Los economistas de Chicago ven un porvenir de color de rosa

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Invitados a expresarse ante quinientos empresarios venidos del mundo entero, cinco premios Nobel de Economía de la Universidad de Chicago han dado un mensaje optimista sobre la marcha de la economía mundial (Le Monde, 24-V-96).

Robert Lucas, premio Nobel de 1995, padre de la teoría de las «expectativas racionales», explica que el mundo está hoy en una fase de fuerte crecimiento. Recuerda que en el siglo XVIII la producción mundial progresó a un ritmo del 0,5% anual; en el XIX, un 1%; un 2% en la primera mitad del XX y un 4,5% entre 1950 y 1985.

Gary Becker, laureado de 1992, advierte que «lo que estimula la actividad de los hombres es la libertad económica», sobre todo la de los intercambios, la cual está experimentando en todas partes un fuerte impulso. Robert Fogel, premio Nobel de 1993, recuerda que «el 40% de la población mundial vive hoy en mercados emergentes». Como Gran Bretaña en el siglo XVIII, como Francia y Estados Unidos en el XIX, estos países en despegue económico en Asia y América Latina van a seguir alimentando en los próximos años el crecimiento mundial.

¿Supone esto la muerte de los viejos países industrializados? Una muerte muchas veces anunciado y más que improbable, explica, confiado, Merton Miller, premio Nobel en 1990, el padre de la economía financiera: «No hay tal fatalidad, como lo demuestra el resurgir espectacular de la economía americana desde el comienzo de los años 90». Incluso Europa tiene su oportunidad, «si se libera de sus ataduras e invierte masivamente en capital humano», agrega Gary Becker.

¿No hay un riesgo de desequilibrio entre una población creciente y unos recursos insuficientes? También esta inquietud es totalmente infundada para los maestros de Chicago. Robert Lucas recuerda que, desde el comienzo de la revolución industrial, la producción mundial ha aumentado siempre más de prisa que la población. En el siglo XIX la producción aumentaba cada año un 1%, mientras que la población crecía un 0,5%; entre 1900 y 1950, los aumentos respectivos fueron del 2% y del 1%. Hoy son del 4,5% y del 2%. Los temores de penurias generalizadas -en materias primas, energías o alimentos- les parecen, pues, injustificados.

La contaminación es hoy otro gran motivo de inquietud para la humanidad. Pero también en esto la Universidad de Chicago revela un optimismo inquebrantable. No hay ninguna duda, «el crecimiento y el progreso económico contribuyen a reducir todas las formas de contaminación», dice Ronald Coase, premio Nobel en 1991. Robert Lucas afirma que hay una relación directa entre el aumento de la renta y la reducción de la contaminación.

Finalmente, los «hijos» de Milton Friedman sólo dejan aparecer una ligera duda, tras su optimismo impenitente: es sobre los efectos de una demografía en declive en los países ricos [baja natalidad y larga esperanza de vida]. Para Robert Fogel, premio Nobel de 1993, las consecuencias de esta evolución sobre las pensiones y los gastos sanitarios en los países industrializados están todavía muy subestimadas. Fogel prevé «un nuevo ciclo de crisis un poco por todas partes, cualesquiera que sean los sistemas de financiación dominantes».

Del paro, de la pobreza, de la inseguridad social, los Nobel apenas hablaron.

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