El Jubileo de la Misericordia, en manos de la Virgen de Guadalupe

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Guadalajara (México). Si el encuentro de amor, la misericordia, es el sello de este pontificado, entonces se podría decir que el viaje de Francisco a México se comenzó a “planear” en 1531, en el cerro del Tepeyac. En el diálogo entre la Virgen y Juan Diego, la Virgen declara primero lo esencial: “Juanito, Juan Dieguito […] hijo mío”. El indio responde de forma similar: “Mi Señora, Reina, Muchachita mía”. Todo lo demás nace de esta fuente: el mensaje, el envío y la promesa. Por eso, es significativo que el viaje del Papa se dé en el contexto del Año de la Misericordia, y que haya querido iniciarlo con una visita al Tepeyac.

Hace unos días, el Papa explicó en una video-entrevista las coordenadas de su viaje a México (aquí se puede leer la transcripción). En primer lugar, dice Francisco, viene a encontrarse con un pueblo que no es “huérfano porque [ustedes] se glorían de tener Madre, y cuando un hombre, o una mujer, o un pueblo no se olvida de su Madre, te da una riqueza que vos no la podés describir, la recibís, la transmitís”. Él mismo confiesa que la Virgen de Guadalupe le inspira “seguridad, ternura. Cuántas veces estoy con miedo de algún problema o ha sucedido algo feo y uno no sabe cómo reaccionar, le rezo, me gusta repetirme a mí mismo [las palabras de la Virgen a Juan Diego]: ‘No tengas miedo, ¿acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?’”.

La Iglesia en México es un referente en la defensa del migrante: atiende 52 casas de acogida en la ruta de Guatemala a Estados Unidos

En el fenómeno guadalupano se redescubre y refleja lo que Francisco desea con el Año de la Misericordia. O quizá es al revés: el Papa solo pone de manifiesto el modo de actuar de Dios, tal y como se muestra en Guadalupe. Él mismo ha declarado que, de no ser por el Tepeyac, no visitaría la Ciudad de México.

Un encuentro transformado en cultura

Si bien la conquista militar sucedió en 1521, no fue hasta 1531, con el mestizaje guadalupano, cuando nació una nueva civilización. El Papa reconoce que el encuentro íntimo y cariñoso entre el indio y su madre, ha sido semilla de la que ha nacido una nueva civilización: “[Los mexicanos] tienen una idiosincrasia, una manera de ser que es fruto de un camino muy largo, de una historia que se fue forjando lentamente, con dolores, con éxitos, con fracasos, con búsquedas, pero hay como un hilo conductor […] [Son] un pueblo que no se olvida de su Madre, esa madre mestiza, esa madre que lo forjó en la esperanza”.

“Los mexicanos son un pueblo que no se olvida de su Madre, esa madre mestiza, esa madre que lo forjó en la esperanza”

Francisco quiere recordar que la fe cristiana, aunque nace de un encuentro personal, no es solo una experiencia individual, sino que se traduce en un estilo de vida capaz de edificar una nueva civilización. Por eso, se espera que en su visita a Ecatepec –una periferia urbana en la Ciudad de México– relance la misión continental que se propuso en Aparecida. “Deseo –respondió el Papa en su video-entrevista– que la fe salga hacia afuera, que la fe sea misionera, que la fe no sea enfrascada, como en una lata de conserva. […] [Esto] significa que yo en mi lugar de trabajo, en mi familia, en las cosas que hago en la universidad, en el colegio, me muestro como cristiano”.

Del Tepeyac a las periferias

El lunes 15, viajará más de 700 kilómetros a la frontera sur, a Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, para encontrarse con indígenas y migrantes. En México, el 72% de la población indígena vive en situación de pobreza (entre los no indígenas, el 35%). Ahí almorzará con un grupo de ellos, y rezará en la tumba del religioso mexicano Samuel Ruiz, obispo y defensor de los indígenas, ligado a la teología de la liberación. Por la noche volverá a la Ciudad de México.

Al día siguiente, se trasladará a Morelia, una ciudad en el centro occidente del país. Esta región –que incluye el estado de Guerrero, donde desaparecieron los 43 estudiantes de Ayotzinapa–, ha sido azotada por el narcotráfico y el crimen organizado. Ahí se reunirá con sacerdotes y religiosos, y en otros encuentros, con niños y jóvenes. Por la tarde, regresará a la Ciudad de México.

El último día se desplazará 1550 kilómetros al norte, a Ciudad Juárez –en la frontera con Estados Unidos–, otra periferia que simboliza la migración, la pobreza y las consecuencias de la violencia y el narcotráfico.

“Deseo que la fe salga hacia afuera, que la fe sea misionera”

La Iglesia en México es un referente en la defensa del migrante: atiende 52 casas de acogida en la ruta de Guatemala a Estados Unidos; algunos católicos han recibido el Premio Nacional de los Derechos Humanos por su defensa de los migrantes, como Las Patronas, un grupo de mujeres que regalan comida a quienes viajan sobre un tren de carga. En Ciudad Juárez, tendrá lugar uno de los encuentros más esperados de su viaje a México: Francisco rezará frente al muro fronterizo, acompañado de migrantes en los dos lados de la frontera. Además celebrará una Misa con fieles presentes tanto en el Paso (Texas) como en Juárez (Chihuahua); se encontrará con presos y después con empresarios.

Todo viaje de un pontífice a México genera gran expectación. Existe el riesgo de politizar su visita o de reducirla a la comercialización de una religiosidad sentimentalona. Parece que el Papa es consciente de ello y por eso sólo ha externado un deseo: “solo pido que me dejen un ratito solo delante de la imagen [de Guadalupe]. Es el favor que les pido. ¿Me lo van a hacer?’’. Francisco viene a México, principalmente, a “guadalupanizar” el Año de la Misericordia.

Pedro Pallares Yabur
@pedropallares

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