Más partidos, ¿mejor calidad política?

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En España, Podemos ha logrado romper el tradicional bipartidismo entre el PP y el PSOE. La fragmentación del voto entre cada vez más fuerzas políticas también se observa en el Reino Unido y en Francia. En los tres países hay elecciones este año. ¿Qué ventajas y qué inconvenientes trae el fin del bipartidismo?

En las elecciones generales españolas, desde 1993 hasta las de 2011 –las más recientes–, la suma de votos entre el Partido Popular (PP) y el Partido Socialista (PSOE) ha superado siempre el 73% del total, con un máximo del 83,8% en 2008. Pero el barómetro de enero del CIS pinta un reparto del pastel muy distinto: Podemos desbanca al PSOE como segunda fuerza política en intención de voto, con un 23,9% de los votos frente a los 27,3% del PP y el 22,2% del PSOE.

La supuesta estabilidad que aporta el bipartidismo es vista a menudo como una tapadera del anquilosamiento de los dos grandes partidos del momento

Otros sondeos recientes (Metroscopia y GAD3) presentan un escenario algo diferente pero coinciden en lo esencial: ningún partido supera el 30% de los votos; Podemos adelanta al PSOE por la izquierda; y Ciudadanos se consolida como alternativa de “centro progresista” en detrimento de Unión Progreso y Democracia (UPyD).

Un sistema en crisis

El declive del bipartidismo en España se hizo patente en las pasadas elecciones europeas: el PSOE y el PP perdieron entre los dos 5 millones de votos con respecto a las europeas de 2009 (el nivel de participación fue similar), y por primera vez no sumaron juntos el 50% de los votos.

El bipartidismo también se resquebraja en Francia. El último sondeo de Le Figaro para las elecciones departamentales de marzo sitúa al Frente Nacional, de Marine Le Pen, como el primer partido en intención de voto (un 30%), por delante de la Unión por un Movimiento Popular, de Nicolas Sarkozy, y del Partido Socialista.

Pero es en el Reino Unido donde el sistema de alternancia entre laboristas y tories está más tocado: sin una mayoría absoluta en las elecciones generales de 2010, los conservadores de David Cameron tuvieron que pactar con los liberal-demócratas de Nick Clegg para formar el primer gobierno de coalición en 70 años.

El 7 de mayo volverá a haber elecciones generales en el Reino Unido. Y previsiblemente tendrá lugar lo que The Economist califica como “la mayor reorganización política desde principios del siglo XX, cuando los laboristas sustituyeron a los liberales [en la alternancia con los conservadores]”.

Efectivamente, laboristas y conservadores están perdiendo terreno frente al auge de tres fuerzas políticas: el UK Independende Party (UKIP) de Nigel Farage, el partido británico más votado en las elecciones europeas, con el 27,5% de los votos; el Partido Nacionalista Escocés (SNP) y el Partido Verde.

Encuestas recientes muestran que estos tres partidos podrían recibir un tercio de los votos, mientras que la suma de votos entre laboristas y conservadores estaría entre el 70% y el 60% del total. Muy alejado del 97% que lograron sumar en 1951.

En un sistema con múltiples partidos, sería más difícil obtener mayorías claras y, en consecuencia, habría que recurrir a alianzas ideológicas más o menos forzadas

Partidos sin agenda de gobierno

Para The Economist, la fragmentación política del Reino Unido resulta problemática por dos razones. Primera: ninguno de los tres partidos emergentes tiene una agenda seria para gobernar en todo el país. “Aunque los Verdes, el SNP y el UKIP prometen acabar con el modo actual de entender la política, lo único que ofrecen es un plan de escape para evitar las decisiones comprometidas. Ninguno tiene un plan económico verosímil”.

Y segunda: la conocida injusticia del actual sistema electoral británico, que tiende a favorecer el bipartidismo, podría verse agravada por una nueva distorsión que jugaría a favor del SNP, el único partido minoritario de base regional. En efecto, el sistema mayoritario con circunscripciones uninominales no solo premia a los partidos más asentados (los votantes arriesgan menos cuando hay un solo diputado en juego, pues el ganador se lo lleva todo), sino también a los que tienen más fuerza en un área geográfica.

Según las estimaciones de The Economist, los Verdes y el UKIP podrían sumar juntos el 25% de los votos, pero solo se llevarían 6 o 7 escaños de los 650 de la Cámara de los Comunes. El SNP solo ganaría el 4% de los votos (el sexto partido más votado) pero podría quedarse con 40 escaños. Lo que le convertiría en el tercer partido con más escaños, tras el cada vez más evidente declive de los liberal-demócratas.

Esto plantea un problema de legitimidad: si los laboristas y el SNP forman una coalición, las políticas propuestas por los independentistas escoceses podrían ir en contra de los deseos de la mayoría del electorado británico.

Para corregir las deficiencias del sistema actual, The Economist propone pasar a uno mixto que combine la elección directa en cada circunscripción (lo que seguiría garantizando la estrecha vinculación de los votantes con sus diputados) con la representación proporcional; es decir, los partidos pasarían a recibir un complemento de escaños en proporción a los votos que reciban (solo este cupo de diputados sería elegido por los partidos).

Con esta fórmula, el Reino Unido se distanciaría de los sistemas proporcionales al uso en Europa, que utilizan las listas cerradas y refuerzan así el poder de los dirigentes de los partidos. A la vez, corregiría ciertas distorsiones: “Una dosis de representación proporcional no solo permitiría lidiar con la injusticia del sistema, sino que también contrarrestaría la insana polarización de escaños en donde Escocia pertenece al SNP, el norte de Inglaterra a los laboristas y el sur a los tories”.

Ninguno de los tres partidos emergentes en el Reino Unido (el UKIP, el Partido Nacionalista Escocés y los Verdes) tiene un plan económico verosímil

Muchos y mal avenidos

Para los defensores del bipartidismo, la principal baza del sistema de alternancia es la estabilidad política que proporciona. En un sistema con múltiples partidos, sería más difícil obtener mayorías claras y, en consecuencia, habría que recurrir a alianzas ideológicas más o menos forzadas.

La tensión acumulada en el seno de la coalición entre conservadores y liberal-demócratas llevó a Cameron a decir hace un año que si ganaba otra vez sin mayoría absoluta, se arriesgaría a gobernar en solitario.

Un caso singular es el de Alemania, donde las rencillas entre los distintos partidos se han resuelto con pactos… entre los dos grandes, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD). Democristianos y socialdemócratas han formado gobierno en tres ocasiones: 1966, 2005 y 2013. Otras veces se han aliado con los Liberales o con los Verdes, pero es la “gran coalición” entre la CDU y el SPD la que se lleva el prestigio.

Un ejemplo de inestabilidad sería Bélgica, que estuvo un año y medio sin gobierno después de las elecciones de 2010 debido a las rivalidades entre flamencos y valones. La crisis se solventó con una coalición de seis partidos. A esta siguió otra formada por cuatro partidos de centro derecha, en octubre de 2014. Esta vez, el acuerdo llegó 130 días después de las elecciones.

Reformarse o hundirse

Es interesante la defensa del bipartidismo que planteó el filósofo y teórico de la ciencia Karl Popper (1902-1994), profesor en la London School of Economics. Para el autor de La sociedad abierta y sus enemigos, un sistema es más democrático cuanto mejor permite sustituir a los gobiernos fallidos.

En semejante sistema, el día de las elecciones tiene un valor purgativo inigualable: “Si uno de los dos grandes partidos sufre en una elección un verdadero descalabro, esto desembocará normalmente en una reforma radical dentro del partido”, escribe en un artículo publicado en 1987. “Los partidos se ven obligados por este sistema o bien a aprender de sus errores, o a hundirse”.

¿Qué pasa en los sistemas con muchos partidos? Que el gobierno habrá sido, “unas veces, solo un gobierno minoritario y, por eso, no estaba en situación de hacer lo que consideraba acertado, sino que se vio obligado a las concesiones; otras, habrá sido un gobierno de coalición en el que ninguno de los partidos gobernantes era completamente responsable”.

Tampoco se puede descartar la posibilidad de que un gobierno derribado en las urnas siga estando en el poder en la siguiente legislatura, si consigue colarse en una coalición con el apoyo de los partidos pequeños.

Y el bipartidismo de Popper ¿no contradice su ideal de la sociedad abierta? El filósofo austriaco no ve ninguna contradicción, pues forma parte del trabajo de la oposición “controlar la tolerancia del gobierno frente a las distintas opiniones, ideologías y religiones”. Además, las diferentes visiones del mundo ya compiten por dominar los partidos.

¿Estables o anquilosados?

Pero los detractores del sistema mayoritario creen que la injusticia que acompaña a esta fórmula no compensa, ni de lejos, sus aspectos positivos. ¿De verdad se puede hablar de democracia –preguntan– en un sistema que deja sin apenas representación parlamentaria a los partidos minoritarios?

Por otra parte, la supuesta estabilidad que aporta el bipartidismo es vista a menudo como una tapadera del anquilosamiento de los dos grandes partidos del momento. Una indolencia que se vuelve todavía más irritante cuando se junta con la sospecha de que la casta se ha construido “un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del interés general de la nación”.

Así lo defendió el matemático y economista César Molinas en un famoso artículo publicado en 2012 en El País: “Los políticos españoles son los principales responsables de la burbuja inmobiliaria, del colapso de las cajas de ahorro, de la burbuja de las energías renovables y de la burbuja de las infraestructuras innecesarias”.

Para corregir esta situación, Molinas propuso abandonar el sistema de listas cerradas y bloquedas. “Una reforma legal que implantase un sistema electoral mayoritario provocaría que los cargos electos fuesen responsables ante sus votantes en vez de serlo ante la cúpula de su partido, daría un vuelco muy positivo a la democracia española y facilitaría el proceso de reforma estructural”.

Tras el debate sobre el estado de la nación celebrado hace poco en España, el PP y Convergència i Unió (CiU) pactaron una proposición para “impulsar reformas en la normativa electoral que favorezcan una mejor conexión entre los cargos electos y los ciudadanos”. Habrá que ver en qué queda este pacto tan genérico: por decisión del PP, el texto elude hablar expresamente de listas abiertas, lo que cuadra con el desinterés que ha mostrado durante esta legislatura por cambiar la ley electoral.

También es muy genérico lo que dice Podemos en su programa para las elecciones europeas: “Limitación de los niveles máximos de desproporcionalidad de los sistemas electorales. Adopción de compromisos para el incremento de la rotación y la desprofesionalización de la política”.

Las reformas no siempre salen bien

El artículo de Molinas cayó muy bien entre el gran público (ha sido compartido más de 40.000 veces en Facebook y más de 14.000 en Twitter), pero no tanto entre los politólogos, explica en el mismo diario José Ignacio Torreblanca, profesor de Ciencia Política en la UNED.

Y también en El País Alberto Penadés, profesor de sociología en la Universidad de Salamanca, escribe: “La mejor virtud del sistema electoral español es que mantiene un buen equilibrio entre proporcionalidad y gobernabilidad. En España, los gobiernos que fracasan pueden ser despedidos por los votantes, prácticamente igual que en los sistemas más mayoritarios, pero el parlamento es más plural y representativo que en estos”.

Penadés no descarta que haya que hacer mejoras en el sistema actual. Pero recuerda que las reformas electorales drásticas no siempre salen bien: “La de Italia, en general, empeoró las cosas, la de Japón las mejoró. Pero téngase en cuenta que en ambos casos lo que se reclamaba era cohesión, bipartidismo y alternancia. En Nueva Zelanda, sin embargo, los ciudadanos decían estar, como dicen hoy algunos españoles, hartos de bipartidismo. Introdujeron proporcionalidad y multipartidismo y, en todas las encuestas hechas desde entonces, una amplia mayoría dice lamentarlo”.

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