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Ética y gestión del agua

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El reparto de los recursos hídricos es motivo de tensiones internacionales en zonas como el Oriente Próximo. En partes de África o de Asia meridional, la población carece de agua en buenas condiciones. En España, el proyecto de Plan Hidrológico Nacional provoca polémica entre las regiones más necesitadas de agua y las que tienen excedentes. Pero el catedrático de Hidrología español Ramón Llamas sostiene que los problemas del agua son mucho más de gestión que de escasez. En una reciente intervención (1), Llamas explicó que administrar bien el agua no es una cuestión solo económica: exige partir de un planteamiento ético.

Los datos disponibles confirman que hay suficiente agua para todos si trabajamos con la naturaleza, no contra ella, y si cooperamos entre nosotros. Uno de los principales elementos para lograr esa cooperación es no olvidar los valores intangibles del agua, que van más allá de los económicos o utilitarios. Y ahí es donde entra la ética de los usos del agua, que -señala Ramón Llamas- «supone un delicado equilibrio entre sus valores utilitarios y sus valores intangibles o simbólicos».

Llamas reconoce que la asignación de recursos hídricos es «un factor político importante». Subraya, sin embargo, que los aspectos éticos están presentes en gran parte de las decisiones que afectan al uso de este recurso esencial para la vida.

No es un simple artículo de consumo

La situación actual recomienda «establecer y difundir una nueva cultura o ética del agua», desde una perspectiva tanto social como personal. «Quizá la necesidad fundamental de los gestores del agua es la de estar formados en una ética que permite una gestión ambiental del agua. Esta gestión tiene que estar tan lejos de un triunfalismo tecnológico, que casi todo lo confía a la construcción de infraestructuras, como de un ultraconservacionismo cuyo valor científico es erróneo y su aceptación social, muy dudosa».

Las conexiones entre la política del agua y la ética resaltan cuando se repara en que el agua, además de ser esencial para la vida y de tener un valor económico, «tiene también un valor intangible que, a veces, es definido como simbólico, cultural o religioso». Tal característica del agua hace «prácticamente imposible que este recurso pueda ser tratado como un usual bien de consumo». Los factores «emotivos» tienen con frecuencia un «papel muy decisivo» en la toma final de decisiones en política del agua.

Pesimismo neomalthusiano

El enfoque ético de la gestión de los recursos hídricos implica ver al ser humano como un «co-diseñador con la naturaleza» o un «co-creador con Dios», como suelen admitir las grandes religiones. Esto «no supone un dominio absoluto sino una administración delegada».

El agua afecta a casi todos los sectores económicos y suele ser el elemento natural que más influye en la salud de los ecosistemas. Un equivocado enfoque -relativamente frecuente- es el de aquellos que «ponen el énfasis en la relativa escasez de los recursos hídricos y no en la degradación de su calidad o en su mala gestión». Este enfoque erróneo es el comúnmente mantenido por los que Dyson calificó como «pesimistas neomalthusianos», que utilizan sus análisis sobre la escasez de los recursos hídricos como un argumento más para asegurar que hay ya demasiadas personas en este mundo, en especial en los países en desarrollo. Este enfoque «tan simplista» no ayuda a resolver los problemas hídricos; problemas que se deben «mucho más a una deficiente gestión de los recursos que a su escasez física».

Aunque la Declaración Universal de Derechos Humanos no menciona expresamente el derecho de cada persona a tener agua para cubrir las necesidades básicas, «es evidente que esto es así, ya que sin agua potable o no hay vida o no hay salud». Ahora bien, ¿cuánta agua se precisa para cubrir las necesidades básicas? Hoy se suele estimar que unos 50 litros por persona y día.

Pero no basta con disponer de agua, es necesario que sea de calidad. Si bien los sistemas actuales de abastecimiento y saneamiento han supuesto una enorme contribución a la mejora de la salud pública, «lamentablemente unos mil millones de personas no disponen todavía de un fácil acceso a agua potable, y esta cifra se duplica en lo que se refiere a la falta de saneamiento. Esta situación no se debe en la gran mayoría de los casos a escasez física del agua, sino a su contaminación bacteriana y/o a los problemas inherentes a la pobreza». Incluso, más importante que el dinero, el problema es la «falta de capacidad institucional en esos países para gestionar ellos mismos sus sistemas de abastecimiento o saneamiento».

Sequías e inundaciones

Globalmente, las inundaciones y las sequías causan más muertes y mayores pérdidas económicas que cualquier otro desastre natural. Sin embargo, la vulnerabilidad de una zona ante estos eventos depende mucho de la situación socio-económica del país. Con frecuencia, la gente pobre es la que vive en zonas con alto peligro de inundaciones y está allí porque no tiene otro sitio donde construir sus endebles viviendas.

Los dirigentes tienen aquí una doble responsabilidad ética. Por una parte, «estimar -e informar- sobre la vulnerabilidad de ciertas zonas ante posibles inundaciones catastróficas». Por otra, deben tomar «medidas para disminuir esa vulnerabilidad, o al menos, para mitigar sus efectos, por ejemplo, con sistemas de alerta ante las crecidas». Desgraciadamente, en muchas partes del mundo, los riesgos naturales desencadenan auténticas catástrofes humanitarias por «falta de previsión» o porque los «esfuerzos económicos se dirigen a simples y caras soluciones estructurales (presas y diques de encauzamiento) que son más fáciles de realizar que una ordenación territorial de las llanuras de inundación».

Hay, pues, necesidad de elaborar «normas u orientaciones sobre la responsabilidad moral de los expertos, que deben definir el riesgo del modo más claro posible, y de las Administraciones públicas, que deben trasmitir ese conocimiento a la sociedad para que participe de modo activo en aceptar o rechazar una determinada probabilidad de sufrir una catástrofe».

Lo público y lo privado

Otro tema que tocó Llamas es el debate, muy extendido en todo el mundo, sobre quién debe gestionar los recursos hídricos: ¿el sector público o el privado? Hoy la privatización se suele proponer como un medio para aumentar la eficiencia. Ahora bien, la privatización «exige una información transparente que no suele ser fácil de conseguir, tanto por la falta de la oportuna legislación como por el generalizado incumplimiento de las leyes en no pocos países». Las empresas, sean privadas o públicas, buscan beneficio y «no son propensas a facilitar esa imprescindible información a no ser que les sea exigida de modo eficaz por el poder público. Esas exigencias de transparencia suelen ser todavía más difíciles de cumplir cuando se trata de empresas públicas».

La privatización, por lo general, solo se hace en aquellas facetas del agua que son vendibles (abastecimiento y saneamiento). Resulta difícil, por ejemplo, privatizar la defensa contra las inundaciones. Debe, pues, «evitarse que la privatización sea un obstáculo para conseguir una gestión integral del agua a nivel de cuenca fluvial».

Por otro lado, hoy los políticos suelen aceptar la privatización por dos motivos: necesidad de contener el déficit público y para evitar que su grupo político aparezca como responsable de la subida de las tarifas del agua.

Precios demasiado bajos

Lo anterior remite al valor económico del agua. Hay quien sostiene que admitir la economicidad del agua supone prescindir del concepto de bien común y de la necesidad de protegerla como recurso. Con arreglo a esta idea, hay dos formas opuestas de considerar el agua: como un simple objeto de consumo o como un bien común. «Discusión bizantina -sostiene Llamas-, ya que, salvo pocas excepciones, lo máximo que se paga por el agua es solo lo necesario para obtenerla (estructuras) y para hacer que esas estructuras funcionen adecuadamente (operación y mantenimiento)». Es decir, muy pocos países cargan en el precio del agua una tasa por su simple utilización. Es más, la mayor parte de las veces el precio que se paga es «solo una pequeña fracción del coste directo real (financiación y operación). Las tarifas, por lo general, son tan bajas que incentivan el despilfarro».

En cualquier caso, la transparencia en la información y en los procesos de decisión, así como una amplia participación de los usuarios, no son solo imperativos éticos, sino condiciones «esenciales para el buen funcionamiento de esos mercados en particular y de toda la gestión del agua en general.

Predicciones hinchadas

Las necesidades de agua tienden a aumentar debido al crecimiento de la población y, especialmente, a la mejora del nivel de vida. ¿Cómo conseguir mayor uso de agua sin producir tensiones sociales o desastres humanitarios y sin perjudicar, al mismo tiempo, la buena salud de los ecosistemas?

Los gestores, afirma Llamas, han de prever cómo, cuándo y dónde se van a producir esas necesidades de agua, en calidad y cantidad. En casi todos los países del mundo, «una primera y urgente necesidad es una sensible mejora en los datos hidrológicos y de regadíos. No se puede olvidar que el regadío utiliza en casi todos los países con problemas hídricos (los áridos o semi-áridos) del orden del 80-90% de los usos consuntivos».

De todas formas, las estimaciones de recursos y necesidades (no demandas) siempre tendrán un grado de incertidumbre. Esto es debido, por una parte, a la incertidumbre climática; por otra, al gran impacto que en la demanda tienen los factores sociales y económicos a escala local, nacional y mundial.

La predicción de futuras necesidades de agua presenta todavía un mayor margen de incertidumbre que el conocimiento de la situación actual. Sin embargo, puede asegurarse que frecuentemente las predicciones están «hinchadas, tanto a nivel mundial como nacional».

Cautela exagerada

La incertidumbre de las previsiones no justifica que los planes hidrológicos se hagan con una cautela exagerada. La Unión Europea quiere que el principio de precaución se aplique prácticamente a todo.

Sin embargo, Llamas advierte de los peligros de aplicarlo de manera indiscriminada. Frecuentemente, añade, «es preferible tomar decisiones con un cierto riesgo que no hacer nada». Por ello, el principio de precaución debe aplicarse «con prudencia y sentido común, y no como una receta universal que podría conducir a desastres humanitarios mayores». Por ejemplo, la negativa a construir una nueva presa puede aumentar en ciertos casos el riesgo de inundaciones catastróficas.

Estos problemas se agravan en los países en desarrollo, donde a la escasez de expertos se une la de datos y de instituciones para enfocar adecuadamente los problemas.

Agua potable para todos

Se suele admitir que aproximadamente entre un 15% y un 25% de la población mundial no tiene fácil acceso al agua potable y que alrededor de la mitad no dispone de un sistema adecuado de saneamiento para eliminar sus residuos. Estos factores combinados son una de las causas principales de mortalidad y morbilidad de esos países.

Las naciones industrializadas tienen el deber ético de ayudar a resolver este grave problema en los países en desarrollo. Pero el mundo rico aporta una contribución «claramente insuficiente», dice Ramón Llamas. Y lo más notable del caso es que «las inversiones necesarias para resolver esos problemas en casi todo el mundo y en un plazo no muy largo son relativamente pequeñas». Según la Agencia de Medio Ambiente de las Naciones Unidas, con unos 16.000 millones de dólares se arreglaría el problema en ocho a diez años. Esta suma equivale a la que se gasta en Europa y en Estados Unidos en alimentos de animales de compañía en el mismo plazo.

Ni ultraconservación ni triunfalismo tecnológico

Muchos hidrólogos (entre ellos Llamas y Delli Priscoli) piden desde hace tiempo un debate más explícito sobre «los principios éticos» en la relación del hombre con la naturaleza. Por ejemplo, la idea de la ultraconservación está «en contra de la evidencia científica de la evolución natural del paisaje». Sin embargo, es obvio que la capacidad tecnológica de la especie humana puede alterar significativamente el ritmo natural de esa evolución.

Además del aspecto filosófico o ético fundamental de las relaciones del hombre con la naturaleza, se presentan con frecuencia algunas cuestiones éticas de orden menor que conviene mencionar. La primera es la «incertidumbre» que todavía suele existir acerca del grado de impacto ambiental de ciertas actividades sobre los ecosistemas. Probablemente hará falta que pasen varios decenios antes de que las investigaciones científicas permitan disponer de criterios cuantitativos sobre lo que debe definirse como caudal ecológico de un río en una región concreta, o para determinar cuánto tiempo y a qué profundidad puede descender el nivel freático bajo un humedal sin causar daños irreversibles en su flora y fauna.

Sin embargo, afirma Ramón Llamas, la «incertidumbre sobre el efecto de muchas acciones humanas sobre el medio ambiente no puede ser una patente de corso para permitir cualquier tipo de aprovechamiento de agua y en cualquier sitio». No se debe ir a «la parálisis por el análisis», pero tampoco se puede seguir con un «triunfalismo tecnológico que piensa que la propia tecnología resuelve siempre y pronto los posibles problemas que ella misma crea».

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(1) Ramón Llamas. «Cuestiones éticas en relación con la gestión del agua en España». Discurso de ingreso en la Real Academia de Doctores (Madrid, 4-IV-2001).

 

Para saber más

Para que no falte agua, hay que cobrarla. El Foro Mundial del Agua (La Haya, marzo de 2000) señaló que, para administrar eficazmente los recursos hídricos, es preciso poner al agua un precio que refleje los costos totales.

Los pobres están dispuestos a pagar el agua. Una experiencia en Sudáfrica muestra que es posible abastecer de agua a zonas pobres cobrando el costo.

«No habrá escasez de agua si se evita el despilfarro». En esta entrevista, Ramón Llamas hace un repaso de los principales problemas relativos al uso del agua: desigual distribución de los recursos, derroche -sobre todo, en la agricultura-, mala gestión, contaminación…

EE.UU.: baja el consumo de agua, pese al aumento de la población. Un ejemplo de que se puede ahorrar agua mejorando los sistemas de distribución.

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