La generación que aplaza las decisiones

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Chicos que acaban carreras, postgrados, estancias en el extranjero y que regresan a casa. “Hogar dulce hogar”. Algunos padres los retienen, otros sienten que han fallado en el papel de educadores. A su edad, la mayoría de ellos ya tenían cargas familiares. ¿Qué sucede al final de los ‘felices veinte‘? Algunos expertos auguran el comienzo de otra etapa vital: la de los ‘adultos emergentes‘.

Los jóvenes tardan más en llegar a la edad adulta. Eluden compromisos, viajan, y no tienen empleo fijo. Este cambio de la evolución tradicional -terminar la escuela, salir de casa, llegar a ser económicamente independiente, casarse y tener un hijo- está provocando un cambio en la configuración de la sociedad cuyo impacto aún no podemos calibrar. Ocurre en EE.UU. pero también en Europa.

Y, como recoge El País del pasado 20 de septiembre, el 42% de los 3.201.200 jóvenes entre 20 y 30 años que trabajan tiene un contrato temporal, según el Instituto Nacional de Estadística. En esa franja de edad, el salario medio es de 15.370 euros al año. Y el 44% de los jóvenes de 25 a 29 años tiene un empleo por debajo de su nivel de estudios (según datos de la OCDE). Con estas condiciones laborales, muchos dicen que si no se independizan no es por falta de ganas sino por falta de medios.

Nueva etapa vital

Jeffrey Jensen Arnett, profesor de psicología en la Universidad Clark en Worcester, Massachusetts, publicó en 2004 el libro Emerging Adulthood y es un abanderado del movimiento que considera la veintena como “la edad adulta emergente”. Afirma que lo que sucede ahora es análogo a lo que ocurrió durante el pasado siglo, cuando los cambios sociales y económicos definieron la adolescencia como una etapa vital. Del mismo modo, esta edad adulta emergente necesita ser reconocida por los psicólogos y aceptada por la sociedad, de manera que se puedan crear instituciones que ayuden a los jóvenes a superar esta situación.

Abby Wilner ya hablaba en 1997 de la crisis del cuarto de vida, y es coautora del primer libro que identifica el fenómeno, publicado en 2001. Después de la etapa universitaria los jóvenes entran en el “mundo real”, más duro y competitivo y menos acogedor de lo que imaginaban. Los títulos universitarios, en los que invirtieron tanto tiempo y dinero, sirven de poco. Esta situación genera frustración en las relaciones sociales y laborales, inseguridad sobre el futuro inmediato y la preparación académica, que se revela insuficiente para encontrar un trabajo adecuado; estrés por las dificultades económicas, etc. Pero no debería prolongarse ni dejar secuelas.

Entonces ¿qué les ocurre a los veinteañeros de hoy para que decidan no enfrentarse a estos retos ordinarios de la vida y refugiarse en una adolescencia tardía, en el síndrome de Peter Pan? Muchos de ellos se han creado una identidad de “joven para siempre”, con las ventajas de ser adulto y gozar de libertad y autonomía para decidir por sí mismo sobre “sus asuntos”, pero sin las obligaciones, compromisos y responsabilidades de los mayores.

Según el profesor Arnett, los jóvenes de hoy necesitan una formación más prolongada para sobrevivir en el nuevo marco laboral. Por otro lado, la aceptación general de las relaciones sexuales prematrimoniales y el control de la natalidad contribuye a que tengan menos prisa por casarse. Muchas chicas no desean tener hijos antes de haber acabado sus carreras y confían en las posibilidades de la reproducción artificial más allá de sus años más fértiles.

En contra de la idea de que la “emerging adulthood” sea una nueva etapa en el desarrollo vital como la adolescencia, está el hecho de que no es algo universal. Es rara en los países en desarrollo, donde los jóvenes no tienen más remedio que crecer rápido y asumir responsabilidades para ganarse la vida; y también se saltan esta etapa las mujeres que se casan pronto o los jóvenes que pasan de la escuela al primer empleo que encuentran sin tener la posibilidad de dudar. Si la mayor parte de la humanidad puede “saltarse” esa etapa, ¿puede ser tan decisiva?

Dependientes de los padres

El profesor y doctor en Psicología de la Universidad del País Vasco, Juan de Dios Uriarte Arciniega, advierte que “en las sociedades desarrolladas los padres valoran la cualificación profesional de los hijos y de las hijas y les animan para que tengan un alto grado de autonomía económica antes de decidirse a vivir juntos como pareja estable”.

“Muchos de los jóvenes que no se sienten adultos -añade- consideran que aún deben seguir formándose para la vida, como si reconocieran que no han alcanzado la suficiente madurez para afrontar por sí solos los retos vitales que habitualmente ocurren con la adultez: casarse, educar a los hijos, vivir autónomamente de los padres, etc. Los estudios formales le ayudan a adquirir competencias profesionales o laborales. Pero ellos sienten que necesitan algo más de formación o de maduración para ser persona autónoma, pues si les ocurriera que en breve tiempo tuvieran que independizarse, se sentirían ‘perdidos”.

“La dependencia respecto de los padres -continúa- no es una consecuencia necesaria de la dependencia económica. Es también una dependencia personal, que se prolongará durante muchos años aún, dando lugar a los ‘enmadrados‘. Sean solteros, casados o separados, más los hombres que las mujeres, hay resistencias a abandonar definitivamente el hogar paterno”.

Estos jóvenes que no quieren crecer piensan que las responsabilidades económicas, emocionales, formativas o asistenciales son de sus padres. Si existen relaciones de amor, éstas se complementan con relaciones de amistad más amplias, y en su conjunto el compromiso es menor al del matrimonio. “El joven se resiste a comprometerse en relaciones y estilos de vida que supongan una reducción del bienestar, el consumo, el disfrute mutuo o el goce sexual, valores dominantes en este colectivo”.

El profesor Uriarte Arciniega responsabiliza en parte a los padres. “Muchos favorecen el estado de dependencia de sus hijos mayores y retrasan su emancipación. La madurez psicológica del joven ya adulto se pondrá de manifiesto cuando sea capaz de salir del hogar familiar sin que ello le angustie por dejarlos para crear una vida independiente y una nueva familia”.

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