En el último gobierno francés, presidido por el socialista Lionel Jospin, figura un Ministerio de la Familia y de la Infancia. Marie-Pierre Subtil considera en Le Monde (6 abril 2000) que esto indica un viraje de la izquierda en la política familiar.
Ante los problemas de la violencia escolar o de la delincuencia juvenil, los debates han llegado a la conclusión de que ciertas familias no asumen ya su función educadora, hasta el punto de que se pone en riesgo la cohesión social. Esto ha llevado a un cambio de planteamiento del gobierno. «La izquierda ha considerado siempre que, para asegurar la cohesión social, bastaba la acción ejercida sobre los individuos, esencialmente a través de la escuela, mientras que la vida interna de la familia pertenecía a la esfera privada. Este principio ha quedado desarbolado desde que, ante el tema de la seguridad, el gobierno Jospin ha comprendido que las instituciones no podían hacer nada sin la ayuda de las familias».
«Salvo que se ponga detrás de cada joven a un policía o a un asistente social, la única solución posible es revitalizar la función familiar de transmisión de valores, única garantía a largo plazo de la cohesión social», escribe un grupo, dirigido por Alain Bruel, ex presidente del Tribunal de Menores de París, encargado por el gobierno de reflexionar sobre estos problemas.
Las autoridades han probado diversas medidas para incitar a cumplir su deber a los padres de jóvenes conflictivos. Durante el verano de 1998 algunos ayuntamientos establecieron un toque de queda -que sería declarado ilegal- para los adolescentes. Algunos alcaldes, también de izquierdas, han pedido la supresión de las prestaciones familiares para los padres de menores delincuentes. Las autoridades locales han tomado la costumbre de convocar a los padres cuyos hijos han causado incidentes y, como medida ejemplar, la Justicia ha perseguido a algunos padres por no educar a sus hijos.
«Pero enseguida se impone una evidencia: los padres no han abdicado de su función, sino que están desprovistos, desamparados, ante una tarea que no saben cómo cumplir», sobre todo en situaciones complejas. «¿Cómo puede un padre, que sufre un paro de larga duración, hacerse respetar por sus hijos en una sociedad donde el valor del individuo sigue dependiendo de su estatus económico? Una madre sola, cajera o empleada del hogar con horarios desfasados -y son cada vez más numerosas a medida que se desarrolla la flexibilidad del trabajo- ¿qué puede hacer sino dejar a los hijos solos hasta su vuelta?».
«El trabajo de las mujeres, el alejamiento de los parientes, la flexibilidad del trabajo, la multiplicación de los hogares monoparentales han trastocado la vida familiar. Pero apenas se ha empezado a tener en cuenta esta mutación». Sería necesario repensar los sistemas de guardería, teniendo en cuenta el desfase de horarios, así como reconocer en las prestaciones familiares que los hogares con menos ingresos son los que tienen más dificultades para educar a los hijos.
Desde 1998 ha empezado a desarrollarse una red de apoyo a la paternidad, en la que intervienen múltiples asociaciones y algunas escuelas. Organizan debates con padres, haciendo intervenir a psicólogos u otros especialistas en educación. «Habría que dar estabilidad a este movimiento y ampliar las ayudas a las asociaciones dispuestas a comprometerse en esto».