Despolitizar la mirada, bueno para la paz social

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Tras la repetición de las elecciones generales en España, el foco mediático vuelve a situarse en la aritmética para formar gobierno. Preocupa mucho el bloqueo político, pero se habla menos de lo que la sociedad civil puede hacer para rebajar la crispación. Ese desequilibrio es el que quieren corregir varias iniciativas en otros países.

(Actualizado el 15-11-2019)

El fin del bipartidismo no ha traído a la democracia española el aire fresco que prometió la “nueva política”. Es verdad que el multipartidismo ha aportado más variedad de programas y de representantes políticos. Pero este mayor pluralismo se diluye en la práctica, por la dificultad de lograr legislaturas estables.

En estas elecciones, las cuartas en cuatro años, el Congreso queda más fragmentado que en abril. El PSOE vuelve a ganar, pero pierde peso. Se queda con 120 (-3); y su socio en el posible gobierno de coalición, Unidas Podemos y sus confluencias, con 35 (-7), una suma insuficiente para la mayoría absoluta (176). El PP sube a 89 (+23) y Vox a 52 (+28). Ciudadanos cae en picado a 10 (-47). El resto de escaños se los reparten entre los partidos nacionalistas, los independentistas y otros pequeños, como Más País o los regionalistas.

La política como gran relato

En España, el bloqueo político ha ido de la mano de la polarización social: hay más voces, pero estamos demasiado divididos para escucharnos. La paradoja es que, en vez de atender también a la crispación de las relaciones sociales, toda la atención se centra en el Parlamento. Otra paradoja: en una época que promueve el relativismo como garantía de la tolerancia, la política ha pasado a ser el gran relato del que vale la pena hablar; una fuente de sentido, que llena de significado y de emoción nuestra vida.

Una cosa es seguir los asuntos públicos y participar en ellos, con verdadera pasión incluso, y otra pensar que toda la realidad es política. Es lo que sucede, según explicaba el filósofo Julián Marías, cuando “ante una persona, si uno lo que piensa es si es de derechas o de izquierdas (…) y [eso] es lo único que importa”.

La mirada politizada despoja de humanidad al otro. A partir de un juicio sumarísimo, presumimos que una persona simpatiza con un partido o una ideología. Y luego le endosamos los estereotipos que atribuimos a los votantes del partido en que le hemos colocado. Ese expolio de la riqueza personal empobrece las relaciones sociales, con respuestas automatizadas de adhesión o repulsa.

Y así llegamos a una tercera paradoja: a medida que lo identitario cobra peso en la política, tendemos a personalizar más nuestra opiniones –si las cuestionan, nos sentimos desaprobados o agredidos–; pero, al mismo tiempo, despersonalizamos al otro, al que solo vemos como miembro de una tribu enemiga.

Experiencias de civismo

Para romper esta tendencia al tribalismo, en Estados Unidos están surgiendo experiencias de civismo, cuyo rasgo común es juntar a personas de mundos enfrentados para que se traten durante unas horas. Pese a sus diferencias de formato, todas coinciden en poner rostro al despersonalizado.

Recientemente, The New York Times y The Atlantic han dedicado sendos reportajes a Better Angels, una organización sin ánimo de lucro que emplea originales dinámicas. Una de las que más éxito tiene, pone a hablar a demócratas y republicanos precisamente sobre estereotipos.

Al principio de la reunión, cada grupo de votantes se reúne por separado para identificar las etiquetas que los otros les ponen: los republicanos se quejan de que les vean como racistas, supremacistas blancos, antiinmigrantes u homófobos; los demócratas, de que les tachen de ateos, decadentes, elitistas o antipatriotas. El siguiente paso consiste en que los de cada grupo se pregunten –también por separado– por qué los otros piensan eso de ellos. Al final de la reunión, se juntan los dos grupos y comparten sus conclusiones. Un efecto positivo de esta dinámica es que cada lado llega a comprender mejor por qué al otro le molestan tanto ciertos estereotipos.

The Asteroids Club organiza cenas, donde se exponen temas que interesan de forma desigual a “progresistas” y “conservadores”. Unos explican por qué les preocupa el asunto escogido; los otro escuchan y preguntan, sin debatir, para pedir aclaraciones sobre sus posturas. Luego se invierte el turno de palabra (ver “Ideas para llevar la calma al espacio público”). Living Room Conversations promueve tertulias caseras sobre una lista de casi 100 temas de actualidad. Aquí no hay equipos, sino dos anfitriones –con posturas distintas– que espolean la conversación entre los asistentes con ayuda de un guion.

Otras iniciativas similares son: Bridge the Divide, que combate la estigmatización entre los jóvenes; Make America Dinner Again, cuya idea surgió de dos jóvenes apasionadas de la política que no conocían personalmente a ningún votante de Trump; The Police and Black Men Project, que sienta a hablar a agentes de policía y a afroamericanos; The Institute for Civility in Government, que enseña herramientas para participar con cortesía y respeto en la esfera pública…

La vida, más real que la ideología

Al igual que en España, en Reino Unido la polarización social ha propiciado el bloqueo político y las muchas elecciones en los últimos años. Para rebajar la tensión, la revista británica UnHerd ha iniciado una serie de artículos en los que da voz a colaboradores cuyas convicciones políticas se han visto sacudidas por experiencias personales o por el contacto directo con los rivales.

Es el caso del periodista Ian Birrell. De ser un feroz libertario, opuesto a cualquier intervención del Estado en la vida de las personas, ha pasado a comprender la “importancia crucial” de que las autoridades trabajen junto con las familias y las comunidades locales para apoyar a los más vulnerables. En el origen del cambio está el nacimiento de una hija con una discapacidad severa.

Birrell asesoró un tiempo al ex primer ministro conservador David Cameron, cuando estaba al frente de un gobierno de coalición con los liberaldemocrátas (2010-2015). Sintonizó mucho con su visión de la “gran sociedad”, con la que pretendía devolver el poder a los ciudadanos y a las instituciones intermedias. Pero ahora lamenta los recortes que sufrieron los ayuntamientos en nombre de ese proyecto, si bien no reniega del todo de su desconfianza hacia el poder estatal.

Otro ejemplo es el de Polly Mackenzie. En su juventud fue una anti-tory convencida, en buena medida por la influencia familiar. Con el tiempo, aterrizó en la política como asesora de los liberaldemócratas en temas de vivienda. Como directora de políticas públicas de Nick Clegg en la coalición liderada por Cameron, Mackenzie tuvo que trabajar con los conservadores. Allí descubrió que los tories no eran tan terribles como imaginaba, e incluso trabó amistad con algunos.

Mackenzie no pinta un mundo ideal. De hecho, acabó dejando la política activa, cansada de la visceralidad que veía en la sociedad. Hoy dirige el think tank Demos, que diseña políticas públicas para varias formaciones. “Echo de menos ser partidista”, ironiza. “Es tan cómodo estar en lo cierto siempre. Y no hay mejor vista que la que ofrece el terreno moral elevado, desde el que ver a tus enemigos como la fuerza del mal. Es la forma de ganar dinero como columnista. Es la forma de ganar votos en las urnas. Pero incluso estas victorias valen menos que la sensación de estar rodeada por tu tribu y por el cálido resplandor de la rectitud”.

Y concluye: “Creo que la política debería consistir en encontrar juntos un camino, no en ganar y hacer que los demás se callen durante unos años. Creo que todos nuestros partidos, y cada individuo dentro de ellos, están equivocados en algunas cosas y en lo cierto en otras. Y pienso lo mismo de mí misma. La humildad necesita un lugar en nuestra política”.

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