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Separar la evolución de la religión

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En un reciente artículo en el National Post (13 mayo 2000), Michael Ruse, profesor de filosofía y zoología en la Universidad de Guelph, sugiere liberar al evolucionismo del peso cuasi religioso que le rodea. El profesor Ruse, partidario de la teoría de la evolución y no cristiano, fue uno de los testigos llamados por la American Civil Liberties Union en un juicio con motivo de una ley que permitía explicar en las escuelas la enseñanza literal del Génesis sobre la creación.

Ruse relata en este artículo cómo él mismo cayó en la cuenta de que algunos evolucionistas defienden sus teorías con un significado cuasi religioso. «La evolución se promulga como una ideología, una religión secular, una rica alternativa al cristianismo con significado y moralidad propia».

Esto, más que a Charles Darwin, hay que achacarlo a algunos de sus seguidores. Así, Ruse apunta que fue Thomas Henry Huxley el causante del duro enfrentamiento de la teoría de la evolución con la Iglesia anglicana, lo que se debía no tanto a las propias teorías de Darwin como al contexto social en el que se hicieron públicas. En esa época Gran Bretaña se enfrentaba a la dura transformación de una sociedad rural en otra industrial, con todos los cambios que esto conllevaba. Huxley consideraba a la Iglesia anglicana una aliada de las fuerzas de la reacción opuestas al cambio, y en este sentido propuso el evolucionismo como una nueva religión ligándola a las teorías de Herbert Spencer más que a las del propio Darwin.

«Herbert Spencer -prolífico escritor y filósofo tremendamente popular- compartía la visión de Huxley de la evolución como una forma de metafísica más que como simple ciencia. Le gustaba insistir en que del propio proceso evolutivo salen directrices morales». Así el darwinismo social (más bien spencerismo social) «tomó la teoría de la evolución para justificar la lucha por la supervivencia y el éxito de unos pocos, con lo que apoyó el mensaje moral del laissez-faire individualista. El Estado debería permanecer al margen de la marcha de la sociedad, los mejores deberían subir y los perdedores merecerían su destino».

Evidentemente, el marxismo y el anarquismo, que también apelaban a Darwin, diferían de esta interpretación. Pero lo significativo es que la tendencia a cargar a la evolución con fines explícitamente morales o incluso políticos siguió adelante durante el siglo XIX y el XX. Que muchos evolucionistas proponían un contenido religioso lo muestra un texto de Julian Huxley, nieto de Thomas Henry Huxley, de su famoso libro Religión sin revelación: «Todo pensamiento y sentimiento, incluso los más altos, provienen de la mente natural cuyo lento desarrollo puede ser observado en la evolución de la vida, por lo que la vida en general y la del hombre en particular son partes de la sustancia del mundo donde laten propiedades mentales que se revelan hasta su más amplia extensión».

Hoy, según Ruse, el evolucionismo sigue adoptando aires místicos y religiosos, sustituyendo el contenido original propuesto por Darwin. Así, el sociobiólogo Edward O. Wilson dice: «Ahora tenemos una mitología alternativa para desafiar a la religión tradicional. Su forma narrativa es épica: la evolución del universo desde el Big Bang hasta el origen de los elementos y los cuerpos celestes hasta los principios de la vida en la Tierra». Así, Wilson, según Ruse, «nos previene de que hemos evolucionado en una relación simbiótica con el resto de la naturaleza viva y a menos de que cuidemos y preservemos la biodiversidad, pereceremos». No cabe duda de que este discurso entronca bien con el reconocimiento de culpas y el arrepentimiento tradicionalmente atribuido a la religión.

«El darwinismo es una teoría estupenda que estimula la investigación en las ciencias de la vida (…). Así, en el ámbito humano, los recientes descubrimientos en África dibujan nuestro pasado inmediato con gran detalle, mientras que el Proyecto Genoma Humano nos plantea cuestiones fascinantes al mostrar las similitudes entre nosotros y organismos tan diferentes como la mosca de la fruta o las lombrices de tierra. Pero no hay necesidad de hacer una religión de la evolución. Por sus propios méritos, la evolución es solo eso: buena, pura y avanzada ciencia que se debería enseñar a todos los niños, con independencia de su religión. Pero hay que ser tolerante. Si algunos pretenden hacer de la evolución una religión, es asunto suyo. (…) Lo importante es que reconozcamos cuándo se abandona el terreno de la estricta ciencia y entramos en los terrenos de la moral o de lo social fabricando teorías omnicomprensivas. Y demasiado a menudo hay un deslizamiento desde la ciencia hacia algo más, que no se menciona y a veces ni se advierte».

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