Entusiasmo en la primera Semana Santa del Papa Francisco

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Roma. Si hay una palabra que resuma la primera Semana Santa del nuevo Papa Francisco es entusiasmo. La conmoción que produjo la renuncia del Papa Benedicto XVI llevó pareja un amplio interés, no solo de los medios de comunicación, sino de todos los católicos… e incluso de aquellos que, sin serlo, tienen que reconocer la importancia de la Iglesia. Después de un cónclave mediático 100%, como no podía ser de otro modo en plena era digital, aparecía un Papa que no estaba en las quinielas, que era jesuita y argentino y que –como sus antecesores Benedicto XVI y, sobre todo, Juan Pablo II– parecía dispuesto a separar lo que es esencial en un Papa de lo que es accidental. O dicho de otro modo: estaba dispuesto a sorprender.

Había expectación por ver cómo celebraba el nuevo Pontífice la Semana Santa, un tiempo fuerte de la Iglesia católica en el que abundan las ceremonias y audiencias. La expectación se tradujo en un dato visible para cualquiera que haya pasado otras Semanas Santas en Roma: la plaza de San Pedro se quedaba pequeña para la afluencia de peregrinos que, en más de un acto, tuvieron que conformarse con ver al Papa desde la via della Conciliazione. Se habló de 250.000 personas el domingo de Resurrección, una cifra que prácticamente triplica la de años anteriores.

La afluencia de peregrinos a Roma casi triplicó la de años anteriores

Entre los asistentes, una gran pluralidad de nacionalidades, credos y edades. Los más numerosos, lógicamente, fueron los romanos, que han acogido a su nuevo obispo con alegría… a pesar de que no sea italiano: “Bergoglio no deja de ser un apellido italiano –sentencia Angelo con socarronería– y la Iglesia es universal, estamos felices con el nuevo Papa”. Norma tiene 60 años, es de Jamaica y anglicana, ha viajado con su marido a Roma para conocer la ciudad y han recalado en el Vaticano para asistir a la primera audiencia del Papa Francisco. “No sabíamos que había una audiencia, pero al enterarnos hemos querido venir y nos ha gustado muchísimo”. Norma no oculta su simpatía hacia el nuevo Papa: “Es genial, yo creo que va a ser un pontificado muy bueno, va a unir a los católicos… y quizás al resto; al fin y al cabo, no estamos tan lejos”.

Si este es el estado de ánimo de un matrimonio anglicano de Jamaica no sorprende que los argentinos rocen la euforia. Gabriel es profesor de Los Molinos, un colegio de Buenos Aires, y viajaba con un grupo de alumnos por Europa cuando conocieron la noticia. “La elección nos pilló en Irlanda, después veníamos a pasar la Semana Santa aquí… pero nunca imaginamos que nos encontraríamos con un Papa argentino. Es una inmensa alegría, un gran orgullo… y una gran responsabilidad. Va a ser muy bueno además para Argentina”. Otro de los peregrinos argentinos ilustra esta afirmación: “En Buenos Aires, la gente está acudiendo en masa a recibir los sacramentos, las colas para confesarse en la catedral son llamativas”.

“La cercanía y profunda fe del Papa Francisco han terminado por conquistar a muchos escépticos”

Y no solo en la catedral porteña. El tradicional y masivo turismo romano esta Semana Santa ha tenido un carácter más religioso, si cabe. “Llevo varios años cubriendo los actos del Papa y nunca había visto, como este año, colas para confesarse en las basílicas a las tres de la tarde”, afirma una periodista española, que achaca este fenómeno a una mezcla de entusiasmo… y acción del Espíritu Santo. “Hay un componente emotivo, por supuesto: la renuncia de Benedicto XVI, en un mundo aferrado al poder y al prestigio, ha despertado la conciencia de muchos. La información sobre el cónclave ha acercado el Vaticano a los fieles, que han empezado a poner nombre y cara a los cardenales (dibujados por los medios hasta hace poco como sicarios del mal) y, por último, la cercanía y profunda fe del Papa Francisco han terminado por conquistar a muchos escépticos. El resultado de todo esto es un mayor interés por el catolicismo, por su magisterio… una corriente de simpatía que está llevando a muchos a volver a la Iglesia”.

No parece ser otro el objetivo del Papa Francisco, un pastor convencido –como ha señalado en sus homilías de estas Semana Santa– de que la Iglesia tiene que volver a sus raíces apostólicas, salir de la comodidad para buscar a los hombres donde están y demostrar, con hechos y con gestos, que el cristianismo es la religión del amor, del perdón y de la alegría. Que la oración más sublime –impresiona el recogimiento absoluto del Papa al celebrar la Misa– no está reñida con el trato expansivo y tierno a los hombres, como mostró en cada uno de sus largos y pausados paseos por la plaza de San Pedro. Que el cristianismo, en definitiva, es la religión de la cruz… pero también del entusiasmo.

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