Un patinazo de “Science”

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Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 44/15

(Actualizado el 29-05-2015)

En diciembre de 2014, la revista científica Science, considerada una de las más prestigiosas del sector, publicó una investigación que concluía que una breve conversación (unos 20 minutos) con un activista gay era muy eficaz para cambiar la opinión de personas contrarias al matrimonio homosexual. Si el activista era heterosexual también se verificaba este efecto a corto plazo, pero la “conversión ideológica” era menos duradera que si el interlocutor era gay; además, el “efecto contagio” a otros miembros de la familia era sustancialmente menor. Es decir, es estudio confirmaba que era posible eliminar los prejuicios contra el matrimonio gay a través del contacto personal.

La investigación había sido encargada por el Centro LGTB de Los Ángeles, y se proponía demostrar que, en el estado donde se había aprobado en referéndum descartar el matrimonio gay, el testimonio personal de homosexuales podía modificar la visión sobre este tema y sobre la homosexualidad en general.

El autor principal del estudio era Michael LaCour, un estudiante de postgrado de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA). El autor senior (un académico reputado que de alguna manera ha participado en el estudio y que le presta su aval) era Donald P. Green, profesor de Politología en la Universidad de Columbia.

El estudio, según puede comprobarse en la propia revista Science, fue recibido a mediados de mayo, y aceptado para su publicación casi seis meses después. Sin embargo, este periodo de espera parece que no sirvió para detectar el fraude en la investigación que servía de base a las conclusiones. Tampoco debió de notarlo Green, pues no pidió la retirada del artículo hasta que otros dos investigadores, Joshua Kalla y David Broockman, alertaron sobre las irregularidades en la metodología, al intentar replicar el experimento original en otro contexto y obtener resultados completamente dispares.

Según cuentan estos dos investigadores en un detallado informe, contactaron con la empresa de encuestas que supuestamente había llevado a cabo la muestra. Allí les dijeron que no conocían tal investigación, y que nunca habían tenido en plantilla al trabajador citado en el estudio como colaborador de LaCour. Entonces empezaron a profundizar y acabaron detectando hasta ocho procedimientos o resultados sospechosos.

Green, el autor senior, después de revisar por sí mismo la información facilitadad por Kalla y Broockman, decidió escribir a Science pidiendo la retirada del artículo. Pero no solo él ha tenido que retractarse: el New York Times, uno de los periódicos que en su día se hizo eco del estudio – “el más riguroso hasta la fecha sobre el tema”– ha publicado una nota del editor y una noticia contando el caso. Más tarde, el New York Times ha publicado otro artículo con más detalles.

Datos desaparecidos

El experimento era caro, y LaCour aseguró tener financiación suficiente, pero Green no preguntó de dónde procedía.

LaCour tenía que comprobar en distintos momentos la opinión sobre el matrimonio homosexual de las personas visitadas por los activistas del Centro LGTB, a fin de ver si cambiaba tras las conversaciones con estos. Para ello usó un cuestionario que aquellas habían de rellenar. Obtuvo un 12% de respuestas, proporción nunca vista en estudios hechos con ese procedimiento. Green se extrañó, y LaCour explicó que la elevada tasa de respuestas se debía a que había ofrecido dinero a los participantes en el experimento si rellenaban los cuestionarios, cosa que es práctica aceptada. Y después presentó una segunda ronda de encuestas que daba los mismos resultados; entonces Green no puso más objeciones.

Pero cuando Kalla y Broockman usaron el mismo incentivo, obtuvieron una tasa de respuestas del 3%. Luego, Green reconoció que no pagó a los participantes, sino que los atrajo con la oportunidad de ganar un iPad.

Nadie ha podido ver los datos en bruto en los que LaCour dice basar sus conclusiones. Green no los revisó, pero pidió a LaCour que los metiera en un banco de datos protegido en la Universidad de Michigan, para que pudieran ser consultados más tarde; LaCour no lo hizo. Cuando conoció las dudas planteadas por Kalla y Broockman, Green reclamó los datos a LaCour. Este dijo que los había borrado: a Green, que accidentalmente, y a Science, que para proteger la privacidad de los participantes. Sin embargo, Green afirma en su carta a Science que los técnicos de la base de datos supuestamente usada por LaCour no encontraban rastro de que se hubieran borrado datos.

Finalmente, Science decidió retirar el artículo, por tres razones: 1) los incentivos a los encuestados no fueron como se dice; 2) la declaración sobre los patrocinadores del estudio es falsa; 3) LaCour no ha facilitado los datos originales.

Negligencias en cadena

En toda esta historia llama la atención la falta de control por parte de muchos de los implicados. Green, un reputado investigador, debería haber cumplido mejor su papel de autor senior, más cuando su reputación estaba en juego. Lo mismo puede decirse de la revista Science, por mucho que luego haya publicado una nota sobre la “discutida validez” del estudio. Parece que influyó mucho el tema de la investigación. Green reconoce ahora que el proyecto de LaCour era muy ambicioso y por encima de la capacidad de un estudiante; “pero es una cuestión tan importante”…

Más chocante resulta que el Centro LGTB de Los Ángeles no diga nada sobre el aparente fraude en su página web. Si como dice uno de sus directivos al New York Times, la noticia les ha sentado “como un puñetazo en el estómago”, podían al menos haberla dado a conocer a sus simpatizantes, como prueba de honestidad y de que realmente confían en que la ciencia acabe demostrando sus tesis.

Más allá de las actitudes de los implicados, cabe preguntarse qué hubiera sucedido si las conclusiones del estudio hubieran ido en la dirección opuesta; si, por ejemplo, hubieran sugerido que las convicciones de los contrarios al matrimonio gay son más sólidas de lo que se pensaba; o si los que cambiaban de opinión hubieran sido los activistas. Muy probablemente, los guardianes de lo políticamente correcto habrían analizado rigurosamente la metodología y la base de datos en busca de errores. Ya ocurrió algo parecido cuando Mark Regnerus, investigador de la Universidad de Texas en Austin, publicó un estudio sobre la mayor frecuencia de problemas emocionales y sociales en hijos criados por parejas del mismo sexo. El furor científico fue tal que otros académicos lo calificaron como una auténtica caza de brujas.

Curiosamente, en el mismo número de la revista que publicó la investigación de Regnerus, había otro artículo que criticaba el poco rigor científico de los estudios tenidos en cuenta por la Asociación Americana de Psicología para afirmar la tesis contraria (Aceprensa, 28-6-2012). Y es que cuando se nada a favor de lo políticamente correcto, las mentiras salen mucho más baratas.

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