El debate sobre el futuro del socialismo

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Actualmente solo cinco de los 27 Estados miembros de la UE están bajo gobiernos socialdemócratas y en las últimas elecciones al Parlamento Europeo el Partido Popular Europeo ha reforzado su mayoría. Este retroceso de los partidos socialistas -el último y más grave en Alemania- está provocando debates sobre las causas del rechazo entre los votantes: ¿por qué la socialdemocracia no ha sido capaz de sacar provecho electoral precisamente en una época de crisis económica achacable a un modelo capitalista descarrilado?

Entre los análisis, son más los que pretenden desvelar las causas de la desorientación que los que ofrecen pistas para salir de ella.

Sami Naïr, politólogo francés, que fue asesor del gobierno socialista de Lionel Jospin y europarlamentario hasta 2004, se pregunta en un artículo traducido en El País (13-10-2009) por qué los partidos socialistas están de capa caída en los más importantes países europeos. Y advierte tres tendencias de fondo.

En primer lugar, señala que los partidos socialistas aceptaron en los años 90 la globalización liberal (bautizada como tercera vía) sin ofrecer un proyecto alternativo a su electorado central (clases medias y populares) y sin sacar las consecuencias ideológicas de esta elección. Con ello, dice, “han ganado sin duda en eficacia gubernativa, pero han mutilado gravemente su propia identidad”. Entonces, cabe preguntarse: ¿el precio de la identidad socialista sería la ineficacia de gobierno?

Derechización de la sociedad

Sami Naïr sigue lamentando que en toda Europa occidental “los partidos socialistas no saben reaccionar ante la tendencia a la ‘derechización’ de la sociedad”, tendencia que atribuye a la demanda de seguridad (social, económica e identitaria) como consecuencia de la inestabilidad creada por la desregulación económica y social de los últimos años, y en una vuelta a los nacionalismos. Por eso reconoce sin ambages una crisis de identidad de la socialdemocracia, pues la victoria del liberalismo en los últimos 15 años ha sido no solo económica, sino sobre todo ideológica y cultural.

Pero este diagnóstico no explica la razón de que los ciudadanos busquen esa seguridad en fórmulas ajenas al socialismo, cuando si algo caracteriza a los partidos socialistas es su defensa del Welfare State. ¿Será que el electorado ve hoy las fórmulas de seguridad socialistas más como un riesgo para el progreso económico que como una protección? ¿O será que la socialdemocracia tuvo tanto éxito en la configuración de la Europa de postguerra que sus soluciones ya no aparecen como algo distintivo de su modelo?

En conclusión, Naïr sentencia que “la izquierda ya no tiene ni conceptos, ni métodos ni visión para entender el mundo y actuar”, y que “tiene cada vez más dificultades para diferenciarse cualitativamente de la derecha”. Pero tampoco él ofrece nuevas ideas, aunque al final invoque “el proyecto de un nuevo Welfare State europeo, más necesario que nunca”.

La culpa es de la Tercera Vía

Tras la derrota del SPD en las recientes elecciones alemanas, Carlos Mulas, director de la Fundación Ideas, y Matt Browne, miembro del Center for American Progress, analizan también en El Mundo (2-10-2009) las causas de la pérdida de apoyo electoral a la socialdemocracia en Europa. Señalan varios factores que “tienen su origen en algunos fallos del proyecto de la Tercera Vía que en su día fue hegemónico”.

Esta tendencia a echar las culpas a la Tercera Vía es bastante común en los debates sobre el fracaso socialista actual. Pero fue precisamente la modernización que supuso la Tercera Vía lo que llevó al triunfo a la socialdemocracia durante esos años, mientras que los socialistas actuales parecen incapaces de encontrar ideas para la renovación que hoy necesitan.

Mulas y Browne subrayan también que los socialdemócratas europeos no han sabido definir últimamente “lo que representan y en qué se diferencian de los conservadores”. Los tres proyectos de la Tercera Vía (Clinton, Blair, Schröder) aspiraban a una mayor cohesión social, pero rechazaron muchos de los instrumentos tradicionales de la socialdemocracia, con lo que desdibujaron las diferencias con los conservadores.

Pero ante este diagnóstico habría que ver si lo importante para los electores de hoy es mantener las diferencias ideológicas o bien lograr un progreso económico y social, fruto de medidas más pragmáticas pero más eficaces.

En segundo lugar, los autores achacan a los socialdemócratas que hayan descuidado el papel movilizador de la ideología, por lo cual tienen dificultades para conectar con los valores de los votantes. “El rechazo de la Tercera Vía al papel movilizador de la ideología constituyó en su momento una fortaleza; pero ahora se ha convertido en una debilidad”. A su juicio, “en tiempos de incertidumbre los votantes necesitan algo más que una lista de propuestas sobre políticas concretas”.

En tercer lugar, afirman que los socialdemócratas deben afrontar una serie de retos políticos que la Tercera Vía no había previsto: los costes de la globalización que recaen sobre colectivos de la clase trabajadora, que fueron la base de los partidos socialdemócratas; o la preocupación creciente por la inmigración, el crimen y el terrorismo islámico.

Aquí los autores piensan que los socialdemócratas se enfrentan a una alternativa: “Si siguen alabando las virtudes de la globalización o del multiculturalismo sin aceptar sus dificultades, se arriesgan a alienar una parte del electorado emocional que necesitan para ganar las elecciones”; y si optan por usar el mismo tipo de mensajes emocionales en temas laborales y migratorios que sus competidores, “entonces se arriesgan a perder el apoyo de sus votantes éticos”.

Cambios históricos

Si hay un partido socialista que necesita urgentemente sentirse unido en torno a unas ideas y un líder capaz de hacer frente al dinamismo de Sarkozy, es el PS francés. Por eso ha sido particularmente intensa la discusión en su seno. En la web laboratoiredesidees.parti-socialiste.fr, se recoge un diálogo (24-09-2009) entre Marcel Gauchet, historiador y filósofo, y Christian Paul, presidente del Laboratorio de las Ideas.

Gauchet reconoce que, mientras que la época de postguerra supuso el triunfo de las ideas socialdemócratas, “hoy la relación de fuerzas ideológica se ha invertido por completo: la socialdemocracia sufre la hegemonía ideológica de la derecha liberal”. Christian Paul atribuye esta situación a dos cambios históricos. El ejercicio del poder tras largos años de oposición ha hecho que en el PS predomine el pensamiento tecnocrático, de gestión, sobre la reflexión crítica acerca de la sociedad y de la innovación política. En segundo término, con la globalización, el fundamento del Estado social se ve afectado por la concurrencia con los sistemas económicos de otros países, y la protección colectiva exige un cambio de modelo.

Antes, dice Gauchet, “incluso los socialistas reformistas, aunque aceptaban el marco político de la democracia, querían una transformación total de la sociedad. Esta aspiración ya no se puede mantener. El socialismo democrático de hoy se presenta como una manera particular de interpretar el marco capitalista en que vivimos”.

Paul advierte, sin embargo, que “la crisis marca el hundimiento ideológico de la derecha neoliberal”. ¡Hay que cambiar de modelo! El choque climático, los cambios demográficos “nos obligan a imaginar nuevas solidaridades, en el seno de nuestra sociedad y con el resto del mundo”. “La revolución digital cambia el trabajo, las finanzas, el acceso a la cultura y a la democracia… como la revolución industrial del siglo XIX.”.

Pero ¿sobre qué bases redefinir el proyecto socialista? Las ideas no abundan. Paul habla de “una búsqueda de servicios públicos personalizados, la escuela y la sanidad son los dos campos de progreso en los que los franceses esperan más”. Para él, la derecha no plantea más que “contrarreformas”, como la desregulación del trabajo, que no son verdadero progreso.

La era de lo posible

Algunas propuestas concretas que deberían promover los socialistas son señaladas en un artículo en El País (13-11-2009) por Antonio Roldán, asesor económico en el Parlamento Europeo, y Carlos Carnicero, máster en Relaciones Internacionales de la UE por la London School of Economics. Los autores advierten la paradoja de que, siendo el capitalismo desbocado el responsable de la crisis económica, ahora sean los autores intelectuales del modelo fracasado los primeros en liderar su reforma. La izquierda no ha sabido aprovechar la ocasión para proponer un cambio de modelo.

Ellos, más que un cambio de modelo, proponen apoyar algunas reformas de “la era de lo posible”. Por ejemplo, la tasa Tobin sobre las transacciones financieras internacionales, que podría contribuir a estabilizar las finanzas mundiales, penalizando los movimientos especulativos de capitales a corto plazo.

Otra reforma posible es poner límites a los sueldos y extras (bonuses) de directivos. De ambas cosas se ha hablado en múltiples ocasiones, pero ahora la crisis ha provocado los cambios necesarios para que sean posibles. La consolidación del G-20 como nuevo foro para la gobernanza global, el sostenimiento de entidades bancarias con dinero público, el control electrónico de las transacciones financieras, o el hecho de que políticos como Angela Merkel o Nicolas Sarkozy hayan hecho suyo el discurso de limitar los extras, indican que hay un clima propicio para estos cambios.

Para los autores del artículo, la izquierda “podría comenzar por abanderar iniciativas como la tasa Tobin o la necesidad de impregnar de un valor moral las abrumadoras diferencias salariales”.

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