Veinte años de la legalización del aborto en Francia

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Veinte años después de la legalización del aborto en Francia, la contracepción no ha logrado disminuir el número de abortos, los médicos procuran no verse involucrados en estas prácticas y no hay fuerzas políticas que propugnen cambiar la ley. Por su parte, los obispos franceses han aprovechado el aniversario para denunciar que el aborto supone la «muerte de seres humanos inocentes».

La ley aprobada el 17 de enero de 1975 lleva el nombre de Simone Veil, entonces ministra de Sanidad bajo la presidencia de Valéry Giscard d’Estaign. Ahora que ocupa la misma cartera en el actual gobierno francés, Simone Veil ha hecho unas declaraciones a Le Monde (17-I-95) con ocasión de este aniversario.

Le preguntan, en primer lugar, cómo se explica que, a pesar de los progresos de la contracepción y de la insistente campaña a favor del uso del preservativo, el número de abortos no haya disminuido en los últimos veinte años. De hecho, el número de abortos legales pasó de 134.000 en 1976 a un máximo de 183.000 en 1983 y en los últimos años no baja de 175.000. Esto supone casi 25 abortos por cada 100 nacidos vivos. Veil se limita a responder que «en este punto, los objetivos no se han alcanzado». Aunque piensa que «no es un fenómeno ineluctable» y que se puede reducir el número de abortos «orientando aún mejor a las mujeres hacia la contracepción».

Pero los demógrafos son cada vez más escépticos en cuanto a la idea de que la contracepción erradique el aborto. Así lo reconocía hace unos meses Henri Leridon, director de investigaciones en el Instituto Nacional de Estudios Demográficos, al hablar de la situación francesa. Este defensor de la revolución contraceptiva manifestaba que la estabilidad del número de abortos es «frustrante», habida cuenta de que «la contracepción ha llegado al tope» en Francia. «Pero lo paradójico es que, desde el comienzo, había muchas usuarias de la píldora entre las mujeres que pedían abortar».

Leridon atribuía el fenómeno a la intolerancia del hijo no planificado: «Antes no se tenía una idea tan fija sobre el tamaño ideal de la familia. Hoy no se admite ninguna variación respecto al objetivo fijado. Ni en el número ni en la fecha». De ahí, «la paradoja frustrante: cuanto más se afianza la práctica anticonceptiva, más necesario sigue siendo el recurso al aborto» (L’Express, 24-II-94).

Por otra parte, como ocurre también en otros países, cada vez hay menos médicos que quieran realizar abortos, a no ser por dinero. En París, las dos terceras partes se hacen en clínicas privadas. En los hospitales públicos, pasada la fiebre mili-tante que sucedió a la legalización, son pocos los dispuestos a intervenir en las prácticas abortivas, aunque sólo sea por motivos profesionales. Para salir al paso de este desinterés, Simone Veil ha anunciado un próximo decreto que dará un carácter más estable en el hospital a los médicos externos que se contratan para practicar abortos.

Otra pregunta se refiere a si cabe esperar algún cambio en la ley del aborto, habida cuenta de que el desarrollo de la medicina prenatal y de la procreación asistida «hace del embrión casi una persona». Veil, que antes ha dicho que el aborto ya no es tema de debate político en Francia, prefiere no entrar en este delicado tema de qué sea el embrión: «Esto subyacía durante el debate parlamentario sobre la bioética, pero en definitiva la cuestión del estatuto del embrión fue apartada».

Veil cree que los problemas planteados por el aborto deben ser resueltos según las culturas y tradiciones de cada país, sin que sea necesaria una legislación común europea. Por eso, dice, «no me parecería aceptable imponer una legislación a Irlanda por el hecho de que sea miembro de la Unión Europea. Por otra parte, no hay nada en el tratado que lo permita».

A su vez, la Conferencia episcopal francesa ha expresado en una declaración el deseo de que este aniversario sirva para «despertar las conciencias». Respecto al aborto, advierten que «la muerte de seres humanos inocentes y frágiles es y sigue siendo una herida mortal, una herida física, moral y espiritual de nuestra humanidad. Es la herida de las mujeres obligadas a menudo a no ver otra salida a su situación; es la alteración de la relación médica; es una herida siempre abierta en la familia y en el cuerpo social. La petición de abortar revela estos males. Su práctica no los cura. Su liberalización los amplifica y los camufla».

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