“Todo está lleno de dioses”, o un examen del problema mente-cuerpo

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“Todo está lleno de dioses”, o un examen del problema mente-cuerpo
Ayman Haykal/Shutterstock

David Bentley Hart es un filósofo, teólogo cristiano ortodoxo y comentarista cultural, de 60 años de edad y gran prestigio académico. Actualmente es Templeton Fellow del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Notre Dame y su investigación se centra en la filosofía de la mente. Su libro más reciente, All Things are Full of Gods (2024), es una profunda y completa exploración del debate sobre los grandes misterios que aparecen cuando se reflexiona honradamente sobre el hecho de que podamos pensar.

Tales de Mileto afirmaba que todas las cosas están llenas de dioses, lo que para él era totalmente compatible con sus investigaciones en astronomía y matemáticas. En efecto, señala Hart, antes del advenimiento del paradigma mecanicista en la edad moderna, la filosofía más desarrollada, tanto en Oriente como en Occidente, asumía que lo mental y lo trascendente constituían la verdad original de las cosas. Esto es lo que quiere recuperar él sin renunciar a las adquisiciones de la filosofía y de la ciencia modernas. De hecho, los autores de la revolución científica moderna partían de la mente, convencidos de que la naturaleza es racional, lo que posibilita que la materia obedezca a leyes y sea investigable.

La tesis principal de esta obra es que “la mente no es reducible a causas exclusivamente materiales”. Hart también rechaza la disociación, típica del dualismo cartesiano, entre una naturaleza mecánica y el alma: “La vida misma es desde el principio la lógica ‘orgánica’ del orden material, y no emerge de tal orden, sino que lo crea, gobierna, forma y vivifica desde dentro”.

Hart presenta este argumento al modo de un diálogo platónico, en una conversación entre los dioses clásicos Psique, Eros, Hermes y Hefesto, lo que aporta viveza y cercanía. Hefesto representa la visión mecanicista, y Psique, la que propone el propio Hart, quien, en honor a la verdad, la expone a una exhaustiva crítica por parte de aquél. Eros y Hermes intervienen mucho menos y tienden a apoyar a Psique.

El naturalismo metodológico, o sea la idea de que la ciencia debe limitarse a investigar las causas materiales, ha acabado en el naturalismo metafísico de sostener que solo hay casuas materiales

Psique “se asombra de lo acostumbrados que estamos a la consciencia y a la vida”, cuando, subjetivamente, “todo lo que existe está totalmente inmerso en la consciencia”. Esta no es un fenómeno entre otros, sino que constituye “el marco y posibilidad de cualquier otro fenómeno”. La autoconciencia es un dato previo a la ciencia, por lo que nunca podrá encontrarse ninguna explicación puramente empírica de la relación entre lo mental y lo físico. La cuestión no tiene nada que ver con las limitaciones de nuestras técnicas científicas actuales; es sencillamente un problema lógico, y pensar de otra manera supone un compromiso de partida de la investigación científica con un naturalismo metodológico, con la idea de que la investigación sobre la consciencia ha de restringirse a las causas materiales, lo que ha evolucionado a un naturalismo metafísico para el que esas son las únicas causas que existen.

Irreducibilidad de la mente a la materia

La mente será siempre un problema para la filosofía materialista. Y es que, afirma Psique, la “realidad primordial del universo es la mente”, lo que constituye un idealismo en el sentido clásico aristotélico, que contempla la mente y la vida como una misma realidad. “La propuesta inversa de reducir la mente a la materia supondría la eliminación de la mente”. Un método estrictamente cuantitativo no puede iluminar un fenómeno estrictamente cualitativo como la consciencia; ni un método estrictamente objetivo puede iluminar una experiencia esencialmente subjetiva.

La noción de que la experiencia subjetiva es reducible a la objetiva es ilógica. Es como afirmar que mi carisma es reducible a mi estatura. Hasta las más básicas de las experiencias cualitativas diarias –por ejemplo, dice Pisque, “la satisfacción que experimento al habérseme ocurrido una inteligente respuesta o mi frustración por haberla imaginado demasiado tarde”– es el tipo de experiencia mental inútil que desafía al paradigma funcional materialista. En realidad, “las restricciones propias de las ciencias las inhabilitan para investigar empírica o teóricamente los estados mentales internos”.

No digamos nada de la abstracción conceptual, que el mecanicismo podría explicar, según Hefesto, como “la sucesión de impulsos sensoriales condensados”. Psique replica que “los procesos mecánicos son una serie de sucesos determinados por causas puramente físicas, que obedecen a leyes impersonales, mientras que el pensamiento es un proceso determinado por asociaciones simbólicas e implicaciones racionales”. Por tanto, “aunque los eventos eléctricos neurológicos sirvan de vehículos de transcripción de los pensamientos, no se identifican con su contenido lógico y semiótico”.

“Los procesos neuronales están determinados por causas puramente físicas, que obedecen a leyes impersonales, mientras que el pensamiento es un proceso determinado por asociaciones simbólicas e implicaciones racionales” (David Bentley Hart)

La tesis fisicalista obliga a sostener que nadie llega a creer nada basándose en razones, sino como resultado de sucesos neurológicos irracionalmente encadenados, que aparentan tener un correlato lógico al modo de la interfaz de la pantalla de un ordenador; pero eso es solo un disfraz epifenomenológico de un sistema físico que procesa y convierte estímulos en comportamientos. Entonces, los razonamientos, la intencionalidad y el libre albedrío son una ilusión: no existen razones, solo causas. Sin embargo, la experiencia de llegar a una conclusión nos dice todo lo contrario.

Así sentencia Psique: “La estructura lógica de una deducción racional ni es ni puede reducirse a una serie de contingencias bioquímicas ni las conexiones conceptuales entre una premisa y una conclusión pueden identificarse o seguir el mismo itinerario causal que las conexiones de la neurología cerebral”.

Teísmo

Hart aboga por un concepto teísta e idealista de la consciencia, entendida como un entrelazamiento de la mente, el lenguaje y la vida. Defiende una visión inmaterial del cosmos a partir de la existencia de la mente divina, que explica la realidad de arriba abajo, y de una consciencia entendida como partícipe de dicho cimiento mental del universo.

Psique se refiere, así, a la búsqueda, por parte de la mente, de “un horizonte infinito de inteligibilidad que, a falta de un término mejor, llamaríamos Dios”. Y concluye que “la existencia del universo es solamente posible como resultado de un acto infinito de inteligencia, al que de nuevo nos referiríamos como Dios”. La mente es la base de la realidad y la mente infinita, la de Dios, es la fuente, fin y acompañamiento de toda mente finita. El universo que experimentamos rezuma significados y teleología, frutos de una mente que responde a la vida en la que está inmersa.

Concebir la mente como una computadora implica el error de confundir los contenidos del conocimiento con el conocimiento de los contenidos

La mente, la vida y la IA

En esta línea, añade Psique, “los peores males políticos, sociales y administrativos de la edad moderna tardía han sido motivados y racionalizados por este enfoque de la vida a modo de mecanismo y de la naturaleza humana como un tipo de tecnología”, conectando así con las tesis de McGillcrist. En este sentido, Hart advierte, con respecto a la inteligencia artificial, de su potencial de hacernos revivir el “mito de Narciso, mirándose al espejo, aunque sea solamente nuestro propio pálido reflejo, e imaginándonos otro ser pensante que nos devuelve la mirada”. Pero el problema de la concepción de la mente como una computadora es la confusión de “los contenidos del conocimiento con el conocimiento de esos contenidos”. Un ordenador no tiene memoria realmente, al igual que un libro no recuerda un texto. El software es una imposición del programador de arriba abajo. Modelos del lenguaje tales como ChatGPT son grandes productos de la tecnología, pero no entienden ni el lenguaje ni nada. De hecho, al generar lenguaje por medio de “la mayor probabilidad estadística de la palabra siguiente” en una frase, constituyen un “simulacro de sintaxis y semántica”.

“Si la vida y la mente son una sola cosa, entonces la vida es también un tipo de semántica racional y sintaxis”, y el significado (la semántica) nunca es reducible al orden (la sintaxis). Respecto a la evolución del lenguaje, “no puede simplemente haber ascendido desde ‘abajo’ sino que existe primariamente como causalidad ‘superior’ informando niveles ‘inferiores’ de causalidad”. Los niveles superiores utilizan las unidades de los inferiores, al modo en que las palabras se basan en los fonemas, las oraciones en palabras, los párrafos en las oraciones, las historias en párrafos y el significado en historias, todos condicionados de arriba abajo.

La incoherencia del emergentismo

Hart es un idealista, pero no de la variedad clásica berkeliana, pues contempla el mundo material no como un espejismo, sino como una emanación real y dependiente de un mundo noético trascendente. Cita a Schelling, el filósofo idealista alemán, para quien la naturaleza es el espíritu visible y el espíritu es la naturaleza invisible. La propuesta de Hart no es un puro idealismo clásico que –así como para la filosofía materialista todo es materia– aboca en un solipsismo mental.

Por otro lado, la idea de la simple emergencia de la consciencia de la materia es como un juego de magia. Esto lo plasma Hart en su devastadora crítica de los diferentes intentos que se quedan en la órbita del fisicalismo sin romper con el paradigma materialista, incluso por parte de autores que reconocen la interioridad y la consciencia como irreducible a la materia, pero que aun así se amoldan a las reglas del naturalismo científico. En este sentido, Hart prefiere la opción por el puro materialismo de Patricia Churchland, más coherente que el emergentismo de un Daniel Dennett.

La tesis de Hart no compite con las causas físicas tales como la velocidad, el movimiento o la fuerza. Al contrario, constituye una descripción más amplia en términos de la teoría del cambio en Aristóteles –de potencia a acto– y de los cuatro tipos de causas aristotélicas, –eficiente, formal, material y final–, que en realidad son razones o explicaciones del porqué del ser de las cosas. Quizá toda la existencia consiste en “la forma descendiente en la materia y la materia ascendente en la forma causando la vida y todas las cosas”. Está claro que cuerpo y alma constituyen una unidad psicosomática, lo que no supone problema alguno para la teología. Somos cuerpos animados y el alma es el yo real, no simplemente los átomos de mi cuerpo –que van cambiando continuamente con el paso del tiempo–, sino el dinámico patrón de complejísima información en que se organiza la materia. Al igual que Tomás de Aquino, Hart piensa que el alma es la causa formal del cuerpo, es decir, el contenido informativo que será recordado y reconstituido por Dios al final de los tiempos, aunque nuestros cuerpos decaigan, según explicaba, por ejemplo, John Polkinghorne.

Psique-Hart tiene la esperanza de que los humanos “lleguen quizá a reconocerse como seres espirituales inmersos en un mundo espiritual en vez de máquinas consumidoras que habitan una máquina, y recuerden aquello que subyace más profundamente en sí mismos: una mente viviente, la raíz divina de la vida y la consciencia y la participación en un acto infinito de pensamiento y comunicación, habitando un universo lleno de dioses y de Dios”.

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