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Aborto: la auténtica compasión no hace daño

publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

Algunos promueven el aborto en nombre de la compasión. Pero no tienen en cuenta que el aborto no soluciona los problemas de las mujeres que pasan por situaciones difíciles; sencillamente crea otros. Curiosamente, son los pro vida quienes entonces entran en acción para ayudar a las mujeres que han abortado.

Philippe de Cathelineau era estudiante en París cuando se debatía la ley Veil que liberalizó el aborto en Francia. “En aquella época, sin duda un tanto adoctrinado por la propaganda feminista, yo había recibido bien el texto de la ley, ratificado por el Parlamento en 1975, y que inventaba el término IVE (interrupción voluntaria del embarazo)”, recuerda.

De Cathelineau nunca pensó que la eliminación del embrión humano fuera algo tan inocuo como quitarse un diente. Claro que se planteaba dilemas morales. Pero, al final, el discurso compasivo de los parlamentarios y las feministas terminó por convencerle.

Lutos imposibles

Convertido en un prestigioso médico, de Cathelineau ve las cosas de otra manera. De entrada, su idea de la compasión ha dado un giro de 180 grados. Ahora comprende que “las acciones negativas no pueden crear las condiciones de felicidad”.

He visto mujeres destrozadas, parejas rotas, familias en pedazos, la sociedad desestabilizada… Y no hablo de las víctimas inocentes, puesto que ellas no pueden hablar”.

En 1995 este descubrimiento le llevó a fundar, junto con su mujer, la asociación Splendeur de Vie para promover una cultura de la vida que haga compatible la defensa del no nacido con el apoyo solidario a las mujeres embarazadas.

En su testimonio recogido en Aceite en las heridas, el médico francés denuncia el empeño de los partidarios del aborto por silenciar el riesgo de trastornos que sufren las mujeres que han abortado (síndrome postaborto) y las dramáticas consecuencias psicológicas que introduce en el seno de las familias. A su juicio, esa conspiración silenciosa sólo agrava el problema y aumenta la infelicidad.

Las nuevas prácticas del aborto (…), unidas a una negación creciente de su realidad y de sus secuelas, conducirán fatalmente a un mayor número de lutos imposibles, ahogados en los remordimientos y en la culpabilidad; lutos que, al no ser reconocidos y quedar sin tratamiento, no pueden expresarse más que en cólera y en la rebeldía, en la desesperación y la violencia”.

Susan Stanford, codirectora del Institute for Pregnancy Loss de Jacksonville (Florida), es una de las pioneras en la investigación sobre el síndrome postaborto y su tratamiento. En su libro Will I Cry Tomorrow? (1986), Stanford explica cómo el discurso pro-choice le llevó a considerar el aborto como una solución aceptable; lo mal que lo pasó después; y cómo se arrepintió y logró salir adelante

Para de Cathelineau, la negación del síndrome postaborto se ha convertido en una nueva bandera del lobby abortista. “Un testimonio fuerte como el de Susan Stanford habría podido reclamar la atención al menos de las feministas, pero nada. Estas mujeres, que se presentan como portavoces de sus hermanas en dificultad, se han cuidado muy bien de darle eco. Una prueba de que su lucha es puramente ideológica y para nada motivada por una presunta solidaridad femenina”.

El acompañamiento es clave

Frente a este planteamiento, los autores de Aceite en las heridas tratan de ayudar a las mujeres que han abortado a través de una acogida basada en la misericordia. Su idea -explica Jean Laffitte, vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida- es que “darse cuenta de la gravedad de lo que se ha realizado abre las puertas del abismo. Precisamente es en ese momento cuando una palabra justa o una mano tendida pueden abrir a la experiencia de Dios”.

La persona es amorosamente conducida a ajustar las cuentas constructivamente con el propio pasado, con el propio pecado, con el sentido mismo de la existencia. En esta perspectiva entra el proceso de curación de la memoria”.

A través de la acción de quienes acompañan a las mujeres que han abortado surge la posibilidad de rehacer la propia vida. Es lo que afirma Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi: “Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de ‘redención’ que da un nuevo sentido a su existencia” (n. 26).

Iniciativas para la recuperación

Entre las numerosas iniciativas desarrolladas en este contexto pastoral, Aceite en las heridas recoge cuatro: Project Rachel, Sisters of Life, AGAPA e Il Dono.

Fundada en 1984 en la diócesis de Milwaukee (Wisconsin), Project Rachel es una red de sacerdotes, religiosas, psiquiatras y psicólogos que ofrecen ayuda en más de 140 diócesis de Estados Unidos.

También se ha implantado en Nueva Zelanda, la isla de Guam, las Bahamas, Canadá, México, Australia, Honk Kong, China, Ucrania y Rusia. En breve, podrían comenzar en Filipinas, Singapur, India y varios países de África y América Latina.

Una pieza clave en esta red es el instituto religioso Sisters of Life, fundado en 1991 por el cardenal John O’Connor. Entre otras cosas, estas religiosas organizan jornadas de oración y retiros espirituales dirigidos a devolver la esperanza a las mujeres que padecen un proceso de duelo.

La asociación AGAPA, creada en París en 1994, ofrece un acompañamiento integral que abarca la acogida humana, la atención psicológica y la ayuda espiritual.

En Italia, la asociación Il Dono compagina desde 2006 la ayuda a mujeres que se enfrentan solas a un embarazo inesperado con el apoyo a las familias afectadas por el drama del aborto.

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