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Tomás Moro, Newman y Chesterton: inspiración para cristianos en minoría

publicado
DURACIÓN LECTURA: 10min.

El pesimismo y el derrotismo son tentaciones frecuentes para personas que se ven ir contra la corriente dominante en la sociedad. En situaciones semejantes se vieron Tomás Moro, John Henry Newman y G.K. Chesterton, pero adoptaron una actitud positiva que la historia ha revelado fecunda, como sostiene Mariano Fazio en esta entrevista a propósito de su libro sobre esos tres grandes ingleses.

Su libro, del que acaba de aparecer en España una reedición ampliada, se titula justamente Contracorriente… hacia la libertad. Mariano Fazio (Buenos Aires, 1960), historiador y filósofo, sacerdote, y actualmente vicario auxiliar del Opus Dei, lo presentó en Madrid el 15 de junio, y con esta ocasión tuvo una entrevista con Aceprensa (abajo se puede ver unos cortes).

— Moro, Newman, Chesterton: un mártir y dos conversos; tres “ingleses hasta los tuétanos”, como Ud. los describe, y católicos. En su libro no los destaca como simples figuras del pasado, sino como fuentes de inspiración para hoy. ¿Qué ve en ellos de actual?

— Los tres personajes del libro pertenecen a la tradición inglesa, donde el catolicismo siempre ha sido minoritario. Me parece que, en la actualidad, también en las sociedades de tradición cristiana, los católicos somos minoría. Eso ya lo había anunciado con bastante clarividencia el Papa Benedicto XVI.

Lo que me encanta y me atrae de estos tres personajes es la actitud que tienen: no una actitud derrotista de decir qué mal está todo, todo se está viniendo abajo, estamos tocando fondo y el año que viene vamos a estar peor. Eso no atrae a nadie.

Coherencia

— ¿Y qué destacaría en concreto de cada uno de los tres?

— Yo destacaría en Tomás Moro el concepto de unidad de vida, de coherencia entre lo que él creía y cómo vivía, en todas las dimensiones de su existencia: en la familia, en su función pública, entre sus amigos, en su labor académica. Y una coherencia tal, que cuando vio que se jugaba la vida si seguía siendo coherente con lo que pensaba, no dudó en seguir siéndolo. Me parece que en la actualidad necesitamos testigos coherentes. Es lo que decía san Pablo VI: el mundo actual necesita más testigos que maestros, y los mayores testigos son los mártires. Tenemos este testimonio de la sangre de Santo Tomás Moro, coherente también en el ámbito político, y por eso san Juan Pablo II lo quiso nombrar patrono de los políticos.

Mariano Fazio

En el cardenal Newman veo una fidelidad a la luz interior que el Señor le dio: en definitiva, fidelidad a su conciencia. Una conciencia muy bien formada que le fue indicando el camino hasta llegar a la verdad. Una verdad que él nos esperaba encontrar en la Iglesia católica: era inglés hasta los tuétanos, por lo tanto, lleno de prejuicios anticatólicos. Y al descubrir dónde se encontraba la verdad, no dudó en seguirla. Hay una frase maravillosa suya en la que dice que él nunca traicionó a la luz, a esa luz interior que es la luz de la conciencia.

Una fe sin razón tiene la tentación de caer en el fideísmo, y una razón sin fe es una razón cientificista que nunca nos dará una razón de la finalidad última de nuestra existencia

Y en Chesterton veo un hombre sin respetos humanos. Hoy en día estamos en la dictadura de lo políticamente correcto. Nadie se atreve a mantener una postura que vaya un poco en contra de las corrientes culturales dominantes. Chesterton lo hace, pero lo hace con una sonrisa. Lo hace con ironía, una ironía fina, llena de caridad. Con Chesterton, uno siente el orgullo de ser católico. Por eso me parece que los tres personajes, siendo ingleses, son muy aplicables a la sociedad en la que vivimos, donde los católicos somos una minoría y tenemos el riesgo de tener una visión pesimista o ser pájaros de mal agüero. Lo que necesitamos es personajes llenos de esperanza.

Diálogo entre fe y razón

— Es notorio que los tres salieron en defensa de la fe católica. Pero Ud. destaca en su libro que también fueron defensores de la razón, especialmente Newman y Chesterton. ¿Cuál de las dos defensas le parece más urgente hoy?

— Me parece que el punto central del pontificado de Benedicto XVI –del cual todavía vivimos, en el sentido de que nos ha dejado una riqueza tan grande que todavía tenemos que asimilarla y nos da motivo de reflexión– fue precisamente la necesidad de establecer un diálogo entre la razón y la fe. Porque una fe sin razón tiene la tentación de caer en el fideísmo, y una razón sin fe es una razón cientificista que nos puede explicar cómo funcionan las cosas, pero nunca nos dará una razón de la finalidad última de nuestra existencia. No estará capacitada para contestar a esas problemáticas que toda persona humana en algún momento de su vida se plantea.

Entonces, entre fe y razón, me parece que hoy es más urgente la defensa de la razón. Es paradójico comprobar cómo en el siglo XIX los Papas –pienso en Pío IX, León XIII– tuvieron que defender la fe de los ataques de una razón positivista cientificista. En cambio, hoy quienes han defendido fundamentalmente la razón han sido los Papas contemporáneos: san Juan Pablo II con la encíclica Fides et ratio, Benedicto XVI, el Papa Francisco.

Es una de las paradojas o ironías de la historia. Chesterton, en particular, dice que en el único lugar donde se defiende la razón en su época –principios del siglo XX– es Roma. En uno de sus relatos policiacos, el padre Brown descubre que un sacerdote no era auténtico sacerdote porque desconfiaba de la razón. Fe católica y razón van necesariamente unidas.

Sobre todo, me parece que es necesario retomar la confianza en la capacidad de la naturaleza humana de conocer la verdad. Se habla mucho de la “dictadura del relativismo”. El problema es que falta confianza en que verdaderamente podemos conocer verdades objetivas que puedan orientar nuestra vida. A la vez, creo que vivimos en una crisis antropológica. Muchas personas consideran que no existe una naturaleza humana, que todo es adquirido por la cultura en todas las dimensiones de la existencia. Creo que, para tener una sociedad digna de la persona humana, este concepto de naturaleza como fuente de valor, fuente de verdad, fuente de bien, de belleza, es urgentísimo. Es un trabajo que tiene que hacer la razón, que será después iluminado por la fe.

Polemistas respetuosos

Moro, Newman y Chesterton mantuvieron polémicas, algunas muy duras, con autores de su tiempo. Ahora que observamos una fuerte polarización en el debate público, ¿qué podríamos aprender de los tres?

— Tanto Moro como Newman o Chesterton defendieron la verdad, la defendieron públicamente en debates y lo hicieron con gran tono humano, con gran nivel, con gran respeto por las opiniones ajenas. Se ve en las palabras de Tomás Moro en el juicio que le hacen antes de ser condenado a muerte, dichas con mucha cercanía a los jueces que lo iban a condenar. Dice que espera que se puedan encontrar en el cielo, así como san Pablo estuvo a favor del martirio de san Esteban, y ahora gozan del cielo los dos juntos.

En cuanto a Newman, su obra más polémica, Apologia pro vita sua –que agotó la primera edición en el mismo día de su publicación–, recibió comentarios muy positivos, tanto de anglicanos como de católicos, porque vieron que trataba a sus antiguos hermanos en la fe con muchísimo respeto, que subrayaba la amistad, tantas virtudes que encontró en el mundo anglicano. Y eso no obsta para que manifestara que encontró la verdad plena en la Iglesia católica.

Quizá, un contexto de condición minoritaria y de fuerte identidad puede producir intelectuales brillantes que tengan algo que decir a una sociedad secularizada

Chesterton es un ejemplo de amistad: hacía culto de la amistad, y no solo con los que pensaban como él, sino también con personas en las antípodas intelectuales. Pienso en George Bernard Shaw, en H.G. Wells, que eran íntimos amigos suyos, y con ellos tenían discusiones muy encendidas; pero después iban a un pub a tomar cerveza. Quizá esta es una de las causas por las cuales el proceso de beatificación de Chesterton va un poco lento. Pero la amistad, creo, implica poder discutir con un tono amable. No se trata de transar con la verdad, pero sí de acercarse a la persona que está quizá en la vereda opuesta, manifestando cariño, comprensión, empatía, y que coincidimos en tantas cosas. Es la idea del Papa Francisco: hay que derribar muros y construir puentes. Creo que los tres fueron unos grandes constructores de puentes.

Intelectuales cristianos

— Hace unos meses surgió en España un debate provocado por un artículo que preguntaba dónde están los intelectuales cristianos. Como Ud. menciona en el libro, en los siglos XIX y XX hubo en Inglaterra una extraordinaria floración de intelectuales cristianos, escritores en especial, que fueron apologistas activos o dieron prestigio a la fe. Muchos eran conversos al catolicismo: Gerard Manley Hopkins, Robert Hugh Benson, Ronald Knox, Evelyn Waugh, Christopher Dawson… además de los mismos Newman y Chesterton. Otros eran católicos desde siempre: Hillaire Belloc, J.R.R. Tolkien. A ellos se podría añadir anglicanos como C.S. Lewis o Dorothy Sayers. ¿Cómo explica este fenómeno? ¿Cree que podría repetirse hoy?

— Me parece que la floración de intelectuales cristianos en Inglaterra desde mitad del siglo XIX hasta principios del siglo XX se debe quizá al carácter minoritario del cristianismo en una sociedad secularizada, una de las más secularizadas de Europa. Y cuando se está en minoría, quizá es más fácil mantener una identidad más fuerte. Y esas personas tenían una buena formación universitaria (la mayoría; Chesterton, no, por ejemplo). Y su propia identidad les hizo reflexionar sobre las razones de su fe. Es lo que dice san Pedro en su primera carta: tenemos que dar razón de nuestra esperanza.

Un fenómeno muy similar se da en Francia, país con una mayoría católica en el siglo XIX, pero bastante acosada intelectualmente por el racionalismo, el positivismo y un anticlericalismo de fondo. Y también allí tenemos unos grandes intelectuales que han hecho muchísimo bien a la Iglesia y al cristianismo.

En cambio, en España y en Italia, donde se supone que en esos momentos eran países más católicos, ha faltado esa reflexión, porque se daba todo por hecho. Era lo lógico, lo evidente vivir de esas verdades, aunque quizá no se vivieran a fondo o no se fuera totalmente coherente con ellas. Entonces, quizá, un contexto de condición minoritaria y de fuerte identidad puede producir intelectuales brillantes que tengan algo que decir a una sociedad secularizada. Por eso me parece que este momento es muy adecuado para que vuelva a florecer un grupo de intelectuales semejantes, también en España y en Italia, y en Francia, en Inglaterra y en todo el mundo donde nos encontramos en minoría y el mundo está esperando respuestas con sentido a una situación donde lo que falta muchas veces no es solo la fe, sino el sentido común, como diría Chesterton.

 

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