Paolo Veronese y el mito de Venecia en el Prado

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Paolo Veronese
Paolo Veronese, “Venus y Adonis”, hacia 1580. Museo Nacional del Prado, Madrid. Foto: Museo Nacional del Prado.

El Museo Nacional del Prado (Madrid) cierra su ciclo expositivo dedicado a los grandes pintores del Renacimiento veneciano con la muestra “Paolo Veronese (1528-1568)”. Cerca de 120 obras procedentes de colecciones de todo el mundo han hecho posible articular un recorrido inédito que se adentra en el proceso creativo de Veronese, el gran artífice de un taller cuya proyección y sofisticación superaron con creces las de los otros dos grandes maestros de la ciudad: Tiziano y Tintoretto.

Dotado de un virtuosismo técnico en el manejo del dibujo y el color, Veronese desarrolló complejas y arriesgadas composiciones que cautivaron tanto a artistas como a mecenas, convirtiéndose en uno de los grandes forjadores del imaginario visual que dio forma al “mito de Venecia”.

La exposición, abierta hasta el 21 de septiembre, ha sido comisariada por Miguel Falomir, director del museo, y Enrico Maria Dal Pozzolo, profesor de la Università di Verona. Se organiza en seis secciones que ofrecen un itinerario cronológico y temático de la trayectoria artística del pintor.

La primera, “De Verona a Venecia y a Roma”, aborda los años de aprendizaje del pintor en el taller del que más tarde sería su suegro, Antonio Badile, sin olvidar su breve –pero definitiva– estancia en el taller de los hermanos Caroto. Verona, antigua ciudad romana, se convirtió en un importante foco artístico donde confluían las aportaciones llegadas de la cercana Venecia, lideradas por Tiziano, y el eco de los artistas centroitalianos, con Rafael y Parmigianino al frente. Por ello, no es casual que la Sagrada Familia de la Perla, de Rafael, que había pertenecido a Ludovico Canossa, un rico patrono veronés, ocupe un lugar privilegiado en la sala. Al igual que el Retrato de la condesa de San Segundo con sus hijos, de Parmigianino, todas estas obras ejercieron un fuerte impacto en el joven artista.

Las tres escenas religiosas que cierran este apartado –La conversión de María Magdalena, La unción de David y El martirio de santa Justina– constituyen un brillante antecedente de la maestría de un pintor precoz que supo integrar en sus composiciones lo que su biógrafo Carlo Ridolfi definió como un “majestuoso teatro pictórico».

Paolo Veronese, “La conversión de María Magdalena”
Paolo Veronese, “La conversión de María Magdalena”, hacia 1548. The National Gallery, Wynn Ellis Bequest, Londres. Foto: Museo Nacional del Prado.

Una silenciosa algarabía

La segunda sección, “Maestoso teatro. Espacio y representación en la pintura de Veronese”, revela la inusitada originalidad del pintor en su forma de idear composiciones, aunando en una misma escena elementos tomados de diferentes fuentes de inspiración. De esta manera Veronese configuró su personal estilo, elegante y rompedor, de refulgente colorido, que le permitió irrumpir triunfalmente en la escena artística veneciana en 1551.

Hijo de un cortador de piedras, el joven Veronese empezó a trabajar como decorador bajo la tutela del arquitecto Michele Sanmicheli. Muy pronto conoce al también arquitecto Andrea Palladio, de quien toma un método de representación teatral que parte de la lectura de Vitrubio, pero que curiosamente fue interpretado de modo distinto por el binomio arquitecto-pintor Serlio-Tintoretto. Veronese adoptó un punto de vista bajo que minimiza la sensación de profundidad para acercar la escena al espectador. Los personajes aparecen en un primer plano, de izquierda a derecha, a modo de un friso clásico frente a un telón arquitectónico. A diferencia de la unidad atmosférica defendida por Tintoretto, Veronese infundía vida y energía a sus composiciones a través de los intensos y vibrantes matices cromáticos de las vestimentas, en contraste con los tonos neutros y sobrios de la arquitectura.

En este ámbito llegamos al momento cumbre de la exposición: las célebres “Cenas y banquetes” del veneciano. Ahora el espacio se abre para dar cabida a la magistral Cena en casa de Simón, de la Galleria Sabauda de Turín: una obra maestra de dimensiones monumentales que en muy contadas ocasiones abandona su emplazamiento habitual. Aunque parezca paradójico, muchos de estos cuadros fueron encargados por distintas órdenes monásticas para decorar los refectorios de sus monasterios. En todas estas obras sorprende la magnificencia arquitectónica de los edificios, que parecen competir en ostentación con los personajes que los circundan. Los “actores” de Veronese, ataviados en sus coloridos y lujosos trajes, interactúan entre sí en una silenciosa algarabía en la que nada se dispone al azar. Cada figura ocupa su lugar dentro de una composición cuidadosamente estudiada que da cuenta de la riqueza narrativa del pintor.

Paolo Veronese, “La cena en casa de Simón”
Paolo Veronese, “La cena en casa de Simón”, 1556-1560. Musei Reali di Torino, Galleria Sabauda, Turín. Foto: Museo Nacional del Prado.

Antecesor del Barroco

“Alegoría y mitología”, la cuarta sección, destaca la maestría de Veronese en este género, donde se consolidó como el único pintor capaz de rivalizar con Tiziano. La mayoría de estas obras decoraban interiores de edificios públicos y de residencias privadas, en muchos casos emparejados con cuadros de temática religiosa. En este contexto sobresale El rapto de Europa, propiedad del Palacio Ducal de Venecia y encargada por el patricio Jacopo Contarini, notable mecenas de las artes y las ciencias y estrecho colaborador de Galileo Galilei. Pero hay mucho más que admirar. Los visitantes disfrutarán con las referencias a la estatuaria clásica, como el vaciado en yeso del Torso del Belvedere, que Veronés utilizó como modelo para su Marte y Venus unidos por Amor.

Paolo Veronese, “Marte y Venus unidos por el amor”
Paolo Veronese, “Marte y Venus unidos por el amor”, 1565-1570. The Metropolitan Museum of Art, John Stewart Kennedy Fund, Nueva York. Foto: Museo Nacional del Prado.

“El último Veronese”, quinta sección de la muestra, indaga en la década final del pintor a través de una cuidada selección de cuadros y dibujos, en los que se aprecia un paulatino cambio de estilo con escenas de gran dramatismo, de tonalidad más sombría y luz dirigida, que preconizan el Barroco.

Otro de los rasgos distintivos de esta etapa de madurez es el progresivo protagonismo otorgado al paisaje. Las figuras principales suelen recortarse sobre bellos celajes azulados, atravesados por ruinas y árboles que adquieren un papel predominante en la construcción del espacio pictórico.

Mención aparte merece la exquisita selección de dibujos; desde los primeros bocetos al óleo hasta bosquejos a tinta elaborados a vuelapluma. Además de los esbozos preparatorios para figuras concretas o composiciones finales, sobresalen las obras finamente acabadas, encargadas por coleccionistas.

También hay pequeños cuadros destinados a la devoción privada, como la conmovedora Crucifixión con los dos ladrones y las Marías, del Museo del Louvre y realizada al óleo sobre pizarra, que se adelanta a la sensibilidad religiosa de la Reforma tridentina.

El Veronés, como se le conocerá comúnmente, ha llegado al cénit de su carrera encumbrado por el Estado veneciano, las instituciones eclesiásticas locales y las familias patricias, quienes le han ido confiando los numerosos encargos que terminaría por asumir su amplio taller.

Paolo Veronese, “La adoración de los Magos”
Paolo Veronese, “La adoración de los Magos”, 1573-1574. Musei Civici, Chiesa di Santa Corona, Vicenza. Foto: Museo Nacional del Prado.

Un legado que dura siglos

Con el sugerente título de “Herederos y sucesores” finaliza la exposición. Aquí podemos contemplar doce pinturas que nos revelan el rico y variado legado del artista. En un primer momento tenemos a los colaboradores directos del maestro, que durante una década repitieron con escasa fortuna sus modelos bajo la firma de “Haeredes Pauli”. A la muerte de Paolo, su hermano Benedetto y sus hijos Gabriele y Carletto continuaron al frente del taller; sin embargo, otros artistas también asumieron y difundieron su legado.

En este sentido, vale la pena detenerse ante la monumental Alegoría del nacimiento del infante don Fernando, que pintó Parrasio Micheli en colaboración con el flamenco Paolo Fiammingo. Tras la muerte de Tiziano, el joven Parrasio se postuló en la corte de Felipe II como heredero del maestro veneciano presentando obras “pintadas a la manera de Veronese”.

La exposición se detiene también en los artistas inmediatamente posteriores, como El Greco, los hermanos Carracci, Pedro Pablo Rubens o Alonso Cano. Pero su legado se prolonga durante toda la modernidad, inspirando a creadores tan dispares como Velázquez, Tiepolo, Delacroix o Cézanne.

A lo largo de las salas se disponen varias vitrinas que albergan un selecto conjunto de artes decorativas de la época, testimonio elocuente del gusto refinado de la nobleza veneciana. Entre las piezas expuestas figuran un aguamanil y una jofaina de plata dorada, tres cerámicas esmaltadas de gran viveza cromática, ejemplos de cristal veneciano y sedas de Damasco con decoración vegetal. Estos mismos objetos los encontramos en los banquetes de Veronese, que coinciden con la publicación de los primeros tratados de etiqueta sobre el ritual de la mesa.

El último cuadro de la muestra, el Archiduque Leopoldo Guillermo en su galería de cuadros en Bruselas, del flamenco David Teniers II, da buena cuenta de la fama de Veronese en las cortes europeas del Barroco, donde sus obras se convirtieron en objeto de deseo entre los grandes coleccionistas. Su pintura sedujo especialmente a Felipe IV de España, quien gracias a Velázquez adquirió en su segundo viaje a Italia dos de las diez obras del pintor que hoy atesora el Museo del Prado. Estas constituyen uno de los corpus pictóricos del artista genovés más importantes del mundo, y son el germen de esta espléndida exposición que bien merece más de una visita.

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