Corea: una Iglesia pujante que necesita madurar

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Corea del Sur aguarda la visita pastoral del Papa Francisco, entre el 14 y el 18 de agosto. Espera de él un apoyo a la reunificación del país y a la renovación de la fe de los católicos. La Iglesia coreana es extraordinariamente pujante, con cerca de 90.000 conversiones anuales. Hoy el reto es madurar, dando una formación sólida a los fieles.


Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 58/14

Cuando el próximo 14 de agosto el avión del Papa Francisco aterrice en la base aérea de Seúl, capital de Corea del Sur, el Pontífice pondrá el pie en una tierra durante mucho tiempo extraña para los cristianos occidentales, pero en la que Iglesia arraigó con fuerza desde el primer momento en que se escuchó hablar de Cristo, en el no tan lejano siglo XVIII.

Mirando también al Norte
El programa del Papa será intenso: participará en la VI Jornada de la Juventud Asiática, que se celebrará en Daejeon (al centro del país). “¡Levántate, resplandece!” (Is. 60,1), es la exhortación profética con la que el Papa se dirigirá a los católicos de Corea: 5,4 millones en un país de 52 millones de habitantes. Una fuerza pequeña, sin duda, pero en ascenso constante (15 años atrás, eran solo tres millones de fieles).

Mas no solo para ellos y para el resto de la población surcoreana, sino para sus hermanos del norte, que viven bajo un régimen contrario a todo tipo de libertades, se esperan palabras de esperanza y de paz. “En Tierra Santa –apunta el cardenal Andrés Yeom Soo-jung, arzobispo de Seúl y administrador apostólico de Pyongyang–, el Papa invitó a los presidentes de Israel y Palestina ‘a su casa’ en el Vaticano para orar juntos. Quizás el Papa Francisco desee hacer un gesto de paz o tregua para las dos Coreas. Actualmente, ninguna de las partes muestra voluntad alguna de retomar el diálogo, y ello es lo más frustrante para nosotros”.

En mayo pasado, el cardenal Yeom Soo-jung se convirtió en el primer purpurado en visitar el país comunista. Según datos citados por la revista Palabra (febrero de 2009), en 1949, antes de desatarse la guerra intercoreana, había 55.000 católicos en Corea del Norte. Con la persecución, muchos fueron asesinados o confinados, entre ellos 160 sacerdotes y religiosos. En Pyongyang existe un templo católico, construido en ocasión de las Olimpiadas de 1988 en Seúl, para dar una imagen aperturista del país.

“La Iglesia coreana es única porque fue fundada enteramente por laicos” (Juan Pablo II en Corea, 1984)

Una Iglesia fundada por laicos
El Pontífice tiene previsto reunirse con la presidenta surcoreana, Park Geun-hye, y acudir a uno de los numerosos centros católicos de asistencia social –355 en todo el país– más reconocidos, el Barrio de las Flores, donde se encontrará con niños discapacitados.

Procederá también a beatificar a 124 mártires de sucesivas persecuciones desatadas contra la Iglesia coreana. El lugar de la ceremonia será la Puerta de GwangHwaMoon, justo donde tenía su sede el palacio real en tiempos de la dinastía Joseon, que reinó desde el siglo XIV al XX, y bajo la cual se cometieron crueles atropellos contra los seguidores de Cristo.

La visita de Francisco es la primera de un sucesor de san Pedro a la península coreana en un cuarto de siglo. Juan Pablo II estuvo en dos ocasiones: en 1984, para celebrar los 200 años de presencia católica y canonizar a un primer grupo de 103 mártires, y en 1989, para asistir al 44 Congreso Eucarístico Internacional.

Al Papa polaco no le faltaron entonces palabras de admiración para el pueblo de Dios que peregrina en esa tierra: “La Iglesia coreana es única porque fue fundada enteramente por laicos. Esta Iglesia chica, tan joven y sin embargo tan fuerte en la fe, soportó ola tras ola de fiera persecución, y en menos de un siglo pudo presumir de contar con diez mil mártires. Su muerte se convirtió en levadura de la Iglesia y la condujo hacia su actual florecimiento. Todavía hoy, sus espíritus inmortales sostienen a los cristianos en la Iglesia del silencio, en el norte de esta tierra tan trágicamente dividida”.

“La religión de la Mamá”
“De noche, Seúl parece una ciudad cristiana por el gran número de cruces que brillan sobre iglesias, escuelas y hospitales”, relata el P. Piero Gheddo, decano de las Pontificias Misiones Extranjeras de Milán, y amplio conocedor de las sociedades japonesa y surcoreana.

Según explica, son notables el impacto y el prestigio de que goza la fe católica en Corea del Sur. Algunos la llaman “la religión de la Mamá”, porque muchos templos tienen, en su exterior, una estatua de la Virgen con los brazos abiertos en actitud de acogida, como invitando a entrar a quienes pasan por allí; pero también porque el grueso de la feligresía es femenina: casi 3,2 millones de mujeres frente a 2,3 millones de hombres, según datos de 2013.

En respaldo de la idea de que es una religión consolidada en el país asiático, hay todo un grupo de factores. Uno de ellos, ya referido por el Papa Juan Pablo II, es el histórico: la Iglesia fue fundada por nobles coreanos, que en 1777 llevaron al país literatura cristiana obtenida de los jesuitas en China. Una Iglesia inexperta, laica, nativa al ciento por ciento. De hecho, se narra que cuando un presbítero chino llegó a la península 12 años después, encontró una comunidad de 4.000 católicos que jamás habían visto a un sacerdote. Siete años más tarde, ya eran 10.000 los bautizados.

Por otra parte, el P. Gheddo apunta que en contraste con el confucianismo y el budismo, religiones tradicionales del país y de buena parte de Asia, el cristianismo tiene el atractivo de haber introducido la idea de igualdad de todos los seres humanos, creados por el mismo Dios, Padre de todos, y el principio de igualdad de derechos y dignidad entre el hombre y la mujer, a la que Confucio se refería despectivamente como “un hombre malogrado”.

Asimismo, otras diferencias vitales entre la visión social de esos sistemas de creencias y el cristianismo afloraron durante las décadas posteriores a la guerra. De una parte, el apego al inmovilismo, a la contemplación de una realidad inmodificable, inexorablemente marcada por el “destino”, y de otra, la promoción de la educación como poder transformador. Como señala el P. Gheddo: “Católicos y protestantes han construido y mantienen una gran cantidad de escuelas en todos los niveles, incluidas numerosas universidades –las católicas son 12– que se han impuesto en el país como las mejores desde el punto de vista educativo y de los valores en los que forman a los jóvenes. Todas las familias querrían mandar a sus hijos a las escuelas cristianas”.

Una voz potente contra la dictadura
Igualmente, los cristianos se involucraron activamente en el movimiento popular contra las dictaduras militares que ensombrecieron el país entre 1961 y 1987. Mientras que el confucianismo y el budismo promovían la obediencia a la autoridad constituida, la presión de las Iglesias en la opinión pública derivó en la erosión del régimen y la implantación de la democracia.

La propia catedral de Seúl fue refugio de numerosos activistas –en sus afueras se enfrentaban los jóvenes estudiantes a las desmoralizadas fuerzas policiales–, y la figura del cardenal Stephen Kim Sou-hwan (1922-2009) emergió más de una vez como una voz potente a favor de los derechos humanos y el Estado de Derecho.

Con estas credenciales, se entiende que los cristianos surcoreanos no tengan motivo para esconder la cabeza bajo el ala, y que al contrario, menudeen las conversiones, que se registran mayormente en zonas urbanas. A los sacramentos se acercan muchos profesionales, estudiantes, artistas, políticos y militares de alta graduación.

Según el P. Vincent Ri, prefecto de estudios de la Facultad de Teología del seminario mayor de Kwangju, “el coreano está orgulloso de definirse como una persona religiosa: entre los estudiantes, los intelectuales y las personas cultas tampoco existe el espíritu antirreligioso o ateo, común en Europa. El hecho religioso está en el centro de la vida de nuestro pueblo”.

Mucha confianza, poca diversidad social
Para constituir solo un 10% de la población coreana, los católicos hacen sentir su influencia de modo muy positivo, al punto de que la Iglesia es la institución que concita más confianza. El denominado Sondeo de Credibilidad Social, efectuado en febrero pasado por el Christian Ethics Movement, arrojó que la Iglesia cuenta con un 29% de aceptación, seguida por el 28% que cosechan las instituciones budistas –¡en un país de tradición budista!–. Incluso entre los que se declaran “sin religión”, el porcentaje de confianza en los católicos es el mayor, con el 32%.

Muy alejadas están las Iglesias protestantes, pese a que sus seguidores constituyen el 18% de la población (según el censo de 2007): solo el 21% de los consultados les da crédito.

Tales cifras, sin embargo, no animan a la Iglesia a lanzar cohetes, pues hay problemas que se hacen sentir, algunos de ellos vinculados al vertiginoso progreso económico. Según la web de la Conferencia Episcopal (CE) coreana, la propia composición del laicado –una mayoría de profesionales, con ingresos medios y altos– implica que la Iglesia se ha enriquecido en recursos humanos y materiales, pero se ha creado en ella una atmósfera de la que las personas de estratos más bajos se sienten distanciadas.

“Si la Iglesia –señala la web de los obispos– es liderada por una solo clase específica de personas, la salvación universal, que es su objetivo, no puede realizarse. El clero y otras voces han comenzado a manifestar esta preocupación”.

Competitividad exagerada
Por otra parte, las estadísticas de la propia CE refieren que, en 2013, de los más de cinco millones de católicos declarados, apenas 1,6 millones (el 21%), por término medio, asistieron a misa cada domingo, y que un tercio se acercaron a la comunión por Pascua y Navidad. La brecha, se ve, es amplia, y para algunos, contrasta con la labor misionera que realizan sacerdotes diocesanos y los religiosos y religiosas surcoreanos (979 en total) en los cinco continentes.

Como en Occidente, el factor económico, la preocupación por la competitividad, parecen estar incidiendo. Un análisis del fenómeno desde una perspectiva eclesial indica que, por razones financieras, insertos en un mercado laboral cada vez más inseguro y con remuneraciones a la baja, los jóvenes surcoreanos están aplazando el momento del noviazgo, el matrimonio y la concepción. Si a determinada edad el trabajador no cuenta con un abultado currículum, es visto como un “perdedor”, por lo que siente la presión de priorizar el aspecto profesional sin “romanticismos”. Desde una óptica que privilegia lo práctico-funcional, el “aquí y ahora”, ¿qué son la Iglesia y la práctica religiosa sino “un romanticismo más”?

Con seguridad, no se va por ese camino a una sociedad más humana. Por ello, la Iglesia surcoreana pide ayudar a los jóvenes a vencer sabiamente sus dificultades, que en última instancia no son únicamente “suyas”, sino una realidad que debe ser afrontada por la sociedad en su conjunto.


¿Y la calidad de la evangelización?

El obispo de Cheju y presidente de la Conferencia Episcopal coreana, Mons. Pedro Kang U-il, analiza en AsiaNews los problemas y las esperanzas ligadas a la próxima visita del Papa a su país, una nación que, según afirma, ha vivido el último medio siglo “un desarrollo impresionante desde el punto de vista económico, político y religioso”. En su opinión, la presencia del Pontífice les estimulará “a transformar el crecimiento mecánico en una relación más humana en todos los campos”.

¿Qué frutos podrá traer la visita del Papa?
— Hoy el pueblo coreano, no solo los cristianos, sino también tantos que no pertenecen a la Iglesia católica, esperan sinceramente esta visita con gran esperanza y con diversas expectativas. Una de las esperanzas más sentidas por todos es que el Papa pueda abrir un nuevo momento, una nueva fase para la reconciliación y la unidad entre las dos Coreas, la del Norte y la del Sur. Hemos vivido, en los últimos 64 años, con aprensión y bajo la perenne amenaza de la guerra. Alguien dijo que la Guerra Fría global había terminado con la disolución de la Unión Soviética, pero en la península coreana estamos obligados todavía a vivir bajo esa tensión.

Son innumerables las personas separadas de sus propias familias (…), que por más de medio siglo no lograron encontrarse de nuevo desde la separación. Aquellos que dejaron su casa durante la última Guerra de Corea (1950-1953) anhelan desesperadamente una reunificación, pues muchos están muriéndose, bien por avanzada edad, bien por enfermedades. Muchos coreanos sienten que los líderes políticos no logran, por sus propios límites, eliminar la cortina de confrontación y de odio, y de un tiempo a esta parte hemos comenzado a sentirnos aplastados entre las superpotencias de Asia nororiental.

Nuestro sueño más grande es la paz, pero únicamente el Señor podrá remover los obstáculos y las barreras que existen entre el Norte y el Sur. (…) Como coreanos esperamos sinceramente que el Papa Francisco pueda abrir una nueva era de reconciliación y diálogo, lanzando su mensaje de paz a Asia nororiental, lo que podrá ciertamente contribuir muchísimo a la paz en el planeta.

¿Cuáles son las necesidades actuales de la sociedad y de la Iglesia coreanas?
—A menudo se dice que los surcoreanos han vivido en los últimos cincuenta años un desarrollo tan rápido que otras naciones hubiesen necesitado al menos cien años. Se estima que en el último medio siglo los coreanos han alcanzado cambios realmente rápidos en el campo de la industria, de la democracia y también de la evangelización. Sin embargo, en el proceso que ha llevado a este rápido progreso hemos atravesado contradicciones que todavía producen sufrimientos y provocan protestas en la población. En el campo político, vivimos todavía una confrontación muy dura entre conservadores y liberales, y en el económico, si bien la nación ha logrado éxitos importantes, la brecha entre ricos y pobres es casi insalvable.

En el área de la evangelización, la Iglesia ha cosechado éxitos desde el punto de vista de las conversiones. En el último medio siglo la población católica aumentó de medio millón de personas a más de 5 millones. Pero hoy comenzamos a preguntarnos sobre la calidad de la evangelización. La Iglesia de Corea puede haber convertido un gran número de personas a nuestra religión, pero no estamos muy seguros de haber evangelizado la vida de la población coreana hasta el punto de que las personas puedan testimoniar los valores evangélicos en la sociedad. Hoy, esta debe dar un paso adelante: del desarrollo económico mecánico debe pasar a un desarrollo que integre realmente al ser humano; la democracia de fachada debe pasar a una democracia del espíritu, que respete realmente los derechos humanos y los valores de cada individuo; de las actividades misioneras dirigidas solo hacia el exterior, a una madurez evangélica en la Iglesia.

¿Cuál es el valor misionero de la visita de Francisco?
—Observando las visitas que el Papa realizó hasta hoy, entendemos que él es muy sensible hacia todo lo que se refiere a los problemas de los pobres, sea en Lampedusa, en Brasil o en el muro que divide a israelíes y palestinos. Creemos que hoy quiere visitar esta nación porque vivimos cada día en el peligro permanente de una guerra y porque en esta península se aceleran las tensiones de las potencias globales, movidas por sus propios intereses y por el deseo de hegemonía en la región. Esperemos que el Papa provoque una verdadera oportunidad para mitigar la confrontación hostil, abriendo el camino a la paz. Y recemos para que pueda estimular a la sociedad coreana a alcanzar una verdadera madurez humana en todos los niveles.

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