Dora Maar, más allá de la fotografía

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Dora Maar
Dora Maar, “Retrato de una joven con kimono”, Barcelona, 1933. © VEGAP, Madrid, 2025.

Un selecto repertorio de fotografías y dibujos de Dora Maar llega a Madrid de la mano de la Fundación Loewe en el contexto del Festival Internacional de Fotografía PhotoESPAÑA y en un espacio privilegiado: el Museo Lázaro Galdiano. Más de 80 obras podrán verse hasta el 14 de septiembre.

Pero ¿quién fue Dora Maar? La artista nació y murió en París (1907-1997), y pertenecía a una familia culta y cosmopolita. Su padre, Joseph Markovitch, era un arquitecto de origen croata, y su madre, Louise Voisin, una violinista francesa. En aquella casa se hablaba francés y español, pues la familia pasó unos años en Argentina por motivos de trabajo. Cuando Dora regresó a París, era ya una jovencita que comenzó a estudiar pintura y artes decorativas antes de descubrir su pasión por la fotografía. Fue en el taller de André Lhote donde conoció a Henri Cartier-Bresson, el fotógrafo obsesionado por captar el “instante decisivo”: ese momento fugaz y mágico donde la acción, la composición y la emoción coinciden en un momento único e irrepetible. Cartier-Bresson también nos dejó un retrato certero de Maar cuando dijo que “era una fotógrafa notable porque sus obras poseían un halo misterioso y espantoso”.

Dora Maar fotografiada por Pablo Picasso, 1936
Dora Maar fotografiada por Pablo Picasso, 1936. © VEGAP, Madrid, 2025.

Dora Maar fue una artista multidisciplinar: pintora, dibujante, escultora; pero sobre todo, fotógrafa. Sus comienzos, a finales de los años 20, estuvieron ligados al movimiento Nueva Visión, que proponía utilizar la cámara como un “Nuevo Ojo” que capturase la realidad de una manera experimental y alejada de las convenciones tradicionales. Fue así como, poco a poco, adquirió notoriedad, y en 1931 consiguió abrir su propio estudio, junto al fotógrafo Pierre Kéfer. Fue una época en la que retrató al círculo cultural parisino, se especializó en moda y publicidad, y –lo más importante– experimentó con las técnicas de vanguardia, como la exposición múltiple, el fotomontaje –donde fusionó fantasía y ficción–, la solarización –buscando el efecto de invertir los tonos haciendo que las áreas oscuras parecieran claras y viceversa–, los negativos dobles o los enfoques lumínicos con luces y sombras de carácter dramático. Además, su afán de afirmación le llevó a adoptar el seudónimo de Dora Maar, en vez de su nombre original: Henriette Theodora Markovitch.

Unos años más tarde entró en contacto con el surrealismo, con su mundo imaginativo y en ocasiones absurdo, que va más allá de lo real. Siempre mantuvo una estrecha amistad con los integrantes de este movimiento: el fotógrafo Man Ray, del que aprendió el efecto del desenfocado; André Breton, padre del surrealismo; el poeta Paul Éluard… Además, se identificó con los ideales políticos de muchos de aquellos artistas, contrarios al fascismo.

Un gran vinilo de Dora Maar en su estudio da la bienvenida al visitante de la muestra y sirve –según María Millán, la comisaria– para argumentar bien el espacio expositivo. El recorrido continúa con una espléndida instantánea realizada por Picasso a la que por entonces era su musa, en la que destaca su belleza melancólica en un atractivo primer plano, moldeado por la luz. Seguimos viendo algunas de las técnicas novedosas que Maar aplicó en sus instantáneas, como se aprecia en el Estudio experimental con el negativo o el retrato solarizado de Jacqueline Lamba. Y seguimos descubriendo fotografías…

La Barcelona de 1933

La fotografía callejera era un género que por entonces estaba de moda. Con sus imágenes duras de la realidad social, dio que pensar a una élite que ni siquiera era consciente de ella. Estas instantáneas, aunque aparentemente eran “normales”, obligaban al espectador a ir más allá de lo superficial: el que las miraba se cuestionaba su propia percepción, y este era uno de los principios inherentes al surrealismo, que buscaba por encima de todo dar voz a lo invisible, mostrando universos paralelos o inquietantes ocultos a la vista.

El hilo argumental de la exposición nos lleva a la Barcelona de 1933, con el trasfondo del fascismo instalado en Europa y la voz potente de los artistas para denunciar este ambiente de crispación social y política. Como explica María Millán, “Dora Maar, al igual que otros artistas, como Cartier-Bresson y otros fotógrafos, tenía la necesidad de salir a la calle y mostrar lo que estaba pasando”, y matiza que la artista “no fue miembro de ningún partido político, pero sí tenía un importante sentido de la justicia social”.

Dora Maar, Remendadoras a la sombra de una barca en la Playa de Tossa de Mar, 1933
Dora Maar, “Remendadoras a la sombra de una barca en la Playa de Tossa de Mar”, 1933. © VEGAP, Madrid, 2025.

Dora Maar viajó a Barcelona tres años antes del estallido de la Guerra Civil, para contar en imágenes el desgarro de una sociedad fragmentada. El punto de mira lo centraba en las calles, con sus arquitecturas y sus gentes, los oficios como la pesca o la cestería, los músicos callejeros, los mendigos, los jornaleros, las prostitutas, la soledad de los ancianos o las familias empobrecidas… Eran, en definitiva, vidas tocadas por la precariedad que contrastaban con una clase acomodada y bien trajeada que paseaba por las ramblas de la Ciudad Condal.

Dignos de mención son también los retratos fotográficos. Personalidades del mundo del arte, como Picasso con un cigarro entre sus dedos, trabajando en el Guernica o disfrutando del descanso en una playa; Jean Cocteau, elegantísimo con su traje gris; Frida Kahlo, muy directa –como era ella–, y Alberto Sánchez representado por su obra más emblemática, El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella (Exposición Universal de París de 1937).

Dora Maar, Retrato de Jean Cocteau, 1949
Dora Maar, Retrato de Jean Cocteau, 1949. © VEGAP, Madrid, 2025.

La fotógrafa que ilustró la gestación del Guernica

En 1936, Dora Maar y Pablo Picasso se conocieron en el café parisino Les Deux Magots, donde la artista llamó poderosamente la atención del malagueño cuando se puso a jugar con una navajita que dejaba caer entre los dedos de su mano cubierta por un guante… Picasso se acercó para pedirle el guante que quería conservar en una vitrina. Fascinado por su belleza y elegancia, el artista encontró en ella su nueva musa y comenzaron una relación tan apasionada como tormentosa, con un desdichado final, con malos tratos de por medio y con el ingreso de la fotógrafa en un hospital psiquiátrico.

Dora Maar vivió en primera persona el proceso creativo del Guernica, el famoso cuadro que el Gobierno republicano encargó a Picasso para el pabellón español de la Exposición Universal de París de 1937. Fueron 35 días de intenso trabajo, en los que no solo documentó la elaboración de la pintura: fue un apoyo para Picasso en los momentos de duda, y el artista la incluyó en la obra.

Dora Maar, “Picasso de pie trabajando en el ‘Guernica’ en el estudio de Les Grands-Augustins, 1937
© Dora Maar, “Picasso de pie trabajando en el ‘Guernica’ en el estudio de Les Grands-Augustins, 1937. Copia de época. Cortesía Museo Nacional Centro de
Arte Reina Sofía. Vegap, Madrid 2025.

Muchos son los cuadros que Picasso pintó sobre Maar, y de los primeros a los posteriores fue cambiando de opinión. Al final la consideró como “la mujer que llora” y la retrató con tocados y sombreros que sutilmente aludían a su fragilidad psicológica. A pesar de ello, Dora nunca se desprendió de las 130 obras que Picasso le regaló.

Dibujos

La muestra guarda un as debajo de la manga: por primera vez se presentan unos dibujos inéditos de la artista, subastados hace cinco años. Eran anotaciones espontáneas de ideas y sueños que Maar, según surgían en su mente, plasmaba en hojas sueltas y cuadernos, como si fuera una memoria que no quería perder, y que nos acerca a un mundo más íntimo y valioso. En ellos, la figura humana es representada en una estética alternativa con alargamientos y desproporciones, ojos distorsionados, tocados ajedrezados o espacios planos… Una estética que en unas ocasiones nos recuerda a Picasso y en otras evoca las formas redondeadas y pulidas de Alberto Sánchez o Jean Arp.

Los bodegones, con la simplicidad de sus líneas, nos acercan a la sencillez de la cotidianidad en la que Dora encontraba tanta belleza, además de ser uno de los géneros recurrentes del cubismo.

Rebuscando entre los datos biográficos de la artista encontramos un hecho terrible: una noche mantenía una discusión por teléfono con su madre, que desaprobaba su relación con Picasso, y de repente la dejó de escuchar. Había toque de queda en París, que estaba tomada por los nazis, y fue a la mañana siguiente cuando la encontró muerta con el auricular en la mano. Una pérdida que la marcó profundamente. Esto, junto a la ruptura con Picasso, que iba diciendo de ella que se había vuelto loca, fue el detonante del deterioro psicológico que acabó con el ingreso de Dora en un hospital psiquiátrico, hasta que se recuperó con la ayuda de su gran amigo Paul Éluard.

A partir de entonces llevó una vida solitaria –primero en París y luego en la Provenza–, abandonó la fotografía y se dedicó a la pintura abstracta. Su vida se serenó cuando se convirtió al catolicismo. Guiada por una fe profunda, asistía diariamente a misa; en su testamento había dejado sus bienes (130 obras de Picasso y su inmenso archivo fotográfico) a su padre –que falleció antes– y a un monje dominico que fue su confesor.

Se dice que del millar de fotografías que se conservan de Maar, tan solo sonríe en dos. Fue la suya una vida entretejida por el sufrimiento y la lucha por ser alguien en el panorama artístico, con un valioso legado fotográfico cuya clave es la innovación.

Dora Maar, “Mujer de rojo”, 1939
Dora Maar, “Mujer de rojo”, 1939, dibujo. © VEGAP, Madrid, 2025.

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