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“Desde un partido de izquierdas, se puede defender la vida con intensidad”

publicado
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Pediatra y neuropsiquiatra, Paola Binetti dio el salto a la política tras el referéndum italiano sobre la ley de fecundación asistida (cfr. Aceprensa, 22-06-2005). En Italia, se ha hecho famosa por defender la vida desde las filas del Partido Democrático de centro-izquierda. La hemos entrevistado en Zaragoza, con ocasión del IV Congreso Internacional Provida (cfr. Aceprensa, 10-11-2009).

A Binetti la reclutó Francesco Rutelli tras comprobar su solvencia en el debate mediático. Dentro del PD, forma parte de un grupo de políticos que se definen como “conservadores en antropología y reformistas en lo social”. La prensa italiana los conoce como los teodem (de “teo”, Dios; y “demócratas”), en contraposición a los teocon, conservadores.

En la XV legislatura (2006-2008), el grupo de los teodem estaba integrado por tres senadores y tres diputados. Ahora lo constituyen siete senadores y cinco diputados. De momento, han conseguido crear un clima provida dentro de su propio partido. Así se puso de manifiesto el año pasado cuando el PD votó, junto a la mayoría conservadora, en contra de una ley sobre la eutanasia que había impulsado la izquierda radical.

Este es el contexto en que nació nuestro grupo: queríamos defender la vida con absoluta claridad. Por eso insistimos en la idea de que hay valores que no pertenecen ni a la derecha ni a la izquierda, sino a la naturaleza humana, y que se pueden defender sin problemas en un Estado laico.

Da la impresión de que ese “bipolarismo simplista” izquierda-derecha, del que habla usted, sigue teniendo mucho peso en el debate sobre el aborto.

— Me parece que el problema está mal planteado. La izquierda no se ha inclinado por el aborto, sino por los derechos individuales. Y aquí se ha producido una deformación: es un error plantear el debate sobre al aborto desde la perspectiva exclusiva del derecho a decidir de la mujer. Hay otra parte implicada y, por eso, el debate debe plantearse teniendo en cuenta el derecho a la vida de todos. Como el hijo es tan pequeño, la sociedad debe protegerlo y conservar su derecho a la vida.

La izquierda se ha equivocado al presentar el aborto como un símbolo de los derechos humanos. No podemos limitarnos a defender el derecho a la vida del más fuerte (la mujer), mientras anulamos el del más débil (el hijo). Si continúa por este camino, la izquierda terminará convirtiéndose en un movimiento radical que nada tiene que ver con los ideales de inclusión, protección del más débil, lucha contra la pobreza, promoción social… Esta contradicción interna ya está pasando factura: no es casualidad que la izquierda haya perdido las elecciones en toda Europa.

Los derechos y los deseos

A menudo se dice que el debate sobre el aborto se libra en los parlamentos. Usted, en cambio, propone llevarlo al terreno de la cultura.

— En el origen de los debates políticos siempre hay una idea. En estos momentos, la idea que está marcando gran parte de la vida social es la concepción de los derechos individuales. Durante los últimos años, se ha exaltado tanto la autonomía individual que estamos a un paso de convertir los deseos en derechos. Es la lógica que impulsa a querer que se haga ley todo lo que se desea.

Esta idea ha ido calando en otros ámbitos como el derecho, la economía, la política o la ciencia. Es curioso: cuando la gente sencilla ve a una mujer embarazada enseguida reconoce que ahí hay otra vida humana, la del hijo. En cambio, algunos científicos se enredan con razonamientos retorcidos e introducen la posibilidad de que esa vida no sea humana.

A esa distinción añaden otra peligrosísima: la que diferencia entre vida y “vida sana”. Se equivocan. El derecho a la vida no puede depender de la salud. Hemos de aprender a defender la vida con capacidad técnica y científica, con solidaridad social y creatividad.

¿Y qué propone usted para cambiar esa concepción de los derechos?

— Es cierto que durante mucho tiempo se han minusvalorado los derechos individuales. Pero ahora nos hemos ido al extremo opuesto. Debemos volver a una posición de mayor equilibrio, donde el derecho individual se confronte siempre con la responsabilidad social.

Paradójicamente, el hombre que sitúa los derechos individuales en el centro de su existencia acaba inmerso en una inmensa soledad, en un conflicto permanente entre sus derechos y los de los demás.

Nosotros proponemos una visión antropológica y social del hombre como sujeto de relaciones. La autonomía es sólo una parte de nuestra vida; al principio y al final de ella, dependemos siempre del cuidado de los demás. Lo que nos hace humanos no es la autodeterminación, sino la capacidad de dar y recibir. La vida siempre es relacional.

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