La democracia occidental y sus enemigos

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El economista, historiador y analista político Nicolas Baverez, discípulo de Raymond Aron, acaba de editar un libro Violence et passions. Deféndre la liberté à l’âge de l’histoire universelle (Editions du Observatoire, París, 2017), que bien podría haberse titulado “La democracia occidental y sus enemigos”, y esa democracia no es otra que la liberal y la representativa. No se la califica, por ejemplo, de “plutocrática”, como hacían los totalitarismos de la época de entreguerras, pero se cuestiona su representatividad y su vigencia para los tiempos actuales.

Para los populismos, de uno u otro signo, es el momento de “nuevas políticas” y de nuevos líderes, de democracia directa, por no decir plebiscitaria. Pero la democracia liberal, nacida en Occidente, tiene también otros enemigos, y de ellos se ocupa el libro de Baverez, que también es un ejemplo de alegato en favor de una mayor integración europea.

La edad de la historia universal no es pacífica

La referencia del título a la era de la historia universal tiene un innegable sello aroniano. Se remonta a una conferencia pronunciada por Raymond Aron en 1960, que ponía el acento en la nueva época del mundo posterior a las dos guerras mundiales, caracterizada en aquel momento por la ascensión de las sociedades industriales y la bipolarización ideológica a escala mundial. La historia eurocéntrica tocaba a su fin no sólo por la existencia de dos superpotencias ajenas al Viejo Continente, sino también por el fin del mundo colonial y el surgimiento de nuevos países independientes. El escenario de la historia se hacía plenamente universal.

Con Trump, se da la paradoja de que China y Rusia pueden aparecer ahora como campeones de la globalización y del liberalismo económico

Sin embargo, Aron apuntaba que la nueva época no tenía que ser necesariamente pacífica. El pensador francés pertenecía a la escuela del realismo de las relaciones internacionales y desconfiaba del idealismo kantiano que está en el origen de muchas organizaciones internacionales. No le cabía duda de que el hombre es un ser razonable, pero ¿lo son los hombres en su conjunto? De eso Aron no estaba tan seguro, lo que explica que el conjunto de su obra, y de sus análisis políticos, estén jalonados de advertencias, en no pocos casos tomadas de la historia o de la sociología, pero que no siempre recibían la atención merecida ni de los políticos ni de unos medios intelectuales que no soportaban sus duras críticas al marxismo.

Con Nicolas Baverez sucede algo semejante. Cuando alguien escribe un libro de llamamiento a que Occidente en general, y Europa en particular, asuma la defensa decidida de sus valores específicos y tome conciencia de su comunidad de destino, no encontrará respuestas demasiado entusiastas. Poco a poco se han ido apagando las ilusiones del fin de la historia y del supuesto triunfo de la democracia liberal y la economía de mercado tras la caída del comunismo. Europa había dejado de creer en Dios y en Marx, según el autor, pero también dejó de creer en la libertad y el progreso, los valores de la Ilustración.

Lejos de una era de paz para las democracias occidentales, asistimos a una época de violencias, las del terrorismo islamista y las de los conflictos generalizados, asimétricos o no. Esto no dejará de sorprender a quienes pronosticaron el fin de la violencia de la mano del declinar de las ideologías. Pero como bien recuerda Baverez, las ideologías han sido sustituidas por las pasiones, por no decir los fanatismos en su versión religiosa o nacionalista. Son los tiempos de los populismos, los yihadismos y las “democraturas”, el sistema político elegido por aquellos países que sacrifican el Estado de Derecho y la libertad en nombre de una democracia plebiscitaria.

Populismos y “democraturas”

El yihadismo ocupa un lugar destacado entre los enemigos de la democracia occidental, y ha golpeado en los últimos años repetidamente a Francia. Este hecho ha de atribuirse, según el autor, a que Francia carece de una auténtica estrategia de seguridad para combatirlo, pues no se trata solo de aplicar medidas militares y policiales. El Daesh ha sido derrotado sobre el terreno, aunque eso no pone fin a la yihad, que será un peligro latente porque sus combatientes han apostado por la globalización del terror volcándose en las redes sociales para radicalizar a la juventud árabe y musulmana. Es un enemigo de contornos difusos, pero otros adversarios de la democracia occidental están mucho más definidos. Baverez pone especial énfasis en los populismos y en las “democraturas”. Ambos tienen algo en común: son enemigos de la integración europea.

Los populismos, en gran parte hijos de la crisis económica iniciada en 2008, buscan las soluciones fáciles y los líderes carismáticos, capaces de cuestionar la democracia representativa

Los populismos son, en gran parte, hijos de la crisis económica y financiera iniciada en 2008. El espejismo de una economía de burbuja, aparentemente próspera, la descomposición de las clases medias o el miedo a las migraciones han desembocado en sentimientos de inseguridad generalizada. A partir de ahí se buscan las soluciones fáciles y los líderes carismáticos, capaces de cuestionar la democracia representativa.

Baverez comparte con los lectores un dicho de Péguy, que ya conoció a principios del siglo XX el patrioterismo populista: la guerra contra la demagogia es la peor de todas las guerras. Como bien recuerda el autor, la democracia no es solamente el sufragio universal. Pero esta idea de la democracia la comparten los populismos con las “democraturas”, término atribuido al politólogo Pierre Hassner, y que no es precisamente una evolución de la democracia, pese a que sus defensores la consideran más estable, más eficaz y más en contacto directo con el pueblo. En realidad, son democracias no liberales, sistemas en los que los golpes de Estado se hacen desde la legalidad, impera la censura y el culto a los oligarcas. A este respecto, el autor pone una amplia gama de ejemplos repartidos por todo el mundo: Rusia, China, Turquía, Egipto, Filipinas y Venezuela, pero también incluye a Hungría y Polonia, cuyas posiciones marcadamente nacionalistas son opuestas al proceso de integración europea.

La “democratura” es el sistema político elegido por aquellos países que sacrifican el Estado de Derecho y la libertad en nombre de una democracia plebiscitaria

Estados Unidos ciertamente no es un régimen populista, pero su presidente sí lo es. Lo que le reprocha Baverez es su proceso de retirada de los asuntos mundiales, seguramente no empezado por Trump, y que desemboca en una defensa a ultranza del interés nacional y del proteccionismo. Se da así la paradoja de que China y Rusia pueden aparecer ahora como campeones de la globalización y del liberalismo económico. Según el autor, la política de Trump solo servirá para hacer grande a China otra vez, pero no a EE.UU. De hecho, el presidente Xi Jinping sabe combinar estos tres elementos: absolutismo, nacionalismo y modernización. No cree necesitar para nada a la democracia liberal, que no es precisamente la meta última a la que se encamina el régimen comunista chino.

Por una Europa de la seguridad

Ante los peligros de un mundo sacudido por la violencia y la inestabilidad, en el que Europa ha pretendido durante mucho tiempo ser un mero espectador, Nicolas Baverez defiende una Europa de la seguridad común. No es suficiente con que los europeos se ocupen únicamente del derecho y del comercio, como hicieron tras la Segunda Guerra Mundial, y confíen su seguridad a los norteamericanos. El autor no está satisfecho por el debilitamiento de los vínculos entre EE.UU. y Europa, pues su maestro, Raymond Aron, era un atlantista convencido. Con todo, dadas las circunstancias, Europa debe asumir una seguridad en sentido amplio que abarque no solo lo militar sino también la diplomacia, la justicia, la educación, la ayuda al desarrollo…

Las ideologías han sido sustituidas por las pasiones, por los fanatismos en versión religiosa o nacionalista

La presidencia de Trump es, en este sentido, una oportunidad de relanzar el proyecto europeo, impulsado por el eje franco-alemán. En lo que a Francia respecta, la elección de Macron permitió alejar los fantasmas del populismo, si bien Baverez no deposita su entera confianza en el joven presidente. Le considera un hombre sin experiencia y carente de una estrategia global. No comparte algunas de sus decisiones como la destitución del general Philippe de Villiers, molesto por los recortes presupuestarios anunciados por el jefe del Estado, ni tampoco el proyecto de servicio nacional obligatorio por un mes, al que considera costoso e inútil. Pero Baverez también sabe que, en un momento de crisis de los partidos tradicionales de la izquierda y la derecha en Francia, Macron sería la última oportunidad que le queda al país para evitar la llegada del populismo, un ejemplo de que la vieja Europa es capaz de resistir.

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