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El fenómeno de la soltería involuntaria

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Soltería involuntaria

En las últimas décadas, los rituales y las normas sociales que configuraban cada escalón de una relación sentimental han evolucionado hasta dar con el panorama que tenemos en la actualidad: menos matrimonios, más divorcios, más frustración y soledad, más rupturas por internet, ghosting, amor líquido y –sorprendentemente– más solteros involuntarios.

Un reciente estudio sociológico de la Universidad de Málaga, en colaboración con la Fundación BBVA, ha analizado la evolución de la vida en pareja en España y entre las numerosas conclusiones –más parejas sin convivencia, mayor igualdad, cambio en las rupturas– aparece un apunte llamativo, pero que pasa de refilón: el número de solteros involuntarios, es decir, de personas que quieren estar en una relación sentimental pero que no encuentran a la persona indicada para ello, va a ir en aumento, acompañado de una mayor frustración y un mayor sentimiento de soledad.

El número de solteros va en aumento en todo el mundo. Esa es la realidad. Un análisis del Pew Research Center encontró que, en 2019, el 38% de los adultos de entre 25 y 54 años no se habían casado ni convivían con una pareja. En España, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), desde 2015, el número de solteros ha aumentado un 8% y la cantidad de personas de entre 25 y 65 años que viven solas se ha incrementado en un 2%.

Mucho se habla de soltería voluntaria, del empoderamiento y la libertad de no depender de nadie, pero poco se habla de la dificultad para encontrar a la pareja adecuada. Para el 43% de los solteros encuestados en el estudio de la Universidad de Málaga, sin embargo, esta es la razón. Les gustaría –quieren– pero no encuentran a la persona. Ana, de 41 años, comenta a Aceprensa que este tipo de soltería es un sufrimiento del que nacen autorreproches, inseguridades y frustraciones. “Llega un momento en el que piensas ‘esto es muy difícil’. Puedo hacer todo lo que está en mi mano, pero [encontrar a alguien] acaba siendo algo casi milagroso, muy complicado”.

En conversación con Aceprensa, el profesor Luis Ayuso Sánchez, Catedrático de Sociología en la Universidad de Málaga e integrante del equipo que ha llevado a cabo el estudio citado, puntualiza que este aumento en personas sin pareja, un aumento que se viene observando desde hace años, se debe a la digitalización y un creciente individualismo.

La tendencia observada en el estudio es que se priorizan más cuestiones individuales –trabajo o libertad de movimiento– que cuestiones de pareja. La utopía romántica sigue presente en la sociedad y en los proyectos vitales, pero el ritmo de estímulos externos, la creciente digitalización de las relaciones –debido a las aplicaciones de citas– y la mutación (en lo que se refiere a relaciones) de una sociedad objetiva a una sociedad emocional, están dificultando establecer de forma duradera estos vínculos.

La era emocional

“La sociedad en la que vivimos es una sociedad muy emocional, donde lo importante es sentirlo, experimentarlo, vivirlo”, afirma Ayuso. Una tendencia que viene acelerada por los impactos y estímulos que nos rodean y que nos obligan a tomar decisiones de forma acelerada. “Quiero comprar y compro rápido. Quiero comer y como rápido. Todo es rápido”. Pero el emparejamiento, el amor, es un proceso que se cuece a fuego lento. Y, sin embargo, muchas relaciones imitan lo que ya está presente en casi todos los ámbitos de la sociedad. “Lo mismo que me canso de tener unos zapatos, me canso de tener una relación porque ya no me motiva. Ya no me emociona”.

Ahora, la base de las relaciones es la emoción, una base subjetiva, efímera, que da lugar a relaciones más líquidas, dice Luis Ayuso

Según comenta, la emocionalidad está cambiando los tipos de relaciones. “Cuando la base de las relaciones de pareja era más objetiva, más ‘material’ [proyecto vital conjunto, como tener hijos], las relaciones eran más sólidas”. Ahora, observa, la base de las relaciones es la emoción, una base subjetiva, efímera, que da lugar a relaciones más líquidas. “Hoy me levanto y me doy cuenta de que ya no te quiero, y no hay ninguna razón por la que tenga que luchar”. El imperativo que reina cada día que uno se levanta es el de querer sentir lo mismo que al principio. Es decir, sentir esas mariposas de las primeras fases de cualquier emparejamiento que inevitablemente, con el paso del tiempo y la maduración de la relación, se transforman en una emoción más sutil.

Un amor líquido

Como destaca Ayuso, las relaciones han perdido solidez y han favorecido el amor “líquido”, una afectividad que destaca por su descompromiso y el completo rechazo a depender de la otra persona. Zygmunt Bauman, padre de este término, escribe en su obra Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos que las relaciones líquidas son relaciones que no consiguen llenar, por mucho que se intente, el lugar dejado por los vínculos más firmes que, según Baumann, caracterizaban a las relaciones de antaño. “De todos modos, [en la actualidad] esa conexión no debe estar bien anudada, para que sea posible desatarla cuando las relaciones cambien… algo que en la modernidad líquida ocurrirá una y otra vez”.

Según Ayuso, las aplicaciones de citas también son responsables de que hayan cambiado completamente los rituales de emparejamiento, sobre todo en la fase inicial. Estas aplicaciones son herramientas que nos permiten adaptarnos al nacimiento del nuevo orden, la sociedad digital, pero su objetivo no está en línea con el objetivo del usuario. En El algoritmo del amor, la periodista francesa Judith Duportail expone, haciendo eco de su experiencia personal, cómo la finalidad de estas tecnologías no es encontrar el amor, sino mantener al usuario en constante búsqueda. Ayuso opina igual. El objetivo de esas aplicaciones, dice, “es tenerte emocionado, tenerte enganchado a la aplicación, no que te enamores. Porque si tú te enamoras, te borras el perfil”.

Del fast food al fast love

Un enganche que lleva al amor rápido –fast love– y que, según explica Ayuso, es aquel caracterizado por no querer comprometerse. “Quiero vivirlo muy intensamente, durante unos pocos meses”. Y cuando vienen otras fases que son inevitables en cualquier relación, que requieren de esfuerzo y renuncia, “ah no, esas no me interesan”. Amor rápido, gente nueva, siempre cambiante.

También Ana ha observado este problema en muchas ocasiones, esa falta de madurez emocional que lleva a una gran dificultad para comprometerse. “Puedes encontrar a alguien, pero el hecho de comenzar es difícil porque la gente tiene mucho miedo al compromiso, a sacrificarse, a renunciar a uno mismo”.

Un miedo que surge de la certeza de que, al estar con una persona –dejemos de lado el poliamor–, no se puede estar con otra. Y ahora más que nunca, en gran parte debido a las aplicaciones de citas como Tinder, se es muy consciente del coste de oportunidad que supone una relación, de todo aquello que uno “se pierde”.

Como una mercancía más, la pregunta ¿me merece la pena? se anida en la conciencia ante cualquier dificultad o cambio de rumbo, porque sé que hay muchos más peces en el mar, lo tengo a la vista en Tinder. ¿Por qué conformarme?

Es confrontados con este dilema cuando se forman las relaciones on/off: relaciones débiles desde su nacimiento que se encienden y se apagan según conveniencia. Helen Fisher, antropóloga e investigadora del comportamiento humano, explica que muchas personas ya no quieren luchar por una relación porque supone un desgaste emocional importante. Por ello, las relaciones digitales cobran cada vez más protagonismo, además de que han cambiado los procesos de entrada y salida de una relación: la entrada se caracteriza por un swipe; la salida, por el ghosting. Estos emparejamientos tienen poca hasta ninguna implicación emocional y, en gran parte de los casos, simplemente se quedan en el plano virtual. Son un pasatiempo, un juego.

Hasta que se quieren tener hijos.

La soltería es involuntaria ahora, con 35 o 38 años, pero habría que preguntarse cómo se estaba viviendo a los 23 o 26 años, dice Rafael Lafuente

¿Y los hijos para cuándo?

La utopía romántica, comenta Ayuso, está muy presente en el planteamiento de proyectos vitales. El problema se presenta cuando, llegados a una edad, tras haber experimentado y sentido y “vivido” mucho, se escucha el tic tac del reloj biológico y la agenda está llena de contactos, pero vacía de cualquier posibilidad de compromiso. “Paradójicamente, cuantos más contactos tenemos, cuantas más posibilidades hay de conocer a gente, más dificultades tenemos de encontrar a una pareja”, confirma Ayuso.

Según comenta a Aceprensa Rafael Lafuente, conferenciante experto en educación afectivo-sexual, esta soltería “es involuntaria ahora, en este momento, para una persona de 35 o 38 años que no quiere estar sin pareja y sin hijos. Pero habría que preguntarle cómo estaba viviendo o actuando a los 23 o 26 años”.

Como explica, todas las decisiones tienen sus consecuencias “y si nosotros, durante nuestros años de juventud, no nos hemos ocupado o preocupado por el tema, si solo hemos estado pendientes de nuestra carrera, de nuestra realización profesional y de disfrutar de los placeres amorosos, sin ningún atisbo de compromiso”, el resultado es natural.

En un reciente artículo de The Economist titulado “Tinder drove me to freeze my eggs”, Anna Louie Sussman relata cómo el no encontrar a ningún hombre, que fuese lo suficientemente bueno como para tener un hijo con él, le llevó a congelar sus óvulos. Esta congelación de óvulos “social”, como ella la denomina, es una acción motivada por las circunstancias vitales y no por razones médicas. En un estudio citado en el artículo, el 85% de las mujeres afirmó que congeló sus óvulos por la ausencia de una pareja; solo el 2% congeló sus óvulos para concentrarse en su carrera profesional.

Una de las teorías que cita Sussman –y que explicaría esta dificultad para encontrar pareja– es la falta de hombres “elegibles”, es decir, hombres con buena educación y buen trabajo, de buen ver y con los que se tenga buena conexión. Pero ella misma, llegados a un punto, se pregunta “si las aplicaciones de citas, con su ilusión de infinitas posibilidades, nos alientan sutilmente a seguir buscando lo mejor”.

Es decir, a la –inexistente– pareja perfecta.

Ojo con las expectativas

Tener un listón demasiado alto con expectativas irreales es, según Lafuente, un problema, sobre todo entre las mujeres. “O aparece un hombre que es una mezcla entre superhéroe, líder religioso y dueño de una Big Four, o no vale”. Ana también considera que esta –las altas expectativas– es una de las mayores dificultades. “Cuando ya no cumple de primeras ciertos requisitos, no te abres a conocer a esa persona”. También el rechazo –o miedo– al esfuerzo y a la implicación emocional, mencionada por Fisher, vuelven más difícil el encontrar a una pareja. “Queremos que aparezca ya montada la historia de amor”, comenta Lafuente. “Como si no se tuviese que construir una relación”.

La solución que ve es clara: crear encuentros, planes de solteros IRLin real life–, fomentar intercambios que posibiliten un match. Y mejor empezar cuanto antes, porque “cuanto más pasan los años, más delicado te vuelves. Con los hábitos adquiridos, es más difícil cambiar de vida o estar dispuesto a compartirla”.

Helena Farré Vallejo
@hfarrevallejo

 

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