El Líbano, mosaico de comunidades y religiones

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Un Oriente Medio sin el Líbano estaría tan incompleto como una Europa sin Bélgica o sin Suiza. Juan Pablo II dedicó siempre una especial atención a esta nación, que, según dijo en 1989, «es más que un país; es un mensaje de libertad y ejemplo del pluralismo tanto para Oriente como para Occidente» (ver Aceprensa 166/95).

En un entorno casi siempre convulso, la geografía del Líbano, con sus altas montañas y sus valles, ofreció refugio a las minorías perseguidas. Varias poblaciones cristianas se asentaron en esta tierra, escapando de las persecuciones en el siglo VI. Los primeros en llegar fueron los maronitas, católicos de rito oriental en plena comunión con Roma. Vivieron durante siglos aislados del mundo, y se les consideró extinguidos, hasta que se encontraron con ellos los cruzados. Comenzó entonces una cierta latinización de la Iglesia en el Líbano, pero los maronitas han conservado hasta hoy su plena identidad y son mayoría entre los cristianos, frente a católicos latinos y ortodoxos. La Iglesia maronita ha seguido fiel a Roma pese a las duras pruebas y las persecuciones a manos de monofisitas, bizantinos, mamelucos y turcos.

Dos siglos después que los maronitas, llegaron al Líbano los chiítas, considerados heréticos por la rama mayoritaria del Islam, la sunita. Y más tarde los drusos, comunidades musulmanas que adoptaron una serie de cultos esotéricos. Así, hasta llegar a los 17 grupos reconocidos hoy en el Líbano, entre los que los cristianos fueron hasta hace sólo unos años mayoría.

Intervención europea

Como destacaba Annie Laurent en «L’Homme Nouveau» (7-01-2006, n. 1360), con el tiempo se fue conformando «ese mosaico de comunidades confesionalmente heterogéneas, ávidas de libertad y de respeto mutuo, que caracteriza al Líbano, hasta el siglo XIX, en el que comienza el país a ser escenario de las rivalidades entre las potencias europeas que buscan desestabilizar el Imperio otomano». En 1860 se produce una masacre de cristianos en zona drusa y en Damasco, lo que suscita la intervención de un cuerpo expedicionario francés y la concesión de una autonomía garantizada por seis potencias europeas. Nace así un sistema político original, basado en la representación comunitaria.

Francia obtiene en 1920 de la Sociedad de Naciones un mandato sobre las regiones sirias de Levante, y se fijan las fronteras del país, anexando el Monte Líbano, zona maronita-drusa, al litoral desde Trípoli hasta Tiro, donde los musulmanes son ampliamente mayoritarios. El país cuenta entonces con 600.000 habitantes, de los que el 55% son cristianos. Rige una compleja red de lealtades que, sobre todo, son familiares y locales, a las que se superponen vínculos más o menos arraigados o coyunturales con uno u otro país vecino.

Pacto nacional

La Constitución de 1926, redactada durante el protectorado francés, instauró una república parlamentaria con separación de los tres poderes. No es un Estado laico, pero tampoco confesional, ya que no existe una religión oficial. Sin embargo, la pertenencia a una comunidad religiosa queda establecida, en adelante, como la vía de acceso a la ciudadanía. En 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, maronitas y sunitas suscriben un «Pacto Nacional» no escrito a favor de la independencia bajo el eslogan «Ni Oriente ni Occidente». Los musulmanes renunciaban al proyecto de la unidad árabe, y los cristianos a la protección francesa. Se inicia un consenso que ha pervivido hasta hoy, según el cual la presidencia de la República queda reservada a un maronita, la del Gobierno a un sunita, y la del Parlamento a un chiíta. La atribución de cargos en la función pública y en el ejército sigue este mismo modelo.

Por aquellos años, en la vecina Siria, se llega a otro peculiar acuerdo entre un cristiano, Michel Aflaq, y un musulmán, Salah Bitar, con profundas repercusiones en el mundo árabe, especialmente en el Líbano, aunque su influencia es de signo contrario al Pacto Nacional, eminentemente soberanista. Nace el Baas, partido panarabista, socialista y laico (aunque en absoluto ateo). El máximo representante de esta ideología descolonizadora fue alguien ajeno a sus siglas: el egipcio Nasser. El Baas era el partido de Sadam Hussein y es el que gobierna aún hoy en Siria.

El «baazismo» real poco ha tenido que ver con el imaginado por Aflaq. El fracaso de la República Árabe Unida, que integró a Siria y Egipto entre 1958 y 1961, dejó al descubierto los límites de esta ideología, que comenzó a escindirse en varias ramas, enfrentadas entre sí. Su doctrina, sin embargo, ha sustentado después ideológicamente la presencia de Siria en el Líbano, apoyada también por algunos cristianos. Tampoco es ajeno a este caldo de cultivo ideológico que haya habido sunitas e incluso algún cristiano en el partido chiíta Hezbolá, sustentado por Siria e Irán.

Escenario de batallas regionales

Muchos análisis publicados estos días han destacado el «aciago destino» del Líbano, convertido en el escenario de numerosos conflictos regionales. Igual que en el pasado, las partes rivales aprovecharon la división social libanesa para sus propios objetivos.

Los palestinos expulsados de sus tierras llegan en masa al Líbano, donde fueron acogidos en 1948 con generosidad. Según destaca Annie Laurent, a medida que las esperanzas de recuperar su país se alejaban, los dirigentes palestinos, y en especial Yasser Arafat, intentaron hacer del Líbano una patria de repuesto. Por eso trataron de romper la alianza maronita-sunita de 1943.

Intervienen también varios factores internos. Los musulmanes libaneses ven en la revolución palestina un medio para acabar con un sistema que soportaban de mala gana, ya que contradice las palabras del profeta Mahoma según las cuales «el Islam domina y no será dominado». Los drusos se unieron a esta coalición. Marginados del Pacto Nacional, veían en esta coalición la posibilidad de mejorar su posición política. Y a todo ello se unió el apoyo de varios países árabes, sobre todo Siria, próximos al bloque del Este.

El polvorín estalla en 1975, con enfrentamientos entre distintas milicias. En 1976, bajo el pretexto de salvar a los cristianos amenazados por los palestinos y sus aliados, Siria invade el Líbano. Dos años después lo hace también Israel, con la excusa de frenar los ataques palestinos. Posteriormente, en 1991, cuando Sadam Hussein intenta anexionarse Kuwait, Siria se une a los mismos occidentales que había hecho salir del Líbano a través de Hezbolá, en el asalto de Irak. En recompensa, se le «autoriza» a imponer su tutela sobre el pequeño vecino, debilitado por las luchas entre las diferentes facciones cristianas (general Aoun y Samir Geagea).

La comunidad cristiana disminuye

La guerra del Líbano fue de una enorme complejidad. Si en un principio se pueden diferenciar bandos definidos, pronto se convirtió en una guerra de todos contra todos, con coaliciones que se rompían mientras se formaban otras nuevas. A la lectura de que ésta fue, en esencia, una guerra religiosa, algunos estudios responden con estimaciones, si bien imprecisas, de que el número de muertos fue mayor como consecuencia de enfrentamientos entre musulmanes que entre cristianos y musulmanes, y mayor entre chiítas que entre éstos y los sunitas. Ni siquiera hay datos lo suficientemente precisos sobre víctimas en aquella guerra, que pueden oscilar entre 100.000 y 150.000, pero hay en cualquier caso sobradas pruebas que impiden hacer una lectura reduccionista.

Si alguien salió perdedor, fue la comunidad cristiana. De constituir un 55% antes de la guerra civil, ha pasado a suponer entre un 30 y un 35% de la población en la actualidad. Pese a ello, el Líbano es aún el único país de la región donde se reconoce a los cristianos los mismos derechos que al resto.

Esa complejidad es uno de los factores que explica la debilidad del Líbano, pero también uno de los rasgos que permiten albergar optimismo en el futuro. Cristianos y musulmanes han denunciado juntos la ocupación siria (ver Aceprensa 94/04), con un objetivo compartido de lograr una independencia real. A raíz de los disturbios generados por las protestas contra la publicación en Dinamarca de unas viñetas ofensivas contra Mahoma, se produjo en este país un gesto que pasó inadvertido para buena parte de la opinión pública mundial: varios extremistas arremetieron contra una iglesia maronita y contra la sede del obispo ortodoxo (ver Aceprensa 23/06); de inmediato, el ataque fue condenado por las autoridades musulmanas, incluida Hezbolá. El obispo de Beirut celebró una misa en la iglesia asaltada, y representantes de todos los credos estuvieron presentes para escuchar un mensaje a favor de la convivencia y el entendimiento nacional.

La Iglesia en el Líbano pide unidad en «la prueba»

Los obispos maronitas han hecho público un mensaje de condena a los ataques israelíes en Líbano y un llamaniento a la unidad de todos los libaneses. «El secuestro de dos soldados no justifica el desmembramiento de todo un país, la muerte de centenares de personas y que se haga pasar hambre a gran parte de una población», se lee en el mensaje.

Se vislumbra cierto temor a que los acontecimientos dividan a la ciudadanía en unos momentos muy delicados en la historia del Líbano. Las dramáticas circunstancias exigen «que todos olviden sus divergencias políticas y que formen un frente común. No es la hora del ajuste de cuentas políticas, sino de la solidaridad, el entendimiento y la valentía».

También la ONU debe asumir su papel para «acabar con el ciclo de la violencia en el Líbano, adoptando sin dilación una resolución que exija un alto el fuego inmediato». Y se pide la intervención de las organizaciones humanitarias para el envío de «alimentos, medicinas, y otros bienes de primera necesidad». Además, en clara referencia a las justificaciones que esgrime Israel para el ataque, los obispos muestran su apoyo al Gobierno libanés en sus esfuerzos «por sentar los cimientos de un Estado justo y fuerte, que extienda su autoridad sobre todo el territorio».

Pero lo más significativo del mensaje es el llamamiento a todos los libaneses a «acoger con amor y solidaridad a sus hermanos obligados por la guerra a abandonar sus hogares y pueblos, sin tener en cuenta la comunidad a la que pertenecen. La tragedia debe unirnos, no separarnos. Tiene que ponernos ante nuestras responsabilidades y ante las consecuencias de nuestros actos, sin llevarnos a intercambiar acusaciones». Se invita también «a todos los creyentes», cristianos y musulmanes, «a elevar sus corazones a Dios», para «que abrevie estos días de prueba y expanda la paz en los corazones y en los pueblos».

El Papa pide el alto el fuego

A petición del Papa, la Iglesia celebró el domingo una Jornada de oración y penitencia por la paz en Oriente Medio, a la que se adhirieron cristianos no católicos. Antes del rezo del Ángelus, Benedicto XVI pidió a las partes que «adopten inmediatamente el alto el fuego y permitan el envío de ayudas humanitarias», y se dirigió a la comunidad internacional para que «se busquen caminos para comenzar las negociaciones».

Los principios que defiende el Papa son «el derecho de los libaneses a la integridad y a la soberanía de su país, el derecho de los israelíes a vivir en paz en su Estado y el derecho de los palestinos a tener una patria libre y soberana». La prioridad más inmediata son «las inermes poblaciones civiles, injustamente golpeadas en un conflicto en el que no son más que víctimas: tanto las de Galilea, obligadas a vivir en los refugios; como la gran multitud de los libaneses, que una vez más, ven destruido su país y han tenido que dejarlo todo».

Para atender a las víctimas, el Consejo Pontificio «Cor Unum» ha puesto en marcha una campaña de recogida de donativos, que serán canalizados a través de Cáritas Líbano, la Custodia de Tierra Santa, la Fundación italiana AVSI y otras organizaciones presentes en la zona.

La cuenta bancaria habilitada es: Pontificio Consejo COR UNUM – Causa: para el Líbano; c/c Banca di Roma N. 101010; ABI 3002 CAB 5008 (desde el extranjero, SWIFT: BROMIT).

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