La resistencia al antisemitismo

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Los «Schindler» de Francia que protegieron a judíos durante la ocupación nazi
La película La lista de Schindler ha puesto de relieve los esfuerzos de tantas personas, en su mayoría anónimas, que arriesgaron su seguridad personal o aun su vida para salvar judíos del Holocausto. Son los que Israel llama «Justos de las Naciones». Lucien Lazare, ex combatiente de la Resistencia francesa, que actualmente trabaja en Jerusalén, ha publicado un libro (1) con el que quiere honrar a los que participaron en el salvamento de judíos en Francia entre 1940 y 1944. En él se narran, hilados con historias particulares, algunos rasgos comunes de los protectores.

Casi veinte años antes de que muriese Oskar Schindler, el Estado de Israel ya había establecido por ley el título de «Justo de las Naciones». Desde 1953 se concede al no judío que haya arriesgado su vida para salvar algún judío durante la invasión alemana de Europa, en el transcurso de la II Guerra Mundial.

En agradecimiento a los salvadores, Israel les ha dedicado en Jerusalén, en el Yad Vaschem, una avenida flanqueada de álamos que conduce al memorial de Auschwitz. Los árboles, plantados por los homenajeados o sus parientes próximos, lucen una placa nominativa. Simbolizan la vida, que perdura y se reproduce, como el buen ejemplo de los «Justos». Además, cada rescatador recibe una medalla con su nombre, que le es entregada por un diplomático israelí en una ceremonia oficial.

Héroes muchas veces desconocidos

Algunos de los que han recibido el título se extrañan ante tanta celebración: «Cualquier persona que hubiese estado en mi lugar habría hecho lo mismo», dice uno. «No nos conviertan a mi mujer y a mí en héroes -replica otro-. ¡Lo que hicimos no podíamos no hacerlo! Y basta».

Sólo en Francia, más de mil personas han recibido la medalla conmemorativa. En Alemania, casi trescientas, contando a Schindler; en todo el mundo, 11.800. Lucien Lazare calcula que si se llegase a encontrar a todos los que han estado implicados en los salvamentos en Francia, Yad Vashem habría de rendir homenaje a 5.000 ó 10.000 franceses. La llamativa desproporción entre identificados y desconocidos aumenta especialmente en los países de Europa del Este, pues el largo periodo comunista ha impedido a los judíos la búsqueda de los rescatadores.

Lazare es reacio a dibujar un retrato robot que encasillaría al salvador en el determinismo de unas condiciones peculiares: su opinión es que toda persona es capaz de la generosidad que manifestaron sólo algunos. De hecho, las personas que se ha logrado identificar para el Memorial Yad Vashem «son tan diferentes como los pasajeros de un tren de cercanías». Algunos vivían en situaciones extraordinarias, pero la mayoría deseaba volver a tiempos de paz con más vehemencia que protagonizar una aventura de guerra.

«No obstante -precisa Lazare-, mis investigaciones históricas me han llevado a comprobar que hay tres categorías profesionales que facilitaron la vocación de salvador: los miembros del clero, los diplomáticos y los funcionarios de las colectividades locales y de la policía».

Los propios judíos, al sentir el peligro, acudieron especialmente a estos tres tipos de personas en busca de protección. Sin duda, estos tres grupos tenían más oportunidades de sabotear la política antijudía del régimen.

Obstrucción a las medidas antisemitas

Los cónsules de los países que se mantuvieron neutrales en el conflicto recibieron miles de peticiones de visados por parte de judíos o amigos. Lazare cita como ejemplo al cónsul de Portugal en Burdeos, Aristides de Sousa Mendes, quien, desoyendo las instrucciones de su Ministerio en Lisboa, firmó 30.000 visados a personas de todas las nacionalidades, entre ellos a 10.000 judíos que intentaban escapar de Francia por los Pirineos.

La búsqueda de refugio en el clero atravesó al menos dos etapas. Primero empezaron a solicitarla algunos católicos que, a pesar de su bautismo, eran considerados como judíos por una ley del régimen de Vichy, de octubre de 1940. Según esa ley, se consideraba judía «toda persona nacida de tres abuelos de raza judía».

Como consecuencia, el clero católico y protestante, que pudo visitar a sus feligreses de origen judío en los campos de concentración del Suroeste francés, fueron conscientes mucho antes que el resto de los franceses de la gravedad del peligro que amenazaba al pueblo judío. Entonces se responsabilizaron del salvamento de judíos de religión. Y con la intención de desviar las pesquisas nazis, produjeron certificados de bautismo falsos.

Los funcionarios de policía y de los ayuntamientos pudieron también obstruir las órdenes que recibían desde el secretariado general de la policía de Vichy o de su delegado en París para la zona norte de Francia. Algunos empleados de la Prefectura de París lograron poner sobre aviso a bastantes familias que aparecían en las listas de detención de los nazis. Incluso algunos policías que debían proceder personalmente a los arrestos les advirtieron del peligro con tiempo suficiente para que huyeran.

Los días 16 y 17 de julio de 1942 la policía detuvo en París a 12.884 judíos. Pero era sólo la mitad del número previsto. De ahí se infiere que ciertos policías se jugaron la vida para alertar a los 10.000 judíos que lograron esconderse en aquella ocasión.

Salvamento organizado

Normalmente, las circunstancias tan arriesgadas forzaron a los salvadores a actuar ocultamente. Lazare señala que su conducta, obediente a la conciencia antes que a las leyes del régimen, les llevó a la iniciativa aislada.

Pero tampoco faltaron grupos que actuaron de modo más organizado. Esto sucedió en algunos pueblos franceses donde la mayoría de los habitantes llegaron al acuerdo de colaborar masivamente en el salvamento de judíos. Esos enclaves fueron en realidad las «organizaciones» más populosas en favor de la causa judía.

También participaron algunas asociaciones que adoptaron entre sus objetivos el de salvar judíos perseguidos. Por ejemplo, CIMADE (el Comité de Intercambios de Evacuados), una iniciativa protestante creada en 1939 para ayudar a la población evacuada de los departamentos franceses lindantes con Alemania; el arzobispado de Toulouse; el American Friends Service Committee; la Young Men Christian Association (YMCA), o los servicios suizo y checo de Socorro de Niños.

En tercer lugar, aparecen las asociaciones nacidas específicamente para evitar las detenciones de judíos, como la Amitié Chrétienne (en Lyon y la zona sur), la Entraide Temporaire (en París) y la Sociedad de veteranos del XXI regimiento de infantería de voluntarios extranjeros.

Durante los primeros meses del Régimen de Vichy, la mayor parte de los judíos creyeron que la zona sur, en manos del mariscal Pétain, estaba libre de la asechanza nazi. Muchos emigraron allí desde París y el norte francés. Hasta el verano de 1942 se consideraron a salvo. Sólo algunos judíos presintieron la persecución y abandonaron Francia, por mar o a través de los Pirineos. La primera señal de alarma llegó el 27 de marzo de 1942. Desde la estación de Bobigny, en París, salía el primer convoy con destino a Auschwitz, con 1.112 deportados judíos, todos varones, que no regresaron.

Una carta pastoral

En el verano de 1942, el secretario general de la policía de Vichy, René Bousquet, ordenó «reagrupar» con el mayor secreto posible a los judíos extranjeros residentes en la zona sur: en primer lugar los que estaban en campos de concentración, y después al resto, que fueron a parar a manos alemanas. Ese mismo verano, el domingo 23 de agosto, justo antes de que se produjese una redada de judíos en Toulouse, el arzobispo Jules Gérard Saliège tomó la iniciativa pública en su diócesis con una carta pastoral que se leyó en todas las parroquias. Hasta entonces ningún obispo se había declarado públicamente contra la persecución.

«Mis queridos hermanos -dice la carta-, hay una moral cristiana, hay una moral humana, que impone deberes y reconoce derechos. Estos derechos proceden de la naturaleza humana; vienen de Dios. Se pueden violar pero no está en manos de ningún mortal suprimirlos. Estaba reservado a nuestro tiempo contemplar el triste espectáculo de niños, mujeres, hombres, padres y madres tratados como un vil rebaño, de miembros de una misma familia separados y embarcados hacia un destino desconocido. (…) Los extranjeros son hombres, son mujeres. No está permitido todo contra ellos, contra esos hombres, esas mujeres, esos padres y madres de familia. Forman parte del género humano; son tan hermanos nuestros como los demás. Un cristiano no puede olvidarlo».

En seguida el texto se convierte en el panfleto subversivo más difundido en Francia y contribuye a disipar la apatía de los ciudadanos, hasta entonces más bien pasivos ante la actitud antijudía del régimen de Pétain.

Mucho antes de las deportaciones de agosto, el arzobispo de Toulouse, en zona sur, sostuvo los esfuerzos de los internos de los campos del sudoeste, para aliviar su angustia e intentar liberar niños y ancianos. Todo se hizo legalmente. Al terminar agosto de 1942, cuando ya la ley prohíbe socorrer a los judíos, se impone la clandestinidad. Mons. Saliège formó entonces, con la ayuda de un judío de la Resistencia, una red judía clandestina para dar refugio a niños.

Protestantes y católicos

También el pastor Marc Boegner, presidente de la Federación protestante en Francia -observa Lazare- dio pruebas de una actitud radical contra el antisemitismo, que compaginó con el apoyo al mariscal Pétain. En marzo de 1941 le dirigió -en nombre del Consejo nacional de la Iglesia Reformada de Francia- una protesta contra el trato dado a los judíos, y comunicó al gran rabino de Francia su repulsa de la legislación racista. Pero sobre todo, el primado protestante movilizó a otros ministros y laicos para defender a los judíos.

Por su parte, el cardenal Gerlier, primado de la Iglesia católica, se hallaba en situación más peliaguda. También él escribió una carta pastoral invocando el derecho de asilo y el respeto de la persona humana en contra de las deportaciones de judíos.

La presión de la jerarquía católica contra la persecución aumentó durante el verano del 42, y en septiembre se hizo notar en las altas esferas de Vichy. El día 3, dos oficiales superiores de la SS en Francia informan que «Laval ha explicado que las exigencias que le habíamos formulado sobre la cuestión de los judíos han chocado en estos últimos tiempos con una resistencia sin igual por parte de la Iglesia. El jefe de esta oposición anti-gubernamental es el cardenal Gerlier».

De todos modos, Lazare es severo a la hora de juzgar la posición del episcopado católico francés. Él, que combatió en la Resistencia, hubiera deseado que se pronunciase antes y con más rotundidad. Dice que «sometidos dócilmente al poder, los obispos, por regla general, observaron una gran discreción sobre la política antijudía. Esta discreción, la mayoría de las veces culpable, sirvió en ocasiones para maquillar una ayuda intensa y notable».

Pero al analizar la actitud católica, Lazare no hace mención a la encíclica Mit brennender Sorge de Pío XI que condenó la ideología pagana del nazismo ya en 1937. Tampoco valora suficientemente que los católicos fueron asimismo víctimas de persecución -en Alemania abiertamente desde 1935- o que un porcentaje muy elevado de los que salvaron judíos en Francia fueron católicos, simplemente porque eran la mayoría.

Obispos en el avispero

Otro ejemplo de ayuda a los judíos por parte de la jerarquía católica es el caso de Mons. Paul Rémond, que instaló, en su residencia episcopal de Niza, una red especializada en el reparto de niños, que fueron a parar clandestinamente a familias, conventos, monasterios o instituciones de la diócesis. Dos de los colaboradores de Mons. Rémond fueron descubiertos y sólo uno sobrevivió a Auschwitz, pero lograron salvar a medio millar de niños.

La opinión de Lazare es que la carta del arzobispo de Toulose en el verano de 1942 fue el grito necesario para despertar muchas conciencias a la realidad del exterminio judío. De hecho, otro obispo, Mons. Théas, impulsado por la carta de Mons. Saliège, redactó enseguida otra donde se leía: «Proclamo que todos los hombres, arios o no, son hermanos, porque han sido creados por el mismo Dios; que todos los hombres, de cualquier raza o religión, tienen derecho al respeto de los individuos y de los Estados. Y que las actuales medidas antisemitas son un desprecio de la dignidad humana, una violación de los derechos más sagrados de la persona y la familia».

Después de reproducir la carta, su secretaria, Marie-Rose Gineste, le sugirió que no la enviase por correo porque la censura impediría que se leyese al domingo siguiente en las parroquias. Ella misma se ofreció a distribuir las copias -en bicicleta- a todas las parroquias de la diócesis. El reparto duró tres días consecutivos a razón de cien kilómetros diarios. Y la carta se leyó en todas las misas que se celebraron el domingo 30 de agosto de 1942 en la diócesis de Tarn-et-Garonne. En todas las iglesias salvo una, la parroquia de Ardus, donde el cura era un conocido colaborador del régimen.

Salvadores en el Eje

También en Alemania el salvamento de judíos ha llamado la atención de algunos historiadores, como Eva Fogelman, que recoge en un libro reciente las historias de 300 protectores -alemanes o no-, poco conocidos o tan famosos como el que Spielberg ha llevado al cine. Uno de ellos es el alemán Hans Georg Calmeyer, fallecido en 1972, que dirigió en Holanda una oficina de clasificación racial. Evitó la muerte de al menos 2.899 judíos, según el archivo de Yad Vaschem de Jerusalén.

Otra historia apenas conocida es la que protagonizaron el ejército y el ministerio de Asuntos Exteriores italianos entre 1941 y 1943, que salvaron la vida de miles de judíos de Croacia. Recientemente la ha recordado Ivo Herzer -uno de los rescatados- en International Herald Tribune (25-III-94). En Croacia vivían aproximadamente 40.000 judíos al comenzar el conflicto, y sólo sobrevivieron unos 10.000: alrededor de 6.000 salvados por la Administración y el ejército italianos, y otros 4.000 que lograron ocultarse.

A finales de 1941 dos tercios de los judíos de Croacia estaban en los campos de exterminio. Sólo unos 6.000 lograron alcanzar la zona ocupada por Italia, en Dalmacia, donde obtuvieron refugio.

A mediados de 1942, Croacia acordó entregar a Alemania los judíos restantes, incluidos los que ya estaban en manos de Italia. En un primer momento Mussolini aceptó entregar a los judíos bajo protección italiana; sin embargo, el jefe del ejército italiano en Croacia, el general Mario Roatta, junto con el Ministerio del Exterior, decidieron sabotear la decisión del Duce.

Primero retrasaron los trámites con la excusa de averiguar quiénes de entre los judíos croatas podían reclamar la nacionalidad italiana. Después, en noviembre de 1942, para aplacar a los nazis, decidieron internar en campos a todos los judíos de la zona italiana. Unos 1.700 fueron al campo de Kraljevica y otros, con más suerte, a hoteles vigilados por soldados. Como se corrió el rumor de que el internado era la antesala de los campos alemanes, el propio general Roatta visitó a los judíos para tranquilizarles con la promesa de que el ejército italiano nunca les entregaría a los nazis. De hecho, el campo de concentración de Kraljevica era singularmente acogedor. Tenían organizada una escuela que el ejército italiano proveía de libros de texto.

La victoria aliada en el norte de África hizo sospechar una inminente invasión de Italia. El ejército italiano trasladó a los refugiados judíos a la isla de Rab, frente a la costa dálmata. Tras la rendición de Italia ante los aliados en septiembre de 1943, el ejército italiano evacuó la isla, que fue pronto ocupada por los partisanos de Tito. En marzo de 1944 cayó en poder alemán. Y los doscientos judíos enfermos que se habían quedado allí fueron deportados a Auschwitz. Los demás habían sido evacuados a la zona de Yugoslavia dominada por los partisanos o a la Italia liberada.

Ivo Herzer, historiador, asegura que el rescate de judíos croatas por parte de Italia no fue una actuación aislada, sino que, mientras Italia fue independiente, hasta la ocupación alemana de 1943, su ejército protegió a los judíos en el sur de Francia, Grecia, Albania y el norte de África.

José María Garrido_________________________(1) Lucien Lazare. Le livre des Justes. Lattès. París (1993). 262 págs. 139 FF.

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