Vladimir Nabokov, maestría sin alma

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Un intento de renacimiento editorial en castellano
Vladimir Nabokov es uno de esos escritores que suscitan fervor sobre todo en una parte de la crítica. Tras el eco provocado por su novela Lolita (1955), y más después de su transcripción a película (1962), hubo en todo el mundo editorial occidental un enfebrecido afán de traducir y publicar a Nabokov. Pero, al menos en lo que se refiere a los libros en castellano, los lectores olvidaron pronto a Nabokov. Ahora hay un renacimiento editorial en castellano, un nuevo y también denodado empeño por convertir la obra de Nabokov en negocio, quiero decir, en clásico de la literatura del siglo XX. Nuevas traducciones, críticas bien orquestadas, comentarios cultos… Pero la frialdad del público parece indicar que muchos lectores echan en falta en Nabokov el aliento del verdadero clásico.

Vladimir Nabokov, nacido en San Petersburgo en 1899, tuvo pronto (1919) que refugiarse con sus padres y hermanos en Europa: Cambridge, donde estudió durante tres cursos en el Trinity College; Berlín, donde en 1922 su padre fue asesinado por extremistas rusos. En Berlín se casó en 1925 con Vera Slónim, de raza judía, y allí nació su único hijo, Dmitri. En 1937 huyeron de Alemania y siguieron llevando la vida propia de unos exiliados en París. Hasta que en 1940 la familia se trasladó a Estados Unidos, donde durante varios años Nabokov fue profesor en distintas universidades. En 1960 se instala en Montreux (Suiza) y allí vivió hasta su muerte en 1977.

Creación lingüística

El contacto directo con el inglés y el francés -el alemán ni lo escribía ni lo hablaba bien-, le permitió leer directamente la literatura de esas lenguas. Escribe inicialmente en ruso, su lengua nativa, para las pequeñas comunidades de compatriotas exiliados con las que se relaciona. Pero su tarea de escritor -según él dice- será un constante reescribir y traducir su obra del ruso al inglés, para darle mayor alcance editorial. Una vez que se establece en Estados Unidos será en inglés como llegue a escribir, o bien, y principalmente, en ruso, traduciendo al inglés con la constante y creciente ayuda de su hijo Dmitri, educado en los Estados Unidos desde los seis años.

La variedad idiomática de Nabokov explica, al menos en parte, no sólo la riqueza léxica de sus escritos, sino la creación de palabras, adjetivos nuevos, verbos insólitos, expresivos juegos de sonidos… Es curioso constatar que quien como él consigue una escritura llena de ritmo y musicalidad abominara de la música. Por la calidad lírica de su lenguaje, no debe de resultar fácil traducirle; de hecho, tras la lectura de su obra casi completa, puedo constatar cuán distinto es un nabokov bien traducido de una torpe o balbuciente versión. Esto es evidente en todos los casos en que se traduce; pero de un modo especial en Nabokov, pues la maestría del lenguaje es casi su único valor como escritor.

Su maestría depende en buena parte del cuidado de los detalles. Esta es una de sus características decisivas, y también una de sus enseñanzas constantes en su tarea de profesor de literatura: Fíjense en los detalles, ¡los detalles! Además, en la obra de Nabokov los detalles lo son más, son su esencia, pues -simplificando lo digo- no hay otra sustancia. De hecho, aunque un recorrido por su obra permita apreciar su amplitud de recursos estilísticos, su visión del hombre revela, en cambio, una gran escasez de ideas. Hagamos el recorrido.

Novelas rusas

Una belleza rusa y otras historias.- Este título recoge trece narraciones o cuentos, publicados en dispersas revistas desde 1924 a 1940. En estos relatos hay variedad en cuanto a los argumentos y estructura y, sin embargo, aun dentro de su amenidad, hay el para mí pesado toque de lo literario como ejercicio. O bien un no saber ver la realidad más que como material para el artificio.

Hay ya aquí referencias explícitas a lecturas de clásicos literarios. Lecturas o, mejor, estudios, pues muchas veces sus relatos «suenan» a autores ya leídos, bien que «transmutados» por la personalísima manera de Nabokov. Es un creador literario que está muy lejos de esos que abren su alma en sus escritos o hablan de la vida y del destino del hombre; Nabokov hace literatura literaria, valga la expresión.

Rey, dama, valet (1928).- Rehecha unos cuarenta años después, esta novela cuenta el lento enredo de un joven (valet) que se siente atraído por una mujer (dama), casada con un tío (rey) del joven; el enredo no sólo se demora en el adulterio, sino en el confabulado asesinato del «rey». El autor califica su novela como «la más alegre»; y aquí el sentido más exacto quizá sea el eufemístico, el que se da por ejemplo cuando se dice: Las alegres chicas del Moulin Rouge. Sin embargo, en los libros de Nabokov no se encontrará otra noción o experiencia de alegría sino ésa.

Hay, sí, una gran maestría literaria. Situaciones, paisajes, interiores, estados de ánimo, colores, sabores… componen un riquísimo mosaico de realidad sensible, sensual, psicológica y de humor. Y eso es todo, y tanto, que la sonrisa del lector que pudiera provocar ese humor se va transformando en mueca, en disgusto.

Mirada la cosa aun desde el más bajo escalón humano-moral, esa supuesta alegría no es sino una morbosa obsesión; obsesión fría, como la que sin duda pone un entomólogo al clasificar sus insectos. A propósito de insectos, Nabokov fue un sobresaliente especialista cazador y coleccionador de mariposas. Pues con esa misma y minuciosa manera de estudiar las mariposas, estudia y detalla y menudea Nabokov todo lo relativo al sexo. Sin pasión ni arrebato, sino con alma de oficinista contable del siglo XIX, que se preocupa hasta de la fracción de un céntimo.

La defensa (1930).- Esta defensa es una autodefensa, el ajedrez, con el que el protagonista, Luzhin, se afirma a sí mismo ante los demás, contra los demás, hasta el fatal aislamiento y hundimiento mental del patético personaje. El tema podría hacer pensar en una variante de Gogol, por ejemplo; pero, los malabarismos de lenguaje, los juegos de tiempo y espacio, que de algún modo repiten los del ajedrez, dan a esta obra un sabor matemático o de geométrico vitral de colores. El ajedrez es también reflejo del laberinto interior que es la conciencia, única realidad, y de su decurso argumental.

El ojo (1930).- Tiene el ambiente de expatriados rusos de los años 20 que Nabokov conocía; pero en ningún momento hay preocupación alguna por esta dramática situación social, que sólo le sirve de base para un nuevo juego de estructura literaria. El protagonista, «el pobre Smurov, sólo existe en cuanto se refleja en el cerebro de los demás, los cuales, a su vez, se encuentran en la misma extraña y espectacular posición que él. La forma de la narración imita la de la ficción detectivesca», que aquí consiste en construir la figura de Smurov con las parciales imágenes, como trozos de espejo, que los demás, otros pedazos de espejo, dicen tener de él.

No deja de ser este «ojo», fantástico fabulador del entorno adverso, otra manera de defensa frente a la realidad; aunque por estos laberínticos espejos, en los que la primacía es de la estructura narrativa sobre la idea (característica de buena parte de la literatura contemporánea), no se llega a nada, no hay camino para el hombre: el juego de reflejos es todo y sólo lo que hay.

Desesperación (1932).- Publicada originalmente en una editorial de exiliados, hoy se lee en nueva versión de 1965. Es una divertida historia, como una novela «de crímenes», sobre la base de la subjetiva apreciación de igualdad física de dos individuos, un vagabundo y un fabricante de chocolate. Nabokov compone un cuadro de humor… desesperado, o de desesperación llevada a lo cómico. Aun cuando el autor rechaza obsesivamente cualquier interpretación freudiana, no es necesario ser psiquiatra para ver una constante en toda la obra de Nabokov: el implícito problema de la identidad, ¿quién soy yo? Y una decisión premeditada: no hay más realidad que mi conciencia; no hay Más Allá, sólo este aquí.

Invitado a una decapitación (1935).- Hay en esta novela una coincidente similitud con el mundo de Kafka, que Nabokov dijo no haber leído; pero también con el mundo de Nosotros de Zamyatin, que sí había leído. Se trata del acoso de la masa común, en un mundo caótico y opresivo, hacia el individuo que es distinto y, por eso, molesto y peligroso. En Invitado el protagonista se pregunta por la realidad de las cosas más allá de los meros nombres, y es condenado a muerte.

No es un planteamiento metafísico: se pretende ir, sí, más allá de una común convención nominalista, pero ese más es sólo el de la conciencia subjetiva.

La dádiva (1937).- Publicada por entregas en una revista de emigrados rusos, en su versión completa no aparece hasta 1952. Fue corregida y traducida de nuevo en 1961. Se trata de una simulada biografía de Fiodor Cherdyntsev -personaje contemporáneo del autor en el Berlín de los años 20, y, en buena parte, el mismo Nabokov-, que quiere escribir una biografía sobre Nikolái Chernyshevski en su centenario. Mientras Nabokov cuenta la vida de Fiodor, escribe el libro que éste hubiera querido escribir: La dádiva, que supone a su vez un retrato crítico de la intelectualidad rusa en el exilio, y un nuevo juego literario en el que también Gogol y Pushkin tienen una decisiva intervención.

El mismo autor califica La dádiva como «la mejor de mis novelas rusas», y otros críticos la consideran obra maestra (entiéndase, siempre dentro de la literatura literaria). Quizá no he sabido leerla, pero diría que es largamente aburrida para quien no conoce a esos intelectuales rusos en el exilio ni siente interés alguno por el, según algunos, denostado Chernyshevski, al que Nabokov se vio obligado a leer. Ciertamente, como el mismo autor dice, el mundo de La dádiva es «tan fantasmal como la mayoría de mis otros mundos».

El hechicero (1939).- Novela de unas ochenta páginas, magnificada por creerse perdida durante años y por ser el primer débil latido de Lolita. Se trata de un magistral relato de la paidofilia criminal de un hombre maduro. En otras palabras, la morbosa historia del aberrante intento de violación de una niña. Me parece inadecuado insistir aquí en su calidad literaria.

La verdadera vida de Sebastian Knight (1941).- Terminada en 1939 en inglés, se trata de otra fantasmal biografía, de ambiente británico, fruto de su antigua estancia en Cambridge y de sus actuales viajes profesionales a Londres. Tiene toda la magia de El ojo, ese juego de espejos, o también ese aire detectivesco de Desesperación, esas pistas que resultan falsas, con las que se encuentra el hermanastro de Sebastian Knight a la hora de querer reconstruir su biografía. En definitiva, otra implícita manifestación, literariamente magistral, de la inaccesibilidad o incomunicación de la persona.

Profesor en América

Por cierto, que en esos viajes a Londres surgió la oportunidad de dar, temporalmente, un curso de Literatura en Standford (California). Una vez en Estados Unidos, consiguió también permanecer allí, trabajando en diversas universidades. Con lo que, al mismo tiempo, termina la que se podría llamar época rusa o europea, y comienza la etapa americana, que yo reduciría -salvo su ensayo sobre el Quijote- solamente a Pnin y Lolita.

Pnin (1953).- De nuevo otra autobiografía; pero llena de un humor quizá influido por el del Quijote. Se trata de las aventuras y desventuras de un profesor ruso en una universidad norteamericana, ridículo en su inadaptación, patético en su afán por sobrevivir y amoldarse, que inspira ternura y a la vez rechazo. Tal vez sea lo más fresco y ameno del autor.

Lolita (1955).- La más popular novela de Nabokov aborda la misma situación de El hechicero, pero de modo más retorcido. El maníaco sexual se casa con la madre para estar cerca de la hija preadolescente, pronto tan corrompida como el corruptor; la novela es también, en un recorrido por USA, una ácida crítica humorística de su cultura «del plástico y motel». Por razones morales, fue inicialmente rechazada por cuatro editoriales norteamericanas, y al fin publicada en París en inglés.

El autor, en un postfacio, se esfuerza en defenderla diciendo que el pornográfico es un tema como cualquier otro para conseguir el «placer estético» de la buena literatura. De modo que el que califique su libro de inmoral es un defensor de la que él llama «literatura de ideas», algo para Nabokov abominable y propiamente obsceno.

De nuevo en Europa

Pálido fuego (1962).- Es una originalísima y divertida novela que auna el mundo de su aristocrática adolescencia rusa con el actual de profesor universitario americano y escritor. En esta novela como en ninguna se dan los juegos filológicos hasta la desmesura, y el rompecabezas estructural.

La novela es el corpus de notas del profesor Kinbote a un largo poema de mil versos del escritor Shade -«egoísta gloria nacional»-, y un índice de nombres: éstos y aquéllas remiten a distintas partes del corpus en una enloquecida ramificación de idas y venidas por él. A propósito de las notas, Kinbote cuenta la vida del heredero del reino de Zembla y la del escritor Shade, que extraña y detectivescamente se relacionan en un encadenado de ironía, lírica, humor, intriga… y de un morboso autorretrato (Nabokov es Shade y es Kinbote). En el relato juega un papel principal una alucinante homosexualidad; en realidad, las perversidades psicológicas y sexuales son tema recurrente de su obra.

Habla, memoria (1966).- Tras el éxito comercial de Lolita, Nabokov se retiró (1960) en Montreux (Suiza), donde hizo revivir para él el aristocrático lujo familiar que había conocido en San Petersburgo. En ese clima rememora su vida, y eso es Habla, memoria: una singular y amena autobiografía, que termina en 1940, al zarpar rumbo a Nueva York.

Parece como si con este libro hubiera querido demostrar que la verdadera biografía de un escritor es su bibliografía, es decir, su literatura. No hay ningún balance ni reflexión profunda sobre lo vivido, sólo eso que Nabokov tiene como fin único al escribir y llama «placer estético».

Ada o el ardor (1969).- Nabokov hace un nuevo despliegue literario al concebir el libro como unas «ardorosas» memorias recordadas y escritas à deux entre Van Veen y su amante, protagonistas de una incestuosa relación. Y, a la vez, al imitar con firme estilo las novelas romántico-realistas, las complejas e intrigantes historias familiares de época. Junto a eso, es una implícita divagación sobre el valor del recuerdo en el presente, es decir, se afirma la mejor realidad del pasado hecho memoria actual frente y contra el presente.

Es difícil, y quizá innecesario, calibrar el solo valor de su artificio en tanta degeneración sublimada; sobre todo cuando, como tesis de fondo, está la tampoco nueva afirmación de Nabokov de que no hay Más Allá sino sólo este aquí, y, por tanto, debe ser gozado sin límite ni medida ni orden ni sentido. De modo que sus casi quinientas páginas no pueden producir sino fastidio y cansancio a los lectores que, aun mínimamente, distingan y valoren el amor de persona como realidad superior al sexo animal.

Cosas transparentes (1972).- Novela corta que acumula las mismas obsesiones que la anterior: placer, sexo, muerte, presencia del recuerdo…, y, como siempre, riqueza verbal, con un humor cada vez más nostálgico y más lleno de sarcasmo. No cabe decir sino que es perfecta la construcción del relato: Un supuesto joven que vuelve a los lugares de veraneo en que se divirtió en su juventud, y busca y «encuentra» a las personas que conoció. Es el juego de la realidad presente con los fantasmas del pasado, mejor realidad ésta -como Nabokov ahora prefiere en su vejez-. Un lector que se acerque por primera vez a Nabokov con esta novela encontrará, sí, perfección formal y brillante despliegue descriptivo, precisión en los detalles y penetración psicológica sobresalientes…, incluso una peripecia argumental que capta el interés; pero me parece a mí que este crepuscular relato cobra más sentido en el contexto total del autor.

Se advierte también un deseo de perpetuidad: tras la muerte, el desordenado tapiz de nuestra vida se «transparenta», se hace claro, muestra su pleno sentido y principal. Pero eso… no diría yo que sale del plano de la conciencia, es algo así como una pretendida autotrascendencia. En su obra no se ve mucho más. De su persona real ni sé ni querría hablar.

¡Mira los arlequines! (1974).- Es su diecisiete y última novela, tres años antes de su muerte. Comienza así: «Conocí a la primera de mis tres o cuatro mujeres sucesivas en circunstancias un tanto extrañas…». Con esta frase se esboza el argumento y estructura del libro: el relato autobiográfico, en tres-cuatro tiempos, de la relación de Nabokov con «tres o cuatro mujeres». De nuevo nos encontramos en una fantasmal nebulosa, en una sucesión temporal en la que pasado y presente pugnan por hallar su realidad en la conciencia o memoria creadora del autor. Siente uno la tentación de decir que es lo mismo de siempre si no sonara a despreciativo, pues con lo mismo de siempre hace Nabokov, siempre, una nueva y final novela brillante y atractiva (también con los mismos tristes «flecos» de siempre).

Se diría que Nabokov parodia lo que ha querido, esas tres mujeres que formaron parte de su vida -ahora arlequines, máscaras-. La cuarta, en otro plano, es Vera, su mujer, su constante y eficaz colaboradora, con la que trabajó y vivió hasta el final, a la que dedica todas sus obras, y a la que en Habla, memoria parece rendir un tributo de velado agradecimiento. Y el fiel amor matrimonial parece ser también un inconfesado deseo…, o un avergonzado anhelo de permanecer más allá de la muerte. No lo sé con certeza, ni puedo asegurar si se desprende de estos libros finales de Nabokov o de mi deseo; pues tampoco esos libros son del todo ajenos a una especie de cínico nihilismo, como el que expresa la inquietante y ambigua afirmación de Fiodor, el protagonista autobiográfico de La dádiva: «La desafortunada imagen de un ‘camino’, al que la mente humana se ha acostumbrado (la vida como una especie de viaje), es una ilusión estúpida: no vamos a ninguna parte, estamos sentados en casa. El otro mundo nos rodea siempre y no es en absoluto el fin de un peregrinaje. En nuestra casa terrena las ventanas están reemplazadas por espejos; la puerta, hasta un momento determinado, está cerrada; pero el aire entra por las rendijas».

Pedro Antonio Urbina

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