La brujería revive en la región de los Grandes Lagos

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Análisis

Kampala. En enero pasado, Alice Lakwena, la fuerza vital que sustentaba el Movimiento del Espíritu Santo, murió, exiliada y en el olvido, en un campo de refugiados de Kenia. Uno de sus últimos actos fue negarse a tomar el moderno medicamento que podría haberle salvado la vida.

A finales de la década de los ochenta, Alice encabezó la resistencia contra la campaña emprendida en la espesura por Yoweri Museveni, quien trataba de devolver el orden y la paz a Uganda después de los caóticos años de Idi Amin y Milton Obote. Alice acaparó titulares de prensa porque, asegurando poseer una inspiración especial, dijo a sus soldados que las balas enemigas rebotarían en sus cuerpos como gotas de agua, y que si lanzaban piedras contra sus enemigos, éstas explotarían como granadas. Transcurridos unos pocos meses tuvo que huir a Kenia, haciéndose su primo, Joseph Kony, cargo de la resistencia, que persiste a día de hoy. Alice también era una médium espiritual, según sus seguidores.

A pesar del fervor del cristianismo que se profesa en esta región (el Congo, Sudán meridional y Uganda), la mayoría de la población sigue aferrada a su creencia tradicional en los espíritus ancestrales y son muchos los que recurren a hechiceros. Tampoco parece que estas creencias vayan a entrar pronto en vías de extinción.

No hace mucho la Iglesia católica de Uganda encargó a fray Anatoli Wasswa, experto en medicina herbaria y exorcista, que averigüe todo lo que pueda acerca de la práctica de la brujería y lo publique en un libro. El hermano Wasswa es un personaje de fama nacional y durante los últimos treinta años ha estado estudiando este fenómeno. El libro, «Unveiling Witchcraft», escrito conjuntamente con un veterano periodista del país, Henry Mirima, y que incluye contenidos adicionales sobre el norte de Uganda debidos a la pluma de un misionero comboniano, pronto estará en las librerías. Su lectura es muy aleccionadora y, si logra una amplia difusión, podría provocar algo parecido a una revolución en el país.

Los sanadores a que acuden las gentes de estas tierras son de tres clases: los herboristas o curanderos tradicionales que son cristianos o musulmanes, los que no profesan ninguna fe y los hechiceros. Los primeros y los segundos simplemente tratan de curar a sus pacientes mediante el empleo de medicamentos extraídos de las hierbas (y las hierbas que utilizan están en la misma base de la moderna farmacología); los terceros se entienden directamente con el diablo.

En otros tiempos, algunos curanderos tradicionales afirmaban haber tenido encuentros con espíritus y fuerzas sobrenaturales, que eran el pretexto para causar daño. Manipulaban hierbas, añadían brebajes y hacían creer a sus clientes que tenían poderes mágicos para lograr hazañas como saldar deudas o proteger a un hombre de sus celosas esposas, nada de lo cual guarda relación alguna con la medicina. En los primeros años de la evangelización, algunos misioneros no lograban distinguir entre el herborista y el hechicero, y reprobaban a ambos por igual. Este estigma aún permanece en la mente de algunos cristianos.

En busca de soluciones rápidas

Uganda fue víctima de graves luchas intestinas durante casi veinte años: desde finales de los sesenta hasta 1986. Una vez finalizado el conflicto, el país padeció una devastadora epidemia de sida, que se cobró al menos una víctima en la mayoría de las familias y borró a muchas otras de la faz de la tierra. Los últimos veinte años han sido de relativa paz, con la excepción del conflicto del norte. Durante este periodo la economía ha prosperado, las instituciones civiles han recuperado la normalidad y la mayoría de los niños disfrutan, al menos, de enseñanza primaria, y muchos, incluso de la media y la universitaria. Es una sociedad que trata de olvidar su terrible pasado reciente y de recuperar con rapidez el terreno perdido; pero también es una sociedad en la que pocos han viajado fuera de su comarca natal.

En una situación de tirantez, incertidumbre y tensión como ésta, además de a su fe religiosa, muchos recurren a sus creencias tradicionales, «por si acaso» las peticiones que realizan en la iglesia o la mezquita no son escuchadas y resueltas con rapidez. El hermano Wasswa afirma que las personas se han vuelto demasiado impacientes. Recientemente, en Kampala, yo mismo pude leer en una pegatina colocada en un parachoques: «Lo vi. Lo quise. Recé. Lo conseguí». Esto resume el enfoque del cristianismo evangélico, que aquí se extiende con rapidez: una religión de soluciones rápidas. Satisfacción instantánea. La gente que pasa necesidades, incluso necesidades imaginarias, es fácilmente engañada por el primer charlatán que se presenta.

Creencias arraigadas

Las creencias tradicionales son fuertes, en especial en Uganda central y occidental, y hasta en el Congo. En la corte del Kabaka (Rey) de los Baganda había un puesto ceremonial: el conservador del cordón umbilical. En la sociedad baganda los gemelos son muy frecuentes -por encima de la media mundial-, y sus cordones umbilicales se decoran y conservan. Si se pierden o sufren daños, la creencia sostiene que el culpable será fulminado.

Uno de los rituales acostumbrados de las sesiones de hechicería es fumar en pipa. Los adeptos creen que el humo llegará a los espíritus ancestrales, que, a continuación, concederán lo que se les pida: un visado para viajar, éxito en los negocios o un cónyuge.

En Mukono, en Uganda central, existe un árbol que tiene protuberancias como pechos y que por esa misma razón es considerado sagrado. En Hoima, una región occidental, la creencia asegura que los muertos se alzan de sus tumbas por la noche y cavan la tierra.

Una de las deidades a las que habitualmente se invoca, la «emisambwa» (que puede significar, según la ocasión, sirena, serpiente, árbol o roca), debe ser aplacada antes de que uno empiece a construirse una casa. A menos que así se haga, extraños fenómenos sucederán a la propiedad cuando el dueño esté dormido.

Los brujos hacen sus hechicerías en «santuarios», chozas cubiertas con un velo de corteza de árbol y cuyo interior está oscuro. El hechicero cambia su voz numerosas veces y así convence al que acude a él de que los espíritus están en comunicación con él para favorecer al cliente.

La idea más común es que la brujería está extendida en sociedades atrasadas tecnológica, económica y culturalmente; que cualquier desgracia inexplicable se atribuye a la brujería. Esto es así hasta cierto punto. Puede ser verdad que las personas pobres y analfabetas apelen a menudo a la brujería como forma de explicar las cosas y de ajustar cuentas. Pero ahora son los ricos y los instruidos quienes recurren a ella para mantener su imagen y su prohibitivo estilo de vida. Parece, pues, que la brujería retorna con gran fuerza, en la creencia de que no sólo es inocua sino que además forma parte de la cultura. Dirigentes políticos y nacionales, conocidos como cristianos practicantes, echan mano del «santuario», la parafernalia y los brebajes cuando se hallan en una necesidad.

Pero Uganda tiene desde 1929 un Ley de Hechicería. En el pasado, los convictos eran sentenciados a una pena de cárcel, cumplida la cual eran desterrados de la región. Ahora, sin embargo, se producen escasísimas condenas a pesar de que la práctica se halla más extendida: por miedo a agitar un avispero, ya que numerosos agentes de la ley y personas influyentes creen que la práctica es francamente aceptable.

No obstante, lo más alarmante de todo es el sacrificio de niños. El libro «Unveiling Witchcraft» contiene fotos de bebés sacrificados, de cabezas humanas cortadas, de niños de más edad sacrificados. Los niños son secuestrados, o incluso ofrecidos voluntariamente, para aplacar a los malos espíritus y permitir a la persona que ofrece el sacrificio hacerse rica. Tales sucesos son bien conocidos e incluso aparecen ocasionalmente en la prensa nacional, pero ningún hechicero ha sido jamás acusado y condenado.

¿Y los efectos de la brujería? El miedo y la superstición van arraigando más. Las personas no salen de la pobreza porque el hechicero es codicioso e insaciable y exprime hasta el fin a sus empobrecidos clientes. Los miembros de una comunidad se ven enfrentados entre sí. La gente no trabaja sino que confía en el hechicero para resolver sus problemas y enriquecerse.

La solución es una evangelización más profunda; inculcar la ética del trabajo y predicar la buena nueva del trabajo duro; e incluir los males de la brujería y sus efectos en los programas escolares, en los que todavía no han encontrado un lugar.

Martyn Drakard

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