El reggaetón: la punta del iceberg de un desguace cultural

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Dos individuos, con el torso desnudo y armados con un bate de béisbol y un machete, blanden los dos objetos en actitud amenazante mientras repiten un estribillo en el que advierten sobre algunos que se dicen delincuentes pero que discretamente cooperan con las fuerzas del orden público. “Rolando, tú estás colaborando”, cantan en el vídeo clip, que alterna imágenes de barrios insalubres, muy posiblemente de La Habana, donde lo mismo adultos que niños bailan al son de la música y aprueban el mensaje. La canción tiene el “valor añadido” de que es un reto a la autoridad, a la policía cubana. Es una muestra de cómo la gente va perdiendo el respeto (o el temor) a la autoridad.

De estas “calidades” es el grueso de las canciones de reggaetón que se escuchan hoy en Cuba. Conocida por ser cuna del son caribeño, del chachachá y de otros géneros que han surcado el océano –y aun de la mítica “Guantanamera”, tan versionada–, la Isla se ha visto virtualmente invadida en la última década por el mencionado género, cuyos textos violentos, sexualmente agresivos y que exaltan las actitudes delictivas, han calado fuertemente en el gusto musical local.

Importado desde Puerto Rico y el sur de la Florida –sitios con los que está fuertemente relacionada la población cubana–, el reggaetón es hoy por hoy omnipresente en la Isla. No hay espacio público, bar, restaurante o club en el que no retumbe por los altavoces y donde los bailadores no “convulsionen” en movimientos que exceden la sensualidad; ni autobús público en el que el conductor, por su propia decisión, no lo haga sonar en el reproductor a un volumen irritante para los viajeros.

Los números de reggaetón serán los más afectados por el veto oficial a los temas musicales groseros y de baja calidad

Una anécdota ilustrativa del lamentable arraigo que el género ha ido tomando fueron los silbidos de desaprobación que debió soportar el prestigioso compositor cubano Leo Brouwer, director emérito de la Orquesta de Córdoba, durante la clausura de un Festival Cubadisco: estaba anunciada a continuación la actuación de un famoso grupo de reggaetoneros, y el público vociferó largo rato exigiendo que estos acabaran de salir a escena. Nadie más valía la pena, nada más importaba…

Descalificación oficial
En una entrevista publicada recientemente en el diario oficial Granma, se anunció la sentencia: el estatal Instituto Cubano de la Música (ICM) adoptará medidas como la descalificación profesional a quienes violen la ética en sus presentaciones, y la aplicación de severas sanciones a quienes propicien o permitan la difusión de temas groseros, vulgares.

La escasa preparación de muchos profesores jóvenes ha repercutido negativamente en la formación cultural de toda una generación de cubanos

“Será de gran ayuda la instrumentación de una norma jurídica, en la que ya estamos trabajando, que deberá regir los usos públicos de la música, en un espectro que cubra los medios de difusión, las programaciones recreativas, las fiestas populares, y la ambientación sonora de lugares públicos”, afirmó Orlando Vistel, director del ICM, quien hizo una descripción bastante exacta de la situación: “Por un lado, textos agresivos, sexualmente explícitos, obscenos, que tergiversan la sensualidad consustancial a la mujer cubana, proyectándola como grotesco objeto sexual en un entorno gestual aún más grotesco. Todo ello en soportes musicales cuestionables o de ínfima calidad, donde impera el facilismo y la falta de rigor formal”.

A la pregunta de si las medidas irían dirigidas en exclusiva contra los reggaetoneros, el funcionario amplió el diapasón: “Expresiones vulgares, banales y mediocres se registran en otras prácticas musicales. De modo que no debemos particularizar en un género. Pero no es menos cierto que en el reggaetón esto es mucho más notorio”.

Ni Celia Cruz, ni The Beatles…
El intento de “poner orden” respecto a determinadas manifestaciones culturales no es nuevo. Mayra Cué, estudiosa del tema, refiere que ya antes de 1959 existían en los medios televisivos y de radiodifusión de la Isla regulaciones éticas que cerraban el paso a “noticias o espectáculos perjudiciales para el prestigio del país u ofensivos para alguien”.

En una sociedad con tantas necesidades materiales y espirituales insatisfechas el reggaetón actúa como válvula de escape

Con el advenimiento de la revolución, el control de los contenidos fue poco a poco perdiendo la brújula de lo moralmente admisible para convertirse en censura ideológica. Ya no era tan importante la calidad del mensaje, cuanto que el artista fuera revolucionario. Así, varios cantantes cubanos, por el solo hecho de marcharse hacia EE.UU., desaparecieron hasta hoy de las emisoras locales (caso típico: la popular Celia Cruz).

Por otra parte, al ponerse ahora el punto de mira en el reggaetón, muchos trazan una comparación con aquella “ley fantasma” de los años 60, que nadie supo jamás quién firmó, mediante la cual se prohibió escuchar y difundir la música de los Beatles, por temor a la “penetración ideológica del enemigo” en los jóvenes.

Eran tiempos en que, a pesar de ser un país no alineado, Cuba adoptaba los postulados ideológicos venidos desde el otro lado del Telón de Acero, y el rock, sobre todo el de factura anglosajona, era asociado automáticamente con la política del adversario.

Grietas en la educación
Lamentablemente, una prohibición no es suficiente para poner coto a la decadencia moral que transpiran algunas canciones. Las medidas –se ha dicho– irán encaminadas a eliminar la difusión de ciertos textos de mal gusto en las instituciones públicas, así como en la radio y la TV. Pero en las casas, y a todo volumen –como es costumbre–, los cubanos seguirán escuchando lo que deseen. Si en décadas pasadas era difícil llegar a poseer un tocadiscos o una radiograbadora, y la gente debía contentarse con la programación radial, ahora la multiplicidad de medios técnicos y la facilidad con que circulan los archivos de música de un pendrive a otro, vuelven imparable el despliegue del reggaetón a gran escala.

Además de apagar los altavoces, habría que analizar simultáneamente otros factores. El principal sería la educación, que hasta hoy ha sido patrimonio exclusivo del Estado. Si bien el sistema de instrucción era orgullo del país hasta los años 90, la grave falta de incentivos salariales a los profesores derivó en miles de bajas laborales y en la ocupación de esos puestos por jovenzuelos, muchos aún adolescentes, a los que se entregó un sueldo y se les prometió una carrera universitaria segura si se mantenían al frente de las aulas por determinado tiempo.

La escasísima preparación docente de estos ha repercutido negativamente en la formación cultural de prácticamente una generación de cubanos.

Por otra parte, los propios contenidos temáticos del reggaetón (sexo, lujos materiales, violencia, vida fácil, sin necesidad del trabajo ni de responsabilidades), casan perfectamente con el ideal de la persona sin más preocupación que procurarse todo el placer posible.

Necesidades insatisfechas
En una sociedad como la cubana, con tantas necesidades materiales y espirituales insatisfechas (por más de dos décadas los cubanos han debido lidiar con dificultades para alimentarse, trasladarse de un sitio a otro, contar con recursos para acceder a hoteles o viajar al exterior, y se han convencido de la inutilidad de reclamar a las instituciones); en un contexto en que el trabajo, por su escandalosamente baja remuneración, fue perdiendo su valor de transformar la sociedad, se comprenderá la facilidad con la que prende el “modelo de éxito” propuesto por el reggaetón. Podría tratarse, incluso, de una válvula de escape psicológica a tanto agobio económico y a tantas restricciones absurdas que, por fortuna, ya se van levantando.

El reggaetón es, definitivamente, solo la punta del iceberg, y si ha calado es porque ha encontrado condiciones para ello. Habrá que ver, por tanto, si más allá de las medidas correctoras del ICM verán la luz otras que pongan nuevamente el bienestar de los cubanos (y sus ideas, reclamos y propuestas) en el foco de la atención.

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