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Un culto que puede llegar a ser obsesivo

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La enseñanza en Japón (I)
Ashiya. Alabado por sus eficaces resultados o criticado por su obsesión por el rendimiento, el sistema educativo japonés despierta el interés del extranjero. Que el 94% de los japoneses terminen la enseñanza secundaria provoca la envidia de otros países. Pero esto es fruto de una pasión por la educación, que responde a características propias de la sociedad japonesa, y a una singular presión familiar.

Lo que determina la función y el nivel del individuo en la meritocracia que constituye la sociedad moderna del Japón actual es la educación: desde un buen jardín de infancia a la universidad de élite, pasando por toda una extensa gama de «tests» de todo tipo.

Se puede decir que todos los niños asisten a la escuela primaria, el 94% cursa la enseñanza secundaria, y alrededor del 40% entra en centros de enseñanza superior (si se cuentan las escuelas profesionales, sobrepasa el 50%).

Base del éxito

Los resultados más visibles de la calidad de la enseñanza son: la pasmosa tasa de alfabetización (menos del 0,7% de los japoneses son analfabetos), una población altamente cualificada y una población activa empeñada en su quehacer y altamente socializada. De hecho, cualquier obrero puede leer y entender planos, gráficos y otras anotaciones simbólicas, e incluso trabajar con fórmulas matemáticas complejas.

Esta cualificación de sus trabajadores -al menos al nivel de la enseñanza obligatoria- ha sido también razón importante del éxito de Japón al enfrentarse con el predominio de un Occidente más avanzado tecnológicamente en el siglo XIX, y en el subsiguiente avance hasta la presente posición de líder mundial.

Para conseguir estas metas, es necesario comenzar desde muy abajo, y que las escuelas y los padres trabajen de común acuerdo.

En Japón, no es exagerado afirmar que la vida del individuo es principalmente vida en un grupo (cfr. servicio 121/94). Es, además, una vida juzgada y apoyada por un consenso social que establece un criterio de rendimiento y conducta. De modo que la sociedad japonesa se gobierna más por consenso que por abstracciones ideológicas.

Interesa, por tanto, observar el ambiente social en que se desarrolla el niño japonés. La sociedad japonesa se distingue por estar completamente dedicada a los niños y a la educación, compromiso que existe a todos los niveles y entre todas las instituciones.

La mamá pedagoga

El estrecho nexo entre los logros académicos y el éxito en la vida, es algo que todo el mundo en Japón da por supuesto. Muchas familias se sacrifican económicamente para que sus hijos puedan ya desde pequeños contar con la ventaja de una preparación en los mejores jardines de infancia, o con profesores particulares cuando van creciendo.

En consecuencia, se gastan sumas enormes en educación. Los catorce años de educación, desde el parvulario hasta el final de la secundaria, cuestan más de 6 millones de yenes en las escuelas públicas y unos 13 millones en las privadas (1). En muchos casos los estudiantes reciben instrucción adicional en academias y escuelas especiales (llamadas juku) que preparan a los alumnos casi exclusivamente para los exámenes.

A pesar de lo reducido de la vivienda, se procura que los niños dispongan de espacio adecuado para hacer los deberes, y la madre está continuamente encima de ellos para comprobar que los realizan y que cumplen sus otras tareas escolares. Este papel especial de la madre ha originado el término kyoiku mama («mamá pedagoga» o education mom en inglés), madres con una preocupación casi patológica por la educación de los hijos.

La cercanía, tanto física como psicológica, da a la madre un entendimiento intuitivo del carácter del niño, que ella usa hábilmente para desarrollar su potencial. Las madres japonesas cooperan en la educación de los hijos alentándoles constantemente y mostrando entusiasmo por cada pequeño triunfo que el niño logra, dirigiéndole así, paso a paso y sin estridencias, hacia la meta que ella se ha propuesto. Hay un refrán japonés que refleja bien esta actitud: «Si anda a gatas, anímale a levantarse; si está de pie, haz que ande».

Para asegurar que los niños adquieran una buena base que garantice el éxito académico, muchas madres adiestran a sus hijos desde su más tierna infancia en actividades propias de la escuela. Esta preparación comienza alrededor de los tres años. A esa edad casi todos los niños aprenden de sus madres la fonética de los silabarios del idioma japonés. Poco después muchos saben ya contar hasta cien y resolver sencillos problemas de cálculo con números inferiores a diez. También aprenden a cantar y recitar algunas canciones y poemas. La mayoría de los parvularios no enseñan estas habilidades de modo sistemático, y que el niño desarrolle esta destreza antes de comenzar la escuela primaria se debe solamente a los esfuerzos de la madre.

Las intervenciones didácticas de las madres japonesas normalmente se desenvuelven en una atmósfera de interrelación: actividades que permiten a la madre ser parte del juego, en vez de dejar que el niño se entretenga por sí solo en una actividad independiente. La kyoiku mama procura, ante todo, que el niño aprenda a concentrarse en lo que hace, sin dejar que se distraiga en otras actividades. Este programa de aprendizaje intensivo es totalmente consciente por parte de la madre, con vistas a desarrollar las posibilidades del niño en los exámenes futuros.

Esta fiebre por la educación se considera también como factor que contribuye a la limitación de la natalidad. Sobre todo en las ciudades, las familias creen que deben tener menos hijos, para poder así proporcionar enseñanza superior a todos.

Uniformidad en la educación

La educación preuniversitaria se compone de seis años de escuela elemental, tres de primer ciclo de secundaria (junior high) y tres de segundo ciclo (senior high). Las escuelas públicas elementales y secundarias (los nueve años de enseñanza obligatoria), están bajo el control de juntas locales de educación, que no siempre adoptan las mismas soluciones a problemas administrativos y otros asuntos. Y los padres que no quieren mandar a sus hijos a escuelas públicas tienen una amplia oferta entre las abundantes escuelas privadas, especialmente en la enseñanza secundaria.

Pero esta diversidad de opciones es más aparente que real. Aunque cada escuela pueda elegir los libros de texto, tiene que hacer esa elección dentro de una lista limitada de títulos aprobados por el Ministerio de Educación. Incluso más importante es que el Ministerio especifica qué asignaturas deben enseñarse en todas las escuelas elementales y en las «junior high», y distribuye unos detallados programas para cada curso. Así, aun cuando los maestros tienen gran autonomía sobre cómo enseñar cada asignatura, no les está permitido en absoluto decidir qué deben aprender los niños.

De todos modos, algunas de las fuerzas más poderosas que influyen en la uniformidad de la educación no son los decretos gubernamentales, sino que fluyen naturalmente de la cultura y de la idiosincrasia del pueblo japonés: en particular, de la innata resistencia a avergonzar a alguien públicamente, haciéndole diferente a los demás.

Respeto al maestro

Con la homogeneidad de la enseñanza viene también implícita otra característica importante del sistema educativo. La misión del sensei (maestro) japonés no se reduce a impartir información a sus alumnos, sino que se presume en él un profundo interés por el bienestar general de los niños a su cargo. Y esto se extiende a la totalidad de la vida de sus discípulos. Si alguno de ellos, por ejemplo, disminuye en su rendimiento académico, es sorprendido fumando, o parece deslizarse hacia la delincuencia, su sensei inmediatamente visitará a los padres del alumno para ver qué le ocurre y tratar de poner los medios para enderezarle. «En suma -dice Atsuki Kagoshima, un educador de Tokio- la escuela y la sociedad son muy homogéneas en Japón, y los maestros desempeñan un papel principal en este proceso de socialización».

Los maestros no pierden oportunidad de inculcar en sus alumnos que la responsabilidad del individuo hacia el grupo es de importancia primordial. En los colegios, por ejemplo, no hay personal de limpieza. Esto es cometido de los alumnos, bajo la supervisión de los maestros. Como consecuencia, las escuelas se mantienen siempre limpias y nadie ensucia a propósito las aulas o los pasillos que le corresponde limpiar.

Al igual que la benevolencia de la madre japonesa hacia sus hijos pequeños, los desvelos del sensei por sus alumnos son una forma de presión social sutil pero tenaz y duradera. Cuando un adulto se refiere a alguien como su sensei, implica un sentido de especial obligación y deferencia perdurable hacia sus opiniones, tanto en asuntos profesionales como privados.

El infierno de los exámenes

La importancia de prepararse para los distintos exámenes de ingreso ayuda a darse cuenta de la seriedad con que se toma la educación en este país; pero al mismo tiempo es también responsable de algunos de sus mayores defectos. Cuando se aproximan los cruciales exámenes de ingreso, la vida de la familia entera se centra en facilitar el estudio del hijo o la hija.

Y esto no se refiere sólo al ingreso en la universidad. En muchos casos requiere el máximo grado de atención el ingreso en una high school que destaca por una buena proporción de alumnos que ingresan en la universidad. Las presiones a que está sometido el estudiante en esa época son tremendas, y todo el proceso se conoce comúnmente como juken jigoku o «infierno de los exámenes».

Los despiadados exámenes de ingreso, en los que se juega todo a una carta, son el centro de una competencia de la peor especie. Este rasgo arroja fuertes sombras sobre todo el sistema educativo, y somete a los estudiantes a severas presiones, deformando incluso el contenido de su educación. Gran parte del entrenamiento en la senior high school se dedica no a adquirir nuevos conocimientos, sino a la preparación para los exámenes de ingreso en la universidad. Algo parecido ocurre también en la junior high school.

Pero, una vez superados los exámenes, los japoneses son muy diestros a la hora de quitar importancia a las diferencias de capacidad entre los alumnos, evitando la competencia abierta entre ellos. En las escuelas elementales y secundarias los estudiantes más lentos están mezclados con los de más talento. Y en los nueve años de enseñanza obligatoria, el paso automático de curso, independientemente de la aplicación del alumno, es la regla general.

Refiriéndose a esta peculiaridad, dice Atsuki Kagoshima: «Porque el nuestro es un país muy homogéneo, es vital para los niños japoneses aprender el sentido de comunidad y de ‘familia’ que rige la sociedad. Si se separara a los niños según su capacidad o por cualquier otro criterio, podría dar a algunos la sensación de que son diferentes del resto». Y para cualquier japonés, provocar deliberadamente el sentimiento de diferenciación en un niño, es un acto antisocial impensable.

A pesar del moldeamiento a que están sometidos, la competencia académica entre los alumnos de escuelas elementales y secundarias es prácticamente salvaje en su intensidad. La razón es pragmática: todos los jóvenes en edad estudiantil saben que la posición que conseguirán en la vida la determinará el ingreso en la universidad, y que esa posición dependerá de la universidad en que hayan estudiado. Ser graduado de universidad, pues, no es un pasaporte automático para alcanzar la cima. Lo crucial es en qué universidad se consiga ingresar.

La academia privada o escuela paralela

La tremenda importancia de los exámenes de ingreso ha traído consigo una industria subsidiaria muy lucrativa, en forma de escuelas especiales que ofrecen clases después del horario normal en la escuela primaria o en la secundaria.

Estas academias privadas (juku) están clasificadas también sobre la base del número de alumnos que superan los exámenes de ingreso en ciertas escuelas medias o universidades. Muchos de los que suspenden en universidades de prestigio prueban de nuevo, a veces tres o cuatro años seguidos. Mientras tanto asisten a clases en el juku, donde repasan los exámenes de años anteriores, o se matriculan en otras escuelas más especializadas llamadas yobiko. Éstas son instituciones específicas para preparar a tiempo completo el ingreso en la universidad, y en especial para quienes ya han tenido al menos una amarga experiencia. Los juku tienen un ámbito más amplio y pueden ser de diversos tipos: clases de repaso para mejorar las calificaciones, o entrenamiento para superar exámenes de ingreso desde el parvulario hasta la universidad y las escuelas profesionales.

Los juku, que en tiempos se consideraban como al margen del sistema, están hoy en día tan extendidos y requieren tal grado de dedicación y profesionalidad, que en muchos ambientes han empezado a funcionar como una especie de sistema educativo paralelo. Hasta el punto de que, tanto a ojos de los alumnos como de los padres, han suplantado a las escuelas ordinarias en importancia, y han llegado a imponerse incluso para niños de 2 ó 3 años de edad.

El auge de los juku es elogiado por algunos como uno de los secretos del éxito japonés. Pero es también criticado duramente como movimiento que obliga a las nuevas generaciones a renunciar a su infancia en pro de la universal obsesión por competir y ganar la delantera a otros. «Los juku son nocivos para la educación y para los niños -afirma Ikuo Asano, profesor de Sociología de la Universidad de Tokio-. No es sano que los jóvenes dispongan de tan poco tiempo libre. Ni es saludable enfrascarse completamente en la competición por el triunfo en una edad tan temprana».

Según estadísticas recientes, cerca de 4,5 millones de estudiantes se matriculan en los cincuenta o sesenta mil juku que hay en todo el país. Esto representa el 18,6% del alumnado de la escuela elemental y más del 52% de los que están en primero o segundo año de junior high. De acuerdo con las averiguaciones del prestigioso Yano Research Institute, los japoneses invierten alrededor de 1,5 billones de yenes al año en profesores y academias de repaso, incluyendo 1,2 billones en juku para alumnos de primaria y junior high.

Tanto los administradores como los profesores de esas instituciones afirman que los juku son populares porque crean un ambiente interesante y vivaz donde los alumnos aprenden porque se lo pasan bien. Dice Kunio Kijima, jefe de una asociación de este tipo de escuelas y director de su propia cadena de juku, Nihon Kyoiku Gakuin: «Como el juku es una institución con ánimo de lucro, debe garantizar que se logran resultados. Las escuelas normales suelen aburrir a los alumnos más listos y dejar atrás a los menos dotados. En cambio, nuestro objetivo es ayudar a todos a adelantar en sus estudios».

Es un hecho que muchos de los alumnos prefieren el juku a la escuela. Allí están mejor atendidos. Como dice Ryuichi Nakatsuka, profesor de ciencias en una gran cadena de juku: «No crea lo que dicen los mass media, que lo único que hacemos es forzar a los niños a memorizar y pasar exámenes. Aquí hacemos experimentos de laboratorio y desmenuzamos la información en porciones fácilmente digeribles. Los niños lo pasan bien aprendiendo».

El estrés de los niños

Es verdad que la gran mayoría de los niños lo pasan bien aprendiendo, pero no es menos cierto que bastantes de ellos experimentan una especie de «envejecimiento» prematuro. Hace poco se puso de moda la frase: «¿Puedes trabajar durante 24 horas?», que anunciaba un reconstituyente para sarariman (oficinistas y hombres de negocios) acosados por el estrés. Ahora éste podría ser el eslogan ideal para niños de 10 a 12 años de edad.

De acuerdo con una encuesta llevada a cabo por el Education Research Center de Fukutake Publishing Inc., que desarrolla cursos por correspondencia para 2,2 millones de alumnos desde primaria a senior high, más del 70% de los niños de esas edades se acuestan tarde por razones de estudio (muchos de los juku terminan las clases alrededor de las diez de la noche o más tarde), y se quejan de continuo cansancio. Más del 20% tienen dificultades para conciliar el sueño y vértigo al levantarse. Varios alumnos de quinto curso, que han empezado ya a prepararse para los exámenes de ingreso en la senior high en un juku de Tokio, dicen que apenas tienen tiempo de jugar con sus amigos o de hacer ejercicio al aire libre al terminar las clases en la escuela. «Me gustaría poder jugar más con mis amigas -dice Hiroko, una de las alumnas-, pero no puede ser porque vengo al juku cinco veces por semana».

Como reflejo de esta tendencia a la fatiga entre los más jóvenes las bebidas medicinales para niños se venden bien, especialmente durante los meses fríos, que son el tiempo de los exámenes y de los catarros. Taisho Pharmaceutical Co. estima las ventas de reconstituyentes para niños en más de diez millones de frascos al año. Estas bebidas con sabor a frutas, que vienen en recipientes de 50 ml -cuestan 100 yenes cada una-, alivian la fatiga, ayudan al crecimiento y compensan la falta de nutrición adecuada.

«De todos modos -advierte un especialista en cuestiones sociales que ayuda a preparar encuestas sobre educación-, la fatiga y el estrés de los jóvenes proviene más bien de la presión constante por sacar buenas notas y superarse en los estudios, que de la falta de sueño». Y añade: «Es el sistema educativo japonés el que necesita ser sometido a examen». De ahí que sea insoslayable ver la otra cara del modelo educativo.

Antonio Mélich_________________________(1) 1 dólar USA = 83,5 yenes.

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