Pedro Sánchez, el «underdog» español que sonrió a los sondeos electorales

publicado
DURACIÓN LECTURA: 7min.

Pedro Sánchez en un acto de campaña en Valencia
(Foto: Eva Ercolanese/CC BY-NC-ND 2.0)

 

La gran sensación de las elecciones generales españolas ha sido el inesperado resultado: una victoria pírrica del Partido Popular (136 diputados) y un leve aumento del partido socialista (122 diputados). Ni el consenso generalizado sobre el ganador de los debates electorales ni los sondeos llevados a cabo por las consultoras especializadas –sin tener en cuenta las encuestas oficialistas, en cuyos resultados disparatados nadie confiaba– acertaron en prever cómo acabaría el escrutinio de la noche electoral: con un underdog –probable perdedor– dándole un buen bocado al ganador.

La mañana electoral del 23 de julio comenzó con temperaturas muy elevadas, como era de esperar a finales de julio, y unas vías de tren que no permitían a los viajeros procedentes de Valencia llegar a sus mesas electorales en Madrid. Igualmente, se intuía una amplia participación electoral (que al finalizar la noche alcanzó el 70,18%, casi cuatro puntos más que en 2019). Es decir, los españoles tenían ganas de votar y, según se preveía por los comentarios posdebate y los sondeos electorales, tenían ganas de votar al Partido Popular. 

Se suponía una jornada sin excesivos sobresaltos, con una amplia y plácida victoria por parte del bloque conservador. Entonces se cerraron las urnas, se empezaron a contra los votos y se instauró la conmoción entre los espectadores con el escrutinio ya pasando el ecuador: Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, iba a ganar, pero no como se esperaba; Pedro Sánchez, del partido socialista, iba a perder, pero no tan estrepitosamente como presagiaban los resultados de las elecciones autonómicas y municipales de mayo. Unos comicios que tiñeron de azul, incluso aquellas autonomías que históricamente habían sido socialistas, y que llevaron a convocar estas elecciones generales que, por inferencia, se presuponían con el mismo resultado, pero a gran escala.

Un “cara a cara” victorioso

La sorpresa electoral –para bien y para mal, según se votase en las urnas– fue pasmosa, precisamente por el sentir previo y generalizado de una victoria de los populares debido a una serie de expectativas generadas. 

Tras la debacle de las elecciones autonómicas y municipales para los socialistas, la segunda piedra de toque de una campaña electoral que prometía ser movidita fue el “cara a cara” televisado del pasado 10 de julio entre los candidatos de los dos principales partidos políticos, Núñez Feijóo y Sánchez.

Se trataba de un encuentro esperado. Un enfrentamiento –mejor dicho, una sucesión de interrupciones, comentarios “por lo bajini”, temblores, acusaciones de mentiroso, sudores y alguna sonrisilla satisfecha– del que salió victorioso, prácticamente por unanimidad entre prensa y opinadores de todos los espectros políticos, el líder popular. Además, lo hizo por sorpresa, dado que nadie le tenía por digno adversario de Sánchez, ávido en la precampaña por recorrer todos los platós habidos y por haber, y hablar ante el mayor número de micrófonos posible.

La imagen de underdog se fraguó por el debate televisado y por el constante goteo de encuestas que daban a Sánchez como perdedor

Feijóo no solo salió victorioso del debate, sino también como claro beneficiado al subir –según GAD3– 4 puntos en los tres días posteriores al debate, y dejar tras de sí a un contrincante apaleado. Un contrincante al que ya se consideraba con pocas papeletas, pero que después del debate pasó a convertirse en un underdog en toda regla.

La narrativa del perro apaleado

Los resultados electorales siguen siendo un misterio para muchos analistas, pero –si es que hay alguna explicación para este vuelco del voto en los últimos dos meses– cabe la posibilidad de que estemos ante el efecto underdog, aunque sea parcialmente.

 

 

Pero ¿qué es un underdog? El término se empleó por primera vez en el s. XIX en un contexto deportivo, para referirse al perdedor o al probable perdedor de un partido o campeonato. Además, en otras acepciones del término, también se emplea para describir a una víctima que es objeto de injusticias y persecución. En la actualidad, también se utiliza en otros ámbitos, como pueden ser en el de la empresa o la política. Un emprendedor disléxico que se convierte en un triunfador excelso; un político por quien nadie daba un duro y que acaba resultando ser presidente. En el caso de Sánchez, ¿cómo se fraguó esta imagen? Por una parte, por el ya mencionado debate televisado. Por otra, por el constante goteo de encuestas que le daban como perdedor.

El 17 de julio, último día en el que estaba permitido publicar encuestas según la Ley Electoral, GAD3 vaticinó 152 escaños para el PP, 115 para el PSOE, Vox se hacía con 28 diputados y Sumar con 24. El bloque de la derecha obtendría una mayoría absoluta; el bloque de izquierdas no sumaría una mayoría ni acogiendo bajo su ala a todo lo bueno que tiene España repartido en política.

Exceptuando al Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) –que dio al PSOE como ganador, con un 31,1% en intención de voto, seguido del PP con un 29,6%–, los sondeos publicados por las empresas demoscópicas (GAD3, 40dB, Target, SocioMétrica, Cluster17, IMOP) acertaron en el orden de los factores, pero no en sus correspondientes cifras. Todos cometieron el mismo error: subestimaron el resultado del PSOE. Subestimaron a Sánchez. Y ese momento fue cuando el underdog se relamió.

Vender la piel del oso antes de cazarlo

Tras una agitada noche electoral, Santiago Abascal, líder de Vox, declaró frente a la sede de su partido que el mal resultado se había debido a la euforia preelectoral del PP, sustentada por los sondeos unánimes en su victoria y publicados en los distintos medios de comunicación. Unos sondeos que llevaron a que “se vendiese la piel del oso antes de cazarlo”. 

Como todos los comentarios pegados a la noche electoral, esto es una suposición, pero considerando el nivel de crispación alcanzado en la campaña, con el “túnel del tiempo tenebroso” al que nos dirigíamos según Pedro Sánchez, es posible que la ola azul vaticinada por los sondeos –o el efecto arrastre– movilizase al lado opuesto de los votantes para que esta panorámica no se diese en ningún caso. Es decir, que las encuestas aumentasen el miedo al oso.

Además, es bien sabido que cuando alguien tiene todas las de triunfar, acaba generando rechazo en la persona común. Un rechazo que da lugar a cierta simpatía por el perdedor, por el perro apaleado, por aquel que acepta el mote peyorativo que se le ha puesto, lo asume y se pone la chapa: “Perro Sanxe”. Sin embargo, con ese mote se tendrían que haber encendido todas las luces de alarma por el posible revés. 

El paseo del líder socialista por los distintos platós y micrófonos visibilizó ese punto de perro apaleado, que no ha hecho nada malo, sino esforzarse por el bienestar de su país

La opción menos valorada, menos propensa a ganar, considerada además injustamente atacada o menospreciada. Así podían percibir a Sánchez algunos electores al final de la campaña. En este caso, lo de injustamente atacado daría para un debate aparte –recordemos el “¿por qué nos ha mentido tanto?” de Carlos Alsina–, pero el paseo de Pedro Sánchez por los distintos platós y micrófonos visibilizó ese punto de perro apaleado, que no ha hecho nada malo sino esforzarse por el bienestar de su país, que escucha a Taylor Swift y que, aunque le hayan puesto un mote horrible, lo asume con una sonrisa y buen humor. 

 

 

Una puesta en escena que le salió bien. Sorprendentemente bien. 

Así, Perro Sanxe, el underdog de la política española, ha acabado sonriendo a los medios de comunicación y saludando a los sondeos electorales, agradeciendo esa posición de perdedor que se le permitió ostentar, porque aun habiendo perdido, no ha resultado ser una caída tan estrepitosa como se auguraba. 

Considerando incluso el tono y el contenido de su discurso en la noche electoral, Sánchez se ve a sí mismo como ganador, aun siendo lo contrario. En cambio, Feijóo dio la impresión de perdedor, aun habiendo ganado. 

Todo es cuestión de expectativas. Todo es cuestión de perspectiva. Todo es cuestión de a quién se considera –se hace parecer– el más débil, aunque después resulte ser una estrategia con la que te dan un buen bocado. 

Para que luego se diga que la campaña, los debates y los sondeos electorales no sirven para nada ni cambian ninguna percepción.

Helena Farré Vallejo

@hfarrevallejo

Un comentario

  1. La verdad es que uno no entiende la euforia de los dirigentes populares la noche electoral. Se notaba que esa había sido la consigna antes de salir a dar la cara ante sus simpatizantes. Pero la verdad es que fue un triste fracaso.

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