La historia de un joven minusválido que ha removido Japón

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Una explosión de energía en un cuerpo limitado
Ashiya. Hirotada Ototake es un joven de 24 años, bien parecido, recién graduado (en marzo pasado) en Ciencias Políticas y EconómicasporlaUniversidadde Waseda(Tokio).Debido a una «tetra-amelia» -mal congénito muy raro-, nació sin piernas ni brazos. Es también, hoy por hoy, uno de los personajes más conocidos y admirados de Japón.

Oto (o bien Oto-chan, diminutivo de su apellido con el que gusta firmar) ha escrito una obra, Gotai Fumanzoku («No en perfecto estado»), que desde su publicación, en octubre de 1998, ha superado ya los 4,5 millones de ejemplares de ventas. De la versión inglesa, que apareció a finales de febrero pasado con el título No One’s Perfect, se han vendido hasta el momento más de 20.000 ejemplares.

La vida, tan poco convencional, de Oto-chan, ha captado la imaginación de los lectores, además de en Japón, en Corea del Sur, Taiwán y China. Se han publicado traducciones al coreano, al cantonés y al mandarín. La versión inglesa, que reproduce fielmente el estilo directo del original, se pondrá a la venta simultáneamente en Estados Unidos y Gran Bretaña en septiembre próximo.

La popularidad del joven autor ha sido tan repentina como veloz en su crecimiento. Se ha convertido en el favorito de los mass-media, es presentador de un programa de televisión de máxima audiencia y se ve inundado a diario por un sinfín de invitaciones para entrevistas, firma de autógrafos y conferencias, que le han llevado a muchas partes del país. Pero en medio del resplandor y el bullicio de la publicidad, Ototake sigue siendo fiel a su personalidad. Como se desprende del relato autobiográfico, su libro es la historia de un muchacho con increíble coraje y capacidad de disfrutar de la vida. Y es, al mismo tiempo, un estímulo para entender cómo el aceptar las imperfecciones de otros puede hacer nuestras vidas menos imperfectas.

En la escuela, como uno más

En su million-seller, Oto describe su historia personal desde que sus padres le dieron la bienvenida al mundo. Temiendo que su madre pudiera sufrir una postración nerviosa al ver los defectos físicos de su hijo, los médicos no le dejaron ver al niño durante un mes. «Es encantador» fueron, sin embargo, las palabras que pronunció su madre al tenerlo por primera vez en brazos.

Con el apoyo de sus padres y no sin tener que vencer varias dificultades, Ototake recibió su educación desde pequeño en escuelas públicas, a diferencia de la mayoría de los niños con graves limitaciones físicas. Tanto los maestros como sus compañeros de clase procuraron desde el principio buscar maneras de que Oto-chan pudiera participar en las actividades escolares -al menos en la mayoría de ellas- como uno más. Pero lo ayudaban solo cuando era absolutamente necesario. Así inventaron la estratagema bautizada con el nombre de «regla de Oto-chan». Por ejemplo, cuando Ototake tomaba parte en un partido de béisbol, un suplente corría en su lugar hasta la base. Si Oto, balanceando el palo entre sus pequeños brazos, conseguía mandar la pelota a la altura de los infielders (jugadores situados dentro del campo, o cuadro de demarcación) se consideraba home run.

Estas reglas, escribe, no se hicieron porque sus amigos tuvieran lástima de él, sino porque querían que participara en sus juegos, ya que era uno más de la clase: cosa que a él, por otra parte, le parecía natural.

Con el aliento del entrenador, practicó el baloncesto y, a base de mucha constancia, consiguió mejorar de tal modo su habilidad para manejar la pelota con sus cortos muñones, que participó incluso en partidos de competición intercolegial. En el club de fútbol de la escuela secundaria se encargó de recoger y analizar datos de los equipos rivales.

Sus profesores y compañeros fueron de nuevo un buen apoyo, y él fue siempre lo suficientemente vigoroso para tomar parte en todo tipo de actividades estudiantiles y fiestas. Sus amigos, dice, llegaron a llamarle «el hombre festival». Ya en la universidad colaboró activamente en la Asociación Internacional de Estudiantes de Ciencias Económicas y Comerciales, y ha dedicado también tiempo y esfuerzo a actividades cívicas de la localidad donde vive.

Destinado a algo especial

«Supongo que, como la mayoría de la gente no está acostumbrada a tratar con personas discapacitadas, muchos se sorprenden al ver lo normal que ha sido siempre mi vida», dice especulando sobre la razón de que el número de los lectores de su libro crezca de día en día.

En lugar de aceptar su condición física como un handicap, Oto-chan ve su apariencia como algo que le marca un destino especial. De esto se dio cuenta -escribe en el libro- el 13 de noviembre de 1996, durante una noche de insomnio en la que, pensando en su futuro, tomó conciencia por primera vez en su vida (a los 20 años) de que era minusválido. Y pensó que debía aprovechar esa circunstancia para hacer algo en la vida que solo él -valiéndose precisamente de su incapacidad física- podía hacer. Su aspecto corporal es parte de su encanto. Efectivamente, como la foto de la portada del libro atestigua, sus brazos y piernas están truncados formando meros muñones.

Al día siguiente, nada más salir a la calle, encontró la respuesta a los pensamientos de la noche anterior. Unas personas conocidas con las que había cooperado en una campaña para mantener el campus de Waseda limpio de basura, querían hablar con él para invitarle a cooperar en un proyecto más ambicioso. Le explicaron que su principal interés era promover una comunidad «sin barreras», para mejorar los accesos a los ancianos y a las personas incapacitadas; «pero necesitamos tomar en cuenta, ante todo -le dijeron-, el punto de vista de las personas a las que esto les concierne directamente: por esto hemos pensado en ti».

«No daba crédito a mis oídos -escribe Oto-chan-: justo la noche anterior empecé a querer hacer algo sirviéndome precisamente de mi condición de discapacitado y ahora, de repente, me ofrecen la posibilidad de hacerlo realidad. ¿Qué es lo que pasa? Me dio un poco de espanto, como si hubiera visto una aparición. Aunque no pertenezco a ninguna religión, eso fue suficiente para hacerme creer en la existencia de un ser superior».

Derribar las barreras mentales

Quizás la virtud más impresionante de Oto-chan -aparte de su optimismo-, que se desprende de la lectura del libro, es la capacidad de mantener su dignidad cuando alguien muestra repugnancia al verle. Él es muy consciente de este tipo de reacción, y no solo la pasa por alto con elegancia, sino que le incita a progresar en su continuada campaña para quitar barreras, empezando por quitar las barreras del corazón y de la mente. Ha aprendido que esto se consigue cuando hay familiaridad, cuando la gente tiene trato con este tipo de personas y se da cuenta de que la incapacidad física es solamente un accidente, y que lo esencial -el ser persona- no cambia.

Los niños son sus principales aliados en esta campaña, y por eso acude con frecuencia a colegios para dar conferencias y hablar con los chicos acerca de su vida y de la importancia de tener una mentalidad sin barreras. Le hacen muchas preguntas, algunas embarazosas -dice-, pero cuando les responde de tú a tú, francamente, satisfaciendo su natural curiosidad, acaban por tratarle como a un amigo y le dicen «Oto-chan, vuelve otra vez a estar con nosotros».

«Les digo que para hacer nuestras ciudades sin barreras, con fácil acceso tanto para los físicamente impedidos como para los ancianos, lo más importante es que todos tengamos una mentalidad sin barreras. Al principio no entienden y parecen desconcertados. Luego les digo: si tu papá usara una silla de ruedas y tú estuvieras a punto de diseñar tu nueva casa, ¿verdad que te plantearías la posibilidad de hacer una planta llana sin escaleras, o bien instalarías ascensores además de escaleras, para que tu papá pudiera moverse fácilmente de un sitio a otro?».

Ototake tiene especial interés en atraer a los niños a su campaña y, por este motivo, ha escrito un nuevo libro ilustrado -que se publicó a mediados de marzo- sobre los amigos y maestros de un personaje ficticio llamado Yuta, cuyos brazos y piernas están truncados. Con el título de Purezento («Regalo»), este libro está dirigido a niños menores de diez años.

Qué aportan los minusválidos

En realidad, Hirotada Ototake es una explosión de energía en la que resplandece un firme sentido de seguridad. Se puede bien decir que Oto-chan es el prototipo de hombre que ha triunfado gracias a su propio esfuerzo.

En la sociedad competitiva de hoy -dice-, donde se espera siempre de uno que sobresalga en lo que hace, estamos perdiendo el sentido de lo obvio: echar una mano cuando ves a alguien con dificultades. En muchas partes se oyen quejas de que la sociedad se desmorona porque sus miembros no se ayudan unos a otros. Quizás las personas que pueden rehacer la sociedad para que sea más humana sean precisamente las que padecen incapacidad física.

Me dicen -escribe en la última página de su libro- que, cuando los exámenes prenatales revelan algún defecto en el feto, los padres casi siempre optan por no tener al niño. Si a los futuros padres, que no han tenido apenas contacto con personas físicamente incapacitadas, les dicen de repente «vuestro hijo será minusválido», ellos quizás no se sentirán con la suficiente fuerza y seguridad para criarlo. Su propia madre -añade- le confesó un día que ella no estaba segura de cómo habría reaccionado si le hubieran hecho un examen prenatal.

«Todo esto -termina- me hace querer decir alto y claro que, incluso con mi incapacidad física, soy feliz y disfruto todos los momentos de cada día. Fue la necesidad de mandar este mensaje -no hace falta nacer perfecto para estar alegre- por lo que elegí el título No One’s Perfect para la versión inglesa de mi libro. Hay personas que nacen con un cuerpo perfecto y van por la vida llenos de negra desesperación. Otros, a pesar de no tener brazos ni piernas, llevan una vida llena de paz y sin preocupaciones. La incapacidad física no tiene nada que ver con ello».

Antonio MélichTetrapléjica licenciada por Harvard

Brooke Ellison, norteamericana, tiene 21 años. En los exámenes del instituto consiguió 1.510 puntos de 1.600 posibles. Hace poco presentó su tesis, The element of hope in resilient adolescents («El factor esperanza en adolescentes con gran capacidad de recuperación»), un análisis científico con datos abundantes. En junio se licenciará en Psicología y Biología por la Universidad de Harvard con una media de sobresaliente y ha sido seleccionada por sus compañeros para pronunciar el discurso de graduación. Será la primera tetrapléjica que obtiene un título de Harvard. The New York Times (18-V-2000) cuenta su historia.

Ellison fue atropellada por un vehículo el día que comenzaba séptimo curso (12-13 años). El accidente le fracturó el cráneo, la columna vertebral y casi todos los huesos grandes del cuerpo. Tenía pocas esperanzas de sobrevivir, pero después de 36 horas en coma se despertó tetrapléjica. A pesar de todo, preguntó: «¿Cuándo puedo volver al colegio? ¿Tendré que repetir curso?».

Maneja su silla de ruedas y el cursor de la pantalla de su ordenador tocando con la lengua un teclado numérico colocado en el paladar. Realiza los trabajos trimestrales al dictado -en un ordenador que se activa por la voz- y procura conseguir toda la información que puede a través de Internet.

Ellison afirma que no hay nada extraordinario en sus logros. «Simplemente así es mi vida. Siempre he pensado que, sean cuales sean las circunstancias a las que me enfrento, es simplemente cuestión de seguir viviendo y no dejar que lo que no puedo hacer defina lo que puedo hacer».

No obstante, dice que ha contado con un equipo de gran talento para seguir estudiando. En primer lugar, su madre, de 48 años, ha estado sentada en clase junto a su hija desde octavo curso. Después, se trasladó con ella al campus de Harvard mientras su marido y su otro hijo se quedaban en Stony Brook (Nueva York). En Harvard ha sido su enfermera, la que le pasaba las páginas de los libros, la que levantaba la mano en clase cuando su hija tenía algo que decir. «Yo soy sus músculos; ella es el cerebro», afirma.

La Universidad también ha hecho grandes esfuerzos para facilitarle la tarea. Una vez admitida, Harvard le proporcionó una beca para complementar el salario de su padre -administrativo de una oficina de la Seguridad Social- y los fuertes gastos médicos. Además, instaló una cama de hospital en su habitación, un ascensor hidráulico, un timbre y una puerta electrónica. Cuando se matriculó en una clase de historia de la ópera, la universidad trasladó las clases a otro lugar porque el edificio previsto no tenía acceso para sillas de ruedas.

Después de las vacaciones de verano, Ellison tiene intención de escribir su autobiografía y viajar para dar conferencias sobre motivación. «Espero estar donde haya personas necesitadas de ánimos», afirma.

Mirar hacia adelante

Una campaña para quitar barreras a los impedidos y a los ancianos. Conferencias para motivar a personas desanimadas con su situación. Oto-chan y Brooke no solo son capaces de superar sus limitaciones, sino que todavía les quedan energías para ilusionar a otras personas. Según Rick Snyder, psicólogo de la Universidad de Kansas, esta es una característica común en las personas con esperanza: interesarse tanto por las metas de otras personas como por las suyas propias. De hecho, afirma Snyder, ese sentimiento de empatía es lo que les mueve a conseguir lo que se proponen. Así dice este psicólogo en su Handbook of Hope («Manual de esperanza»), que comenta William Raspberry en The Washington Post (8-V-2000).

Para Snyder, la esperanza no es solo optimismo. Es la manera de pensar sobre lo que uno quiere conseguir en la vida, es decir, la capacidad para definir metas, la selección de la ruta para alcanzarlas y la motivación necesaria para caminar por ese trayecto.

Como señalan la tesis de Brooke y los estudios de Snyder, no hay que pensar que las personas con esperanza sean más inteligentes que las demás. Se trata más bien de cómo trabaja la mente ante un obstáculo. Una persona con esperanza, dice Snyder, enseguida planifica cómo superarlo y decide qué camino tomar. En cambio, quienes no la tienen, ante ese mismo obstáculo, piensan: «Aquí viene un fracaso más».

La esperanza se aprende después de conseguir pequeños éxitos en la vida cotidiana, y comienza a afianzarse, según el psicólogo, desde la infancia. Y, al contrario, la desesperanza también se aprende después de los fracasos. No obstante, Snyder dice que la esperanza puede enseñarse y aprenderse después, y que está investigando la manera de explicar las características de la esperanza para tratar casos de ansiedad y depresión.

En la «escala de esperanza» del profesor, los atletas con buenas puntuaciones consiguen mejores resultados deportivos que los que tienen poca esperanza; los enfermos con esperanza se recuperan antes y toleran mejor el dolor, etc.

Como dice Raspberry, hay personas que creen que todo el mundo está contra ellas y que no tienen más remedio que permanecer a la defensiva; y personas que piensan que todo el mundo está dispuesto a echarles una mano y se comportan según ese convencimiento. Oto-chan no es perfecto, ni Brooke, pero al parecer tienen esperanza.

Ignacio F. Zabala

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