La pornografía, esa «tía loca que vive en el ático»

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General Media International (GMI), empresa editora de la revista pornográfica Penthouse, está al borde de la suspensión de pagos. Así lo señala el informe anual de la auditoría: la deuda excede el activo en 22,3 millones de dólares, y GMI no tiene los 13 millones que le corresponde pagar este año por la amortización y los intereses de sus créditos.

Penthouse, una de las revistas pornográficas más importantes -con Playboy y Hustler-, ha conocido tiempos mejores en sus treinta años de existencia. Llegó a difundir 5 millones de ejemplares mensuales (ahora no pasa de 650.000) y a percibir unos ingresos netos de casi 500.000 millones de dólares anuales. Pero GMI se metió en otros negocios (un gran casino, revistas de otro tipo…) que fracasaron y le ocasionaron grandes pérdidas.

En especial, Penthouse no ha podido con la competencia de la pornografía audiovisual. El mismo presidente de GMI, Bob Guccione, reconoce que el negocio «ha migrado definitivamente a los medios electrónicos» (New York Times, 8-IV-2002). Para hacer frente a los competidores audiovisuales, a mediados de los años 90 Penthouse subió aún más el tono de sus fotografías. Lo único que consiguió fue que los vendedores de prensa rehusaran la revista, que fue relegada a los locales especializados en productos eróticos. Fue un golpe mortal para la difusión: entre 1997 y 2001, las ventas de Penthouse cayeron un 33%.

En cambio, el negocio prospera en la televisión por cable, en el mercado del vídeo y en Internet. En Estados Unidos, donde la pornografía audiovisual mueve ya más de 10.000 millones de dólares anuales, la producción de vídeos de este tipo ha pasado de unos 1.700 títulos en 1990 a 10.500 en 2000. Y otra novedad es que los grandes pornógrafos ya no son las marcas típicas del gremio. Respetables grupos con intereses en el sector audiovisual (General Motors, Time Warner, AT&T, la cadena de hoteles Hilton…) venden más pornografía, a través de empresas filiales, que cualquiera de los sellos popularmente identificados con este negocio. «En comparación con compañías como General Motors o AT&T, jugamos en las ligas regionales», dice Larry Flynt, editor de Hustler (New York Times, 23-X-2000). Sin embargo, la difusión de pornografía no aparece claramente en los balances y cuentas de resultados. Un directivo de AT&T explica el motivo: «Es la tía loca que vive en el ático. Todo el mundo sabe que está allí, pero no se puede hablar de ella» (ibid.).

Otra noticia de pornografía en Estados Unidos viene del Tribunal Supremo. Por 6 votos contra 3, los magistrados han anulado dos artículos de la Ley de Prevención de la Pornografía Infantil (1996), que prohibían las imágenes pornográficas en que se simulara que un menor había sido utilizado para producirlas -cosa que se puede hacer manipulando escenas inocentes- o que se anunciaran dando la impresión de que así era. La mayoría del Tribunal considera que la prohibición, por demasiado amplia e imprecisa, conculcaba el derecho constitucional a la libertad de expresión. El criterio del Congreso, y de los que se han declarado contrarios al fallo, era que tales simulaciones, aunque en su creación no causen daño real a ningún menor, perjudican a los niños porque alimentan el apetito de los pederastas.

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