Los «logros» de la revolución cubana

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El exiliado cubano Carlos Alberto Montaner responde a los argumentos manejados habitualmente por los intelectuales que respaldan el régimen castrista. Resumimos un artículo que se publicó en la revista mexicana Vuelta (diciembre de 1993).

«Cuba no es una pequeña y pobre isla del Caribe a merced de las agresiones de Estados Unidos. Es un país del tamaño de Austria y Suiza juntas, que no debiera estar pasando hambre, porque el 80% de su suelo es extraordinariamente fértil, el régimen de lluvias suele ser generoso, y su población no llega a los once millones de habitantes».

Pero, a la hora hacer el balance de un régimen con 35 años de historia, ¿qué pesa más, los logros o los fracasos?

Entre los logros de la revolución, los partidarios del castrismo -señala Montaner- suelen citar: «un descomunal esfuerzo por educar a los cubanos»; «los índices sanitarios y las expectativas de vida de los cubanos están entre los más altos del mundo»; los «triunfos deportivos».

Los revolucionarios proponen como fórmula moral para enjuiciar los regímenes políticos que se les mida por los éxitos en estos terrenos. Pero, «de acuerdo con esta regla, los intelectuales castristas deberían comenzar una campaña de santificación de Pinochet y una peregrinación anual al santuario de Taiwán», porque sus avances en los campos de salud y educación son mayores que los cubanos, «entre otras cosas porque el punto de partida era más bajo. Al mismo tiempo deberían plantear una campaña de emulación del modelo de gobierno keniano o etíope», puesto que esos países dan grandes corredores de fondo.

Montaner critica algunas comparaciones reduccionistas como ésta: «¿Es mejor el gobierno de Castro, con todos sus defectos, pero con jóvenes sanos, educados y atléticos, o el de Brasil, con niños hambrientos ametrallados por la policía por el solo delito de dormir en las calles?» Responde: «Ni en Montevideo, ni en Buenos Aires, ni en Santiago de Chile, ni en Quito, ni en otras cincuenta capitales es necesario instaurar una tiranía ineficaz y espantosamente represiva para evitar que unos sujetos envilecidos maten niños en las calles».

Montaner opina que es un mito pensar que Cuba no se habría desarrollado tanto sin la revolución castrista, pues «el punto de partida era altísimo para la época en que Castro tomó el poder. (…) Según el profesor H.T. Oshima, de la Universidad Stanford, en un estudio de 1953, el ingreso per cápita del pueblo cubano era del mismo orden de magnitud que los ingresos per cápita señalados para Italia y la Unión Soviética por Gilbert y Kovaris en su Comparación internacional de productos nacionales y capacidad de compra de las monedas. En la década de los cincuenta Cuba tenía 520 dólares per cápita, Yugoslavia y Bulgaria no superaban los 300 y China apenas excedía los 50». (…)

«En materia educativa y de sanidad la República precastrista podía exhibir logros tan impresionantes como los que luego reivindicara la Revolución. De acuerdo con el Atlas de Ginsburg, publicado en aquellos tiempos, el nivel de alfabetización de la Isla era del 80%, semejante al de Chile y Costa Rica, y superior al de España. (…) Y según el Anuario Estadístico de las Naciones Unidas (1959), Cuba, Argentina, Uruguay y México ocupaban los primeros lugares en toda Latinoamérica en materia educativa universitaria».

Sin embargo, para Montaner la prueba «más elocuente» de los cambios del país son los movimientos migratorios: «En la década de los cincuenta, Cuba recibía miles de inmigrantes, mientras muy pocos nacionales abandonaban la isla por razones económicas. (…) Cuba fue receptora de trabajadores del mundo entero -especialmente de España-, pero a partir de la mítica revolución el fenómeno se ha invertido: más de un millón de cubanos ha escapado de ese país por cualquier medio disponible, mientras prácticamente nadie (…) se anima a instalarse en la Isla».

«El mal llamado bloqueo norteamericano, esgrimido con ira por los intelectuales castristas en su afán de justificar los fracasos de la dictadu-ra, (…) consiste en una prohibición de comerciar con Cuba que afecta a las empresas norteamericanas. No hay barcos ‘bloqueando’ nada, y cualquier país o empresa que desee comprarle o venderle a Cuba (…) puede hacerlo sin otra limitación que la que le dicte su instinto comercial o su sentido común».

«¿No será que nadie le presta a Cuba porque desde 1986 -tres años antes de la caída del Muro de Berlín y cinco antes de que terminara el subsidio soviético- Castro había ordenado que no se pagara la deuda externa?».

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