Literatura de malos sentimientos

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El escritor Javier Marías comenta en El País (10-XI-97) la moda literaria de crear personajes desalmados.

Uno de los lugares comunes literarios de la actualidad, que se aprestan a suscribir muy ufanos -creyéndose originales, santo cielo- tanto la mayoría de los autores jóvenes como los carcamales más inseguros de su valía y por tanto más adulajóvenes, es la afirmación de que con sólo buenas intenciones o buenos sentimientos no se hace buena literatura. La frase no pasaría de ser una perogrullada más o menos inobjetable si no fuera porque también encierra una falacia. Quienes hoy propugnan el viejo adagio se cuidan mucho de añadir que con sólo malas intenciones o malos sentimientos tampoco se hace buena literatura.

Menos aún en nuestro tiempo, tan beatamente atento a los asesinos masivos, a los violadores, a los estafadores, a los ladrones, a los corruptos, a los traidores, a los sádicos y a los delatores que gran parte de la novela mundial de este fin de siglo acabará viéndose, me temo, como la rutinaria contrapartida de las antiguas «vidas de santos». Retratar a un desalmado o narrar truculencias no va mal como ejercicio para principiantes de nivel muy bajo: nada es tan fácil como contar atrocidades en tono desapasionado o dibujar personajes simples, ya trazados de antemano por su abrumadora condición de «individuos sin escrúpulos»; se arrima uno a un patrón y la mitad del trabajo está ya hecha antes de escribir una línea.

De la misma forma que hace unos años no había autor con ínfulas que no llevará a cabo en sus novelas o ensayos o dramas «una reflexión sobre el Poder», hoy son pocos los que no caen en la anticuada tentación de «reflexionar sobre el Mal». Suele ser la gran coartada, que se acepta con reverencia, cuando: a) la percepción del mal es muy subjetiva y difícilmente habrá dos personas que coincidan en verlo con las mismas encarnaciones; b) se trata de una preocupación bastante ingenua: no hay mucho que reflexionar al respecto o, mejor dicho, las reflexiones que suscita acostumbran a carecer de interés; y c) es un tema trillado como pocos, sobre todo desde Baudelaire y Huysmans y el conde Stenbock, por no remontarnos a los monótonos inventarios -más o menos como rosarios- del marqués de Sade.

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