La vida y el arte de Joaquín Sorolla a través de 100 objetos

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DURACIÓN LECTURA: 5min.
Una sala de la exposición

El centenario de la muerte de Joaquín Sorolla Bastida (1863-1923), el gran referente del impresionismo español, se ha celebrado con una serie de exposiciones que han atraído a más de 370.000 visitantes. El ciclo se cierra ahora con la muestra “Sorolla en 100 objetos” (Museo Sorolla, hasta el 29 de septiembre), que nos permite adentrarnos en la vida del pintor valenciano desde una perspectiva íntima y profunda.

Comisariada por Covadonga Pitarch Angulo, la exposición transita por la fina línea que une la intimidad personal de Joaquín con el prolífico arte de Sorolla. Vida y obra se unen creando una visión poliédrica que nos permite adentrarnos en un universo libre, colorido y pasional, como la pintura del propio artista.

Avanzaremos por los ornamentados jardines contiguos a su pequeño palacete para penetrar en la morada del pintor valenciano. De sala en sala, vislumbraremos sus cuadros, que decoran las paredes como un ejército de figuras inmóviles pintadas a trazos, pero con gran detallismo. Decía Manuel Vicent que no hay nada más estético que poderte bañar en una pintura de Sorolla. Así lo haremos. Mojaremos nuestros pies en la orilla de La Malvarrosa (Valencia) junto a Niños bañándose o Mujeres paseando; podremos observar, desde la distancia, a una Madre exhausta de felicidad recostada junto a su pequeño; echarnos La siesta en las verdes praderas de Igueldo (San Sebastián) o corretear junto a María en los jardines de La Granja (Segovia). Aquí, la luz y el color se mezclan en una amalgama de trazos anárquicos regidos únicamente por la belleza. El movimiento se despliega por su obra libremente, tomando vida propia, y las figuras se distorsionan como un feliz recuerdo que el tiempo desdibuja.

Paleta y pinceles de Sorolla

16 secciones, 16 historias

Es ya en la segunda planta de la casa donde uno se topa con la exposición. Ésta se articula en 16 secciones que encierran 16 microhistorias. Los 100 objetos seleccionados (de los más de 2.300 que la familia Sorolla ha conservado a lo largo del tiempo) sirven para jalonar la biografía del pintor. El viaje comienza con la sección De la tragedia a la felicidad, que narra su infancia desde el fatídico accidente que le arrebató a sus padres a la temprana edad de dos años. Lo único que llegó a conservar de ellos fue un portarretrato, pero ni un solo recuerdo. Tras el accidente, fue acogido por su familia materna, que dio al pequeño Joaquín una vida humilde. Más tarde, con esfuerzo y una pizca de suerte, conseguirá formar su propia familia, culminando así su mayor objetivo en la vida, por encima de su arte.

En las distintas secciones iremos adentrándonos en la vida íntima del pintor. Conoceremos a un apasionado Joaquín que, con 22 años, viajará a Roma, donde fraguará grandes amistades con artistas de la época y se enamorará, tanto de la ciudad como de la que será su futura esposa y madre de sus tres hijos: Clotilde. Conoceremos su amistad con Pedro Gil Moreno de Mora, figura fundamental en su vida.

Retrato de Sorolla, regalado por el pintor Leonard Zorn

En la sección Un valenciano en Madrid descubriremos la verdadera inspiración de Sorolla, que no era otra que su tierra: Valencia. Tierra de fecundas primaveras, de floridas almunias y arrozales. Él fue un artista errante, su paleta recorrió el mundo pintando para príncipes y reyes, pero nunca encontró otro lugar como las costas valencianas para plasmar la luz del Mediterráneo. Y es que el arte valenciano no se entiende sin Sorolla, igual que no se entiende a Sorolla sin Valencia.

Una de las secciones más curiosas, y que permite ahondar en los rincones más profundos de la psique de Joaquín, es su biblioteca (según el dicho, atribuido a un crítico francés del siglo XIX, “dime qué lees y te diré quién eres”). Pues bien, Sorolla era un apasionado de la pintura y el arte. En sus libros encontramos más de 700 volúmenes sobre arte, centrados sobre todo en sus dos referentes: El Greco y Velázquez. Esta pasión la conjugaba con un gran interés por cuestiones intelectuales como la literatura o la historia, materias que también tienen gran presencia en su biblioteca.

«Mujer poniéndose una media» (Yvonne Serruys), escultura comprada por Sorolla en uno de sus viajes

No simplemente se dedicó a pintar, también enseñó. En la sección Los discípulos descubrimos a “los sorollistas”, quienes tuvieron el privilegio de aprender de primera mano las técnicas del genio valenciano. Sorolla tuvo una mentalidad bastante avanzada para su época, no hacía distinciones entre hombres y mujeres entre sus escolares. Una de sus mejores discípulas fue su propia hija Elena, a la que descubrimos en la sección Los hijos de un pintor. Elena se dedicó a la escultura y logró un reconocimiento notable para ser una mujer artista en el Madrid de principios del siglo XX.

Al acercarnos al final de la exposición, como al vislumbrar la luz que aguarda al final de un cenagoso túnel, sentimos más cerca a Sorolla, más humano. Hemos descubierto a un artista que, aún amando el éxito y el lujo –gastaba grandes sumas de dinero en prendas para vestir a su mujer con elegancia–, amaba más si cabe su vida familiar; a un pintor que era también un ávido lector y un humanista empedernido.

Últimas pinceladas

La sección Éxito pone el foco sobre su éxito profesional, su reconocimiento internacional y la fortuna que llegó a reunir con el triunfo de su arte. La exposición acaba como la vida de todo hombre, con la llegada de una muerte que no hace distinción de riqueza ni fama. En el caso de Sorolla, estas Últimas pinceladas tienen nombre y fecha: las dio sobre el retrato de Mabel Rick el 17 de junio de 1920, día en que la enfermedad apartó al maestro de los pinceles.

Este retrato es la obra que cierra la exposición y pone punto final al viaje a través de la vida de Joaquín Sorolla, el artista que logró pintar la luz. Somos nosotros los encargados de que la figura de Sorolla aún perviva; de que su pintura a trazos, libre como la poesía o las palabras que corretean por los renglones de un buen libro, siga pintando los lienzos de la nostalgia, para que la luz del Mediterráneo que tanto amaba no deje de brillar.

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