Niños robados y huérfanos genéticos

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Desde hace algunas semanas se agita en la prensa española el caso de los “niños robados”. Es una denuncia proveniente de mujeres o matrimonios que aseguran que les robaron a su hijo nada más nacer, con engaño. En la maternidad les decían que el niño había nacido muerto, que era mejor que no lo vieran porque estaba muy deteriorado, que el centro se encargaba de todo, incluida la inhumación. Si era preciso les enseñaban una partida de defunción falsa. Luego vendían al niño a unos padres que deseaban ardientemente un hijo, los cuales, con un parte de alumbramiento falsificado, engañaban también al Registro Civil presentando al hijo como suyo. Según denuncian estas personas, se trataba de tramas mafiosas que se enriquecían con estas prácticas, que se prolongaron desde 1940 hasta los primeros años de la democracia.

La Fiscalía del Estado ha rechazado abrir una investigación nacional, pues considera que, en cualquier caso, no hubo un plan sistemático en todo el país ni hay relación entre los posibles culpables implicados, por lo que corresponde a la fiscalía de cada provincia investigar los casos que allí se denuncien.

En las denuncias hay afirmaciones que suenan raras. La asociación de los afectados (Anadir) dice que ha presentado documentación sobre 261 casos de robos de niños; en cambio, Enrique J. Vila, que ha relatado esas prácticas criminales en el libro Historias robadas habla nada menos que de 300.000 casos. El periodo en que se produjeron estos hechos también es incierto: unos dicen desde la postguerra hasta los primeros años de la democracia; otros lo extienden hasta 1990. Los motivos también varían según los casos: la antifranquista Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica se ha apresurado a echarle la culpa al franquismo que “robaba los niños a las presas” (no vamos a ser menos que en Argentina); Enrique J. Vila, por el contrario, dice que el motivo político es absurdo: “Eran mafias para ganar dinero. No se pueden vincular con el franquismo porque las autoridades castigaban ese delito”.

No es inverosímil que en algunos casos -sobre todo cuando las madres solteras estaban estigmatizadas- se dieran atropellos de este tipo, en lugar de seguir un procedimiento legal de adopción. Más difícil es que se dieran a miles cada año, engañando a la madre, al padre en su caso y al Registro Civil, con complicidad de médicos, matronas, funerarias… sin que nada trascendiera durante años y años. En los testimonios que han salido estos días en la prensa hay muchas sospechas y pocos datos: “Me quedó la duda de que me habían engañado” , “ahora dudo de si murieron”, “yo siempre sospeché”…

A falta de conocer las pruebas presentadas, es imposible saber lo que hay de realidad en todo esto o si se trata de una leyenda urbana, que se alimenta del dolor de estas familias por la pérdida de un hijo.

La sangre tira

Pero lo que está claro es que los niños supuestamente afectados se han transformado en adultos que quieren conocer sus orígenes biológicos, aunque no hayan tenido queja de los padres que les criaron. Antonio Barroso, presidente de Anadir, que descubrió hace tres años que sus padres no lo eran, explica: “Detrás de esta denuncia hay una lucha de muchos años por conocer la verdad y una ilusión por el encuentro con nuestras familias biológicas”. La sangre tira.

Tampoco se trata de ir contra los padres que se hicieron cargo de ellos, ni de cambiar unos padres por otros. “No queremos sustituir a ningún padre, queremos saber de dónde venimos”, dice Enrique J. Vila, uno de estos niños que lleva quince años buscando sus orígenes biológicos.

Es el mismo deseo que, según cada vez más testimonios, tienen no pocos hijos que saben que han sido engendrados con las técnicas de reproducción asistida con donación de gametos. Estas personas manifiestan un fuerte sentimiento de pérdida de identidad, por desconocer a sus padres genéticos. Así como los que se consideran “niños robados” quieren conocer a sus padres biológicos, los concebidos por obra de donantes se preguntan de dónde vienen y la falta de respuestas les crea desazón.

Esta inquietud ha llevado a que en la actualidad se admita que los niños adoptados tiene derecho a conocer quiénes son sus padres naturales, siempre que sea posible. A veces no lo será. Pero cosa distinta es destruir a propósito los vínculos de los hijos con sus padres biológicos, y más aún que la sociedad se haga cómplice de dicha separación.

Deseos de adultos

Esto es lo que está sucediendo con los niños nacidos por donación de gametos, cuando la legislación -como ocurre en España- permite la donación anónima, sin reconocer el derecho de los hijos a saber la identidad de sus padres genéticos y, de ese modo, sus propias raíces.

Las leyes sobre la fecundación artificial se han hecho pensando solo en los deseos de los adultos y en facilitar la labor de las clínicas del sector, que se quejan de que sin anonimato habrá menos donantes de semen y óvulos. Para ellos, solo cuenta mejorar la tasa de éxito. Pero, como ha dicho Katrina Clark, una chica americana nacida por inseminación artificial, “es hipócrita que tanto padres como médicos supongan que a los ‘productos’ del banco de semen no les interesa conocer sus raíces biológicas, cuando es el vehemente deseo de tener descendientes biológicos lo que hace que los clientes recurran a la inseminación artificial”.

Este sentimiento ha llevado a que países como Reino Unido, Suecia o Austria hayan eliminado el anonimato en la donación de gametos, de modo que los niños así concebidos puedan conocer a partir de cierta edad la identidad de los donantes. En Francia el gobierno ha propuesto anular el anonimato en la próxima revisión de las leyes de bioética.

Los hijos, ya sean naturales, adoptivos o engendrados con donante, quieren localizar sin engaños el hilo de la transmisión de la vida que les une con las generaciones anteriores.

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