El cardenal Ortega hace un severo diagnóstico de la situación cubana

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En el régimen castrista, donde los medios de comunicación son correa de transmisión del poder, una voz no censurada puede llamar la atención por su coraje. En una carta pastoral escrita con ocasión del 150 aniversario de la muerte del Padre Félix Varela de las figuras nacionales-, el cardenal arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, hace un diagnóstico realista y severo de la situación social cubana.

El P. Félix Varela (1787-1853) fue un sacerdote de gran influencia intelectual en Cuba, que militó por la independencia de la isla y murió en el exilio en Nueva York, donde se ocupó de los emigrantes cubanos. El cardenal Ortega recuerda que para el P. Varela la fe en Dios era piedra angular del edificio social. Según una de sus más conocidas citas, «no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad», es decir, sin religión.

A los cinco años de la visita de Juan Pablo II, la esperada apertura del régimen castrista no se ha producido y la Iglesia sigue luchando por abrirse paso en el espacio público. Apelando al ejemplo del P. Varela, el arzobispo de La Habana advierte que «el poder político no debe obstaculizar o impedir el anuncio del mensaje de Cristo, que la Iglesia debe hacer utilizando incluso los medios actuales de comunicación social, ni la labor educativa o caritativa de la Iglesia».

Los sistemas políticos, liberales o totalitarios, que han tratado de socavar la cultura cristiana, «comienzan por pretender que la fe religiosa es una cuestión privada. Este es el mejor modo de facilitar el proceso de descristianización, pues la Iglesia es empujada fuera de la escena pública y de un modo u otro su voz es silenciada o no escuchada». «Cuba es uno de los países de la América hispana que más ha sufrido esta devastación», asegura Ortega.

En un año en que el gobierno conmemora también con grandes fastos el 150 aniversario del héroe nacional José Martí, el cardenal de la Habana no tiene inconveniente en afirmar que «se siente la ausencia de Varela y de Martí», porque «no hemos estructurado la vida nacional según su espíritu». En clara alusión al marxismo, el cardenal se pregunta: «¿Por qué haber acudido a otros pensadores foráneos (…), que en sus doctrinas no alcanzan la estatura ética de Varela ni el acento amoroso de Martí?».

Al hacer un diagnóstico de la sociedad cubana, Ortega se detiene de modo particular en la situación de la familia en el país. La extensión del divorcio hace que «el matrimonio hoy sea casi irrelevante, con el consiguiente debilitamiento de la familia (…) Es frecuente encontrar hombres y mujeres con dos o tres divorcios en su historia personal. Más de la mitad de los niños cubanos nacen fuera del matrimonio».

Otros muchos no llegan a nacer. Ortega recuerda que el aborto se practicó abiertamente en Cuba desde la primera mitad del siglo XX. «No solo fue La Habana lugar de casas de juego y de prostíbulos por aquel entonces, sino sitio donde las extranjeras encontraban facilidades para abortar. Estas facilidades, extendidas siempre más en nuestros días, han creado una mentalidad abortista en buena parte de la población».

Dificultades para crear un hogar

Los frecuentes divorcios y las uniones de hecho están creando otro grave problema: el desdibujamiento de la figura del padre de familia por «ausencia física o ausencia en la toma de decisiones, en el ejercicio de la autoridad familiar». Así, «en Cuba se está instituyendo progresivamente un matriarcado y la crisis del padre afecta de modo creciente tanto al niño como a la niña y más tarde a los jóvenes», que carecen de un modelo de lo que significa crear un hogar entre marido y mujer.

El cardenal reconoce que los problemas familiares se ven agudizados por la carencia de una vivienda digna y por los bajos ingresos familiares. «Los profesionales, empleados y obreros que no reciben ayuda económica de familiares o amigos que viven en el extranjero se ven forzados a realizar algún tipo de actividad laboral legal o ilegal simultánea a su trabajo». Pero aun en medio de estas dificultades, el cardenal pide a los jóvenes esposos que no impidan el nacimiento del niño ya concebido. «Pido a las familias y a todos que acompañen comprensivamente y ayuden por todos los modos posibles a quienes se ven en la tentación de segar una vida inocente en el seno materno».

El cardenal Ortega subraya también el derecho de la familia o la educación de los hijos. En Cuba, en muchos lugares, cuando los hijos alcanzan la edad de cursar la enseñanza secundaria o el pre-universitario, muchos padres de familia no tienen más remedio que enviarlos a una escuela en régimen de internado lejos del hogar y con grandes dificultades de transporte. Allí viven los hijos los años difíciles de la adolescencia sin el acompañamiento de los padres, y a cargo en muchos casos de profesores jóvenes sin experiencia y sin adecuada formación ética. Los padres de familia que se hallan en esta situación «sienten temor a iniciaciones sexuales muy tempranas en unos y en otras, a embarazos precoces, a riñas con violencia, robos frecuentes, etc.», y sin posibilidad de que sus hijos cuenten con asistencia religiosa.

Ante el monopolio estatal de la enseñanza, Ortega no se cansa de señalar que «la ausencia de la escuela católica en Cuba es siempre una espina en el corazón de la Iglesia». El cardenal afirma que «es normal que se creen otras organizaciones no estatales, sean económicas, educacionales, deportivas, artísticas, religiosas, que ayuden a la familia en su función educadora de los hijos».

A pesar de este panorama sombrío, no falta en la carta una apelación a la esperanza. El cardenal advierte que «la desesperanza es hoy la primera causa de emigración». Es una «emigración de contornos dramáticos que incluye el riesgo de lanzarse al mar de cualquier modo para llegar a los Estados Unidos». Frente a esto, «es necesario que el cubano viva en un clima de confianza que le permita pensar en un proyecto posible de vida personal y familiar y que no pierda la esperanza de poder alcanzar con serenidad un futuro mejor en la propia patria».

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