La soledad se ha vuelto una de las grandes preocupaciones sociales y políticas del siglo XXI. Contrariamente a lo que algunos anticiparon, la traumática experiencia de los confinamientos durante la pandemia no parece haber generado una reacción “comunitaria”. Más bien, la sensación es la opuesta. Un reciente artículo publicado en The Atlantic calificaba nuestra época como el “siglo anti-social”.
El texto se centraba en la población adulta, y en cómo algunos típicos lugares y momentos de vida compartida (los restaurantes, el transporte público, el consumo de cine y música) se han ido “individualizando”. También se está hablando mucho de la epidemia de soledad entre los jóvenes. Siendo todo esto cierto y preocupante (en muchos países, la sensación de soledad ha crecido sobre todo entre adolescentes y “jóvenes adultos”), el segmento que más experimenta el aislamiento social “objetivo” (en el sentido de tener menos interacciones sociales) es el de los mayores. El envejecimiento de la población en los países más ricos está dejando a cada vez más ancianos en la estacada.
La falta de hijos y la creciente incapacidad de las arcas públicas para hacerse cargo de los gastos asociados al envejecimiento poblacional, han obligado a buscar soluciones en el llamado “tercer sector”; es decir, en las iniciativas comunitarias, que suelen ahorrar dinero a los Estados.
Japón: salir de la cárcel de la soledad

Las sociedades orientales son algunas de las que más rápidamente han envejecido. Japón, Singapur o Hong Kong se sitúan entre los países donde la población de más de 65 años representa un mayor porcentaje del total, y las previsiones para el futuro no son nada halagüeñas.
Hace unos días, la CNN publicó un reportaje que alertaba de una situación dramática: en Japón, algunos ancianos –sobre todo mujeres– se encontraban tan aislados y desasistidos que preferían estar en la cárcel, donde al menos disfrutaban de una ocupación ordinaria, comida segura y compañía. Desde 2003 a 2022, el número de presos mayores de 65 años se ha cuadriplicado. Seguramente, la gran mayoría no haya cometido sus crímenes –casi siempre, pequeños robos– con el objetivo directo de ingresar en la cárcel, pero parece claro que los apuros económicos y la falta de una red social fuera vuelve la celda más tolerable.
Japón incentiva que las ayudas públicas a los ancianos se gasten en recursos de tipo comunitario o en servicios de atención en el hogar, en vez de en residencias
Las autoridades políticas son conscientes del problema de la soledad de los mayores desde hace décadas. De hecho, Japón se ha convertido en un referente en cuanto al diseño de estrategias comunitarias para paliarlo, aunque, como se ve por el fenómeno de los presos ancianos, aún queda mucho por hacer.
Inspirándose en Dinamarca, los gobiernos japoneses, desde finales de los años 80, han desarrollado políticas para favorecer un modelo de cuidados a mayores alternativo al que representan las residencias tradicionales. Por ejemplo, se han construido muchos centros de día y también establecimientos que funcionan como centros sociales para mayores, aunque abiertos al resto de los ciudadanos.
Se trata de evitar que los ancianos sean “aparcados” en grandes centros alejados de los núcleos de la vida pública. También se han creado nuevas residencias para los mayores más necesitados, pero más pequeñas y con un estilo más cercano al de las casas comunitarias. Por otro lado, se han aprobado políticas para incentivar que las ayudas públicas que reciben muchos ancianos acaben gastándose en recursos de tipo comunitario o en servicios de atención en el hogar, en vez de en residencias.
Un ejemplo de este enfoque comunitario es el conocido como “modelo Nagayama”, por el nombre del suburbio donde se ha llevado a cabo, a 30 kilómetros de Tokio. Al igual que otras ciudades dormitorio construidas precipitadamente durante el baby boom, la zona ha ido envejeciendo según la población joven la abandonaba para acercarse a la capital, llevándose con ella muchos de los negocios. En 2016, un grupo de expertos convocados por el gobierno municipal sentó las bases para el proyecto: aprovechando algunos locales que habían quedado vacíos, se pondrían en marcha varios comercios (una cafetería, una especie de oficina de mensajería, un servicio de limpieza para el hogar, entre otros) regentados por voluntarios locales y orientados especialmente –aunque no solo– a las personas mayores. Según señalaba un informe de 2023, el modelo está siendo un éxito.
Alemania: en busca de la conexión intergeneracional
En Europa, Alemania es uno de los países más envejecidos. Para 2030, se espera que el 26% de su población esté por encima de los 65 años, una proporción similar a la de Hong Kong. En vistas de la evolución demográfica, ya en 1995 el gobierno federal aprobó una ley que obliga al ciudadano a ir nutriendo un fondo –con dinero que se extrae automáticamente de sus ingresos–con el que se pagarán los cuidados de larga duración que necesite en el futuro (una medida que unos años más tarde copió Japón).
En Alemania, jóvenes universitarios alquilan, con subvenciones públicas, una habitación en casa de algún anciano con necesidades de atención, al que se comprometen a cuidar
Pero más allá de las medidas económicas para hacer sostenible la atención a los mayores, Alemania también ha adoptado un modelo “comunitario” de cuidados. Al igual que en Japón, se han aprobado incentivos para gastar en este tipo de servicios algunas de las prestaciones sociales que reciben los ancianos. También se ha fomentado (a base de construcción y de subvenciones) el cohousing senior, y actualmente el 4% de la población por encima de los 65 años vive en una de estas casas compartidas. Además, en los últimos 10 años se ha redoblado el impulso al programa Wohnen für Hilfe (habitar para ayudar), por el que jóvenes universitarios alquilan a un precio reducido –subvencionado por el Estado– una habitación en casa de algún anciano con necesidades de atención, al que se comprometen a cuidar.
Por otro lado, para facilitar que los mayores que quieran quedarse en sus casas puedan hacerlo, el gobierno ha ido aprobando ayudas a los cuidadores, sean familiares o profesionales: diez días al año de permiso laboral pagado, descuentos en productos para mejorar la habitabilidad del hogar (rampas, agarraderos para el baño, etc.), o un aumento progresivo del salario mínimo en el sector.
Dinamarca y la apuesta por lo local
Pero si hay un país modélico en adoptar el enfoque “comunitario” para el problema de la soledad en los mayores, ese es Dinamarca. Al igual que el resto de la región nórdica, cuenta con una población más envejecida que la media europea, aunque menos que Italia, Grecia o Alemania.
Dinamarca fue pionera en la “desinstitucionalización” de los cuidados a mayores. Ya en 1987, el gobierno aprobó una ley para favorecer que los ancianos (los de entonces, pero sobre todo los futuros) acudieran menos a las residencias tradicionales y en cambio pudieran recibir más atención en sus propias casas, o en centros locales creados al efecto.
La misma ley transfería esta competencia a los ayuntamientos, una descentralización que, según comentan algunos expertos, ha facilitado el enfoque comunitario de los distintos proyectos, en los que la población y los comercios locales han sido protagonistas activos.
Otro hito importante fue la liberalización del sector de los cuidados del hogar, llevada a cabo en 2003. Una ley aprobada entonces permitió que más organizaciones privadas y con ánimo de lucro entraran en el negocio, lo que ha aumentado la variedad de servicios que pueden pagarse con las prestaciones públicas.
Pese a todas estas iniciativas, y pese a que el enfoque comunitario parece reportar beneficios sociales y económicos superiores al modelo “residencial”, tanto Dinamarca, como Alemania como Japón siguen enfrentándose a problemas estructurales que dificultan la atención a los mayores, y que no tienen fácil solución: la falta de profesionales del cuidado y la creciente “sequía” de unas arcas públicas diezmadas por el gasto en pensiones.