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El gobierno francés, sorprendido por la resistencia al matrimonio gay

publicado
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Actualizado 15-01-2013

Ya se sabe lo difícil que es precisar el número de manifestantes, pero nadie niega que la manifestación del pasado domingo en París contra el proyecto de “matrimonio gay” reunió varios centenares de miles de personas (entre 800.000 y 380.000 según distintas estimaciones). Desde luego, ha sido el evento con más participación ciudadana en temas sociales desde la defensa de la libertad de enseñanza en 1984.

Todos resaltan el aire sereno y festivo de esta demostración, francamente abierta, frente a quienes pretendían encorsetarla en clichés de integrismo o “cathosfera”. Gente muy variada –también homosexuales molestos con el lobby LGBT que domina la comunicación, así como personas de la izquierda–, salió a la calle en defensa de una institución multisecular.

El diario Le Monde dedicó un especial reportaje audiovisual a los testimonios de jóvenes manifestantes. Su presencia era muy notoria: “Entre el argumento de una unión contra natura y la oposición à la procreación médicamente asistida, pasando por la desacralización del matrimonio como institución, se ha expresado una juventud particularmente movilizada. Un discurso homogéneo ha resonado en las calles de la capital durante casi seis horas”.

Muchos ciudadanos piensan que el proyecto aprobado por el Gobierno habría requerido un auténtico debate social, que no se ha producido

El gobierno mantendrá el proyecto

De momento, el Elíseo sigue en sus trece, y considera que no hay motivo para detener el debate en la Asamblea Nacional, que comenzaría el 29 de enero. Por su parte, la Ministra de Justicia, Christiane Taubira, rechazó también ante las cámaras de televisión la hipótesis de convocar un referéndum –como pide una mayoría grande en los sondeos de opinión–: considera que sería anticonstitucional. Tal vez, estas declaraciones iniciales intentan frenar el aprovechamiento de este fenómeno social por parte de la oposición del centro y la derecha.

Lo cierto es que los organizadores de la manifestación lograron su objetivo de que fuese un evento independiente y apolítico, a favor de la familia (aunque no faltaron figuras de UMP y del Frente Nacional en algunos de los cortejos que acababan uniéndose en el Champ-de-Mars). Entre la marea de globos rosas, blancos y azules aparecían muchas consignas, como: “Un padre, una madre, es elemental”; “papás, mamás, a la calle descienden, el matrimonio defienden”; “todos nacidos de un hombre y una mujer”; o, en fin, alguno de fondo ideológico, como “queremos sexo, no género”.

Aunque participó en la manifestación en torno a un centenar de parlamentarios (con algunos antiguos ministros, también del PS), no tuvieron especial protagonismo, salvo en los medios de comunicación. Así, el presidente de UMP, Jean-François Copé, declaró a Le Monde: “François Hollande quiere imponer una reforma con fórceps, menospreciando todo debate. Es peligroso ver cómo impone una reforma como ésta a despecho de todos”.

El Elíseo considera que no hay motivo para detener el debate en la Asamblea Nacional

Hubo también representantes del episcopado francés (hasta una decena de obispos). El arzobispo de París, cardenal André Vingt-Trois, expresó públicamente su apoyo y su ánimo a los organizadores, con la esperanza de que “los franceses puedan decir lo que realmente piensan”, afirmó al saludar en la calle a uno de los cortejos, aunque precisó: “No he venido a manifestarme con ellos. Como presidente de la Conferencia Episcopal, tengo otros medios para expresar mi punto de vista al gobierno”. Días antes, había declarado, en la radio Notre-Dame, que no era “una manifestación de la Iglesia contra el gobierno”, aunque le complacía “saber que muchos católicos se habían movilizado”.

Para la principal portavoz del colectivo “La Manif por tous”, Frigide Barjot, “la protesta tendrá éxito cuando nos reciba el Presidente. Es preciso que nos escuche, que suspenda el proyecto de ley y abra unos ‘estados generales’ para informar a los franceses del cambio histórico sobre la filiación”. Por eso, al final del evento, se leyó públicamente la carta dirigida a François Hollande, para pedirle que “suspenda este proyecto de ley que divide a los franceses”.

Rechazos también en la izquierda

No esperaba el ejecutivo una oposición tan fuerte, que comienza dentro de las filas del partido socialista. Georgina Dufoux, que, bajo la presidencia de François Mitterrand, fue secretaria de Estado para la familia (1981-84), ministra de asuntos sociales y solidaridad nacional (1984-86) y, en fin, ministra de familia (1988) es uno de las figuras que se sumaron a la manifestación popular contra el “matrimonio para todos”.

El ministro de Educación pide que en los colegios católicos concertados no se hable del tema

Georgina Dufoux se convirtió al protestantismo evangélico en los años noventa, pero, en declaraciones a La Vie, afirma que François Hollande va mucho más allá de lo que afirmó en su campaña electoral: va a dar carta legal a la teoría del género que viene de los Estados Unidos, y considera que varón y mujer son intercambiables. Precisa que no toma postura en función de su fe religiosa, sino de su convicción acerca de la realidad social de la familia, y de la estabilidad que proporciona a la convivencia democrática. Recuerda, en concreto, que la adopción busca que un niño tenga una familia, no que adultos satisfagan su deseo –derecho– de tener niños.

Para una mayoría de ciudadanos, el proyecto aprobado por el Gobierno el pasado mes de noviembre, que equipara las parejas gay al matrimonio heterosexual y reconoce la adopción a favor de homosexuales, habría requerido un auténtico debate social. Recuerdan que el actual presidente de la República había prometido esa participación ciudadana, para distanciarse de la praxis más autoritaria de Nicolas Sarkozy. Pero, de momento, sólo habría conseguido provocar la división de los franceses, así como reabrir viejos debates en torno al laicismo y, en concreto, respecto de la escuela.

Otra voz que ha intervenido activamente en la campaña contra el matrimonio gay es la de Virgine Merle, más conocida por su pseudónimo Frigide Barjot, humorista y articulista francesa, que no está en contra de que la parejas homosexuales tengan un estatus legal reconocido. De hecho, en Francia existe desde 1999 el llamado PACS (pacto civil de solidaridad), abierto a parejas de cualquier sexo. “El problema –dice Barjot– no es la homosexualidad, sino la filiación humana”, pues un niño necesita conocer su filiación y tener acceso a sus padres biológicos. “Para hacer un niño se necesita un hombre y una mujer”. Que una pareja del mismo sexo se convierta en padres legales es algo “totalmente contrario a la realidad”.

Hollande trata de rebajar tensiones

El Elíseo niega la existencia de tensiones con las Iglesias, tras la habitual reunión de comienzos de año entre el presidente de la República y los representantes de las principales confesiones de Francia. François Hollande ha subrayado que “no tiene ningún sentido resucitar una guerra escolar” a propósito del “matrimonio para todos”.

Gilles Bernheim, gran rabino de Francia –con una postura muy seria contra el proyecto de ley, de la que se ha hecho eco L’Osservatore Romano–, comentó a los periodistas que “la conversación había sido sosegada e interesante”.

Un portavoz oficial insiste en que “el presidente ha garantizado que escuchará a todas las religiones y creencias», pero reitera que «esta reforma, que concierne exclusivamente al matrimonio civil, es para él y para millones de franceses un avance en términos de igualdad de derechos y, por tanto, el proyecto se llevará a su término».

A fin de no complicar más la aprobación del proyecto, el grupo parlamentario socialista ha decidido no plantear una enmienda para abrir la procreación asistida a las parejas de lesbianas. El primer ministro, Jean-Marc Ayrault, ha asegurado que el asunto se tratará en otro proyecto de ley sobre cuestiones de familia y de filiación que se presentará el próximo marzo.

La polémica del ministro con la escuela católica

A su vez, el ministro de educación, Vincent Peillon, ha sido protagonista de una agria polémica con los representantes de la escuela católica. El secretario general de la enseñanza católica, Eric de Labarre, dirigió en diciembre una carta a los centros escolares, en la que sugería a «los miembros de las comunidades educativas» organizar debates sobre el matrimonio gay.

Esa postura, fundada en el carácter propio de los centros, expresamente reconocido por la ley Debré de 1957, le pareció al ministro un atentado a la neutralidad de establecimientos que han firmado un contrato con el Estado. Incluso, se dirigió a los rectores de los distritos universitarios –autoridad educativa de carácter general en Francia– para vigilar el cumplimiento del deber de neutralidad en el equivalente a los colegios concertados, así como evitar que se produzcan “fenómenos de rechazo y estigmatización homófobos”.

La advertencia de Peillon ha suscitado un amplio rechazo. Para el ex ministro de Educación Nacional, Luc Chatel, supone negar ese “carácter propio de los centros privados”. A juicio de Laurent Wauquiez, ex ministro de universidades, refleja el intento de «reducir la oposición al matrimonio para todos a un solo grupo reaccionario: los cathos». Supondría una desviación inquietante del principio de laicidad. Aparte de emplear en la polémica términos casi insultantes, que nadie aceptaría si se dirigieran a musulmanes o judíos. Pero Peillon insiste en que no habrá guerra escolar, a la vez que promete actuar con una laicidad abierta…

Desde luego, el secretario general de la enseñanza católica, Eric Labarre, tampoco quiere echar leña al fuego. Precisa que no pretendía organizar debates en las clases, sino «entre adultos», es decir, profesores y padres. Pero, ha respondido al ministro que no tiene conciencia de haber cometido ninguna falta y que volvería a escribir la misma circular sin cambiar una coma.

Pero el arzobispo de París y presidente de la Conferencia Episcopal de Francia, el cardenal André Vingt-Trois, no ha dejado de manifestar su postura contra el riesgo de que las directrices ministeriales constituyan la imposición de “una doctrina oficial” y una auténtica “policía del pensamiento”.

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