Un escritor japonés que plantea cuestiones universales

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CC: Hpschaefer

Ashiya.- Quienes conocen al escritor japonés Kenzaburo Oe, Premio Nobel de literatura, admiran en él no sólo al escritor, sino también a la persona. Lo describen como un hombre sincero, de convicciones firmes, disciplinado, de gran agudeza intelectual, algo tímido y reservado, y poseedor de un fino sentido del humor. Él se define a sí mismo como un «humanista radical». Los japoneses saben también que Oe es un buen padre de familia, que ha sabido luchar contra toda esperanza para sacar adelante a un hijo que nació con un tumor cerebral y que los médicos habían desahuciado.

En las numerosa entrevistas que ha concedido después de recibir el premio, desarma a sus interlocutores con su espontaneidad y encantadora modestia, afirmando -incluso con insistencia- que el honor que trae consigo el Nobel corresponde, más que a su persona, a la literatura japonesa contemporánea (de la que él es ahora el máximo representante). Y cita a varios escritores -anteriores candidatos al Nobel- que, según él, merecían haber recibido el premio.

Dice a este respecto en un declaraciones al Mainichi Shimbun (uno de los tres grandes diarios de Japón): «Creo que si Kobo Abe, Masuji Ibuse o Shobei Ooka vivieran hoy, cualquiera de ellos podría ganar el Nobel. Son escritores como ellos los que han creado un genuino y creciente interés por la literatura japonesa en los círculos literarios de Europa. Hay un proverbio chino que dice: ‘Cuando bebas agua de un pozo, no te olvides de quienes lo excavaron’. Yo estoy todavía vivo y puedo seguir bebiendo de esa agua deliciosa». Y añade que, por ser el más joven de esa línea de escritores, le ha tocado a él la suerte de recibir el premio.

Tratándose del segundo Nobel de literatura japonés -el anterior fue Yasunari Kawabata, en 1968-, se impone una comparación.

Después de Kawabata

Se dice que Kawabata ganó el premio por su habilidad para reflejar la esencia de la mente japonesa. Su delicada prosa expresaba en forma casi poética la «singularidad de lo japonés». La plasticidad y exotismo de sus imágenes, y el hecho de que hasta entonces no se hubiera otorgado el Nobel a ningún escritor de lengua no europea, fueron motivos importantes para la concesión.

En los 26 años transcurridos desde que Kawabata recibió el Premio Nobel, Japón ha dejado de ser un país lejano y exótico para muchos. Por otra parte, el volumen de traducciones de literatura japonesa asequible en el extranjero ha crecido de forma incomparable desde entonces. Esto ha creado un nuevo interés por conocer mejor Japón no ya por lo que lo hace distinto de Occidente, sino por lo que tiene de parecido y afín.

En el Japón de posguerra, se pueden distinguir claramente dos corrientes literarias importantes. Una de ellas proviene de una época anterior y tiene como principales representantes a Jun-ichiro Tanizaki, Yasunari Kawabata y Yukio Mishima. Su temática se centra, con gran belleza y perfección de lenguaje, en el reino sensorial y estético en relación con la idiosincrasia y el espíritu del pueblo japonés.

Oe piensa que, dentro de esa línea literaria, cualquiera de esos autores tenía méritos suficientes para recibir el Nobel.

Luz de esperanza

Pero él pertenece a otra corriente más nueva, que se caracteriza por trascender lo que es propio del sentimiento japonés, dando un salto a lo universal. La obra de Oe tiene siempre como punto de partida una experiencia personal que, a través de una introspección, le plantea cuestiones de valor absoluto: preguntas importantes sobre el sentido de la vida, la muerte y la resurrección. A menudo aparecen el pesimismo y el desorden de un mundo desquiciado por falta de valores éticos, la oscuridad y angustia de sentirse impotente o enajenado. Expresado todo con imágenes fuertes, densas y a menudo llenas de ironía («realismo grotesco»), que se repiten formando símbolos y en las que se mezcla lo real y lo mitológico, creando un efecto casi alucinante.

Sus personajes vuelven siempre al punto de partida y a los bosques del pueblo natal de Oe, en la isla de Shikoku, al suroeste de Japón (otra constante de sus novelas), con paisajes descritos minuciosamente, que no son tanto reales como creados por el autor: Oe es un gran amante de la naturaleza, conoce los árboles y plantas por sus nombres (en japonés, inglés y latín). Allí los personajes hallan solaz y reposo; tiempo para reflexionar acerca de sus males espirituales o físicos, y descubrir la luz al final del túnel de su existencia. El lenguaje es a veces ambiguo y difícil, por lo que esa luz podría confundirse con una especie de resignación; en realidad, es de esperanza. Es la búsqueda de la verdadera luz, como él mismo ha puesto de manifiesto en alguna entrevista. El personaje central de su última novela, todavía no publicada, dice en un pasaje: «Debo de haber rezado una oración primitiva dedicada a alguien que yo sé que existe detrás de la espesa niebla, pero de cuya identidad no pude cerciorarme. Sólo supe decir en un suspiro: ‘Dios’; sin saber definir lo que ‘Dios’ es».

Lenguaje «poco japonés»

La prosa de Oe no tiene la elegante simplicidad y tersura que caracterizan a Kawabata o Mishima. Se le ha acusado de escribir un japonés que parece una traducción de un idioma occidental: con frases largas y complejas, repletas de adjetivos y símiles. Un lenguaje, en fin, muy poco japonés. Dice Ryotaro Shiba, uno de los autores de mayor prestigio hoy en Japón: «En realidad, el hecho de que escriba en japonés es sólo accidental. Oe ha alcanzado un nivel literario que se puede escribir en cualquier idioma».

Algunos se quejan de que sus obras son difíciles de leer y entender. Esto se debe quizás a que el raciocinio y la lógica -más que el sentimiento, tan propio del lenguaje japonés- forman la base de sus escritos. Bromeando acerca de la dificultad de sus libros, Oe ha dicho hace algunos días, en una conferencia, que suele recomendar sus novelas como remedio contra el insomnio. Es probable, sin embargo, que esta complejidad con la que Oe intenta forjar un nuevo tipo de expresión lingüística, haya contribuido no poco a la obtención del premio Nobel. Dice John Bester, uno de sus traductores: «Sus frases y oraciones tienen la ventaja de poderse ‘forzar’ en una lengua occidental sin hacer demasiada violencia a su estructura interna. Las cualidades de Oe como escritor -su destreza organizativa, su agilidad intelectual, la densidad de sus imágenes y la actualidad de sus temas- sobreviven incluso a los peores estragos de las técnicas de traducción».

El comité del Nobel ha dicho que Oe merece el premio por haber sabido expresar la condición humana, a través de una profunda reflexión sobre sus experiencias personales, en un mundo, por él creado, que es a la vez ficticio y real. Este juicio describe bien la obra del nuevo laureado.

Oe padre

Dos hechos importantes determinaron la vida y la obra de Kenzaburo Oe. Uno fue el nacimiento de su hijo primogénito, al que puso el nombre de Hikari (que significa Luz). El otro, una visita a Hiroshima, arrasada por la bomba atómica. El primero ha representado su máxima inspiración como novelista. El segundo, le convirtió en un activo abogado por la paz, radicalmente en contra de la proliferación de armas nucleares.

Los que han leído alguna vez sus novelas saben que Oe escritor es inseparable de Oe padre. Su hijo Hikari, que ahora tiene 31 años, sufrió una lesión cerebral permanente cuando los médicos -con pocas esperanzas en la operación- extirparon el tumor congénito. Quedó mudo hasta los seis años, y aun hoy se mueve con dificultad y no puede hablar ni escribir bien. Oe decidió criarlo y educarlo como a una persona normal, y Hikari pasó a estar en todas las páginas de su obra y en todos los minutos de su vida. «El estado físico de Hikari -dice Oe padre- fue un caso fortuito, pero tengo la convicción de que vivir a su lado me ha forjado el carácter. He aprendido muchas cosas de él… y también de mi mujer. De ella, sobre todo, la fortaleza».

Ya desde la infancia el muchacho mostró un marcado interés por el canto de los pájaros y por la música clásica, que viene estudiando desde entonces. A los trece años empezó a componer, y hace sólo unas semanas terminó su segundo disco, con piezas para piano y flauta. Las ventas del primer disco han superado los 80.000 ejemplares -por lo que recibió el Premio del «Japan Gold Disc»-, y el segundo anda ya por los 40.000. Hiroyuki Okono, de Columbia Japan, compara la obra de Hikari con la del joven Mozart. Este éxito da respuesta a la gran esperanza de toda la vida de Oe padre: la de encontrar una voz para su hijo mudo. «Hikari expresa todo a través de la música-dice Oe-, permitiéndonos así penetrar en las regiones más íntimas y recónditas de su corazón».

La voz de Hikari

La obtención del premio Nobel ha coincidido también con dos acontecimientos importantes en la vida de este extraordinario escritor. Para Oe, hablar en nombre de su hijo sin voz, convirtiéndole en su doble, en un personaje siempre presente en sus novelas, ha sido la razón más poderosa para escribir obras de ficción. Pero ahora el hijo puede hablar con «voz propia».

Como escritor, Oe acaba de terminar el primer borrador de su voluminosa trilogía Moeagaru midori-no ki (A Green Tree in Flames, que toma el título de una imagen de un poema de W.B. Yeats), que él insiste en llamar su «última» novela. Según el autor, ahora que Hikari puede expresar los sentimientos de tristeza y alegría con su propia «voz», Oe padre ha terminado su papel de ventrílocuo de su hijo. Con la independencia que Hikari va ganando poco a poco, ha llegado el momento de poner punto final y abandonar las obras de ficción. Y como para celebrar este momento de satisfacción por el deber cumplido, como última palabra del último capítulo de su «última»novela, escribe el vocablo inglés «Rejoice» (Alégrate). Todo esto ha ocurrido apenas dos semanas antes de recibir el premio Nobel.

Hombre comprometido

Los críticos coinciden en afirmar que Kenzaburo Oe es un erudito formidable y escritor prolífico. Hajime Mori, buen amigo suyo, profesor de literatura en la Universidad de California, dice: «Lee a Dante en italiano, a Confucio en chino, a Faulkner en inglés, a Rabelais y a Sartre en francés, a los formalistas en ruso y ‘Genji Monogatari’ [la famosa obra clásica japonesa del siglo XI] en el original. Y es capaz de recordar todo lo que lee. Por supuesto, la erudición por sí sola sirve de poco. Pero Oe siempre aplica sus conocimientos a las opiniones que forma y a sus posturas, ya sea en el pensamiento o en la vida ordinaria. Es un hombre enteramente comprometido, que habla en favor de las minorías y contra el sistema político japonés».

Curiosamente, el gobierno japonés nunca prestó la atención debida a los logros intelectuales de Oe. Después del anuncio del premio Nobel, el ministro de Educación se planteó la posibilidad de otorgar la medalla de la Orden Imperial de Cultura (Bunka Kunsho, el más alto honor cultural que el Estado japonés confiere a sus súbditos)a este autor «polémico». Oe declinó el ofrecimiento, por considerar que un honor concedido por el Estado va en contra de su idea de democracia. Lo mismo hizo cuando, poco después, el gobierno provincial de Ehime (donde está su pueblonatal) quiso otorgarle otro premio.

Tiempo para pensar

El pueblo japonés, por otra parte, siempre muy respetuoso con el padre de Hikari, últimamente había dejado un poco de lado al escritor. Oe reconoce haber perdido un tercio de sus lectores después de la publicación de Dojidai Gemu (The Game of Contemporaneity) en 1979, que él considera una de sus obras capitales. Y Sukuimushi-ga Nagurarerumade( Till the Savior was Beaten), la primera parte de la trilogía A Green Tree in Flames, no se ha reeditado desde que apareció, en otoño pasado. Pero todo esto es ya historia. En pocos días se han agotado las existencias de las obras de Oe y varias editoriales las están reimprimiendo a toda prisa, con tiradas de cientos de miles de ejemplares. Seichosha, por ejemplo, ha empezado ya a producir 300.000 ejemplares de tapas duras de la trilogía Moeagatu Midori-no ki, y otras novelas en formato de bolsillo. Otro tantoestán haciendo Kodansha y varias editoriales más.

Con respecto al futuro, Oe piensa atenerse a su propósito de dejar de escribir novelas, al menos por una temporada. Dice: «El hombre es mortal. Quiero ver mi vida, mi filosofía y mi literatura desde el punto de vista de que en este mundo nada es permanente… Me gustaría morir después de obtener algo importante. Por este motivo he decidido dedicarme a leer y pensar durante los próximos tres a cinco años. Lo veo como una especie de moratoria. Lo que sí quiero continuar haciendo es editar las obras completas de Shohei Ooka». Y para satisfacer la curiosidad de tantos que se han interesado por el particular, añade: «No, no uso ordenador para escribir. El tiempo que me llevaría aprender el manejo, prefiero emplearlo en leer».

De una familia de samuráis

Kenzaburo Oe nació en 1935, en la aldea de Ose (que más tarde se fundió con otras para formar el pueblo conocido hoy con el nombre de Uchiko), en la provincia de Ehime, en la isla de Shikoku. Es el tercero de siete hermanos, de una distinguida familia de antiguos samuráis.

Cuando terminó la guerra mundial, Oe contaba 10 años de edad. Después de cursar estudios de secundaria en Ehime, ingresó en la Universidad de Tokio, donde estudió literatura francesa. En sus años universitarios, Oe participó activamente en el movimiento radical estudiantil de la década de 1950.

Siendo todavía estudiante publicó varios relatos cortos, entre ellas Shisha no Ogori (Lavish are the Dead) en 1957 y Shiiku (La presa) en 1958, que le valió el premio Akutagawa, el más importante de los que se conceden a escritores noveles. Tenía entonces 23 años. La historia trata de la relación, durante la guerra, entre un muchacho japonés y un piloto norteamericano, negro, cuyo avión ha sido derribado.

Su primera novela larga, Memushiri Kouchi (Pluck the Flowers, Gun the Kids), se publicó en 1959, con grandes elogios de la crítica y un notable éxito editorial. Desde entonces, Oe ha ido consiguiendo toda una serie de premios ilustres, que sin duda le ayudaron a estar entre los candidatos al premio Nobel, desde hace ya más de siete años.

Su novela más conocida es Una cuestión personal (Kojinteki-na Taiken), publicada en 1964. En ella relata la angustiosa experiencia de un padre que sabe que le nacerá un hijo con un tumor cerebral, y su cambio de actitud -al principio negativa- ante tal acontecimiento, hasta tomar plena responsabilidad de la crianza de su hijo anormal. Se trata, como el título indica, de la experiencia personal del autor, al que le nació su hijo Hikari en condiciones similares, cuando Oe tenía 28 años. Desde entonces Hikari ha sido el personaje emblemático de todas sus novelas.

Entre las obras más importantes de Oe figuran también Hiroshima noto (Hiroshima Notes), de 1965; Man’en Gannen-no Futtoboru (The Silent Cry), de 1967; Atarashii Hito yo Mezameyo (Awake New Man), de 1983.

En Aceprensa también está reseñada su obra Un amor especial (Kaifuku Suru Kazoku).

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