana.

En su libro, subtitulado “Argumentos de un neurocirujano a favor de la existencia del alma”, Egnor aborda preguntas del tipo: ¿Existe alguna diferencia entre la mente y el cerebro?; ¿Qué revelan sobre la consciencia los siameses y los pacientes a los que falta una parte del cerebro?; ¿Las llamadas experiencias cercanas a la muerte son una prueba de que existe el alma? Partiendo de fascinantes estudios de casos médicos y pasando por las reflexiones filosóficas de Aristóteles y Tomás de Aquino, este científico pone en cuestión el relato materialista de que solamente somos nuestro cerebro.

Egnor critica la visión naturalista de la autoconciencia y afirma su supervivencia más allá de la muerte, con argumentos tomados de la ciencia, la filosofía y la espiritualidad. Su razonamiento parte de hechos comprobados en distintos campos experimentales:

— La cirugía cerebral a menudo disecciona porciones substanciales del cerebro sin afectar su capacidad de abstracción o la autoconciencia.

— Los pacientes epilépticos agudos que han sufrido una cirugía de división o partición del cerebro a través del cuerpo calloso para atemperar los síntomas correspondientes continúan teniendo una única personalidad a pesar de la separación prácticamente total de los hemisferios cerebrales. Esto mismo se ha observado en pacientes nacidos sin el cuerpo calloso.

— La estimulación eléctrica del cerebro a cráneo abierto por medio de electrodos puede causar movimientos involuntarios, inducir sensaciones y emociones, o provocar recuerdos, pero nunca pensamientos abstractos o matemáticos, lo que indica que no provienen del cerebro, aunque éste los posibilite.

— Cada uno de los gemelos siameses que comparten el cerebro también revelan una personalidad independiente en cuanto a sus ideas y decisiones.

Egnor sostiene que el materialismo no consigue explicar cómo los conceptos abstractos y las decisiones libres pueden surgir del cerebro

— Los niños nacidos sin dos tercios del cerebro pueden llegar a un desarrollo completamente normal. Del mismo modo, hay niños nacidos con hidrocefalia sin apenas o ninguna masa cerebral que llegan a vivir varios años y desplegar una actividad comunicativa, aunque no puedan andar o hablar.

— Las experiencias cercanas a la muerte (ECM), o conjunto de percepciones y sensaciones que algunas personas han experimentado estando a punto de morir –sensaciones de paz, flotar fuera del cuerpo, encontrarse con familiares fallecidos, tener una visión panorámica de su vida…–, demuestran que la autoconciencia opera independientemente de la actividad cerebral y apuntan a un mundo espiritual. Las ECM incluyen una percepción clara de la realidad a pesar de la falta de oxígeno en el cerebro, y una quinta parte de ellas son experiencias sensitivas fuera del cuerpo totalmente congruentes con la realidad. Y todo ello, con independencia de la cultura o la religión de los individuos que las tienen.

Los conceptos y la libertad vienen de otra parte

De datos como los anteriores, Egnor deduce que el materialismo no consigue explicar cómo los conceptos abstractos pueden surgir del cerebro, y sostiene que ni el razonamiento ni la voluntad libre pueden proceder de la evolución. La conclusión es que disponemos de un alma inmaterial de la que proceden facultades como la de razonar y de actuar libremente, y en particular la capacidad de autocontrol: de vetar intencionadamente una acción cuando se hace consciente.

Egnor concibe el alma humana siguiendo a Aristóteles y a Tomás de Aquino: como lo que nos capacita para ver, oír, conversar, sentir, razonar, escoger…, o sea, las actividades propias de un ser humano vivo. Pero ambos ya notaron que mientras que algunas de esas capacidades provienen obviamente del cuerpo material mismo (hoy diríamos: del nervio óptico, la zona auditiva cerebral, etc.), otras no parecen tener el mismo origen, pues ningún órgano biológico puede tener pensamiento abstracto ni capacidad de creación o elección, y esto lo corrobora la neurociencia actual.

Un corolario es que la inteligencia artificial nunca podrá ser consciente, porque las máquinas, como no son seres vivos con alma, carecen de entendimiento y voluntad, y sus operaciones dependen de algoritmos que manejan aspectos puramente formales de un significado profundo al que no pueden llegar.

El libro de Egnor es un buen resumen de los argumentos neurocientíficos en torno a la existencia del alma, desarrollados de un modo asequible al lector educado medio y apoyados en su experiencia personal y en mucha bibliografía relevante y bien resumida. El autor anota que, según ha podido ver, muchos neurocirujanos están de acuerdo con sus tesis, pero no quieren reconocerlo públicamente para no arriesgarse a perder sus puestos.

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