El despertar de la religión y los dos fundamentalismos

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El famoso sociólogo Peter Berger ha prestado siempre particular atención al fenómeno religioso, y es autor, junto con Thomas Luckmann, de una difundida teoría de la secularización. En un artículo publicado en First Things (“Secularization Falsified”, febrero 2008), Berger sostiene que las predicciones sobre el ocaso de las religiones no se han confirmado históricamente y que el fundamentalismo -no solo religioso, también el laicista- es incompatible con los sistemas democráticos.

Berger comienza su artículo recordando que “siempre desde la Ilustración, intelectuales de todas las tendencias han creído que la consecuencia inevitable de la modernidad es el declive de la religión. Se suponía que el progreso de la ciencia y su concomitante racionalidad reemplazaría la irracionalidad y la superstición religiosa”. Sin embargo, sostiene Berger, la religiosidad “no ha decaído. Por el contrario, en muchas partes del mundo hay una verdadera explosión de fe religiosa”.

Pero ¿cuál fue el fallo de los pensadores que decretaron, de una u otra forma, la muerte de Dios? Para Berger, el error “puede ser descrito como una confusión de categorías: la modernidad no provoca necesariamente secularización, sino pluralismo. (…) Se caracteriza por el aumento de la diversidad de creencias, valores y visiones del mundo dentro de una misma sociedad”.

Aunque al hablar del renacer religioso se suele pensar en el islamismo y el pentecontalismo, esta nueva vitalidad no se limita a esos casos: “La Iglesia católica tiene problemas en Europa, pero marcha bien en el hemisferio sur. También está resurgiendo la Iglesia ortodoxa en Rusia. El judaísmo ortodoxo también ha crecido rápidamente en América e Israel. Y tanto el hinduismo como el budismo han experimentado un renacimiento”. Así pues, “la modernidad no se caracteriza por la ausencia de Dios, sino más bien por la presencia de muchos dioses”.

Pero este resurgir religioso tiene excepciones. Una de ellas es el caso de Europa central y occidental; “la otra excepción es tal vez más relevante para el tema de la secularización, ya que está constituida por una elite cultural internacional, por la globalización de la intelectualidad europea”.

La secularización y el fundamentalismo laicista

Para el sociólogo norteamericano, hay tres formas de entender la secularidad: “Existe un versión moderada, representada por la tradicional concepción americana de la separación entre Iglesia y Estado. Hay otra versión más radical, como la ‘laicidad’ francesa (…), en que la religión es confinada a la esfera privada y protegida legalmente por la libertad religiosa”. Por último, se ha dado, “como en el caso de la URSS, un secularismo que privatiza la religión pero busca reprimirla”.

En el caso de EE.UU., Berger piensa que “los desafíos religiosos al secularismo han sido un hecho importante de la cultura y política americanas durante los pasados cuarenta años o más (…) La Ilustración americana fue muy distinta de la francesa, y los Padres Fundadores, aunque algunos no fueran particularmente piadosos, tampoco eran antirreligiosos. La Primera Enmienda no tiene una intención secularista; más bien intentó preservar la paz entre diferentes confesiones en la que entonces era una nación protestante”; pero esa tolerancia se extendió del protestantismo “a católicos y judíos, y finalmente a cualquier comunidad religiosa que no incurra en comportamiento ilegales o claramente inadmisibles”.

Ahora bien, desde hace tiempo se percibe con preocupación cierta “europeización de la elite cultural”, hasta el punto de que “la política está llegando a ser cada vez más secularista”. Berger refiere dos casos en los que se demuestra este fenómeno: “En ambos se encuentra implicado el Tribunal Supremo, la menos democrática de las tres ramas del gobierno: la prohibición en 1963 de la oración en las escuelas públicas y la prohibición de leyes en contra del aborto en 1973”.

Como sociólogo sostiene que el estudio del fenómeno religioso y de la secularización es una cuestión transcendental para “el futuro de la democracia en el mundo actual” por los peligros del fundamentalismo. Un fundamentalismo que para Berger no procede sólo de la religión: “Generalmente se cree que el fundamentalismo es malo par la democracia porque dificulta la moderación y la disposición al compromiso que hace posible la democracia (…) Pero es importante comprender que hay secularistas tan fundamentalistas como los religiosos: unos y otros coinciden en no estar dispuestos a cuestionar sus opiniones, así como en su militancia, agresividad y desprecio hacia los que discrepan de ellos”.

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