Teorías fallidas, mentes famélicas

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Ante las evidentes carencias de la escuela en muchos países occidentales, se intentan remedios con reformas del curriculum, nuevas tecnologías, aumento de medios materiales… Pero el fallo puede ser mucho más profundo. Esto es lo que apunta E.D. Hirsch en su libro La escuela que necesitamos (1), publicado en 1999 y ahora traducido al español. Hirsch, experto en poesía romántica inglesa y catedrático emérito en la universidad de Virginia, viene criticando desde finales de los años ochenta, la ideología pedagógica que insiste en el proceso de aprendizaje y minusvalora los conocimientos. Además de desmontar esta teoría, Hirsch es fundador del movimiento “Core Knowledge”, cuyos principios ya estaban orientando con éxito a 770 escuelas norteamericanas en 2010.

El capital intelectual
El autor, que ha ejercido como profesor de escuela durante treinta años, afirma que es muy importante que durante los trece primeros años de clase los alumnos adquieran cultura y conocimientos nuevos. De este modo Hirsch manifiesta que las teorías pedagógicas basadas exclusivamente en metodologías y estrategias de aprendizaje, han llevado al fracaso de la enseñanza primaria y media norteamericana. La escasa preparación académica de los alumnos fomenta además indirectamente la desigualdad social. Al exigir menos conocimientos, los alumnos de las familias con menos nivel cultural, quedan en desventaja respecto a los que tienen una familia con resortes culturales propios.

Hirsch destaca el concepto de “capital intelectual”, o cultura basada en conocimientos, como el factor clave de la educación

Hirsch destaca el concepto de “capital intelectual”, o cultura basada en conocimientos, como el factor clave de la educación. La capacidad para aprender algo nuevo depende de incorporar lo nuevo a lo ya conocido. Esta idea clave no solo está avalada por el sentido común, sino también por numerosas investigaciones, que el autor da a conocer. De ahí la necesidad de evitar las lagunas temáticas en los currículos de las asignaturas, en el paso de un curso a otro.

El énfasis en el conocimiento y en el inconformismo ha llevado al éxito a muchas universidades norteamericanas. Por contraste, el interés por el la metodología educativa y el conformismo respecto a la asimilación de los contenidos, ha llevado al fracaso de los colegios, según Hirsch.

Factores ideológicos que impiden progresar
La actitud “anticonocimiento”, pese a sus malos resultados, sigue estando vigente en EE.UU. y ha influido en muchos países. Esta actitud viene de lejos: se manifiesta desde 1902 cuando John Dewey, un teórico de la enseñanza, sostuvo que “no hay que enseñar contenidos sino enseñar al niño”. Posteriormente fue William Heard Kilpatrick quien codificó las ideas anticonocimiento, expuestas en su libro Foundations of Method, donde sostiene que lo importante de la educación es el proceso evolutivo de conocimiento interno al niño. Lo importante sería que los chicos disfrutaran del aprendizaje, intercambiaran ideas y aprendieran por sí mismos cosas relacionadas con su vida inmediata. El profesor sería un observador y orientador de este proceso. Todas estas cuestiones, muchos años después, han sido conocidas e implantadas en el actual sistema educativo español, con resultados notoriamente negativos (ver Aceprensa 14-09-2011).

Los resultados de la fallida teoría han sido un descenso del nivel de conocimientos, especialmente entre los alumnos con menos recursos

Para Hirsch, la pedagogía anticonocimiento se basa en dos corrientes de pensamiento. Por un lado estaría el romanticismo europeo del siglo XIX, en el que lo natural ha de ser protegido frente a intoxicaciones artificiales. El formalismo, en segundo lugar, sería la pedagogía que entiende que es mucho más importante la adquisición de técnicas de conocimiento, que el conocimiento mismo.

Respecto al romanticismo o naturalismo educativo, dos de sus planteamientos se han convertido en falacias al ser aplicadas de manera extrema. Tales planteamientos son: 1) Hay una edad natural, después de los 8 años, adecuada para impartir conocimientos académicos, introduciendo los libros; 2) Los métodos de instrucción naturales –que se asemejan a la vida real– son siempre más eficaces.

Contestando a estas ideas, el autor contrasta la experiencia de las Écoles maternelles francesas, para niños de 2 a 6 años. En ellas, los niños que asistieron a una edad más temprana demostraron una mayor eficacia académica. De lo que se deduce que una enseñanza preescolar adecuada y orientada a lo académico permite superar las diferencias de conocimiento que se dan actualmente entre alumnos norteamericanos de diversa extracción social y étnica.

Teorías fallidas
Por otra parte, Pasko Rakic, neurobiólogo de la Universidad de Yale, afirma que “los estadounidenses piensan que no se debe pedir a los niños que usen su cerebro para realizar tareas difíciles mientras son pequeños: ‘déjenlos jugar, ya estudiarán en la universidad’. El problema es que si no se les entrena en una época temprana, el estudio se vuelve más difícil”. De esto, el libro deduce que “la doctrina de la pedagogía natural fomenta una tendencia ya afianzada en la cultura estadounidense: asociar el logro académico con el determinismo social y el talento natural, y no con el trabajo exigente y bien enfocado”. Contra la todavía pedagogía dominante, “la meta de la educación es no seguir la naturaleza humana sino corregirla, situarla en un camino de virtud que suele ser contrario a su desarrollo natural”, afirma Hirsch.

El formalismo, que se identifica con el constructivismo pedagógico, es la hipótesis de que son los niños los que construyen el conocimiento. Según Hirsch, esta construcción no se puede reducir a un “aprendizaje por descubrimiento” del alumno. Pensar que se pueden adquirir destrezas intelectuales genéricas para saber seleccionar la información adecuada en múltiples casos, es “un espejismo”. Por ejemplo, la capacidad de lectura depende de los conocimientos concretos: “para entender al príncipe del Nilo, es importante saber qué es el Nilo”. Frente a las meras estrategias o destrezas, cabe decir que “el pensamiento superior no funciona aplicando técnicas formales o los datos consultados, sino más bien usando con eficacia diversas pistas, estimaciones y análisis provenientes de conocimientos previos”.

Las investigaciones manifiestan que los estudiantes aprenden más cuando se dan calificaciones y exámenes que establecen una relación de justicia, respecto a los conocimientos adquiridos. Los exámenes de respuestas amplias y abiertas son demasiado subjetivos si no se complementan con preguntas concretas que contemplan varias opciones. El abandono de sistemas de evaluación objetivos ha traído como consecuencia un empeoramiento de las pruebas académicas SAT en EE.UU.

A pesar de todas estas aportaciones y datos comprobados, sectores pedagógicos siguen haciendo oídos sordos desde influyentes Facultades de Educación norteamericanas.

Hirsch no se confiesa un tradicionalista sin más, o un nostálgico de una educación “a la antigua usanza”. El autor se autodenomina pragmático y realista. Valora todas las innovaciones pedagógicas que hacen amable la tarea educativa, pero mira de frente los datos escolares, bucea en sus causas y plantea soluciones. Una actitud positiva para levantar el nivel educativo, no solo en EE.UU. sino también en otros países.

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(1) E.D. Hirsch. La escuela que necesitamos. Ediciones Encuentro. Madrid (2012). 446 págs. T.o.: The Schools We Need. Traducción: Gema García de Celis.

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