Visiones de la encíclica “Caritas in veritate”

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En The Catholic Thing (8-07-2009), el teólogo americano Michael Novak -investigador en el American Enterprise Institute y autor de libros sobre política, filosofía y religión- explica que la nueva encíclica Caritas in veritate es coherente con el rumbo que inició el joven Ratzinger en su etapa como profesor de Ratisbona.

Raíces de la comunión humana

Después del Concilio Vaticano II, Joseph Ratzinger comenzó a poner las bases -junto con otros teólogos como Hans Urs von Baltasar- de lo que luego se ha conocido como la “teología de la comunión”. La idea básica de esta corriente de pensamiento es que la vida íntima de Dios Trino consiste en una comunión de Personas, y los creyentes deben aspirar a reflejar la vida trinitaria.

Este sería, a juicio de Novak, el contexto teológico en el que Benedicto XVI escribe su encíclica. “Cuatro son las principales ideas que recorren el documento: comunión, don, caritas y verdad”. La combinación de estas cuatro ideas convierte a la encíclica en “la más teológica, la más específicamente católica, de las encíclicas sociales elaboradas desde 1891”.

“Del mismo modo que Abraham Lincoln pensaba que la visión pesimista de Locke sobre la naturaleza humana no serviría para lograr la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, Benedicto XVI recuerda que el desarrollo humano siempre depende de un impulso hacia arriba”.

Frente a quienes consideran el interés individual como el motor de la vida económica y social, Novak constata las posibilidades de interacción que surgen en la actualidad. “Cada vez más, los ciudadanos de una punta del mundo aprenden de otros las ideas de los derechos humanos, de la protesta, de la libertad de asociación, de la libertad de expresión o de la justicia”.

Benedicto XVI no sólo ha sabido detectar ese anhelo de comunión más íntima, dice Novak. Al mismo tiempo, ofrece un fundamento sólido donde apoyar ese deseo. “Las raíces de la comunión humana -dice el teólogo norteamericano- se nutren de la idea de un Dios creador, que es Persona y Comunión. Las personas, incluso cuando participan de esa comunión, mantienen intacta su individualidad”.

El ideal de la comunión está íntimamente unido a la experiencia de la donación. Ambas nociones son, junto a la caridad y la verdad, los principios indispensables para construir el desarrollo humano.

“El Papa nos pide que miremos la vida económica a la luz del principio de gratuidad, incluso cuando se rija por acuerdos de intercambio y precio. Es la generosidad -la dimensión humana del comercio- lo que no deberíamos perder de vista si queremos hacer un mundo más humano”.

Un híbrido

En un artículo publicado en National Review (9-07-2009), George Weigel manifiesta que la encíclica le parece “un híbrido”, en el que se mezclan el agudo pensamiento sobre el orden social propio del Papa con elementos del enfoque peculiar del Consejo Pontificio Justicia y Paz, de corte anticapitalista.

Como puntos pertenecientes al pensamiento más propio de Benedicto XVI, en continuidad con el de Juan Pablo II, destaca “el fuerte énfasis en los temas del respeto a la vida (aborto, eutanasia, investigación con destrucción de embriones humanos) como temas propios de la justicia social”, en los que sugiere que la gente que se despreocupa del niño no nacido es improbable que contribuya seriamente al cuidado del medio ambiente natural. Otra de las secciones más características de Benedicto XVI sería “la vinculación entre caridad y verdad, en la que advierte que una preocupación por los demás desligada de la verdad moral acerca de la persona humana se convierte en mero sentimentalismo”.

Para Weigel, la encíclica sugiere que la pobreza en el Tercer Mundo tiene más que ver con la corrupción y el mal gobierno de sus políticos que con la falta de ayuda internacional; reconoce los problemas también económicos que provoca la escasa natalidad; y critica los programas de ayuda al desarrollo ligados a la imposición del control de la natalidad y de la legalización del aborto. Todo esto estaría en continuidad con el pensamiento expuesto por Juan Pablo II en la Centesimus annus y en la Evangelium vitae.

En cambio, Weigel cree posible reconocer otras ideas de la encíclica cuya paternidad atribuye al Consejo Justicia y Paz, y que son las que no le gustan. Algunas son “simplemente incomprensibles” por su vaguedad, como cuando dice que para luchar contra el subdesarrollo hace falta “una apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión”. Este lenguaje sobre la gratuidad y la lógica del don aplicado a la economía le parece “espeso y confuso”, y aquejado del sentimentalismo que la propia encíclica deplora en otros momentos.

En la misma línea de pensamiento atribuible a Justicia y Paz, Weigel subraya el mayor énfasis en la redistribución que en la creación de riqueza, o la idea de establecer una “autoridad política mundial” para asegurar el desarrollo humano integral, sin explicitar cómo operaría tal autoridad. Con la tradicional reserva americana hacia lo que suponga perder soberanía, la idea de una autoridad mundial es para Weigel algo “típico del fideísmo curial sobre la inherente superioridad del gobierno transnacional”.

Pero la dificultad de una exégesis como la de Weigel es explicar cómo ese agudo intelectual que es Benedicto XVI puede hacer suyas unas ideas que no corresponderían a su pensamiento.

La acción de la Iglesia en la gobernanza mundial

Uno de los puntos que más han atraído la atención en los comentaristas de EE.UU. es la invocación de Benedicto XVI a “una verdadera autoridad política mundial”, para abordar los problemas de interés común (desarrollo, desarme, paz, seguridad alimentaria, medio ambiente) en la época de la globalización. John Allen se pregunta en National Catholic Reporter (9-07-2009) cómo entender esta autoridad que ya apareció en otras encíclicas sociales, y que sigue siendo un concepto bastante “difuso”. Allen sugiere dos líneas de reflexión.

La primera es que en el siglo XXI gran parte de la gobernanza mundial no se realiza ya a través de los Estados tradicionales, o incluso en agrupaciones de Estados como el G8, sino más bien a través de lo que los expertos llaman “redes de política mundial”. Estas redes pueden ser exclusivamente privadas o bien una mezcla de sector público y privado, pero en cualquier caso ejercen gran influencia en la economía mundial (pone como ejemplos desde agencias de rating como Standard and Poors a la Corporación que asigna los dominios en Internet).

La acción de la Iglesia, sugiere Allen, debería atender más a estos agentes “procurando que estén inspirados por la búsqueda del bien común y no solo por los intereses de sus clientes”. Al concentrar la mayor parte de sus esfuerzos diplomáticos en las Naciones Unidas y en los Estados, “las estructuras oficiales de la Iglesia no están todavía en sintonía con los actores emergentes de hoy en la gobernanza mundial”.

Una segunda línea, afirma Allen, no implicaría directamente a las estructuras oficiales de la Iglesia, sino que respondería a la acción de “una gran cantidad de movimientos, asociaciones, redes y comunidades religiosas, involucradas en los temas que plantea la globalización de modos muy variados”. “Estas formas de catolicismo versátiles y de respuesta rápida ejercerán un papel cada vez más importante en la actividad social católica a lo largo de este siglo”.

Como índice de esta tendencia, Allen cita un estudio de Kevin Ahern, quien recuerda que en 1989 menos de 30 ONG católicas estaban reconocidas por el Consejo Económico y Social de la ONU; en 2005 eran ya 63. Tres de ellas (Caritas International, the Congregations of St. Joseph y Franciscans International) entraban en la categoría de “general status”, que es el grado más importante e influyente de ONG.

En el catolicismo del futuro, estas organizaciones no oficiales “pueden a menudo configurar el papel público de la Iglesia con más efectividad que el liderazgo oficial”.

La audacia del Papa

Ross Douthat comenta en The New York Times (12-07-2009) que la encíclica no puede ser juzgada bajo el prisma de si coincide más o menos con las ideas de la izquierda o de la derecha, de demócratas o de republicanos. “El Papa no es demócrata ni republicano, y su visión no entra dentro de las categorías normales de la política americana”.

Lo cual no quiere decir que la encíclica de Benedicto XVI no tenga consecuencias para la política. “Caritas in veritate promueve una visión de la solidaridad económica que hunde sus raíces en el conservadurismo moral. Liga la dignidad del trabajo con la santidad del matrimonio. Propugna la redistribución de la riqueza a la vez que subraya la importancia de un gobierno descentralizado. Conecta el saqueo del medio ambiente con la destrucción masiva de embriones humanos”.

“No es este un mensaje que uno vaya a oír en el discurso de Obama en el próximo debate sobre el Estado de la Nación, ni en la respuesta de los republicanos. Representa un cierto tipo de fusión entre izquierda y derecha que atrae poco en la política norteamericana.. Pero precisamente por eso -asegura Douthat- es tan relevante y tan comprometedor, para católicos y no católicos”.

Para liberales y conservadores, Caritas in veritate es una invitación a pensar de nuevo sus posturas. “¿Por qué la preocupación por el medioambiente no incluye ser pro vida? ¿Por qué a los republicanos no les inquieta la desigualdad económica y los demócratas no se plantean devolver más poder a los estados y municipios? ¿Por qué la oposición a la guerra de Irak debe implicar aceptar cualquier cosa en el campo de la bioética? ¿Por qué el apoyo al libre comercio va a requerir defender también la pena de muerte? Estas cuestiones, y muchas otras como estas, son el tipo de temas que un sistema político sano debería permitir que los votantes y los políticos se plantearan”, concluye Douthat.

Educar a los pobres

Piero Gheddo, misionero italiano, subraya en Avvenire (11-07-2009) la importancia de la “educación de los pobres”, que debería ser fundamental cuando se habla de las ayudas a los países en vías de desarrollo.

“La encíclica pone énfasis justamente en el derecho de los pueblos a la alimentación, pero no dice nada de aquellos pueblos que producen menos alimentos de los que consumen, cuando podrían ser autosuficientes si fueran educados para producir. El África negra, de 1960 a hoy, ha pasado de 200 a 700 millones de habitantes, pero la producción agrícola no ha aumentado al mismo ritmo. En el pasado África exportaba alimentos, hoy importa el 30% de lo que consume”.

“Un eslogan eficaz, pero falso de los antiglobalización dice: ‘El 20% de la humanidad posee el 80% de la riqueza mundial, mientras que el 80% de los hombres posee solo el 20%’. La verdad es otra: en vez de ‘posee’ habría que decir ‘produce’ (…) No se trata tanto de distribuir la alimentación y la riqueza producidos, sino de enseñar a producir”.

¿Pero quién va a encargarse de esta tarea?, se pregunta Gheddo. “Es más fácil enviar dinero y contenedores que encontrar jóvenes dispuestos a entregar la vida o, al menos, algunos años de ella para ocuparse del prójimo más pobre”. Y eso es lo que hacen “las Iglesias locales y los 7.000 misioneros y voluntarios italianos en África”.

Invitación a pensar para gobernar el futuro

Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de San Egidio, en Corriere della Sera (8-07-2009) ve la encíclica como una invitación de Benedicto XVI a pensar, no solo a creer.

“La encíclica revela un Papa consciente de la complejidad de los problemas, pero convencido de un punto central: muchas decisiones se toman hoy sin una claridad de intenciones, descuidando el interés de la mayoría, en un clima de desconfianza, sin una visión del bien común”. Frente a esto, el Papa manifiesta que “no basta dejar el futuro en manos del providencialismo del mercado. El Papa hace una lúcida crítica de la reducción del hombre a lo económico: es el nuevo materialismo, para el que solo lo tiene valor lo que es objeto de comercio. Sin embargo, no se encontrará en la encíclica una contestación utópica del mercado (el Papa toma en serio la economía, hasta el punto de pedir a los países ricos que ayuden a los pobres a producir riqueza), sino la propuesta de integrar la economía y lo humano. La vida tiene un valor en sí misma y no es un bien en las manos del hombre: ‘la cuestión social -escribe el Papa- se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica’”.

Mercado y ética

Samuel Gregg en Acton Institute (8-07-2009) subraya las ideas del Papa sobre la relación entre el mercado y la ética.

“Frente a todos los relativistas de izquierdas y de derechas, Benedicto XVI mantiene que la economía de mercado tiene que afianzarse con un compromiso con particulares valores morales y con una cierta visión de la persona humana, si quiere servir al bien común en lugar de socavarlo. ‘La economía necesita una ética para funcionar correctamente, y no una ética cualquiera, sino una ética centrada en la persona’ (n. 45).”

Para Benedicto XVI, el mercado no es en sí mismo problemático; lo que importa es “la cultura moral en la que el mercado se desenvuelve”. A modo de ejemplo, Samuel Gregg dice que “el reciente colapso del mercado de hipotecas subprime en America es en parte atribuible a que literalmente miles de personas mintieron en su solicitud de hipoteca. ¿Hay que extrañarse de que una masiva violación de la prohibición moral de mentir tenga consecuencias económicas desvastadoras?” En el corazón de la economía hay personas humanas. “La gente cuyas mentes están dominadas por culturas extremadamente hedonistas, tenderán a tomar decisiones económicas extremadamente hedonistas”.

Una segunda verdad subrayada por Benedicto XVI es que “es indispensable una sociedad civil fuerte, para transformar y limitar el mercado y el Estado”. “Ciertamente, el Papa cree que hay que revisar cómo el Estado regula las diferentes partes de la economía. Pero Benedicto XVI hace hincapié en que la virtud de la solidaridad tiene que ver con personas que aman a sus vecinos, lo cual ‘no puede ser delegado en el Estado’. Esto recuerda la idea de Alexis de Tocqueville, para quien la costumbre de la libre asociación limita el tamaño del Estado y evita que la gente se retraiga hacia sus intereses puramente privados”.

Mario Draghi, gobernador del Banco de Italia, comenta en L’Osservatore Romano, (9-07-2009): “La Iglesia promueve el desarrollo integral del hombre; si no es de todo el hombre y de todos los hombres, el desarrollo no es verdadero desarrollo. La crisis actual confirma la necesidad de una relación entre ética y economía, muestra la fragilidad de un modelo inclinado a los excesos que han determinado el fracaso. Según la doctrina social de la Iglesia, si la autonomía de la doctrina económica implica una indiferencia hacia la ética, se está empujando al hombre a abusar del instrumento económico. Si ya no es medio para conseguir el fin último -el bien común-, el beneficio corre el riesgo de degenerar en pobreza. El desarrollo a largo plazo no es posible sin la ética”.

Maurizio Sacconi, ministro del Trabajo de Italia, escribe en Corriere della Sera (9-07-2009): “La encíclica vuelve a proponer a un mundo desorientado que parta de nuevo desde la persona, desde su integridad, sus exigencias y sus extraordinarias potencialidades, como son sus proyecciones relacionales, desde la comunidad familiar a la comunidad territorial. Establece, ante todo, un nexo necesario entre el reconocimiento del valor de la vida y el grado de vitalidad económica y social de cada sociedad. Contiene impulsos de tan extraordinarias repercusiones que nos permiten constatar una renovada hegemonía cultural de la Iglesia sobre las exhaustas ideologías que no ha sabido ni prever ni prevenir las gran crisis, como tampoco parecen ahora capaces de indicar la vía de salida”.

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