El Papa y los ofendidos

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A juzgar por algunas de las reacciones que ha suscitado la visita del Papa a España, se podría pensar que Benedicto XVI ha buscado deliberadamente la confrontación o ha utilizado un tono agresivo o polémico. Sin embargo, la lectura de los discursos desmiente tal actitud.

Que la doctrina católica, especialmente en campos como la sexualidad o la familia, no es bien recibida en muchos medios de comunicación españoles es algo de sobra conocido. Pero la reciente visita papal ha puesto de manifiesto, además, una profunda diferencia de actitudes: de un lado, el discurso constructivo, respetuoso y razonado -se esté o no de acuerdo con sus opiniones- del Papa; de otro, las reacciones de sus críticos, que van desde la indignación más profunda hasta la burla tosca y superficial, de mal gusto en algunos casos.

Las críticas hacia Benedicto XVI sorprenden más aún en cuanto que el Papa no ha hecho sino incidir en los temas que están marcando desde el principio su magisterio: la conexión entre razón y fe, la defensa de la dignidad humana, el papel insustituible de la familia natural, el laicismo. Recogemos algunas de sus declaraciones, tomadas de los siete discursos pronunciados tanto en Santiago de Compostela como en Barcelona, y de la entrevista que concedió en su viaje hacia Santiago.

Apertura a la razón y a la fe

Uno de los empeños intelectuales de Benedicto XVI es despertar el sentido de trascendencia en un ser humano con una religiosidad adormilada o completamente borrada por dos siglos de secularización. En la homilía de la plaza del Obradoiro (Santiago) afirmaba: “Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad”.

Benedicto XVI ha denunciado repetidas veces la marginación de los valores religiosos como una interpretación perniciosa de la sana separación entre Iglesia y estado. A este respecto reclamaba “una España y una Europa preocupadas no solo de las necesidades materiales de los hombres, sino también de las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre”.

El “único hombre” que el Papa se esfuerza en comprender es el racional, pero también el hombre de fe y el artista. Así lo manifestó en las declaraciones durante el viaje de llegada a España: “La fe, y la fe cristiana, solo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y la razón solo se realiza si trasciende hacia la fe. Pero también es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y meta de la razón, se expresa en la belleza y se auto-realiza en la belleza”.

Laicidad y Laicismo

Las declaraciones que encendieron la mecha de la polémica fueron parte de una respuesta del Papa a la pregunta acerca de si España era uno de los objetivos primordiales de la nueva evangelización. Benedicto XVI subrayó la importancia que España había tenido como baluarte del catolicismo en varios momentos históricos, pero también recordó el fuerte laicismo y anticlericalismo de los años 30. Después añadió: “este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, ha vuelto a reproducirse en la España actual”.

Estas palabras, que algunos criticaron por entender que suponían una comparación improcedente con la España de los años treinta, entroncan con la idea que Benedicto XVI quiere proponer de laicidad. El Papa continuó diciendo: “Por eso, el futuro de la fe y del encuentro -no del enfrentamiento sino del encuentro- entre fe y laicidad, tiene un foco central también en la cultura española”. Después de estas declaraciones resulta difícil seguir defendiendo que el catolicismo mira con sospecha la separación entre Iglesia y estado, es decir, la laicidad.

Otra cosa es el laicismo, que supone una interpretación negativa del hecho religioso -sea del credo que sea- por considerarlo potencialmente peligroso para la convivencia, y exige un espacio público “neutral”, aunque esa neutralidad derive en un ateísmo práctico. Desde el principio de su pontificado Benedicto XVI no ha dejado de alertar del peligro de silenciar en la esfera pública las cuestiones acerca de Dios. En la homilía de Santiago de Compostela se preguntaba “¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra?”

Dignidad humana

“Dejadme que proclame desde aquí la gloria del hombre”. Estas palabras, que podría suscribir cualquier ilustrado, fueron pronunciadas por Benedicto XVI en la plaza del Obradoiro de Santiago. Y es que otro de los temas más frecuentes en los discursos del actual Papa es la defensa de la dignidad humana como criatura predilecta de Dios. Un día más tarde, en Barcelona, comentaría a este propósito unas palabras de San Pablo: “¿No sabéis que sois templo de Dios?… El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros (1 Cor 3, 16-17). He aquí unidas la verdad y dignidad de Dios con la verdad y dignidad del hombre”.

Esta dignidad del hombre no debe quedarse, según Benedicto XVI, en una bonita consideración teórica, sino que debe funcionar de moderadora de la actividad política y de la investigación científica, particularmente en el controvertido campo de la bioética. Así, en la misma homilía de Barcelona, el Papa reclamaba “que quienes padecen minusvalías psíquicas o físicas puedan recibir siempre aquel amor y atenciones que los haga sentirse valorados como personas en sus necesidades concretas”.

Asimismo, Benedicto XVI recordó el papel de la doctrina cristiana para asegurar una forma de organización social y política respetuosa de la dignidad del hombre: “donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral”.

Primacía de la familia

La dedicación de la basílica de la Sagrada Familia dio ocasión a Benedicto XVI para recordar la primacía que la Iglesia católica y él en persona otorgan a la familia: “Es el gran tema de hoy y nos indica hacia dónde podemos ir tanto en la edificación de la sociedad como en la unidad entre fe y vida, entre religión y sociedad”. El Papa es perfectamente consciente de que las batallas del laicismo y la dignidad humana se libran, en primer lugar, dentro del ámbito de la familia.

Un de las críticas más manidas contra la Iglesia católica es la de machismo: la no ordenación de mujeres o la promoción de la maternidad son vistas por algunos como formas de desprecio hacia lo femenino. Unas palabras de la homilía de Barcelona han servido de excusa para volver a agitar esta acusación: “la Iglesia aboga por las adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización”. La mención del hogar ha molestado a los que piensan que las tareas domésticas derivadas de la maternidad suponen un mecanismo de represión de la feminidad.

Sin embargo, otros han visto en estas palabras del Papa justo el mensaje contrario: el trabajo y la familia son dos ámbitos en los que la mujer se realiza como persona, y por tanto la administración pública debe velar para que ambos sean compatibles y la mujer se desarrolle plenamente. Una interpretación mucho más plausible, por ser más cercana a la literalidad de las declaraciones. Otra cosa es que uno se empeñe en ofenderse.

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